El testimonio es nuestra herramienta más eficaz

Oslo,.26.junio.2023
Arzob.
.Bernt.Eidsvig,.primado.de.Noruega

          Queridos hermanos, durante muchos años hemos celebrado el Domund para orar por la misión y hacer colectas para la misión mundial. Y bajo el lema Bautizados y Enviados el papa Francisco I ha declarado el mes de octubre como mes extraordinario de la misión.

          La misión es el corazón de la fe, y ya en el día de la Ascensión Jesús le dio a la Iglesia la tarea de transmitir la gracia de Dios, como algo que está en el corazón de la Iglesia: "Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he enseñado" (Mt 28, 19-20). Así nos fue dada la misión misionera desde el principio, incluso antes de Pentecostés.

          En su carta del 22 octubre 2017, el papa Francisco dijo que "el seguimiento de este mandamiento (el mandato de la misión) no es opcional para la Iglesia, sino su misión ineludible" (como decía el Concilio Vaticano II), y recuerda que "la Iglesia es en su esencia misionera". Además, cita a su predecesor Pablo VI cuando éste dijo que "la evangelización es la obra de la gracia y la verdadera vocación de la Iglesia, y su identidad más profunda".

          Jesús envía a la Iglesia, y por tanto a cada uno de nosotros, a predicar el evangelio por todo el mundo. Y así como él dejó su mundo celestial para permitirnos compartir su vida, así también nosotros debemos dejar nuestro mundo, y nuestra comodidad, para compartir con los demás la gracia y la vida que Jesús nos ha dado. Jesús renunció a lo suyo, tomó forma de siervo y se hizo como los hombres. Y cuando apareció como hombre "se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2, 6-8).

          En nuestros países nórdicos, a veces tenemos dificultades con los términos misión y misionero. O creemos que la actividad misionera de la Iglesia, al menos en su sentido tradicional, está en gran medida cumplida, ya que difícilmente hay un país que no esté, dentro de los límites razonables, afectado de una forma u otra por el evangelio, y por la presencia de la Iglesia.

          O también tendemos a pensar que la misión es casi intrusiva, ya que los cristianos no estamos llamados a ser mejores que los demás, sino unos más. También pensamos en nuestra condición de Iglesia minoritaria. E incluso para muchos ser Iglesia significa preservar lo que tenemos, a pesar de los desafíos que se vayan presentando. Para otros, lo que habría que hacer es asegurar que los inmigrantes conserven su fe católica, e integrarlos en las congregaciones ya existentes.

          Aunque estas percepciones sean en parte reales, no pertenecen a la esencia misionera de la Iglesia. Es verdad que hay que hacer evaluaciones realistas de la situación, con firme convicción y humildad. Pero una evaluación realista está lejos de ser la esencia de la difusión del evangelio, ni a nivel mundial ni en nuestra vecindad inmediata.

          La esencia de la vocación y misión cristiana consiste en la firme convicción de confesar a Cristo como verdadero Dios, Señor y Redentor. Y de ver a la Iglesia como mediadora y guardiana de un mensaje que trata de explicar los signos de los tiempos, pero sin desfallecer ni debilitar la fe transmitida. Y esto requiere humildad, para darnos cuenta que debemos sumergirnos constantemente en la vida íntima con Dios, y darnos cuenta que somos pecadores y necesitamos un arrepentimiento diario. Como ya describió el santo papa Pablo VI, en su mensaje Evangelii Nuntiandi:

"La comunidad cristiana nunca es suficiente por sí sola, y su vida interior (escuchar la Palabra y la enseñanza de los apóstoles, vivir en la caridad recíproca, partir el pan juntos) cumple su verdadero fin sólo cuando se convierte en testimonio, cuando suscita admiración y conduce a la conversión, y cuando trae la buena nueva a los demás" (EN, 15).

          Por tanto, la misión de la Iglesia en el mundo tiene que comenzar por nosotros mismos, reviviendo en nuestro interior el evangelio, oyendo una y otra vez lo que nos dijo el Señor, y reavivando las razones por las que nos atrevemos a esperar: el mandamiento nuevo del amor.

