Aquí está la Iglesia, recobrando todas sus fuerzas

Alejandría,.21.noviembre.2022
Arzob.
.Abraham.Sidrak,.primado.de.Egipto

          Queridos hermanos, hemos escuchado en el evangelio que Jesús "reprendió a los vientos y al mar", y que tras eso "hubo una gran calma". Efectivamente, él es el Señor de la nave de la Iglesia, y es su capitán y guía para que los vientos de las penalidades, las persecuciones y las fuerzas del mal no la ahoguen, sino que continúe su camino y misión en el mar de este mundo.

          La nave de Cristo es, por tanto, la Iglesia. Y Cristo es su principal capitán, porque él es la cabeza de la Iglesia, y el que la guía a través de sus pastores (los obispos y los presbíteros) y todos sus fieles y consagrados asistentes. El mar es el mundo, y los vientos y las grandes olas son las penalidades de todo género, que golpean a la Iglesia a través de agresiones, persecuciones, antagonismos y otras fuerzas del mal. El grito de los discípulos ("Señor, sálvanos") es nuestra oración diaria, y la oración de nuestro pueblo.

          La Iglesia ha experimentado, aquí en Egipto y en todo el Oriente Medio, esas fuerzas del mal. Pero Cristo ha acudido en su ayuda, gracias al grito de la sangre de los mártires, y al llanto y lágrimas de los desplazados, ancianos, jóvenes, niños y mujeres, cuya dignidad está siendo pisoteada y torturada.

          Ellos han sido saqueados y desplazados de sus hogares, han visto sus iglesias destruidas, han sufrido la profanación de sus santuarios, y han tenido que lamentar la destrucción de sus hogares. Pero gracias a sus oraciones y súplicas, Cristo está calmando las tormentas. Y aquí está la Iglesia, con sus pastores y su pueblo, recobrando sus fuerzas y la paz, a pesar de todos los poderes hostiles. Se trata del nuevo amanecer.

          A los pastores nos queda seguir gobernando el barco, orando y predicando la palabra, santificando las almas con los sacramentos y reconstruyendo la unidad familiar. Y también cooperar con las autoridades políticas y civiles para este fin. Te agradecemos, Señor, que hayas escuchado las oraciones de nuestros pueblos y de tu Iglesia, y te pedimos que toques las conciencias, y calmes los vientos de las penurias y la maldad. Por eso elevamos el himno de gloria y alabanza a ti, Santísima Trinidad.

          El papa Francisco I subrayó en su discurso de apertura del Sínodo de los Obispos, del 3 octubre 2018, los temas de la juventud y del discernimiento vocacional. Y lo hizo por la importancia que estos asuntos representan y porque "el Sínodo debe despertar nuestros corazones, para ser muy fructíferos en esparcir esperanza".

          Hoy la máxima urgencia se llama hacer cristalizar una visión cristiana unificada, que planifique una estrategia para preservar nuestra existencia y nuestro papel en el mundo. Tenemos que ser más fuertes que la división, levantando las barreras psicológicas y de la historia. Tenemos que respetar la diferencia de visiones e ideas, porque eso es algo natural. Así lograremos la necesaria y crucial unidad de nuestras Iglesias, que además de responder al deseo de Jesucristo (Jn 17, 27) nos ayudará de cara a un futuro y a unas circunstancias que, posiblemente, nos traerán desafíos apremiantes, como la inmigración y el extremismo.

          Respecto a los movimientos migratorios, hay una experiencia maravillosa en el AT sobre la teología del desplazamiento, cautiverio, retorno y reconstrucción. Estos textos contienen un rico patrimonio útil para desarrollar una espiritualidad inspiradora y fértil, capaz de acompañar a los desplazados del Oriente Medio en su proceso de retorno a sus hogares.

          Dentro de esta atmósfera de renovación para un mañana mejor, hemos de conseguir que los gobiernos de nuestros países pongan entre sus prioridades un plan práctico sobre la reconciliación social. Y una estrategia seria para construir verdaderos estados de derecho, de ciudadanía, de igualdad y de provisión de servicios, y que así todas las sociedades puedan vivir en libertad, dignidad y justicia social.

          Siento una gran alegría cuando veo que los cristianos viven unos con otros, y luego se ponen al servicio de la Iglesia como unos servidores más. Pero más importante que este encuentro entre cristianos es la experiencia espiritual que nos hace llegar a Cristo. Sin Cristo estamos indefensos y débiles, y por eso necesitamos asignar un tiempo para la oración, y a través de ella escuchar la voz de Cristo. Elevemos oraciones por los pueblos del mundo, por el Oriente herido y por los pastores de la Iglesia, para que entre todos nos sirvamos unos a otros, y así contribuyamos al bien común.

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  Act: 21/11/22         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A