La Iglesia, el Mundo y Yo
Querétaro,
18 noviembre 2024 ¿Por qué habríamos los hombres de amar a la Iglesia?, se pregunta en el canto VI de su impresionante Coros de la Piedra el poeta Thomas Eliot, el cual continúa insistiendo: ¿Por qué habríamos de amar sus leyes? Efectivamente, las leyes de la Iglesia son extremadamente incómodas, y más aún para unos hombres que estamos acostumbrados a la ley del mínimo esfuerzo, a caminar por el sendero holgado y a que en este mundo puedan caber el mayor número de imperfecciones, paradojas, justificaciones y pecados. El mismo Eliot da una respuesta al por qué la Iglesia no forma parte de la experiencia vital contemporánea: porque habla a los hombres lo que los hombres no quieren escuchar. Escuchémosle:
En efecto, seguir a Cristo y sus leyes es aceptar el sacrificio diario, al que diariamente nos llama la Iglesia. Es como el timonel de Moby Dick, que en medio de la tormenta nunca trata de buscar el refugio en la playa, pues sabe que allí están afiladas las crestas de los arrecifes, esperando al que escapa. Es enfilar el barco hacia el centro de la tormenta. Enfrentarse a las tinieblas (de fuera y de dentro, como dice Eliot) es la una única vía de salvación, siendo buenos antes que el sistema (político, económico, social) lo sea por nosotros. Pero el conflicto existe, incluso en el espíritu de los cristianos de buena voluntad. Eliot lo expresa poéticamente: "¿Ha fallado la Iglesia a la humanidad, o la humanidad ha fallado a la Iglesia? Obviamente, la humanidad le ha fallado a su Señor. Y su templo, su casa, ya no es más Casa de Oración". A estos interrogantes, le responde el Coro de la Piedra: "A la Iglesia ni se la considera ya, ni se opone ya nadie a ella, pues los hombres han olvidado a todos los dioses excepto a Usura, Lujuria y Poder". ¿Por qué habríamos de amar a la Iglesia? Por la sencilla (y bendita) razón de que ella nos enseña (como madre y maestra) a ser buenos. .
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