Mundo anglosajón anti-Católico
Madrid,
25 enero 2018 La persecución católica sigue siendo una realidad en el s. XXI. El principio de libertad de pensamiento y de religión, sólo se aplica en algunos países y con algunas restricciones. Existen países con gran solera democrática como Inglaterra, donde todavía rige la confesionalidad de un estado que considera a la Iglesia de Inglaterra poco menos que como un departamento de la administración pública, ejerciendo el poder del nombramiento de obispos. La cabeza de la Iglesia anglicana sigue siendo el rey de Inglaterra, un cesaropapismo absolutamente anacrónico en la era de la comunicación en la que nos encontramos. Y por supuesto, la primacía de la religión anglicana tiene sus consecuencias sociales.
El premier
debe reconocerse hijo de esta Iglesia. Y si un sacerdote
anglicano, decide convertirse a la religión católica, abandona
desde ese mismo instante todo el status social que le
proporciona la pertenencia a la Iglesia de Inglaterra. Los católicos
no son perseguidos oficialmente, pero sí oficiosamente y desde
luego socialmente en la Irlanda del Norte. Inglaterra no es el único caso de persecución religiosa anglosajona. Israel es también un estado confesional donde los católicos se convierten en ciudadanos de 2ª categoría, y los no hebreos son aplastados literalmente por el ejército israelí. Nada extraño para una religión que considera a los paganos como mulas de carga.
En Estados
Unidos, país tolerante y liberal donde los haya rige el
principio de libertad de culto, pero una norma no escrita exige
que el presidente de los Estados Unidos debe de ser wasp (white,
anglosaxon, protestant). Todo un ejemplo de respeto a la
pluralidad de la locomotora económica mundial. Y es que aunque en los países anglosajones rige el principio de libertad de culto, en la práctica la religión oficial es el secularismo militante. De forma que cualquier expresión pública de fe se entiende como un ataque a la libertad personal. Como si la vida interior pudiera refugiarse en una sacristía sin consecuencias públicas. El argumento del respeto a la pluralidad en pro de la convivencia social, se convierte de facto en un secularismo castrante de todo sentimiento religioso. Y así, los católicos somos perseguidos en los medios de comunicación con una violencia que no merecen ningún enemigo real de la convivencia social. Porque el s. XXI se divide entre los que tienen una visión trascendente de la vida y los que no la tienen. Entre los que creen que hay vida más allá de la muerte y los que creen que la vida es un paso sin sentido hacia la nada. Entre quienes creemos en un Dios Padre que nos convierte a todos en hermanos y en los que creen en la cultura de la selva para sobrevivir. .
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