Rusia anti-Católica


Putin con el patriarca Kirill de Moscú, alentando el nacionalismo ruso

San Petersburgo, 1 abril 2018
Mariano Sedano, misionero español

          A las puertas de la cuaresma católica, el 11 de febrero del presente año una decisión aparentemente inocua desataba una tempestad en las ya difíciles aguas de las relaciones católico-ortodoxas. No era del todo previsible que una medida que no cambiaba en nada la situación real de los católicos en Rusia, sino que simplemente normalizaba el estatuto jurídico de las estructuras después de casi 11 años de provisionalidad, fuese recibida por el patriarcado de Moscú casi como una declaración de guerra.

          Desde entonces y hasta la Pascua ortodoxa, el 5 de mayo, hemos asistido a una catarata de acontecimientos in crescendo contra la presencia de la Iglesia católica en Rusia. En ellos no ha estado implicada sólo la Iglesia ortodoxa, sino incluso otras religiones, el Ministerio de Asuntos Exteriores, partidos políticos y organizaciones de tipo nacionalista y hasta el Parlamento de la Federación Rusa, culminando en una llamada a toda la población para protestar contra la agresión vaticana en defensa de la patria, la ortodoxia y los valores tradicionales de Rusia.

Católicos en Rusia

          En las últimas semanas la situación de la Iglesia católica en Rusia ha sido noticia. Los medios de comunicación social se han hecho eco, en mayor o menor grado, del difícil momento que atraviesan las relaciones de la Iglesia católica con el estado ruso y la Iglesia Ortodoxa. ¿Qué está pasando para que la minoría católica de este inmenso país sea considerada por algunos sectores, no sólo de la Iglesia ortodoxa, sino incluso de la política, una amenaza?

          La decisión del Vaticano de establecer 4 diócesis católicas en este país, que aparentemente sería una cuestión eclesial interna, ha sido calificada en Rusia como provocación, desafío a la ortodoxia, agresión, ofensa a nuestro pueblo o expansionismo.

          En algunos sectores de la ortodoxia y en partidos nacionalistas este hecho ha suscitado una respuesta popular en defensa de la tierra rusa, la ortodoxia amenazada y los valores patrios. Por parte católica, se ha acusado a estos sectores de intromisión en asuntos internos de una confesión religiosa, y de haber orquestado una campaña contra la Iglesia Católica, así como de ''violación de los derechos constitucionales de los católicos rusos''.

          ¿Y qué decir de las quejas de la Iglesia ortodoxa rusa acerca del expansionismo de la Iglesia Católica a expensas de la ortodoxia? Ante todo hay que recordar que el renacimiento de la Iglesia Católica en Rusia y la recuperación de sus estructuras jurídicas y pastorales ha sido muy notable en los últimos 20 años. En vísperas de la restauración de 1991, en Rusia había sólo 10 parroquias con 4 templos y 2 capillas atendidas por 8 sacerdotes, de los cuales dos eran mayores de 80 años.

          El contraste con la actualidad es patente. Unos 650.000 católicos, 4 diócesis con 212 parroquias registradas y 350 no registradas, 275 sacerdotes y 270 religiosas, un seminario, periódico y radio, etc. Todo esto ha hecho pensar a los representantes de la Iglesia Ortodoxa en un proceso de expansionismo de la Iglesia Católica en territorio ruso.

          La realidad es muy distinta. La Iglesia Católica no es una recién llegada a un desierto espiritual. Los católicos siempre han existido en Rusia, desde antes incluso del bautismo de Kiev en el año 988, hasta el momento presente. Siempre han sido un grupo minoritario, pero siempre han estado ahí.

          Las primeras estructuras diocesanas se crean en el s. XVII, aunque reciben su estabilidad en el siglo siguiente y no por obra y gracia de Roma, sino del palacio imperial ruso. La emperatriz Catalina II la Grande funda en 1772, contra la voluntad del papa Clemente XIV, la 1ª diócesis católica en la ciudad de Mohilev.

          Desde el punto de vista histórico, el expansionismo católico no ha respondido a planes previos urdidos en los pasillos vaticanos. Podríamos decir que los católicos se han extendido en Rusia muy a su pesar. La culpa la ha tenido la política represiva zarista primero y la comunista después, que envió sistemáticamente a Siberia y a otras regiones inhóspitas de su inmenso imperio a los díscolos revolucionarios polacos o lituanos primero y a los opositores y activistas contrarrevolucionarios después.

          De este modo se explica que en ciudades de la Siberia profunda, como Krasnoyarsk, a 5.000 km de la capital, la minoría católica a principios del s. XX alcanzase casi el 10% de la población y tuviese recursos e influencia suficientes como para edificar en el centro mismo de la ciudad un hermoso templo de estilo neogótico, que por cierto aún no ha sido devuelto a sus legítimos dueños.

          El crecimiento actual, innegable y evidente, está aún muy lejos de recuperar los niveles existentes antes de 1918. Pensemos que en vísperas de la revolución, sólo la Archidiócesis de Mohilev, que se extendía desde el Báltico hasta Vladivostok, contaba con 1.160.000 fieles en 331 parroquias atendidas por 400 sacerdotes. La diócesis de Tiraspol, en el sur de Rusia, tenía casi 400.000 fieles en 125 parroquias, con 180 sacerdotes.

