Los cambios urgen, desde la centralidad de Jesucristo

Santiago,.13.junio.2022
Arzob.
.Celestino.Aós,.primado.de.Chile

          Jesucristo es el Señor, todo fue hecho por medio de él, y nada de lo que existe se hizo sin él. Y a los que creen en su nombre les dio poder de ser hijos adoptivos. En ningún otro hay salvación, y en todo el mundo no se le ha dado a la humanidad otro nombre por el cual podamos salvarnos.

          Para nosotros son también esos consejos de los apóstoles Juan y Pablo. Despojémonos, pues, de todo estorbo, y del pecado que nos asedia. Y salgamos al encuentro del combate que se nos presenta, llenos de fortaleza y con la mirada siempre fija en Jesús, que es el que inicia y perfecciona nuestra fe. Porque él, renunciando a la alegría que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la deshonra, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.

          Jesús es el centro de la creación, y la actitud que se pide al creyente, si quiere ser tal, es la de reconocer y acoger en su vida esta centralidad de Jesucristo, en los pensamientos, las palabras y las obras. Y así, nuestros pensamientos serán pensamientos cristianos, pensamientos de Cristo.

          Nuestras obras serán obras cristianas si son obras de Cristo. Y nuestras palabras serán palabras cristianas si son palabras de Cristo. En cambio, la pérdida de este centro, o su sustitución por cualquier otra cosa, sólo provocará daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre mismo.

          Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Se trata de la afirmación rotunda del autor de la Carta a los Hebreos. Jesús es el mismo, pero no todos enseñan lo mismo, pues algunos "extravían con doctrinas diversas y extrañas" (Hb 13, 9).

          Cristo, descendiente del rey David, es el hermano alrededor del cual se constituye el pueblo, y él cuida de su pueblo, y de todos nosotros, a precio de su vida. En él somos un solo pueblo, y unidos a él, como centro, participamos de un solo camino y un solo destino.

          La sociedad cambia y las circunstancias son de mudanza rápida e intensa. Incluso cada uno de nosotros va cambiando en este desarrollo y proceso vital. Las personas vamos cambiando, porque nuestro proceso es de maduración. Los cambios son necesarios y buenos, y para llevarlos a cabo hemos de observar el resultado de la vida.

          Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. Pero la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida (a veces muy duras), sino que se adapta y se trasforma. La propuesta cristiana nunca envejece, y Jesucristo es capaz de romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo, y sorprendernos con su constante creatividad. Por eso me gusta la afirmación del papa Francisco I: "Me gusta una Iglesia italiana inquieta, cada vez más cercana a los abandonados, los olvidados y los imperfectos. Deseo una Iglesia alegre con rostro de madre, que comprenda, acompañe y acaricie" (Florencia, 10-XI-2015).

          Hemos de poner a Jesucristo en el centro, levantar los ojos al cielo desde nuestra historia y trasformar nuestra vida y nuestro entorno. La centralidad de Jesucristo ha de traer vitalidad y cambios a nuestra comunidad eclesial. Cambios que nos exijan conversión, y no desde la motivación de nuestras prácticas. Cambios que vuelvan a situar a Jesucristo como prioridad.

          Todas nuestras estructuras y tácticas eclesiales han de ser verificadas, pero de acuerdo con nuestro centro que es Jesucristo. Tenemos que revisarlas, pero con vistas a la misión primordial de la Iglesia, y para evitar así confundir la acción pastoral con una mera beneficencia.

          Se trata, por ejemplo, de crear comunidades más acogedoras, ambientes más sanos, mayor participación y corresponsabilidad, un diálogo intergeneracional, el reconocimiento del rol de la mujer, mayor atención a los ancianos, la integración de los movimientos migratorios...

          Pero siempre poniendo a Jesucristo en el centro de todo, y teniendo siempre presente su enseñanza: "Permaneced en mí, como yo en vosotros. Pues igual que la rama no puede dar fruto por sí misma, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecen en mí. Yo soy la vid, y vosotros las ramas" (Jn 15, 4-16).

          Poner a Jesucristo en el centro significa que cada uno de nosotros ha de estar atento al Espíritu Santo, para empezar a cambiar ya, aunque sea a pasos pequeños. En los procesos de escucha se señalan a menudo acciones concretas y para el ahora. Y hasta se percibe el cansancio, porque se discute mucho y algunos piensan que se actúa poco.

          Debemos ser lúcidos para reconocer que los cambios que hay que hacer serán para unos demasiado acelerados, y para otros demasiado lentos. Y debemos buscar el equilibrio para responder a las necesidades de las urgencias actuales, y las necesidades de los hermanos que van a paso más lento. Todos tenemos que dejarnos evangelizar por los demás, constantemente.

          Una verdadera novedad suscitada por el Espíritu no necesita arrojar sombras sobre otras espiritualidades y dones, para afirmarse a sí misma. Somos un pueblo que peregrina hacia Dios, y debemos avanzar juntos y envueltos en la alegría y la esperanza. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona. Haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.

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  Act: 13/06/22         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A