Polvo y Sangre
Querétaro,
7 julio 2025 Uno de los episodios más oscuros de la humanidad sucedió en la ciudad persa de Kermán (Irán). Según los relatos, la ciudad era gobernada por la dinastía Zand cuando fue sitiada por Aga Khan, un rebelde castrado que impuso su ley mediante la crueldad. El pueblo protegió sus propios hogares ante el asedio, y esa acción fue suficiente para que Khan, al vencer, aplicase una reprimenda ejemplar: sacar los ojos a todos los varones. El relato asegura que los soldados dejaron ciegos a más de 20.000 hombres, y que otros miles más quedaron tuertos por el mero agotamiento de sus opresores. En el s. XX, otro episodio igualmente oscuro tuvo que ver con los campos de concentración que los nacional-socialistas alemanes (nazis) impusieron a millones de personas, como bien relató Filip Muller en sus Tres Años en las Cámaras de Gas, al decir: "Decidí por mi cuenta ingresar voluntariamente a una cámara de gas para encontrar la muerte, pero los guardias me retiraron brutalmente diciendo: Pedazo de mierda y maldito endemoniado, aprende que somos nosotros y no tú quienes decidimos si debes vivir o morir". Cuesta trabajo reconocer que, en pleno s. XXI, aquellas mismas atrocidades puedan estar todavía presentes en nuestra humanidad. Y no sólo porque conmociona el evidente irrespeto a la vida humana, sino porque la crueldad estructural y sistemática de sus actos parecen constituir los nuevos sentidos de una anti-sociedad que padece una enfermedad autofágica. Lo que sucedió en el Rancho Izaguirre de Teuchitlán, Jalisco, bien parece haber sido sacado del abismo de la animalidad, que ha perdido todo lo que realmente ama y valora. Cada cadáver, cada imagen, cada remanente, y cada vestigio de las vidas que fueron vejadas brutalmente, antes de ser descuartizadas, han de interpelarnos muy seriamente, al tiempo que dejarnos sin aire, asfixiar nuestras almas y hacernos reaccionar. Esto no es cuestión de señalamientos y acusaciones, para adornarnos con ínfulas de integridad, sino de lanzar una lamentación general que exija conversiones, porque en juego no sólo está el alma de un pueblo (el mexicano, por supuesto), sino la propia humanidad (si es que algo le queda de dignidad). Esto es cuestión de ir a lo hondo del corazón y las cabezas, y de romper esas cámaras de TV que no dejan de inocular la violencia y el odio en la pacífica convivencia de los ciudadanos, por intereses partidistas e incluso por posible proclividad adquirida al mal. En este mundo trastocado, pedir un "trabajo bien hecho" a las TV, por parte de su lobby de turno, parece ser sinónimo de lo que Aga Khan pidió a sus soldados, o el Partido Nazi a sus funcionarios. Y si no, ahí están los mismos resultados: Kermán, Auschwitz y ahora Teuchitlán. ¿El mismo y único objetivo? Aniquilar a los seres humanos, para asegurarse el poder y primacía a costa de lo que sea. .
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