          Si nos fijamos únicamente en el territorio de Kaliningrado, en vísperas de la II Guerra Mundial encontramos 245 parroquias con 800.000 fieles atendidos por 350 sacerdotes. Había escuelas y liceos católicos en muchas ciudades del Imperio. En San Petersburgo y Saratov existían sendos seminarios diocesanos para la formación del clero y en la capital había una Facultad de Teología bastante renombrada. En todo el antiguo Imperio Ruso, descontada Polonia, había 5.000.000 de fieles en 1.158 parroquias con 1.491 templos y 1.358 capillas con un total de 2.194 sacerdotes.

          Estos datos hablan por sí solos. Sin embargo, la Iglesia Ortodoxa, al menos en su cúpula dirigente, no ha recibido precisamente como una buena noticia la restauración de las estructuras pastorales católicas. El hecho de que actualmente una buena parte de los católicos no sean ya de origen polaco, alemán o lituano, como en el pasado, sino de ascendencia rusa y la presencia de organizaciones católicas en terreno social, educativo o en los medios de comunicación social, da pie a algunos ortodoxos para hablar de expansionismo y proselitismo por parte de los católicos en su actividad pastoral.

          Sin embargo, ha sido la elevación por parte de la Santa Sede de las 4 administraciones apostólicas a rango de diócesis lo que ha exaltado los ánimos de la Iglesia Ortodoxa y de algunos sectores políticos nacionalistas.

Acontecimientos recientes

          Son conocidos los hechos de que el pasado 11 febrero las 4 administraciones apostólicas existentes hasta entonces en Rusia fueron elevadas a rango de diócesis y se crea la metrópoli o provincia eclesiástica de Rusia, con un metropolitano residente en Moscú. En algunos medios se ha informado que la decisión arranca del encuentro del papa en junio del año pasado con la jerarquía católica de los antiguos países comunistas.

          Sea como fuere, el nuncio en Moscú (mons. Zur), varios meses antes de la publicación de la decisión vaticana intentó entrevistarse varias veces con el patriarca Alexis II, sin resultado alguno. Independientemente del juicio que merezca el hecho mismo de la creación de las diócesis, es claro que Roma no ha obrado a la ligera y ha seguido el camino habitual de diálogo y respeto a las iglesias hermanas.

          Precisamente como señal de respeto a las formas y usos de la Iglesia Ortodoxa Rusa, las nueva diócesis no toman sus nombres de las ciudades en que se encuentran sus sedes respectivas, sino que reciben títulos religiosos para evitar herir la hipersensibilidad de los ortodoxos en lo que se refiere al llamado ''territorio canónico''.

          A pesar de ello, el 12 de febrero se publica un comunicado del patriarca Alexis II y del Santo Sínodo en que declaran que se trata de una agresión poco acorde con el espíritu de hermandad cristiana. Se afirma que las nuevas estructuras no son típicas ''ni siquiera de países católicos, en los que no existen provincias eclesiásticas, cuyas diócesis sean dirigidas realmente por el metropolita''.

          Llama la atención el sinnúmero de errores históricos y canónicos que existen en el comunicado. Otros obispos de la Iglesia ortodoxa rusa secundan con sus declaraciones esta opinión. Incluso algunos dirigentes de otras religiones en Rusia, como el Islam o el judaísmo, hacen declaraciones en sentido contrario al nuevo status de la Iglesia Católica. La visita prevista con anterioridad del card. Kasper (presidente del Consejo para la Unidad de los Cristianos) a Moscú, para tratar con representantes de la Iglesia Ortodoxa de diversas cuestiones candentes, queda aplazada sine die.

          Durante los días siguientes se publican diversos comunicados del metropolita Kondrusievicz en nombre de la conferencia de obispos católicos de Rusia respondiendo a las acusaciones, informando de cuestiones elementales de derecho canónico y apelando a la historia de la Iglesia Católica en Rusia y a los derechos de los católicos dentro del estado. El metropolitano expresa su seria preocupación por la ingerencia en asuntos internos de la Iglesia Católica.

          Algunos días más tarde y de modo continuado grupos de personas ultranacionalistas protestan con pancartas injuriosas contra los católicos ante la católica Catedral de Novosobirsk, molestando a los fieles e intentando incluso impedir su entrada en el templo, sin que las autoridades locales hagan nada por evitar medidas semejantes.

          El sábado 2 de marzo tiene lugar la conexión televisiva (vía satélite) entre el Vaticano y diversas ciudades europeas para que grupos de jóvenes recen el rosario con el papa. Una de las ciudades elegidas es Moscú. El encuentro tiene lugar en la catedral católica de la ciudad. Se reúnen unas 3.000 personas. Los medios de comunicación se hacen amplio eco de esta visita virtual del papa a Moscú. Nuevos comunicados de prensa, por parte del patriarcado, alertan contra este hecho.

          El 21 de marzo tiene lugar la presentación del 1º tomo de la Enciclopedia Católica, que la editorial de los franciscanos conventuales de Moscú lleva preparando desde hace varios años y en la que colaboran autores católicos y no católicos, residentes en Rusia y fuera de ella. El acto se desarrolla en ámbito académico universitario. Asisten varias personalidades religiosas de Roma, entre ellas el rector de la Pontificia Universidad Gregoriana, y cuenta con bastante cobertura de medios de comunicación.

          A finales de marzo las autoridades locales paran las obras de la Iglesia Católica de Pskov. Carta del obispo ortodoxo de la ciudad y su consejo diocesano al presidente Putin contra la presencia de los católicos. Grupos de nacionalistas se manifiestan con pancartas el 24 de marzo ante los locales donde se reúne la comunidad católica en Pskov.

