Nueva Normalidad


Nueva Normalidad en Kyoto, más ecológica según su obispo Otsuka

Cieza, 1 julio 2020
Pascual Saorín, colaborador de Mercabá

          Todos nos estamos familiarizando últimamente con términos como "nueva normalidad" o similares, en referencia a la vida que nos espera en los próximos meses, tal vez años. Se trata de una vuelta a la cotidianidad condicionada por la incómoda y peligrosa convivencia con el virus Sars-CoV-2 hasta que una vacuna logre protegernos de él.

          Nuestra vida se ha visto seriamente alterada desde mediados de marzo de este año; también nuestro espíritu y psicología han sufrido y están sufriendo un estrés notable. Creo necesario reflexionar sobre el estilo de vida que nos espera en el corto y medio plazo para evitar que este estrés nos perturbe más de lo necesario, erosionando nuestra esperanza y robándonos la paz interior.

          Como no sabemos el tiempo que tardaremos en atravesar este desierto, conviene situarse de una forma no sólo racionalmente inteligente, sino también espiritualmente sabia. Es decir, las necesarias medidas de prevención e higiene deberían estar cimentadas en valores espirituales. Esta crisis nos ofrece la oportunidad de volver a lo esencial. De nada servirán las vacunas que nos protejan biológicamente si no nos vacunamos espiritualmente de tal manera que nuestros corazones se inmunicen contra las adversidades futuras, sean de tipo vírico, climático, económico o de cualquier otra índole.

          Cuando se habla de nueva normalidad se están usando 2 palabras: un adjetivo (nueva) y un sustantivo (normalidad). Conviene reflexionar sobre este término para evitar reducirlo a un simple eslogan publicitario. Las palabras son performativas y por tanto poseedoras de un potencial que hay que usar honestamente. Como San Juan nos recuerda en el inicio de su evangelio, la palabra está en el origen de todo y por medio de la palabra todo es creado.

          El término nuevo es polisémico y por tanto dado a confusión. En principio sugiero 3 significados distintos:

          Nuevo en cuanto regeneración natural que se reinventa a sí misma perpetuándose en el tiempo. Pensemos en las ramas de los árboles: el ser humano puede usarlas para hacer leña o una cabaña sabiendo que, aunque se dañe al árbol, éste tiene la capacidad de regenerarse y renovarse a sí mismo de forma natural. Al mismo tiempo que hay amputación, hay también esperanza porque no se atenta contra la fuente de la vida.

          Nuevo en cuanto creatividad artesanal o industrialización respetuosa. El proceso artesanal introduce la manipulación humana de la naturaleza, pero sin llegar a cercenar ni eliminar su raíz, sino en simbiosis con ella. Podemos pensar en la tala controlada de árboles para hacer vigas o muebles. El trabajo artesanal procurará talar únicamente lo necesario, de forma inteligente, garantizando la regeneración natural del bosque.

          Aquí, la novedad no reside tanto en la conservación perpetua y singular de cada árbol (cosa imposible, incluso naturalmente), cuanto en la introducción del trabajo humano en el proceso natural, usando la naturaleza en su singularidad (un árbol), sin dañarla en su conjunto (el bosque); es más, la novedad creativa del trabajo humano en la naturaleza, lejos de destruirla, contribuye a su conservación, perfección y armonía.

          Nuevo en cuanto dinámica industrial depredadora. En este caso se desecha lo creado incluso antes de su degradación natural porque el deseo compulsivo convierte la creatividad (uso natural y lúdico de la creación) en negocio (negación del ocio). En este proceso prima el uso meramente crematístico o caprichoso sin atender a las consecuencias. Sería como talar indiscriminadamente los bosques o explotar los recursos naturales, como si no hubiera mañana.

Lectura de la nueva normalidad

          Estos matices de sentidos fueron también recogidos en la Biblia. En el NT contamos con dos términos griegos para hablar de novedad: neos (que significa nuevo en el tiempo, reciente, joven, sin madurez, reciente en comparación con lo pasado) y kainos (nuevo en su naturaleza, o cualitativamente mejor). Ambas palabras son usadas en el NT aplicadas a realidades salvíficas, si bien la segunda es aplicada a realidades maravillosas o divinas, mientras que la primera tiene un sentido más funcional.

