Jesucristo es el Hijo de Dios, y está con nosotros

Atenas,.2.octubre.2023
Arzob.
.Theodoros.Kontidis,.primado.de.Grecia

          Queridos hermanos, nos hemos embarcado en este viejo barco para navegar por el mar de Galilea. Como veis, la vista es realmente impresionante, con bandas de gaviotas dispersas en vuelo a nuestro alrededor, y una masa de agua transparente y serena a nuestro alrededor.

          Sin embargo, veamos el significado de Jesús caminando sobre el agua, según lo relata Juan (Jn 6, 16-21). El incidente que involucra a Jesús caminando sobre el agua es la 5ª de las 7 señales registradas en detalle por el evangelista Juan (Jn 2-12). En este caso, está ambientada en la noche posterior a haber alimentado a 5.000 personas (Jn 6, 1-15).

          Al igual que el 4º signo, el momento es significativo. En aquel caso, el encuentro de Jesús con los judíos en Jerusalén, registrado en Jn 5, había planteado las siguientes preguntas: ¿Es Jesús igual de profeta que Moisés (Jn 5, 45-47)? ¿O es igual a Dios (Jn 5, 18)? Los discípulos conocían las Escrituras, y llegado este momento Jesús quiere que sepan realmente quién es él. Para ello, nada mejor que mostrarles que él tiene el poder sobre el agua, ya que en el AT se consideraba que caminar sobre el agua era una actividad exclusiva de Dios.

          Al caminar sobre el agua, Jesús mostró que él era algo más que Moisés, y que su rango era divino. Después de todo, Moisés tuvo que esperar hasta que Dios hiciera aparecer la tierra firme, antes de poder guiar a Israel a través del Mar Rojo, mientras que Jesús no tenía tal necesidad.

          Pero la divinidad de Jesús no sólo se puede ver en el hecho de caminar sobre esta agua sobre la que estamos, sino también a través de su declaración "Yo Soy", y a través del detalle de la llegada inmediata del barco a su destino. Con ello, Jesús demostró estar por encima de los elementos naturales, algo que sólo Dios puede hacer. Lo mostró con toda claridad, para que sus discípulos no dudaran de su divinidad y respondieran con una confesión de fe.

          Sin salirnos de este mismo mar de Galilea, en otro momento nos dice el evangelista Mateo que, en plena tempestad nocturna, "Jesús increpó al mar y el viento amainó", y que entonces "los que estaban en la barca le adoraron, diciendo: Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios" (Mt 14, 32-33).

          Esta fue la primera vez que los discípulos llamaron a Jesús "Hijo de Dios", una declaración de fe a la que llegaron tras la reflexión que hicieron y que recoge Mateo: "¿Qué clase de hombre es éste? Hasta los vientos y las olas le obedecen" (Mt 8, 27). Es decir, que fueron ellos mismos los que se contestaron sus preguntas: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios".

          Aunque todavía les quedaba por delante un largo camino por recorrer, en su comprensión espiritual, los discípulos estaban creciendo en su fe en el Señor. Además, se dice que en esta ocasión los discípulos "adoraron a Jesús", lo mismo que habían hecho los magos llegados del Oriente (Mt 2, 11). Más tarde, se dirá que un leproso adoró a Jesús (Mt 8, 2), y que lo mismo hizo un gobernante de la sinagoga (Mt 9, 18).

          También es importante señalar que aquella adoración fue unida a una confesión (Mt 14, 33). Y es que la adoración es precisamente eso: reconocer quién es Dios y alabarlo por quién es y por lo que ha hecho. En este preciso lugar, los discípulos dieron el primer paso y adoraron a Jesús como el Hijo de Dios.

          ¡Y aquí estamos nosotros, más de 2.000 años después y navegando por la misma zona donde Cristo caminó sobre el mar, y los discípulos solían pescar! Como veis, la presencia de Jesús es fuerte aquí, y casi se le ve en medio de esta agua refrescante y llena de vida.

          Jesucristo se hizo hombre y compartió nuestra naturaleza humana. Y si los milagros de andar sobre el agua, o increpar a los vientos, fueron dos grandes señales, no es menos milagro decir que Cristo está cerca de nosotros, como esposo. Y que si él está muy por encima de la naturaleza, también lo está dentro de nuestras almas.

          Nuestro Señor está tan interesado en salvarnos que está herido por nuestros pecados, y se regocija anhelando nuestra respuesta. Él nos pide que nos hagamos suyos, y que transformemos nuestra mente, corazón y acciones a su propia imagen. Así podremos estar en perfecta relación con él, y eso será el comienzo de nuestra sabiduría. Temed al Señor, amad al Señor y habladle con intimidad. Porque no conoceréis a Dios a menos que os acerquéis a él de una manera íntima.

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  Act: 02/10/23         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A