Presencia de Dios
Barcelona,
13 diciembre 2021 Pilar Rahola ha escrito recientemente que ''Dios es una lata". Que yo sepa, ella no es ninguna lata, y nadie lo es, incluso quienes hacen los espectáculos más horrendos. En la medida que existe en nosotros la capacidad de oír a los demás, y de hablar con los demás, eso nunca puede ser una lata. Esta capacidad tiene un nombre, y se llama "persona humana con deseo de trascendencia". Y por si Rahola no lo sabe, ese trascender significa ''ir más allá'', en un proceso en cuya meta está Dios. Porque Dios, lo quiera ella o no, es el horizonte de sentido de nuestra necesidad humana, de ser escuchados y de relacionarnos los unos con los otros. Y no como la lata de Rahona. Pero el exabrupto de Rahola es paradójico: nos acusa a los creyentes de ser intolerantes y contrarios a la libertad, cuando ella misma nos niega el derecho fundamental a la libertad de conciencia, y a la libre expresión de nuestras ideas. Si tan republicana se considera, podría comenzar por asumir a Voltaire, quien afirmaba que "cada uno debe defender sus ideas, aceptando que el otro puede tener razón". Quien descalifica a bulto, como hace Rahola sobre el Dios de los cristianos, demuestra que no razona correctamente, o que su forma de proceder está empañada por la intolerancia. Y eso entraña un grave peligro para la sociedad, y para la pacífica convivencia de las personas. Los laicistas todavía no ha entendido que la laicidad no es un estadio superior a nada, ni algo irrefutable, sino tan sólo una de las opciones posibles, a la hora de configurar un estado político (como también es opción la confesionalidad religiosa, o la neutral aconfesionalidad). Y para responder a la pregunta sobre quién es Dios (ya que no es la lata de Rahona), Dios es el que nos empuja a salir de nosotros mismos, y el ansia de infinito nunca satisfecha, hasta darnos de bruces con él. Pero Dios sólo es accesible desde la humildad. Y eso, necesariamente, irrita al orgulloso, al que va sobrado careciendo de todo, o al que aún no ha reparado en sus limitaciones y fracasos. Además, es en la relación con Dios donde se forja la conciencia personal, el fundamento ético del estado y el horizonte de sentido de la democracia, como ha demostrado la milenaria civilización cristiana y los propios Masaryk y Havel, a quienes Rahola debería leer un poco más. .
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