          De la Biblia aprendemos que las cosas nuevas lo son porque no han sido profanadas todavía. Lo nuevo es sagrado porque procede o está vinculado directamente a Dios, fuente de toda novedad. En la Biblia, la naturaleza no es divinizada como las religiones animistas, sino considerada sagrada por salir de las manos de Dios.

          El ser humano también es creado, pero como culmen de la creación, estando dotado de una capacidad re-creativa en cuanto convocado a participar en la dinámica creativa de Dios mediante su esfuerzo. Dios crea y el hombre se re-crea a través de su trabajo respetuoso, actualizando la dinámica divina que hace nuevas todas las cosas.

          Nada realmente divino puede degradarse; lo harán las formas en que se exprese, pero nunca la esencia que lo habita. Por ello, la renovación de la naturaleza mediante el cambio de estaciones o el nacimiento de un hijo son signos que expresan la renovación permanente de la creación. Lo mismo ocurre con las primicias de las cosechas o con el hijo mayor en el AT. Por eso es frecuente que en los sacrificios o ceremonias sagradas se pida utilizar animales y objetos nuevos (Dt 26,1-11 y 21,3; Ex 13,11ss; Nm 19,2).

          La novedad también se refiere a los acontecimientos históricos. Se habla así de nuevo éxodo cuando se producen procesos de liberación, como el exilio en Babilonia (Is 42, 9), de "nueva creación" (Is 41,20; 45,8; 48,6) o "cielos nuevos y tierra nueva" (Is 65,17; 66,22). La "nueva alianza" (Jer 31, 31-34) representa el gran tema teológico de la compenetración plena y definitiva entre Dios y su pueblo, acarreando la necesidad de un templo nuevo (Ex 40, 43) y remitiendo a la "nueva Jerusalén" (Is 54, 11-17) como símbolo de la nueva humanidad.

          En contra de lo que se pueda pensar, la fe cristiana no es enemiga de la novedad, sino su impulsora. De hecho, nada hay más contrario a la fe que las ideologías reaccionarias, tan asidas a la tradición que la terminan convirtiendo en tradicionalismo estático y estéril. La mayoría de mártires, comenzando por el mismo Jesús de Nazaret, lo han sido a manos de posturas profundamente reaccionarias.

          Cuando la artificialidad y no la naturalidad se hace con el control del poder, éste se vuelve opresor de la evolución natural. La resistencia al cambio puede disfrazarse incluso de progreso o novedad para hacerse más atractiva, aunque en realidad esconda una dinámica que lejos de unificar divide, contribuyendo a la inmadurez, empobrecimiento y fragilidad de un ser humano secuestrado de su hábitat natural y encerrado en mundos cada vez más virtuales y artificiales.

          Frente a este peligro no haríamos mal en mirar la nueva propuesta de Jesús de Nazaret y su dinámica liberadora. Jesús de Nazaret nos trae una "enseñanza nueva", opuesta a la doctrina de los antiguos (Mt 5, 21-48): habla de "ropa nueva", "odres nuevos" y "vino nuevo" (Mt 9,16-17; Mt 13,52). Jesús renueva la ley resumiéndola en un "mandato nuevo" (Jn 15,9; 17,26; 1Jn 4,16) y realiza en su persona una "nueva alianza", sellada con su sangre (Lc 22,20; 1Cor 11,25).

          Pero esta novedad no empieza de cero, como si el AT no hubiera existido, sino que supone la culminación de la antigua alianza (Hb 8, 1-10.18). He aquí una de las características más importantes de la verdadera novedad; no es una cualidad que emerge de la nada, ni es inventada de cero sino que surge como consecuencia de un camino ya trillado, entroncada en una tradición sin la cual no sería más que un espejismo.

          Jesucristo nos ofrece el camino para llegar a ser un "hombre nuevo" con él (Col 3, 11) a través de una liberación espiritual. La Iglesia primitiva así lo entendió y enseñó, presentando a Cristo como el "nuevo Adán" (1Cor 15, 22.44-49; Rm 6,6,17; Ef 4,22).

