Poetas sin Poesía


Escritores y poetas-bombero, cuando no se rigen más que por su propia bombilla interior

Querétaro, 12 febrero 2024
Jaime Septién, periodista de Observatorio

          Es difícil saber por qué hay tantos poetas modernos cuya indiferencia ante Dios es patente. Antaño, no hace mucho, los poetas debatían con Dios, se quejaban de él, lo alababan, entendían su presencia o sobrevivían duramente a lo que ellos llamaban su silencio. Pero ahí estaba Dios, en la esencia del oficio de poetizar.

          Este simple detalle nos muestra que hoy vivimos, sobre todo tras la década de 1960, una tremenda crisis de valores. Pero no una crisis producto de la afirmación o negación de Dios, sino de su desaparición en el horizonte de la palabra poética. Traeré primero a colación una estrofa del gran poeta peruano César Vallejo, exiliado en París (donde murió antes de la II Guerra Mundial), simpatizante del marxismo, ateo y muy poco leído en nuestros países. Se trata de una estrofa que demuestra a las claras que Dios le duele, señal de que en el fondo sí cree en él:

"Siento a Dios que camina
tan en mí, con la tarde y con el mar.
Con él nos vamos juntos. Anochece.
Con él anochecemos. Orfandad
".

          En segundo lugar, traigo unos versos de un autor muy leído entre los jóvenes mexicanos y en los países de habla hispana. Se trata de Mario Benedetti, poeta uruguayo afincado en Madrid y uno de esos en los que se refleja la mordacidad de la ausencia a la que me refería líneas arriba, como buen representante de la generación occidental de la televisión:

"Es imposible estar seguro,
pero tal vez sea Dios todo el silencio
que queda de los hombres
".

          Bien se ve que Benedetti (a diferencia de Vallejo) no es, justamente, un filósofo poeta, ni un poeta a secas. Su sentido del ritmo y de la imagen, y de la música que toda poesía entraña, es patético. Pero críticas aparte, ¿de dónde saca este autor uruguayo la peregrina idea de que Dios es la parte de silencio incomprendida de los hombres?

          Se necesita muy escasa intimidad para no descubrir a Dios en el origen de la palabra. Porque la palabra es el don máximo de Dios a los hombres, es su fuego abrasador, es la comunicación que salva. Benedetti condena a Dios a ser "el silencio que queda de los hombres". Es decir, lo condena a no ser comunicación, y eso es precisamente lo que Dios siempre ha querido: comunicarse a los hombres.

          Este supuesto autor cristiano condena a Dios, en pocas palabras, a ser algo indiferente en el mundo, ante la razón del hombre. Y con esa falta de técnica poética, de precisión literaria, e insolencia religiosa, condena a sus pobres lectores a sufrir las consecuencias de su propia cultura light, que tiene poco de cultura y mucho de imágenes televisivas, casi siempre inventadas o manipuladas.

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