Estamos de paso, para luchar por Dios

Kinshasa,.9.enero.2023
Arzob.
.Fridolin.Ambongo,.primado.del.Congo

          Queridos hermanos y hermanas en Cristo, la archidiócesis de Kinshasa tiene la costumbre de reunirse en este lugar para eventos de gran alegría, como fue la visita del papa Juan Pablo II en 1980. Hoy, 41 años después, vuelve a estar reunida aquí, en esta misma explanada del Palacio del Pueblo, una inmensa multitud de fieles. Eso sí, no ya con alegría y gozo, sino en la tristeza y el dolor, para llorar a su pastor el card. Monsengwo. Seáis cordialmente bienvenidos a esta solemne celebración eucarística, en nombre de la archidiócesis de Kinshasa.

          Hermanos y hermanas, el testimonio de una buena vida, marcada por las buenas obras (servicio a los demás, sentido de compartir, etc), nos tranquiliza sobre el misterio de la muerte. La 1ª lectura que hemos escuchado nos dice que las buenas obras que hacemos nos hacen eternos, y que muchos humanos seguirán por ellas nuestro ejemplo:

"Hablemos de hombres buenos cuya acción benéfica no ha sido olvidada. Sus descendientes han heredado esta hermosa herencia. Su raza se mantiene fiel a la Alianza, sus hijos siguen su ejemplo. Su raza será eterna, su gloria no se borrará" (Eclo 44, 10-13).

          Es, pues, en las buenas obras realizadas, y en los buenos recuerdos dejados en el corazón de los humanos, donde reside el valor de los grandes personajes, porque su hermoso testimonio intercede en su favor y les acerca un poco más a ser también ellos acogidos por Dios, en la casa celestial. En otras palabras, hacer el bien a los demás lleva a la vida eterna:

"Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino que está preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque todo lo que habéis hecho en uno de estos pequeños que son mis hermanos, me lo habéis hecho" (Mt 25, 34, 40).

          Nuestro querido hermano Laurent puede descansar en paz por sus numerosas obras realizadas con abnegación y compasión, sin buscar posesión ni poder, sino sólo por amor a Dios y a los hombres. Sobre todo porque una vida tan rica de amor y de entrega total a Cristo, y a sus hermanos, no podía terminar sino en el Señor. Como dice San Pablo, "ninguno de nosotros vive para sí mismo, como nadie muere para sí mismo; si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor. Por tanto, en nuestra vida y en nuestra muerte somos del Señor" (Rm 14, 7-8). Siguiendo a Cristo, por tanto, podemos dejar un ejemplo de vida a los demás.

          El evangelio que hemos escuchado destaca el sentido de responsabilidad, capaz de conducir a la vida eterna: "Siervo bueno y fiel, en una pequeña cosa has sido fiel, mucho más te confiaré; venid y participad del gozo de vuestro señor" (Mt 25,21).

          Este relato de los talentos nos recuerda que en cada uno de nosotros Dios ha depositado unos talentos, y que nos ha pedido ser responsables, "a cada uno según su capacidad" (Mt 25, 15). Dios espera que el ejercicio de nuestras distintas responsabilidades pueda contribuir al desarrollo de un mayor número de personas.

          Hermanos y hermanas, nuestro querido pastor se ha ido, pero nos ha dejado un legado. Y nuestra tarea es continuar su lucha en este mundo, y seguir cumpliendo la obra de Dios como humildes servidores.

          La obra de Dios en nuestro país es conseguir que el Congo se mantenga en pie, unido y próspero. Es luchar para que los hijos e hijas de este país, sin distinción de lengua, tribu, religión, o clase social, puedan unir sus manos para hacer retroceder la injusticia, el egoísmo y la explotación de los pobres. Y es comprometerse en la construcción de la paz, para tener un Congo más hermoso y conforme a lo que antes cantábamos en el himno nacional. Hemos de convertirnos en artífices de la paz, de la justicia y de la instauración del estado de derecho, para que en el Congo sea posible una convivencia pacífica y reconciliada.

          La obra de Dios quiere el renacimiento del Congo y de todo el continente africano. Quiere ver a nuestros gobernantes como humildes servidores de la nación, luchando por el bien y la felicidad de los pueblos. Y que la inmensa riqueza con la que Dios ha dotado a nuestro país sirva realmente al bien de todas las personas, y no sólo a un pequeño grupo privilegiado. No podemos permitir que la población se revuelque en la miseria, mientras los gobernantes viven en la opulencia y la impunidad. 

          Con fe inquebrantable en Jesucristo, el maestro de los tiempos y de la historia, y con firme esperanza en el futuro, escuchamos hoy todavía aquella voz del card. Monsengwo, que desde la tribuna de la soberana Conferencia Nacional nos dice: Zaire puede salir de esto, Zaire debe salir de esto. El desánimo no es propio del cristiano, y Dios nos pide a cada uno de nosotros que hagamos el mejor de los esfuerzos. Si cada uno de nosotros lo hace, Dios hará el resto.

          Mi sueño, afirmaba con firmeza el card. Monsengwo, es que el Congo se convierta en un estado de derecho, donde se reconozca y respete la dignidad humana. Y que así se convierta en una nación admirada y respetada en todo el mundo.

          Querido hermano Laurent, card. Monsengwo, os encomendamos al Señor de la vida, que os ha llamado a él. Que él os posea plenamente en su Reino, os ilumine con su luz y os dé la vida eterna. Y que la intercesión de la Virgen María enjugue nuestras lágrimas, acoja nuestras oraciones y nos abra a la gran esperanza que nos convence: que "ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las dominaciones, ni el presente ni el futuro, ni los poderes, ni ni las fuerzas de lo alto, ni las de las profundidades, ni criatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Jesucristo nuestro Señor" (Rm 8, 38-39).

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  Act: 09/01/23         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A