          5 de abril. Un grupo de personas con pancartas protesta contra la presencia en Rusia de los católicos, Cáritas y los extranjeros negros ante la Iglesia Sagrado Corazón de San Petersburgo. Las fuerzas de orden no intervienen. Ese mismo día, al sacerdote Stefano Caprio, párroco de Vladimir, le retiran el visado del pasaporte (sin aviso previo), con lo cual no puede regresar a Rusia. Al darse cuenta de lo sucedido, ya en Italia, acude al consulado de Milán, donde el 8 de abril le informan verbalmente, negándose a hacerlo por escrito, que tiene prohibida la entrada en Rusia por espacio de 12 meses, sin que le aclaren los motivos de dicha decisión.

          15 de abril. Comunicado de prensa del metropolita Kondrusievich, en que lamenta los hechos anteriormente citados y protesta contra la violación de los derechos constitucionales de los católicos rusos.

          17 de abril. La Duma aprueba elevar una pregunta a Putin acerca de la actividad de la Iglesia Católica en territorio ruso a petición del diputado Alknisk. Según dicho diputado, la actividad de la Iglesia Católica en Rusia ''representa una amenaza contra la integridad territorial de la Federación Rusa''. No se trata de una ''cortapisa a la libertad religiosa sino una pregunta acerca de la plena territorialidad de Rusia'', amenazada, según parece, por el título del nuevo obispo de Irkutsk, que incluye la prefectura apostólica de Karafuto, en la parte meridional de Sajalin. Este título contendría para Alknisk una reivindicación de la soberanía japonesa sobre dicho territorio, actualmente en poder de Rusia.

          La realidad es más bien la contraria, ya que esa prefectura existía con esa denominación antes de la guerra ruso-japonesa, cuando ese territorio era parte de Japón. La prefectura de Karafuto se ha abolido y su titular pasa a ser un obispo de Rusia, como pastor de esas islas. Por eso la decisión vaticana ha favorecido claramente a Rusia, si bien, para evitar suspicacias, después se ha cambiado la denominación de la diócesis de San José en Irkustk, cancelando el antiguo nombre japonés de la prefectura en la isla de Sajalin.

          En esa misma sesión, la Duma, a petición del diputado del partido comunista Kibiriov, encargó al comité de asociaciones religiosas informar a los diputados acerca de la financiación de las comunidades católicas que trabajan en Rusia por cuenta del Vaticano. Según palabras del diputado, ''es imprescindible saber con qué fuentes de financiación cuentan las comunidades católicas activas en Rusia''.

          19 de abril. Al regresar a Rusia desde Polonia, al obispo de Irkutsk (mons. Mazur) se le impide la entrada en el control de pasaportes del aeropuerto internacional de Moscú. Tampoco se aclaran las causas. Sólo se dice que dicho sujeto es ''persona non grata'' para el gobierno de Rusia. A pesar de la intervención del secretario de la nunciatura apostólica y del cónsul de Polonia a favor del obispo Mazur, tiene que regresar a Polonia a las 21.00 horas.

          26 de abril. Carta abierta de un grupo de intelectuales rusos, entre los que destacan Vasiliev, conocido escritor, la poetisa Kazakova y Filatov, presidente del consejo de intelectuales rusos, contra las expulsiones de mons. Mazur y el sacerdote Caprio, medidas que consideran ''propias de la época soviética''.

          Para el día 28 de abril se programaron manifestaciones en toda Rusia para protestar ante los templos católicos contra la creación de las nuevas diócesis y la expansión del catolicismo en Rusia. Los grupos convocantes son el partido Narodnaya Partiya (Partido Popular), Unión de cristianos de Rusia y la Unión de musulmanes de Rusia, entre otros.

          Todos ellos tienen el común denominador del nacionalismo radical. Por las noticias recibidas hasta ahora desde diversas fuentes en distintas ciudades de Rusia, parece ser que apenas ha tenido respaldo popular, probablemente porque muchos de los gobernadores regionales han prohibido reuniones y pancartas ofensivas ante los edificios religiosos, cumpliendo el ordenamiento de la Ley Federal de Libertad Religiosa que prohíbe la ''organización de actos públicos junto a objetos de veneración religiosa, o la distribución de textos e imágenes que ofendan los sentimientos religiosos de los ciudadanos'' (art. 3,6). Los medios de comunicación apenas se han hecho eco de los sucesos.

          La protesta se desarrolló en una 20 ciudades rusas. En la ciudad en que vivo, San Petersburgo (5 millones de habitantes), los convocantes del acto lograron congregar a unas 50 personas. En Moscú y en Murmansk, al parecer, la convocatoria ha logrado un éxito algo mayor. En el caso de la capital (12 millones de habitantes), se ha reunido un grupo de personas (unas 1.500, según unas fuentes, y poco más de 300 según otras) que han gritado consignas sobre todo contra la política de Putin.

          En Murmansk (500.000 habitantes) la manifestación parece haber sido particularmente numerosa (se habla de más de 1.000 personas), ya que el presidente del partido convocante es diputado en la Duma por dicha región. De todas formas, nuestras fuentes de información señalan que el relativo éxito de la convocatoria se ha debido, en buena medida, a la presencia de un conocido grupo de música moderna y a la semigratuidad del consumo de cerveza en un día de sol espléndido (fenómeno éste no demasiado frecuente en aquellas latitudes polares).

          En la tribuna se han alternado canciones del antedicho grupo, discursos de políticos nacionalistas y de un pope o sacerdote ortodoxo presente en el evento. Desde la tribuna se ha repetido que el acto no es contra los católicos rusos, sino contra el expansionismo del Vaticano, que pretende hacer de Rusia una provincia eclesiástica de su propiedad.

