El cristianismo tiene futuro, y el mundo actual no

Lyon,.1.mayo.2023
Arzob.
.Philippe.Barbarin,.primado.de.Galias

          Queridos hermanos, ¿qué futuro le espera al hombre? ¿Y al mundo? Lo digo porque es fácil ver cómo, desde la inteligencia y desde las posiciones de apertura al otro, pronto se pueden encontrar los denominadores comunes de lo que será el mundo y lo que será el cristianismo y la Iglesia.

          La misión de la Iglesia es muy sencilla, siempre ha sido la misma y siempre ha resultado útil y estimulante: mostrar el rostro de Cristo, y seguir sembrando el gozo del evangelio. Ésa es la mejor manera que tenemos de servir al hombre, al hombre entero.

          Pero el cristianismo tranquilo no existe, y en ninguna época de la historia ha existido una situación de cristiandad que haya sido tranquila. Sobre todo por una razón muy obvia: porque aquel que se toma en serio su cristianismo abre un estilo de vida limpio y sin tacha, deja a sus vecinos en entredicho y acaba estorbando a todo el mundo.

          Llenar las iglesias de Lyon no sirve de nada, queridos hermanos. Sino que lo que importa es llenar los corazones del amor de Dios, que es la fuente que puede cambiar las vidas. Mientras no demos a Dios su sitio en el interior de nuestra casa, o en el ritmo de nuestra vida personal y familiar, nada cambiará. Desde este punto de vista, aprendamos de los judíos, que sí han sabido conservar una liturgia doméstica. Cuando uno entra en una casa judía un viernes por la noche, por ejemplo, nota que allí se está celebrando el día del Señor, mientras que cuando entra en una casa cristiana el sábado por la noche, no nota nada especial.

          Tras el ámbito familiar, los cristianos también hemos de luchar para que la dimensión espiritual esté presente en el mundo de la educación. Los padres se ocupan atentamente de la salud y de los estudios de sus hijos. Pero ¿y su dimensión espiritual? Aquí constatamos un gran silencio, y en mi opinión este olvido constituye una grave mutilación de nuestra identidad. Nuestra capacidad de amar, y de dejarnos amar por Dios, para mejor servir a los demás, es esencial para la sociedad.

          La comunicación del hombre con Dios es la única que puede dotar al ser humano de equilibrio y de belleza interior, y sin ella cualquier proyecto pedagógico, o planificación social, acabará yendo al garete. Es lo que estamos viendo en el mundo actual, que se reduce a una sociedad fascinada por el dinero y por los efímeros logros, y que por ello está carente de una visión de futuro. Sin Dios se puede conseguir dinero y posición, pero no ser feliz ni forjar un futuro.

          La educación exitosa ha sido la planteada históricamente por el mundo griego (basada en los conocimientos, sin los que un joven puede estar hoy perdido), por el mundo romano (basada en la ley, sin la que un joven no podría entrar en la dimensión colectiva de la civilización) y por el mundo cristiano (basada en las virtudes, sin las que un joven no tendría sólidamente establecida su formación). Pues bien, no podemos desconectar el problema actual de la transmisión de esta triple realidad, si no queremos acabar absorbidos por la actual sociedad consumista.

          En estado puro, la actual sociedad de consumo posee la misma estructura que la adicción, y si observamos de cerca sus mecanismos vemos que a lo que se dedica, para enganchar en el consumismo a la gente, es a una sola cosa: eliminar los valores culturales, morales y espirituales, que son los que antes mencionaba como tradicionalmente humanísticos.

          Si la era del consumismo quiere seguir adelante, necesariamente ha de destruir estos valores tradicionales, porque son éstos los únicos capaces de frenar el consumo. Se trata de la lógica de la aniquilación, que hoy en día está siendo llevada a cabo por el mundo actual. 

          Según esa lógica, el mundo actual necesita aniquilar. Pero también necesita seducir, porque no hay nada que se resista a la lógica del deseo. Pues bien, aquí es donde está nuestra batalla cristiana, y lo que nos pone las cosas tan increíblemente difíciles hoy en día, a la hora de transmitir la fe. Sobre todo porque los únicos antídotos que tenemos son el amor, la ley y la cultura. No el espíritu crítico, sino estos 3 valores tradicionales.

          Lo que hace falta, pues, es formar microcosmos de cultura, moral y amor, en los que la gente pueda sentirse a gusto y en los que puedan alejarse del síndrome de la abstinencia y la adicción. Desde esos microcosmos nuestros nuevos neófitos podrán contemplar el auténtico universo de Dios, que está regido por el orden maravilloso del amor, del conocimiento y de la virtud.

          He aquí donde se juega la gran cuestión de la transmisión actual de la fe, y no en el espíritu crítico. Con todas las personas del ámbito espiritual hemos de crear un ámbito en que por ambas partes digamos fuerte y claro que la vida no consiste sólo en tener buena salud y éxito profesional, sino que el hombre es también un misterio de amor, de acogida y de donación.

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  Act: 01/05/23         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A