          Este hombre nuevo (2Cor 5,17; Gal 6,15) comienza en el bautismo pero se renueva día a día (2Cor 4,16), dejando claro que la fe no es una cosa que se recibe y permanece inerte, sino una realidad dinámica que ha de ser madurada mediante una renovación permanente. Sólo así se supera la tendencia al hombre viejo, revistiéndose del hombre nuevo (Col 3,10; Ef 4,22), viviendo una vida nueva (Rm 6, 4) como obra del Espíritu.

          Esta renovación no es meramente individual, sino que ha de extenderse al universo entero. La vida del creyente se unifica con el dinamismo trinitario mediante la vinculación a Cristo, esperando activamente la plena renovación de todo lo creado al final de los tiempos (2Pe 3,13). Lo nuevo adquiere así una dimensión escatológica en cuanto proceso que no está exento de dolor y sufrimiento.

          El final de Apocalipsis nos revela de nuevo el sentido de novedad que Cristo ofrece en cuanto es el "alfa y omega" (Ap 21, 5), dejando claro que sólo Dios es el fundamento de toda verdadera novedad. Ninguna novedad al margen de Dios puede ser constructiva. Sin comunión con Dios y con su creación, la novedad deviene en esnobismo y la creatividad en entretenimiento estéril.

Actitud ante la nueva normalidad

          El mundo nuevo que está surgiendo entre los dolores de parto provocados, entre otras calamidades, por el Covid-19, supone una realidad nueva a la que hay que responder con una renovación espiritual práctica. El cristianismo, lejos de ser enemigo de esta transformación es uno de los motores más potentes para que el mundo entero salga verdaderamente renovado. Así lo lleva entendiendo y diciendo el papa Francisco I, pidiéndolo por activa y por pasiva no sólo a los creyentes, sino también a toda la humanidad.

          Desde el principio de su servicio como papa, Francisco I ha pedido vencer el miedo para "renovar las estructuras antiguas" en la vida de la Iglesia. Para Francisco ser cristiano significa "dejarse renovar por Jesús hasta lograr unificar la vida, no como un collage de cosas sino como una totalidad armónica lograda por el Espíritu Santo". Para Francisco no se puede ser cristiano en pedazos o a tiempo parcial; la renovación espiritual no es un mero maquillaje, ni tan siquiera una reforma estructural; se trata de generar odres nuevos para acoger el vino nuevo que brota de este nuevo lagar de la historia.

          No se trata de que los cristianos inventemos otra Iglesia o una nueva fe. Otra Iglesia es posible sólo si se reconstruye sobre los cimientos de la Iglesia de Cristo, no si se pretende inventar saltando en el tiempo como si de nada hubieran servido los 2.000 años de camino que llevamos recorridos.

          Aunque parezca una paradoja, renovar es ahondar en lo esencial de la tradición para saber forjar las herramientas y la vitalidad necesarias con las que hacer frente y gestionar la nueva realidad. La Iglesia es maestra de novedad y creatividad; no es una institución rancia apegada a las cenizas de un fuego que ya no arde, aunque a veces tenga la tentación de confundir el fuego con la ceniza.

          Uno de los enemigos de esta renovación es el miedo. Bien lo sabía Jesús; por eso una de las primeras cosas que nos dice tras su resurrección es "no temáis". El temor es dinamizador, pero el miedo paraliza. La novedad del evangelio puede hacernos temblar, pero de emoción, nunca de miedo.

          Es aquí donde Francisco I se apoya para pedir una renovación de las estructuras de la Iglesia. Lo que Francisco pide no es una novedad sierva de la moda, funcional, depredadora, traidora de la tradición o populista. Se trata de todo lo contrario. Es una vuelta a la raíz del evangelio. El cristiano es un hombre libre con una libertad que brota de Jesucristo, no de ninguna ideología humana. Esta libertad nos libera de hábitos y estructuras humanas, aunque sean eclesiásticas.

          El mundo necesita un nuevo Pentecostés donde experimentar e interpretar las nuevas manifestaciones de Dios. No estamos lejos de esa experiencia. Nuevos vientos soplan, nuevas pasiones se encienden, nuevos lenguajes hacen que los seres humanos se sientan más cerca unos de otros. Todo ello nos asusta por su novedad, pero no debe paralizarnos, sino hacer que nos preguntemos por el sentido de lo que ocurre. Bien aprovechado, ese nuevo viento nos impulsará; esas lenguas de fuego reavivarán nuestra ilusión.