          El obispo ortodoxo de Murmansk (mons. Simón), en declaraciones a los medios de comunicación, ha hablado de ''excelentes relaciones con los católicos'' en el territorio de su diócesis, hasta el momento de establecerse una parroquia católica en él. Ha dicho respetar ''a los católicos sinceros'', si bien la ''esencia del catolicismo es aplastar a todos los cristianos bajo su peso''.

          La presencia en el mitin de muchos diputados de la Duma regional y del consejo de la ciudad hace temer a los católicos de la región (poco más de un centenar) que el gobierno local rechace su reiterada petición de un solar para construir una pequeña iglesia donde reunirse.

          30 de abril. La agencia de noticias Interfax publica unas declaraciones del secretario general del Partido Comunista Ruso (Ziuganov), en que se adhiere a las acciones de protesta contra el expansionismo católico en Rusia. ''El partido comunista, declaró el dirigente, aplaude y sostiene cualquier acción encaminada a defender las tradiciones rusas, la cultura y los valores espirituales''.

          El líder comunista señaló que hoy en Rusia 3 instituciones ''se hallan sometidas a una presión especialmente dura: la Iglesia ortodoxa, el ejército y los movimientos patrióticos''. Se quiere acabar con ellas como un medio de destruir la nación entera, de ahí que ''tenga un profundo sentido'' apoyar sin reservas a tales instituciones.

          Ese mismo día, la citada agencia difunde también unas declaraciones del presidente del Consejo de la Federación Rusa (Mironov), efectuadas el día anterior a propósito de la campaña anticatólica, en las que afirma que Rusia es un ''estado pluriconfesional en el que se respeta la libertad de culto de elección de religión''. Pero a continuación señaló que ''cuando una determinada confesión planifica su actividad en un país en que ya actúa una religión tradicional dominante, es imprescindible una consulta con sus representantes. En este sentido, es perfectamente comprensible la intranquilidad que expresa hoy la Iglesia Ortodoxa Rusa''.

          Finales de abril. Se filtra la noticia de la existencia de una lista negra de dirigentes católicos extranjeros que trabajan en Rusia, considerados personae non gratae. Al parecer, la lista incluye a otros 8 eclesiásticos, además del obispo Mazur y el sacerdote italiano Stefano Caprio. Se sabe que no hay clérigos franceses en ella.

          5 de mayo. Pascua en la Iglesia ortodoxa rusa. Algunos medios hablaron de un posible nuevo ataque contra el expansionismo católico en los mensajes pascuales del patriarca y los demás obispos ortodoxos. No hubo noticias de comunicados contra los católicos. El presidente Putin participó en la 1ª parte de la liturgia de resurrección en la Catedral Salvador de Moscú, celebrada por el patriarca Alexis II. Al intercambiarse regalos, el presidente ha dirigido un pequeño discurso resaltado la importancia para Rusia de la extensión de la ortodoxia y ''otras religiones tradicionales''.

Persecución anti-católica de Rusia

          Escribo después de la Pascua ortodoxa, a primeros de mayo, cuando ya ha disminuido bastante el sobresalto producido por los acontecimientos y las noticias mismas han perdido en apariencia su rabiosa actualidad. En realidad, los problemas de fondo que las han producido existían antes del 11 de febrero, existen hoy y me temo que seguirán condicionando la actividad de la Iglesia católica y sus relaciones con la Iglesia ortodoxa y el estado durante mucho tiempo.

          Conviene que se sepa que los piquetes ante las iglesias, o los intentos de parar las obras de templos católicos en construcción o denegar permisos para comprar un terreno en vistas a construirlos, o erizar el camino de obstáculos cuando se trata de actividades pastorales o asistenciales de la Iglesia Católica, o negarse a cumplir leyes favorables a la devolución de locales que son propiedad de la Iglesia Católica, no son cosas nuevas en Rusia.

          Las cartas abiertas de algunos obispos ortodoxos a la opinión pública o al presidente de la región o de la nación expresando su rechazo a la presencia de la Iglesia Católica en Rusia, ya sólo son noticia para los boletines internos de la Iglesia ortodoxa rusa (algunos de ellos, como el de Pskov, financiados en gran parte con dinero católico).

          En no pocas regiones, las autoridades locales no conceden a los sacerdotes y religiosos extranjeros más que un visado de tres meses no prorrogables. Así ponen fuertes trabas a una acción pastoral seria y evitan el expansionismo católico. De este modo, sin lesionar la letra de la ley de libertad religiosa, se cercenan gravemente los derechos de los católicos rusos. A estas y a otras muchas cosas ya estábamos más o menos acostumbrados.

          Además de la intensificación de esas acciones, lo verdaderamente nuevo después del 11 de febrero ha sido la implicación de órganos políticos como la Duma en estas cuestiones, las medidas extremas y aún no aclaradas contra sacerdotes extranjeros y la reacción compulsiva y algo irracional de la cúspide de la Iglesia ortodoxa que ha hallado nuevos aliados en su campaña anticatólica en sectores del Islam, del judaísmo, el nacionalismo y en el mismísimo secretario del Partido Comunista Ruso, convertido, según parece, a los valores espirituales.

          La inmensa mayoría de la población rusa está completamente al margen de estos problemas, que parecen quitar el sueño a los diputados de la Duma. Se han escuchado voces de sacerdotes ortodoxos desmarcándose de la postura de su cúpula dirigente. Ha habido reacciones, aunque no demasiadas, por parte de intelectuales y algún que otro político a favor de la libertad religiosa y contra las ingerencias en asuntos internos de grupos religiosos. Sin embargo, las voces que más se han oído han sido las del nacionalismo y la ortodoxia oficial tocando a rebato.

