Rostro Humano Global
Querétaro,
11 noviembre 2024 La economía no puede dictar los modelos y los ritmos del desarrollo, y si bien su deber es proveer las necesidades materiales, nunca puede hacerlo a costa de los valores del espíritu. Lo verdadero debe prevalecer sobre lo útil, el bien sobre el bienestar, la libertad sobre las modas, la persona sobre la estructura. La cuestión de fondo gira en torno a una pregunta decisiva: ¿cómo vivo yo el ritmo de la vida? ¿Cómo es mi relación con los demás? Los grandes cambios sociales son fruto de pequeñas y valientes opciones cotidianas, así que cuando tú, empezando por ti, actúes y pienses de esta manera, habrás empezado a cambiar a mejor una parte de este mundo. Pero un proceso de uniformización pondría en peligro las libertades personales y las mismas culturas nacionales. Así que la respuesta a esa forma de cambiar el mundo debe llevar anejo por lo menos un principio básico: el respeto a los demás, y al papel tanto de individuos como grupos. Decía Juan Pablo II que "no nos salvará una fórmula, sino una persona y la certeza que ella nos infunde". En efecto, para todo seguidor de Jesucristo es un imperativo el decir sí, tanto a su llamada a seguirle como a renunciar a la propia comodidad: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". Es decir, que la encarnación de Jesucristo fue en serio. He aquí el reto que se nos propone: dejar ya la repetición de las fórmulas reconfortantes para sumirnos en la diferencia de los demás, de lo desconocido, de lo eternamente haciéndose, de ese "nuevo miedo" con el que comienza la historia. Realmente, se trata de una empresa de alta cilindrada que, como en el cuento de Oscar Wilde, el Gigante Egoísta, cuenta con un ingrediente estrella: las heridas del amor. Mirar a los demás es decisivo a la hora de mejorar la vida y la sociedad, y es el acontecimiento que marca el tiempo presente y futuro. San Agustín creía que el acontecimiento central de la salvación era la encarnación, pues únicamente a través de éste era posible obtener otro todavía mejor: la redención, y con él la única forma de vencer la muerte y cosechar una nueva vida. .
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