          No sólo los sacerdotes y misioneros, sino todo aquel que está bautizado y confirmado, tiene una responsabilidad en la Iglesia, sobre todo llevando una vida cristiana creíble. Como dijo años atrás San Pablo VI en su Evangelii Nuntiandi:

"Para la Iglesia, la herramienta más importante al servicio del evangelio es el testimonio de una verdadera vida cristiana, de una vida entregada a Dios y de una comunidad unida que nada puede destruir, entregada con celo al servicio de la caridad. Como decíamos recientemente a un grupo de laicos, la gente de nuestro tiempo escucha con más gusto los testimonios que los maestros, y si escuchan a los maestros es porque también ellos son testigos" (EN, 41).

          Pedro señaló claramente este principio cuando demostró que, incluso sin una sola palabra, una vida piadosa y pura puede convencer a quien rechaza la Palabra. Por tanto, es principalmente a través de sus acciones, y de su forma de vida, como la Iglesia lleva el evangelio al mundo, a través de un testimonio vivo de fidelidad a Jesucristo. Un testimonio que implica pobreza y renuncia, una absoluta libertad interior frente a los poderes de este mundo, y una voluntad imbuida completamente por la piedad y la santidad.

          El evangelio es vivir el amor a Dios y al prójimo. Y en ese estilo de vida Jesús es el sacramento primordial, la experiencia original de la gracia y el instrumento básico de la misericordia de Dios. Él descendió al hombre, liberó a la gente y a todo le dio un nuevo valor.

          La misión tiene muchas caras, pero entre ellas mencionaría especialmente tres: la que ofreció Pablo, la que recordó un ex-prefecto del Vaticano, y la que continúa ofreciendo el Camino Neocatecumental.

          San Pablo exhortó a los fieles de Corinto a sostener la Iglesia de Jerusalén (1Cor 16), apoyando a sus hermanos y hermanas en necesidad. Y les animó a ver en esto un regalo de Dios. Un regalo porque esa necesidad fue la que permitió a griegos y judíos compartir entre sí la alegría del evangelio, y porque los unos se convirtieron para los otros en signo del amor puesto en práctica, a través de la compartición de bienes materiales.

          El ex-prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, el card. Ivan Dias, dijo una vez que "una persona evangelizadora mira más allá de sí mismo, de su parroquia y de su diócesis, y ve a toda la Iglesia", para acabar diciendo que dicho evangelizador "ve el rostro de su prójimo, ve su necesidad, y lo lleva dentro".

          En muchos lugares del mundo se necesitan manos para la misión. En este sentido, familias enteras del Camino Neocatecumental se han desprendido de lo suyo para trabajar por la misión, y muchos de sus jóvenes se toman un año sabático, entre la escuela secundaria y los estudios superiores, para echar una mano en la misión. Eso es hacer un esfuerzo por la misión.

          Hagamos nosotros lo mismo, con iniciativas y actividades que, en todo tipo de congregación y reunión, apoyen a la misión, estableciendo grupos misioneros locales por todo el norte de Europa, creando vigilias frente al sacramento del altar, organizando actividades para jóvenes...

          Los esfuerzos misioneros son siempre consecuencia de la propia vida de fe. Y por eso es necesario el esfuerzo misionero, porque no sólo haría sobrevivir a la Iglesia en nuestros países nórdicos, sino que avivaría nuestra vida de fe. Movidos por el Espíritu Santo, mostremos a Dios nuestra disponibilidad y confianza, y animémonos unos a otros a ser buenos testigos de la fe.

          Pidamos esta gracia a Dios en nuestras oraciones, para que nuestra vida y deseos puedan llegar más lejos. Pidamos a Dios que conceda a los cristianos envolverse entre sí, para después seguir envolviendo ellos a más personas. La Iglesia necesita la oración de sus hijos, y que cada uno de ellos se las ingenie para saber predicar el evangelio. Y nada más.

          No olvidemos la intercesión de la Virgen María, y su modelo a seguir. Al pie de la cruz ella se convirtió en madre de la Iglesia, y la que desde el comienzo de su vida había sido madre de Dios, en sus últimos días se presentó como modelo a imitar para la Iglesia y para el creyente individual.

          Después de dar su fiat a Dios, y ya embarazada del hijo de Dios, María se apresuró a su pariente Isabel. Por su acción humilde, ella misma pasó a Dios, y así preparó la alegría de los demás (Lc 1, 39-45). Que nuestra disponibilidad hacia Dios nos mueva también a nosotros, para que podamos transmitir a los demás la alegría del evangelio.

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  Act: 26/06/23         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A