          Escuchando a diputados nacionalistas y a la mayoría de los jerarcas de la Iglesia ortodoxa da la impresión de que la presencia de la Iglesia católica es la principal amenaza para la paz, el progreso, la justicia y hasta la integridad territorial en Rusia. Es sintomático que la Duma haya dedicado tiempo a discutir el tema de las diócesis católicas y sin embargo el acuciante problema de las sectas no haya encontrado aún hueco en el orden del día de la Cámara.

          En Rusia se ha practicado desde hace tiempo la táctica del enemigo (real o ficticio, da lo mismo), cuyo poder maléfico y amenazante se exagera y al que se hace responsable de todos los males del país. Cuando se piden explicaciones ante hechos insólitos, como los reseñados más arriba, y no se obtienen respuestas, es muy verosímil que nos hallemos de nuevo ante la conocida maniobra. Parece que esta vez le ha tocado a la Iglesia católica pagar los platos rotos.

          En este sentido, algunos politólogos y analistas han dejado entrever que la escalada de acciones contra la Iglesia Católica y las expulsiones de clérigos occidentales sin aparente causa justificada responderían a luchar internas en los pasillos del Kremlin. Desde el comienzo de su mandato, pero de modo más evidente a partir del 11 de septiembre, la política de Putin es pro-occidental, sobre todo en cuestiones de apertura de mercados. Las relaciones económicas con la UE y Estados Unidos son la columna vertebral de la credibilidad internacional del presidente ruso. Pero ello pasa por aligerar las trabas arancelarias a los productos occidentales.

          Sin embargo, existen sectores dentro del gobierno cuyos intereses económicos ligados al mercado oriental se verían seriamente comprometidos. Por eso insisten en que los mercados tradicionales y los aliados naturales de Rusia están en Oriente. De ahí que su estrategia sea tocar la fibra más sensible: desprestigiar la política exterior y de derechos humanos de Putin ante Europa. Las espaldas de los expulsados habrían recibido los golpes destinados al presidente.

          Sin embargo, a pesar de estas explicaciones, hay que ser cautos y no precipitarse en calificar los hechos de persecución sistemática. Es verdad que no se puede apelar a la mera casualidad para explicar la coincidencia temporal de hechos tan poco casuales. Parece cierta la existencia de la lista negra de 10 personas, lo cual, en principio es intolerable, si no existen razones serias para ello. Ahora bien, ¿es verdad que no hay razones?

          La legislación rusa es un maremagnum en el que existe tal confusión que es casi imposible cumplir todos los requisitos de la ley en cuestiones que obispos, párrocos y superiores religiosos manejan casi diariamente, como las relativas a legislación laboral o impositiva.

          Poner en pie, partiendo prácticamente de cero, una estructura como la Iglesia Católica, a pesar de sus reducidas dimensiones, ha requerido un esfuerzo de personas y medios muy alto que el estado ruso puede que no haya visto reflejado impositivamente con claridad. Aunque sea fruto del desconocimiento, la pregunta del diputado Kibiriov refleja suficientemente las sospechas de que se están manejando ingentes sumas de dinero, cuya procedencia es poco clara.

          ''Aquí todo el mundo tiene trampas con la administración'', suelen decirte los mismos ciudadanos rusos cuando sufrimos con ellos las largas colas para cualquier gestión administrativa. Aunque se trata de una hipótesis explicativa, ya que no existe versión oficial, puede que no sea muy descabellada. No todos los extranjeros que trabajamos en este país respetamos sus leyes y las cumplimos escrupulosamente. No todos los sacerdotes y religiosos extranjeros que trabajamos aquí apreciamos y amamos suficientemente la cultura rusa y sus gentes. Y eso se ve. Y se oye, sobre todo cuando hablamos de Rusia en los medios de comunicación social.

          Es impropio de países democráticos tomar represalias contra los que critican sus leyes o sus prácticas, o la situación social y política. Pero también se puede entender (no justificar) que el estado ruso actúe en consecuencia. Si tan malo es todo en Rusia, váyase o no vuelva. Por eso a todos nos vendría bien un poco de prudencia y discreción.

          La larga tradición misionera de la Iglesia nos pide precisamente respeto y amor a los pueblos en los que ejercitamos nuestra tarea apostólica, aunque muchas cosas que vemos nos parezcan intolerables, incomprensibles, o cuando menos mejorables. Sólo el amor que acoge, acepta y respeta llega a entender las cosas y puede ayudar a crecer y cambiar lo menos bueno que hay en el otro.

          Ahora bien, existen muchos sacerdotes y religiosos que precisamente porque quieren a esta tierra y a su gente, han pedido reiteradamente el permiso de residencia o incluso la ciudadanía rusa, si era posible, para estar mucho más cerca de sus fieles. Sistemáticamente, excepto casos rarísimos, las administraciones locales se han negado a ello o se les ha respondido (incluso a los obispos Pikkel y Mazur) que se casen con alguna rusa y entonces será más fácil. De este modo existen siempre argumentos para argüir que la Iglesia Católica es una realidad foránea y extraña.

El papel de la Iglesia Ortodoxa Rusa

          Las acusaciones de la Iglesia Ortodoxa y los grupos nacionalistas coinciden en identificar ortodoxia (y religiones tradicionales) con valores patrios y por ello todas las demás con la destrucción de tales valores. La Iglesia Católica no sería una ''religión tradicional'' en Rusia, y por ello su libertad de acción debería estar limitada por ser un peligro potencial para el estado y los valores tradicionales de Rusia.

