El diablo intentará engañar, a través de falsos eruditos

Asunción,.16.mayo.2022
Arzob.
.Adalberto.Martínez,.primado.de.Paraguay

          Hermanas y hermanos, las tres tentaciones que el demonio siempre propone son la codicia de poseer (tener, tener, tener), la gloria humana y la instrumentalización de Dios, tres caminos que nos llevarán a la ruina.

          El diablo, para apartar a Jesús del camino de la cruz, le hace presente las falsas esperanzas mesiánicas: el bienestar económico, mediante la posibilidad de convertir las piedras en pan; la vanidad, con la idea de hacer que sus ángeles le sirvan; y el atajo del poder y del dominio, a cambio de un acto de adoración a Satanás. Son los tres grupos de tentaciones que todos nosotros conocemos bien.

          Jesús rechaza decididamente todas esas tentaciones, y confirma su firme voluntad de seguir la senda establecida por el Padre, sin compromiso alguno con el pecado ni con la lógica del mundo.

          Para hacer creíble su tentación, el diablo utiliza la estrategia de tender trampas a los fieles, seduciéndolos y tratando de convencerlos a través de esos que toman algunos argumentos de la Escritura, y que, inflados, parecen saberlo todo. El diablo consigue así que nos fiemos de nosotros mismos, y que en lugar de atribuir la piedad a Dios, nos demos a nosotros mismos ese honor.

          En la visión de la montaña elevada, el diablo le mostró a Jesús todos los reinos del universo en el espacio de un instante. En este versículo podemos ver la rapidez de la visión y la fragilidad de este poder caduco. Todo pasa en un instante, y con frecuencia los honores del mundo se van antes de que lleguen. Esto nos enseña a despreciar la lógica mundana, muchas veces sujeta al poder del diablo.

          Estas tentaciones se pueden ver hoy en lo que el papa Francisco I denomina "mundanidad espiritual", que es un gran mal para la Iglesia y para la fidelidad a su misión evangelizadora. En efecto, la mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad, e incluso de amor a la Iglesia, es "buscar la gloria humana y el bienestar personal, en lugar de la gloria del Señor" (Evangelii Gaudium, 93).

          A través de esa mundanidad, el hombre termina poniendo su confianza en sí mismo, en las cosas y en las organizaciones, olvidándose de lo esencial, que es confiar en Dios. No busca tanto la gloria de Dios, sino la propia gloria, e incluso la ostentación de alguna forma de poder. En el fondo, como bien señala el papa, se trata de un modo sutil de buscar los propios intereses, y no los de Cristo Jesús (Flp 2, 21). Una mundanidad que, como nos dice el papa, "toma muchas formas, de acuerdo con el tipo de personas y los estamentos en los que se enquista".

          El evangelio describe la prueba que Jesús afrontó voluntariamente, antes de iniciar su misión mesiánica. Es una prueba de la que el Señor sale victorioso, y que lo prepara para inaugurar el reino de Dios. Jesús se enfrentó a Satanás "cuerpo a cuerpo" durante 40 días, desenmascaró sus tentaciones y lo venció. Y a nosotros nos toca proteger esa victoria en nuestra vida diaria.

          La Iglesia nos da la perspectiva y el sentido de ese combate contra el espíritu del mal: el desierto y la soledad. Pero siempre manteniendo la mirada dirigida a Cristo resucitado, que es la victoria definitiva de Jesús contra el Maligno, contra el pecado y contra la muerte. El desierto espiritual nos puede ayudar a decir no a la mundanidad y a sus ídolos, y a tomar decisiones y elecciones valientes conformes al evangelio. He aquí entonces el significado de la enseñanza de hoy: volver a situarnos decididamente en la senda de Jesús, mirar a Jesús, observar lo que hizo Jesús e ir con él.

          El papa Francisco I nos exhorta a que no nos cansemos de orar. Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos es una ilusión peligrosa. Con la pandemia hemos palpado nuestra fragilidad personal y social. Y hemos experimentado que la fe no nos exime de las tribulaciones de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios. No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar.

          No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo, hacia quienes tenemos cerca, hacia aquellos hermanos y hermanas que están heridos en el camino de la vida. Saquemos tiempo para amar a los demás, sobre todo a los más pequeños e indefensos, a los abandonados o despreciados, a quienes son discriminados o son despreciados.

          Y eso porque el sueño de Dios, de "reunir a sus hijos dispersos" y formar una única familia humana, se vuelve continuamente amenazado por el padre de la mentira, que busca separarnos, generar familias divididas y clases sociales enfrentadas. ¡ Cuántas veces experimentamos en nuestra propia carne, o en la de nuestros vecinos, el dolor de no sentir reconocida esa dignidad que todos llevamos dentro! ¡ Cuántas veces hemos tenido que llorar y arrepentirnos por darnos cuenta de que no hemos reconocido esa dignidad en otros! ¡Cuántas veces somos ciegos e inmunes ante la falta del reconocimiento de la dignidad propia y ajena!

          Que nuestra elección de vida sea por Jesús, y no por el demonio; por la vida y no por la muerte. Pero seguir las huellas de Jesús no es algo fácil, y significa estar expuestos a ser seducidos por el dinero, por la fama o por el poder. Tiempo vendrá en que él nos esté esperando, para sanar misericordiosamente nuestros corazones. Su misericordia es nuestra riqueza, su misericordia es nuestra fama, su misericordia es nuestro poder y en su misericordia podemos decir con el salmo: "Tú eres mi Dios y en ti confío".

          Que María Santísima, nuestra Señora de la Asunción, nos acompañe, nos ampare y nos sostenga en este combate espiritual.

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  Act: 16/05/22         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A