Juan era un hombre de Dios, convencido de su mensaje

Salzburgo,.14.agosto.2023
Arzob.
.Franz.Lackner,.primado.de.Austria

          Hermanas y hermanos en el Señor, queridos oyentes de radio y televisión, hemos leído hoy el relato de un Juan que, tras ver que Jesús se pone en la fila de los bautizados, pregunta tembloroso: "¿Vienes tú a mí? ¿No tendría que ser yo bautizado por ti?". En efecto, se trata de Juan el Bautista, uno de esos profetas que según el punto de inflexión de los tiempos tildaríamos de "bastante tosco".

          Sin embargo, la conducta de Juan el Bautista resulta ser demasiado resuelta, sus sermones son realmente poderosos (especialmente sobre el juicio), y verdaderamente parece ser un hombre de Dios, convencido de su mensaje. Tanto más cierto cuando de lo que habla es de alguien que va a venir después de él, con la pala en la mano para separar el trigo de la paja, a menos que haya frutos de arrepentimiento.

          Pero ¿quién es este Juan el Bautista? O si se me permite la licencia, y cambiar la perspectiva de la pregunta: ¿Quién es este Jesús, que provoca en el Bautista tales suspiros?

          Una cosa está clara: Jesús había estado siempre presente en la vida de Juan, y Juan conocía a Jesús incluso desde el vientre materno. Sin embargo, el Bautista tiembla cuando Jesucristo viene hacia él. ¿Por qué?

          Sigamos leyendo el pasaje, porque tras el temblor de Juan viene su confesión: "Él debe crecer, y yo hacerme más pequeño". Tras lo cual, relaciona Juan la misión de Jesucristo con ese novio que viene a buscar a su novia, para llevársela consigo.

          Estas palabras, de las que he escogido el lema de mi ministerio episcopal, son también luz para la Iglesia actual, en el camino de su misión. En el texto de Lumen Gentium, el Concilio Vaticano II relaciona de forma directa al Bautista con el lugar y la tarea de la Iglesia. La Iglesia no está en el centro, sino que es un signo y una herramienta que apunta hacia el centro. La Iglesia representa la unidad más íntima con Dios, así como la unidad de toda la humanidad entre sí.

          De acuerdo con esta determinación, y siguiendo el ejemplo de Juan el Bautista, la Iglesia debe ser buscadora. Pero no una buscadora que no sabe qué o a quién buscar, como si tuviera que empezar de cero. Más bien, la Iglesia ha de ser una buscadora a la forma de San Agustín: "Porque te he encontrado, oh Dios, te estoy buscando".

          Buscar a Dios significa estar siempre ahí para las personas, como decía San Ignacio de Loyola: "Sumérgete en Dios, para aparecer entre la gente". ¿Y cuándo terminamos de buscar? Por supuesto, no cuando encontramos lo que buscamos, sino cuando nosotros somos encontrados por Dios.

          Es urgente para la Iglesia hacer posible un espacio y un tiempo donde se pueda celebrar y experimentar "el gozo de tener a Dios entre la gente", de manera que pueda surgir una y otra vez la pregunta asombrada de Juan el Bautista: "¿Vienes tú a mí? ¿No debería...?".

          Cuando llegué a esta archidiócesis, a mí, indigno servidor, se me dio el venerable bastón de San Ruperto y San Virgilio, cetro con el que los obispos han regido esta diócesis de Salzburgo desde el año 700. ¡Ahora está en mis manos! Lo abrazo, lo tomo firmemente en mi mano y con él os animo a seguir adelante en la búsqueda de Dios y de las personas, desde la alegría que supone saber que "tu vara y tu cayado me sosiegan" (Sal 23, 4-5). Yo guiaré el cayado, el cayado os guiará a vosotros, y vosotros me guiaréis a mí.

          La archidiócesis de Salzburgo tiene un gran peso encima, por lo larga y significativa que ha sido su historia a través de la la fe y de las las buenas y malas obras. Pero yo os digo una cosa: ¡Este origen tiene futuro!

          Cuando era pequeño, recuerdo que la generación anterior a mí tenía que sufrir y soportar mucho, tanto en la guerra como en muchos golpes personales del destino. Y en todos ellos la fe era a menudo la única fuerza vital, como la lectura de hoy nos promete en términos de consuelo y esperanza: "Él no quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha humeante".

          Con este deseo en mente, de reavivar la mecha humeante y enderezar la cañada cascada, emplazo a todos los responsables de la Iglesia, y a los que se han comprometido a tiempo completo o parcial en este reino de Dios que está en Salzburgo, a una misma cosa: creed que es el Señor quien nos ha unido, y quien nos ha destinado a buscar a todos aquellos que, muchas veces, buscan a Dios sin saberlo.

          Sé que ésta no es una tarea fácil, pero ¡es un buen trabajo! Sólo entonces experimentaremos la alegría que Juan el Bautista experimentó, cuando vio acercarse hacia él a Jesús, y vio sus sueños hechos realidad. Es así como se produce el encuentro con Dios, que hace que la gente pregunte con asombro: "¿Tú vienes a mí?".

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  Act: 14/08/23         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A