          Existe un anteproyecto de ley en la Duma acerca de las religiones tradicionales que aún no se ha debatido, pero que, de aprobarse, supondría una flagrante violación de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley que recoge la Constitución Rusa en su art. 14. Lo curioso del caso es que antes de haberse ni siquiera discutido ese anteproyecto, algunos ya han actuado como si de hecho ya fuese ley del estado. Por eso han visto como una amenaza para el país la creación de estructuras de la Iglesia católica y han pedido limitar su libertad de acción, ya que pondría en peligro los valores tradicionales.

          Las últimas declaraciones del presidente Putin en el marco de la liturgia pascual en la catedral Salvador en Moscú ante el patriarca Alexis II pueden ser sintomáticas. Decir que la expansión de la ortodoxia y otras religiones tradicionales supone un gran bien para la sociedad no es nada extraño, pero en el contexto de los últimos acontecimientos, en el marco de la liturgia ortodoxa y con el anteproyecto de ley sobre la mesa, podría leerse como un espaldarazo presidencial a la limitación de actividades de las demás religiones no tradicionales, cuya expansión no supone un bien para la nación.

          La actitud de la Iglesia ortodoxa rusa en todo este proceso es muy llamativa y preocupante de cara al futuro. A pesar de que es fácil establecer lazos entre las durísimas declaraciones del patriarcado después del 11 de febrero y las medidas adoptadas contra la Iglesia Católica, sin embargo no existen pruebas de ello. Al contrario, el Patriarcado de Moscú se apresuró a desmarcarse de las expulsiones del obispo de Irkutsk y del párroco de Vladimir, si bien consideró estos sucesos como ''normales y habituales'' en cualquier país del mundo, sin condenarlos en absoluto.

          La falta de solidaridad es patente y acusadora, especialmente cuando por esos mismos días, la Iglesia Ortodoxa Rusa conseguía el registro oficial en Estonia cuya Iglesia ortodoxa autocéfala está vinculada al Patriarcado de Constantinopla y no es reconocida por Moscú. Y más aún cuando hemos sabido que el arzobispado de Pamplona ha cedido una iglesia a los ortodoxos dependientes del patriarcado de Moscú, para la atención pastoral a los emigrantes.

          El verdadero problema de la Iglesia Ortodoxa es que aún vive con esquemas y modelos que hace muchísimo tiempo han caducado. Muchos rusos, incluso no practicantes o no creyentes, participan de esos esquemas, diciendo que "un ruso tiene que ser ortodoxo, como un español tiene que ser católico''.

          Esa es todavía la opinión común entre los rusos de mediana edad. La idea de la confesionalidad ligada a la tierra como factor de identificación personal está aún bastante arraigada y puede que se haya fortalecido después de la caída del comunismo. A pesar de la confesada aconfesionalidad del estado, la ortodoxia como sustrato y horizonte cultural colectivo está muy presente.

          Tras el derrumbe de la URSS y el desprestigio de su ideología, y tras la invasión comercial e ideológica del occidente, el país más inmenso de la tierra anda buscando de nuevo su identidad. ¿Qué significa ser ruso? ¿Qué es lo ruso?

          La ortodoxia representa para muchos, sobre todo para políticos nacionalistas, un componente fundamental y de una gran carga afectiva, para dar respuesta a esta pregunta. Bien entendido que defender la ortodoxia no significa necesariamente ni creer en Dios, ni tan siquiera estar bautizado, ni ser un fiel hijo de la Iglesia ortodoxa o pasar unos minutos por la iglesia la noche de Pascua con la vela en la mano.

          Ser ruso y ser ortodoxo es lo mismo. Hasta los viejos creyentes comunistas, para frenar el avance del capitalismo y los valores del mundo occidental y americano, se han convertido en acérrimos apologetas de la ortodoxia. Por eso, la consolidación en suelo ruso de otro tipo de creencias o confesiones, sobre todo si están ligadas a Occidente, suponen una amenaza a la identidad nacional.

          La ortodoxia oficial ha aceptado estas reglas del juego y poco a poco se está convirtiendo en el apéndice folclórico-nacional de los actos oficiales, una especie de sucedáneo de nueva religión estatal de hecho, pero sin ninguna incidencia real en la marcha de la sociedad.

          En el fondo, lo que una buena parte de la sociedad y sobre todo la Iglesia Ortodoxa Rusa aún no han asimilado es la libertad religiosa como derecho de cada persona. Es un problema ligado a la falta de información y formación en muchos casos, pero no en todos. Que una babushka (abuela) ortodoxa grite en Siberia a un católico de origen ruso que es un traidor a su patria por frecuentar nuestra parroquia, se puede entender. Que muchos obispos y popes lo insinúen o afirmen abiertamente, es injustificable, porque nos habla de ideología al servicio de la religión.

          La historia de esta gran nación cuanta con un buen numero de pensadores, literatos, políticos, artistas, arquitectos e ingenieros católicos, por no hablar de los miles que dieron su vida por su patria en las dos guerras mundiales al lado de sus compatriotas ortodoxos, protestantes o ateos.

          Y ¿cómo callar el calvario de los cientos de católicos rusos (solamente los sacerdotes y religiosos son casi 500) encerrados en campos de concentración o fusilados durante la persecución religiosa estalinista, muertos por defender el derecho a pensar distinto y creer en Dios?

          Da la impresión de que existe una amnesia colectiva, no se si inconsciente o demasiado consciente sobre estos temas. De hecho, algunos excelentes literatos y pensadores rusos convertidos al catolicismo, como Chadaev (en el s. XIX) o Viacheslav Ivanov (en el s. XX) aún sufren un cierto ostracismo cultural en Rusia por esta causa.