          La novedad siempre da vértigo, pero ese es un buen síntoma. Una novedad que no provoca temor puede ser fruto del esnobismo; la falsa novedad sólo busca salir de la rutina sin cuestionar las raíces del mal; prefiera vivir instalada en el entretenimiento huyendo de todo aquello que pueda moverle el sillón. Nada hay más reaccionario que una novedad caprichosa y autorreferencial que gira sobre uno mismo, no sobre la realidad.

          Girar sobre uno mismo es un movimiento centrípeto, mientras que el giro sobre la realidad siempre es centrífugo; por eso tenemos miedo de la realidad; la realidad siempre nos impulsa hacia fuera despojándonos de los apegos y obligándonos a madurar. Frente a esta novedad dinámica y viva está la novedad depredadora, funcional, autorreferencial e individualista; esta novedad jamás tiende puentes, sino aísla en el hedonismo. La verdadera novedad exige respeto por lo creado, en cuyo centro está el ser humano.

          Volviendo al término que da título a este artículo, se trata de vivir esta novedad enfocada hacia la normalidad. Aquí nos enfrentamos de nuevo con el problema semántico de definir el término normal. ¿Era normal la vida que llevábamos hasta que nos asaltó el Covid-19? ¿Es la nueva normalidad un paréntesis necesario para volver a la vida tal como la vivíamos antes? ¿No debería ser esta nueva normalidad una oportunidad para una verdadera transformación personal y social?

          No son pocas las voces que claman contra el regreso a un estilo de vida al que culpan de la situación que estamos sufriendo. El líder indígena Ailton Krenak, del valle do Rio Doce (Brasil), dijo acertadamente: "No sé si saldremos de esta experiencia de la misma manera que entramos. Es como una sacudida para ver lo que realmente importa; el futuro está aquí y es ahora, puede que mañana ya no estemos vivos; ojalá que no volvamos a la normalidad" (O Globo, 1 mayo 2020, B, 6).

          La clarificación del significado nueva puede ayudarnos mucho a reconciliarnos con la normalidad, tanto la que nos espera como la que debemos reconstruir, porque mucho me temo que de nada habrán servido los miles de muertos y el incontable dolor y sufrimiento pasado si el mundo regresa, como si no hubiera pasado nada, a la misma situación de finales de 2019.

          La vida que llevábamos antes del Covid-19 no era normal. Prueba de ello son las consecuencias que está trayendo. Lo normal sería la lucha conjunta por el "cuidado de la casa común" que nos lleve a un desarrollo sostenible. Aquí recomiendo de nuevo escuchar al papa Francisco en su magisterio, pues aunque no esté formulado de forma dogmática, sin duda nos aporta una serie de puntos realmente inspiradores.

          Para Francisco I "el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos", de tal manera que la degradación humana provoca la destrucción de la naturaleza y viceversa. No es lo mismo ser peregrino que turista, consumidor que depredador, paciente que cliente o mercader que bróker especulador.

          La forma que tenemos de relacionarnos con la naturaleza, incluyendo las relaciones sociales, determina el bienestar o el sufrimiento del planeta. Por desgracia, cuando las relaciones desnaturalizadas o artificiales que usan la naturaleza inmoralmente se normalizan, hablar de nueva normalidad puede suponer un mero eslogan, dejando pasar la oportunidad de afrontar un verdadero cambio de paradigma que nos dignifique como sociedad.

          El obispo de Kyoto publicó una carta en 2018 donde pedía una "ecología totalmente inclusiva". Si ya en 2018 el problema ecológico era uno de los retos más importantes que la humanidad tenía que afrontar, la crisis del Covid-19 no ha hecho más que acentuar la necesidad de girar hacia un estilo de vida nuevo que haga anormal el devenir depredador de la humanidad, situándonos en un camino nuevo.

          Sin duda no es ésta una tarea fácil, porque la mayoría de nosotros nos encontramos profundamente desorientados y carentes de las herramientas más básicas para hacer una lectura de la realidad adecuada. Informarse a través de los medios de comunicación actuales puede llegar a ser incluso tóxico. La desinformación, las fake news o la tendenciosidad en la información convierte nuestros caminos en laberintos cuando no en norias que giran y giran sin ir a ningún sitio. Esto, además de provocar desorientación, también genera un profundo y peligroso malestar social.

