Miedos y Apegos
Querétaro,
22 abril 2024 El miedo es una emoción necesaria, que nos permite darnos cuenta de que existen peligros y que hay que defenderse de ellos. Como norma general, el miedo paraliza al miedoso, tanto si lucha contra él como si trata de huir del peligro. Como seres racionales que somos, también podemos experimentar un miedo anticipado, como estrategia para prevenir el peligro y protegernos de él. Cuando los mecanismos del miedo se alteran, las personas pueden llegar a sentir un miedo proporcionalmente grande respecto al peligro real. E incluso el fenómeno contrario, el de no sentirlo en absoluto y volverse temerarios. Un conductor que conduce por una autopista tranquila a 110 km/h, y se siente asustado por ello, probablemente está sintiendo un miedo excesivo. Del lado contrario, si conduce a 180 km/h, y se siente muy tranquilo, no está experimentando el miedo necesario para proteger su vida y la de los que se le cruzan. Pero el miedo más grande, me parece a mí, es el de no sentirse amado, que en ocasiones puede llegar a generar un asunto de vida o muerte. ¿Cómo surge este miedo? Un bebé, cuando nace, necesita ser amado por completo por sus padres, porque si no lo tiene moriría. De modo que cualquier amenaza a quedarse sin padres le provoca un miedo profundo. El niño necesita ser amado, de modo que cuando crece decide que tiene que hacer algo para lograr ese amor, ya sea en su versión de atención, premio o aceptación, sin saber que con ello está sembrando un campo propicio para los apegos no sanos. De seguir creciendo por ese camino, sin desarrollar plenamente su individuación, y dependiendo tan sólo de las emociones afectivas recibidas de otros (personas, objetos o circunstancias), el niño-joven-adulto no habrá madurado su personalidad, y estará abocado a un apego-miedo vital crónico, más o menos acentuado. En la edad escolar el niño va descubriendo sus capacidades y talentos, y sabe que sus padres se alegrarán por sus logros. Pero también sabe que sus fracasos serán causa de desafección en los demás, confundiendo el amor con aplauso y la aceptación con sus logros. En la etapa de la adolescencia el chico cuestiona las ideas y valores de los demás, y empieza a formar los suyos propios. Si hasta este momento ha sido guiado y amado por su entorno, este momento crítico será superado con éxito, incluido el normal malestar que todo adolescente suele causar en su familia. Cuando una persona llega a la edad adulta, se supone que ya está plenamente formado como ser humano independiente y seguro de sí mismo, capaz de amarse a sí mismo y a los demás de forma totalmente libre de apegos y atenciones. Pero ¿ocurre esto así en realidad? ¿Se ha liberado ya de la necesidad de aprobación de los demás? ¿No necesita ya del amor recíproco para ser feliz? Veámoslo. El desarrollo ideal de la persona, de forma general, rara vez ocurre de forma perfecta, y la inmensa mayoría de seres humanos ha encontrado piedras en el camino de su proceso, desde que el bebé no fuese deseado, hasta que el niño sintiese ser una carga, o el adolescente hubiera creado algún conflicto o fracaso a la familia. Es decir, es posible que en esa persona se haya ido abriendo alguna que otra herida, y que en esas heridas abiertas, y sin curar, hayan ido viniendo un sin fin de errores y de mensajes equivocados, en su versión de carácter autoritario, mentalidad emocional o inseguridad física. La persona que no recibió en su infancia un amor incondicional nunca sabrá que ése es el centro de su vida, y vivirá para obtener la atención de otros, e incluso su afecto (pero no el verdadero amor). La persona que no logró en su adolescencia su individuación siempre sentirá que necesita de los demás para ser feliz, y del prestigio y éxito material en su mundo laboral. Y en el fondo de todas esas personas seguirá estando latente un mismo asunto: el miedo a sí mismo, a no ser querido o a no tener éxito. Vivir sin apego a nada significa amar desde la libertad, y no desde el miedo. Significa vivir con la actitud de: "Yo te amo porque lo decido y me da la gana, porque para mí es un inmenso placer amarte. Si me correspondes, mi gozo será inmenso. Y si no, de todos modos estaré bien, y disfrutaré de tu presencia cuanto sea posible". Vivir con apego significa pretender amar desde el miedo o la imposición, a forma de decir "te necesito", "sin ti no puedo vivir" o "si amas a otro lo mataré". ¡Qué horror! En definitiva, vivir sin apego significa conservar el dominio sobre mí mismo, y vivir con apego supone otorgar el dominio sobre mí mismo a otras personas, cosas o circunstancias. Es difícil soltar a las personas que amamos, porque estamos llenos de mensajes equivocados y el miedo nos paraliza. Pero creámoslo: podemos ser libres interiormente, y podemos ser felices aun sin las personas a quienes estamos apegados, o aunque éstas no nos amaran. En definitiva, podemos ser felices aun en el utópico caso de que ningún ser humano nos amara. Por supuesto, esto no lo hemos experimentado, y sería como dar un salto al vacío. Pero se puede lograr, antes que esperar que el miedo nos paralice o el apego nos deje postrados toda la vida. El miedo no va a desaparecer a base de reflexión o argumentos lógicos. Pero sí puede desaparecer a base de luchar por las cosas en las que creemos. Si nos enfrentamos a la realidad conseguiremos madurar plenamente, pese al miedo o con miedo, nuestra personalidad. Entonces conoceremos la verdadera libertad, y nos veremos rehechos de nuevo para amar, quizás por primera vez, de forma verdadera. .
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