Autocrítica conclusiva

          La Iglesia Católica está intentando rehacerse en Rusia y vivir con normalidad. Es imposible hacerse invisibles para no molestar a aquellos que no nos quieren. No se puede no anunciar el evangelio o no dedicarse a tareas pastorales o no trabajar en favor de los más desfavorecidos y celebrar visiblemente la fe en Jesucristo. Y es posible que actuando así, haya rusos que se acerquen a la Iglesia Católica y decidan bautizarse y seguir a Jesucristo entre nosotros.

          Si hacer todas esas cosas es proselitismo o competencia desleal según la Iglesia Ortodoxa, entonces es que se sigue pensando en que sólo una confesión cristiana tiene derechos y las demás no. Las declaraciones de algunos obispos ortodoxos acerca de sus excelentes relaciones con los católicos en general, y su intolerancia con respecto a los católicos en su territorio canónico me recuerda la conocida frase de aquel que amaba al género humano pero no podía aguantar a las personas que le rodeaban.

          Quizás el ejemplo más patente del respeto y el aprecio profundo y fraternal hacia la Iglesia Ortodoxa por parte de la Iglesia Católica es la ayuda financiera. Sólo una organización católica (Ayuda a la Iglesia Necesitada) ha entregado al Patriarcado de Moscú y a otras instituciones de la Iglesia Ortodoxa Rusa en los últimos 10 años casi 20 millones de euros, como ayuda para la formación y mantenimiento del clero, el equipamiento de seminarios, la restauración de templos y la acción social y humanitaria.

          Esto no es un impuesto para que se nos deje trabajar, sino la expresión de nuestra cercanía a una Iglesia hermana en necesidad. Sin embargo, los que trabajamos aquí tenemos la sensación de que la única ayuda que la Iglesia Ortodoxa Rusa quiere de nosotros es la económica. A veces el dinero de nuestros fieles de Occidente se emplea para financiar publicaciones contra los católicos de Rusia.

          Sin embargo, a fuerza de ser sinceros, habría que reflexionar sobre estos sucesos en clave de autocrítica. No es oro todo lo que reluce entre los católicos de Rusia, y quizás lo que ha pasado pueda servirnos para corregir algunos problemas de estilo pastoral que dan pie a posturas agresivas por parte de la Iglesia Ortodoxa.

          La Iglesia Católica en Rusia ha sido siempre minoritaria, y muy probablemente lo seguirá siendo. Estamos en un proceso de recuperación de lo que ya existía, pero en gran parte, a mi modo de ver, se trata de una verdadera plantatio Ecclesiae.

          Hasta la revolución de octubre, la Iglesia Católica era una realidad muy ligada a grupos étnicos. Los católicos casi en su totalidad eran de origen polaco, lituano o alemán, si bien nacidos en las fronteras del imperio ruso. Entonces la liturgia era en latín y en las catequesis y predicación se usaban las diversas lenguas, incluyendo el ruso.

          Hoy en día la situación ha cambiado sustancialmente. En los documentos del Concilio II Vaticano se nos ha revelado otra imagen de la Iglesia, con dimensiones en gran parte olvidadas, como la importancia de la Iglesia local, las lenguas vernáculas en la liturgia o el papel de todo el pueblo de Dios en las tareas intraeclesiales y apostólicas.

          La Iglesia que existió en Rusia en los albores de la revolución de 1917 ha pervivido prácticamente hasta 1990. No se puede pretender restaurar aquella Iglesia, porque en el fondo era una prolongación religioso-cultural de la raíces polacas, lituanas o alemanas de nuestros católicos rusos.

          Una Iglesia de esas características, es decir, una Iglesia no inculturada en la realidad rusa, no molestaría a la Iglesia Ortodoxa, porque sería un argumento más de su tesis fundamental: que el catolicismo no es para los rusos-rusos. Por eso, el hecho de la protesta del patriarcado ante la normalización de las estructuras canónicas de la Iglesia Católica es un signo de que se está trabajando en la línea correcta, es decir, en la plantación e inculturación de la Iglesia Católica en suelo ruso.

          Sin embargo, a veces este camino no se hace del modo más prudente. Es cierto que si hubiese que haber esperado el beneplácito del Patriarcado de Moscú para la creación de las diócesis, aún estaríamos esperando unos cuantos años más y al fin de cuentas es una cuestión interna. Ahora bien, ¿era estrictamente necesario y oportuno dar este paso, que no supone nada más que cambios nominales jurídicos?

          Se ha dicho que se trata de un fortalecimiento de la presencia católica en Rusia, cuando en realidad las cosas siguen como estaban, ni más ni menos. Después del 11 de febrero no nos han caído del cielo nuevos seminaristas, sacerdotes, religiosos o laicos comprometidos ni ha habido más fieles en las Iglesias. Y sin embargo, la reacción ortodoxa indica que se ha pensado en algo parecido a un programa de expansión.

          Por otra parte, el estado ruso sólo reconoce y ha registrado 2 estructuras pastorales de la Iglesia Católica en Rusia, una en Moscú y otra en Novosibirsk. La Santa Sede dividió esas 2 administraciones apostólicas en dos, con sendos obispos residentes en Saratov (Rusia europea) e Irkustk (Siberia oriental). El estado ruso, sin embargo, no ha reconocido todavía estas nuevas circunscripciones. ¿No hubiese sido mejor esperar?