          Uno de los primeros problemas que tendremos para normalizar nuestra vida es aprender a combatir la instrumentalización del descontento provocado por lo que el blogger Nicolás Boullosa denomina los "ingenieros del caos". Son muchos los partidarios de desmontar las estructuras que nos han traído hasta aquí, aunque casi nadie dice cuál es la solución, sencillamente porque no lo saben. Iniciar un camino a ciegas sería de una enorme irresponsabilidad.

          Como he señalado más arriba, la verdadera novedad no se cuelga en el vacío, sino que viene engarzada en un camino ya recorrido. Que muchas cosas no funcionen no significa que haya que tirarlo todo por la borda. Esta postura maximalista pretende cortar la cizaña sin darse cuenta que también segará el trigo. Hay muchas cosas que funcionan; son muchos los valores atesorados, dignos no sólo de ser mantenidos, sino recuperados y renovados.

          Nicolás Boullosa apunta en su blog Fair Companies la necesidad de recuperar el poder de los organismos pequeños y flexibles. Los sistemas pequeños son más resistentes a las contingencias. Por ejemplo, un león es más fuerte que una rata, pero son los leones los que están en peligro de extinción, no las ratas. De la misma manera, fueron los grandes dinosaurios los que desaparecieron de la tierra, no las pequeñas hormigas.

          No es casual, por eso, que la familia haya vuelto a ser el refugio y la trinchera desde la que combatir el Covid-19 y sus consecuencias económicas. Se trata de ayudar a hacer personas resilientes y libres que no apelen de entrada a los sistemas como sus únicos protectores, sino que unan sus débiles fuerzas a las de otros para recuperar la fuerza de los sistemas más naturales, comenzando por la familia.

          El carmelita japonés Okumura tiene en su libro Oración un acertado y precioso ejemplo de lo que hoy se conoce como resiliencia, comparando la vida de oración con los nudos del bambú. Gracias a esos nudos, el bambú se dobla sin romperse, siendo al mismo tiempo fuerte y flexible, lo que le permite suportar los tifones y los terremotos. Sin esos nudos, matemáticamente incrustados en su tronco, el bambú se quebraría.

          Esos nudos, que el padre Okumura atribuye al poder de la oración, pueden ser atribuidos también a los valores fundamentales que toda persona y sociedad han de tener para no quebrarse a las primeras de cambio. La ausencia de nudos de valores y de oración provoca un dolor añadido al sufrimiento, ya de por sí inevitable en la vida.

          No es extraño que enquistarse en uno mismo renunciando a anudar la propia vida esté generando cada vez más personas incapaces de gestionar el fracaso, especialmente entre los niños y jóvenes. Esta incapacidad de gestionar el fracaso o el sufrimiento genera en unos casos depresión, y en otros, agresividad.

Conclusión sobre la nueva normalidad

          Hay que renovar la vida mediante la promoción de la autogestión y la interconexión entre personas y grupos. No podemos delegar nuestra responsabilidad en instituciones externas a nuestra libertad. Ni siquiera la Iglesia debería ser un simple refugio al que acudir compulsivamente sin preguntarse antes por las redes personales que hemos tejido en la familia o con los amigos. Lo cual no significa que, en tiempos de crisis como la actual, la Iglesia no sea un refugio o un oasis. Lo es, pero sin olvidar que también debe ser un motor, una catapulta o una fuente dinamizadora de las transformaciones personales y sociales.

          Si el principio de subsidiariedad de la doctrina social de la Iglesia promueve nuestra autonomía y libertad, el de cooperación y solidaridad nos hace fuertes en la unión comunitaria de las debilidades individuales. Como afirma Burke, "hemos de evitar pensar que se puede hacer poco, porque tal vez terminemos no haciendo nada". La maldad busca la omisión de los buenos; si el mal no puede provocar su maldad, al menos intentará provocar su indiferencia.

          Debemos renovarnos, recrearnos, reinventarnos, alimentados de los valores de nuestros antepasados, renovándolos en el aquí y el ahora para que la nueva normalidad no sea una simple espera pasiva hasta que regrese la vieja normalidad que nos trajo hasta esta trágica situación.

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 Act: 01/07/20          @noticias del mundo             E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A