          Por otra parte, si elevar las circunscripciones a diócesis significa que se reconoce que se trata de Iglesias ya formadas, me parece muy presuntuoso. Casi el 85% del clero y los religiosos somos extranjeros en Rusia. Por otra parte, aún somos incapaces de autofinanciarnos y dependemos en gran medida de las ayudas de Occidente. Estas cosas nos piden ser lo suficientemente cautos como para no echar las campanas al vuelo y evitar triunfalismos estériles que no sólo no conducen a nada, sino que provocan reacciones como las que hemos visto las pasadas semanas.

          Con respecto al estilo de nuestra tarea de plantar la Iglesia en Rusia, cabría decir que no siempre se ha hecho y se hace con la humildad propia de un pequeño grupo de seguidores de Jesús, y con el respeto debido a lo que somos y a la realidad que nos rodea. Algunas personas que trabajamos desde hace algunos años en Rusia tenemos la impresión de que no siempre el proceso de construcción de la Iglesia católica se ha realizado adecuadamente.

          En lugar de invertir en asentar los cimientos, de trabajar por ahondar las raíces eclesiales (lo que no se ve, pero que es la garantía del futuro), se han gastado muchas energías, tiempo y dinero en fuegos de artificio, que han hecho mucho ruido, han provocado admiración y también rechazo, pero no han dejado casi nada detrás de sí. Es verdad que necesitamos edificios y estructuras visibles, pero la base de la plantación de la Iglesia y la garantía de su fecundidad son las personas.

          Ahí es donde habría que invertir sobre todo: en la evangelización a todos los niveles, la formación seria de los futuros sacerdotes, la capacitación de los laicos y en la inculturación de la Iglesia católica, que es una tarea urgente y aún pendiente. Se han inaugurado muchas nuevas iglesias y hacen falta más, pero el numero de católicos no aumenta sensiblemente. Muchos se bautizan pero otros tantos se marchan, ¿qué está pasando?

          La gente en Rusia tiene una idea muy elevada y seria de la Iglesia Católica. Los que dan el paso de la conversión al cristianismo buscan entre nosotros un proceso catecumenal que les ayude a vivir como adultos su fe y profundizarla mediante una formación seria y continua. Entre nosotros esperan encontrar una comunidad viva en la que hay sitio para todos y se vive la corresponsabilidad y la participación. Quieren entender y vivir la liturgia como fuente de su vida cristiana.

          Y sin embargo, no todos, ni siempre, ni en todas nuestras parroquias, encuentran lo que buscan. Con excesiva frecuencia reciben devociones rancias, fervorines y sermones moralizantes, tradiciones que fagotizan la liturgia y un estilo eclesial hiper-clericalizado, donde los laicos deben callar y obedecer y donde parece que hay que dejar de ser ruso para ser católico. Con planteamientos semejantes, no es de extrañar que poco a poco el entusiasmo primero se esfume y muchos terminen marchándose.

          La Iglesia que estamos construyendo es excesivamente clerical, y poco parecida a lo que los documentos eclesiales nos exigen. En otras latitudes con parecidos problemas de clero y distancias geográficas que tenemos en Rusia se han encontrado soluciones creativas que pasan por la integración del laicado en tareas de evangelización.

          Aquí se nos dice que la gente tiene una imagen muy elevada del sacerdote y que ellos mismos no quieren que las cosas sean de otro modo. Sin embargo, la experiencia nos va presentando ya demasiados casos de personas quemadas por el clericalismo imperante y que anhelan un cambio profundo de estilo eclesial.

          Lo que sucede es que no hablan porque nadie está dispuesto a escucharles. Lo curioso del caso es que la historia de la fe en este país es la historia heroica de las abuelas que han mantenido de modo sencillo, pero profundo, la fe católica como verdaderos apóstoles y mártires.

          Si hoy un improbable giro político nos expulsase a todos los sacerdotes y religiosos de este país, no creo que el laicado católico que dejásemos tras de nosotros estuviese a la altura para afrontar los retos de seguir trabajando por la plantación eclesial a la intemperie. ''Tampoco las babushkas lo estaban'', se me podrá argüir.

          Cierto. Pero nadie entonces había descubierto las riquezas de la Iglesia-comunión, de la que hoy hablamos. Si el Espíritu ha puesto en nuestras manos ese don, no podemos no esforzarnos por hacerlo fructificar. A fin de cuentas, no es su estilo, como decía un gran teólogo, ''suplir con sus dones nuestras faltas culpables de competencia''.

          La plantatio ecclesiae en Rusia, como en otros muchos países del Este, está necesitada de afrontar el difícil reto de la inculturación, del que depende su futuro. Tenemos que aprender a hablar y decir las cosas de otro modo. No podemos caer en la tentación inmovilista de repetir modelos válidos hace décadas o importar productos exóticos, pero foráneos.

          Todos juntos, la Iglesia entera, laicos, religiosos, sacerdotes y obispos hemos de ir al encuentro de esta cultura, aceptando el reto de disolvernos para encontrarnos de otro modo en ella. Como la sal, ni más ni menos. Y hay que darse cuenta de que los que más pueden aportar en este proceso son nuestros propios laicos rusos.

          Todo esto lo vamos sabiendo por experiencia propia, junto a los canales de San Petersburgo, requiere tiempo, paciencia, apertura, humildad y generosidad. Mejor aún si a cada sustantivo le ponemos delante el adjetivo mucho o muchísimo. No es cosa de cambio de estrategias. Es cuestión de mirar las cosas y entender la Iglesia de otro modo.

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 Act: 01/04/18         @noticias del mundo           E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A