Contar a los demás nuestra consagración a Dios

Westminster,.5.junio.2023
Arzob.
.Vincent.Nichols,.primado.de.Inglaterra

          Queridos hermanos y hermanas, es un verdadero placer para mí daros la bienvenida en esta catedral, en esta mañana en que nuestra diócesis celebrará el día de la vida consagrada. Recibid también una palabra de especial bienvenida aquellos que hoy conmemoráis vuestros aniversarios de profesión religiosa u ordenación sacerdotal, tanto de 75 como de 50 y 25 años de consagración. Según mis pobres cálculos, hasta 865 años de servicio a nuestro bendito Señor acumuláis entre todos. ¡Gracias a Dios por eso! Por tantas bendiciones, por tanta gracia, por tantas respuestas generosas a la llamada de Dios.

          Hemos elegido este día, la fiesta de la Presentación, para esta celebración, porque la presentación de Jesús en el templo fue el mayor don que Jesús hizo de sí a Dios. Un don que abrazaba todo lo antiguo (las exigencias de la ley), y que transformaba lo antiguo en una nueva realidad salvífica, a través de su consumación en la cruz. Esto es lo que mejor refleja nuestra vida y nuestra historia: querer vivir para Dios, con renovada vitalidad y vigor.

          En la 1ª lectura, del profeta Malaquías, hemos escuchado cómo se llamaba al que entraba en el templo de Dios: el ángel de la Alianza. ¡Qué título, tan lleno de significado! La Alianza es entre Dios y el pueblo, y este ángel nuestro se llama Jesús, de la misma sustancia de Dios (como profesamos en el Credo: consustancial al Padre) y que, como proclamamos en la Oración Colecta de la misa, fue "presentado en la sustancia de nuestra carne". Y más cosas podríamos añadir, como que fue tomado de la sustancia de la carne de María.

          Para muchas de vosotras, queridas hermanas, la fiesta de la Presentación del Señor fue el momento del inicio formal de vuestra vida como mujeres y hermanas consagradas. No sé mucho sobre estas cosas, pero aprecio lo radical que fue esa decisión que tomásteis, para el resto de vuestra vida.

          Esa profesión implicó la recepción de un hábito, como signo exterior de un intenso y duradero sentido de pertenencia Dios. Pero también implicó recibir un nuevo nombre, una nueva identidad, para ser formada en unión con nuestro bendito Señor. Tras eso, muchas de vosotras recibísteis posiblemente vuestra primera tarea, designación o misión, tal vez como "una obediencia". ¡Qué momento fue ése! ¡Qué paso adelante, a menudo hacia lo desconocido!

          Pero fue un paso duradero y radical. Recuerdo bien el día en que me di cuenta de lo radical que era esta profesión, en una tía mía que fue monja. La hermana de mi madre siempre había sido conocida como Tía Peggy, pero el día de su funeral la placa del ataúd decía: "Hermana Tomás Moro, Profesa". Ésa había sido su verdadera identidad, dada el día de su profesión. ¡Y ella lo había abrazado con gran alegría, y lo había vivido con alegría indefectible!

          A vosotros, queridos hermanos, os agradezco vuestro ministerio sacerdotal. Así como agradezco a los jóvenes seminaristas la educación que van recibiendo, para transformar sus vidas. Lo hago en nombre de esas personas solitarias a quienes habéis consolado. En nombre de aquellos que, en circunstancias extremas, habéis sabido acompañar.

          Permitidme mencionar un caso que escuché recientemente: el de una mujer que fue encontrada suicidada en los terrenos de uno de nuestros conventos. La policía se limitó a señalar que a menudo ocurre esto en las mujeres suicidas, que regresan a morir a un lugar donde han conocido el amor y el cuidado. Y así fue. Allí había recibido ella siempre, por parte de los monjes, actos de bondad. Cada uno de estos actos de bondad es una pequeña Arca de la Alianza, que hace visible el abrazo del Padre a cada persona. Y esta Arca siempre necesita un ángel, que sois cada uno de vosotros. ¡Oh querido! ¡Qué gran alegría es esta! ¡Gracias a Dios por vosotros, de verdad!

          Un último pensamiento. Hoy hemos estado mirando un poco hacia atrás, pero ¿qué pasa con el futuro?

          En este punto recuerdo las palabras pronunciadas por el papa Francisco I, hace algunos años, en la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia. Envuelto por una multitud inmensa de jóvenes, el papa no dudó en ponerlos a todos en un aprieto: "Si quieres ser un signo de esperanza, entonces ve y habla con tus abuelos. Y recibe de ellos la memoria de tu pueblo y de todo lo que has recibido". A lo que añadió: "Un joven que no tiene esa memoria no puede ser un signo de esperanza para el futuro. Así que, ¡recibid la antorcha de la esperanza de los mayores!".

          Supongo que eso es lo que hemos hecho hoy en esta bella catedral de Westminster: pararnos a recordar sobre qué hombros hemos sido llevados, por parte de quienes nos precedieron. Tras lo cual, nos toca hacer lo que dice el papa: Cuenta tu historia, la de tu vida religiosa.

          Cuéntala de una manera valiente y directa, dejando que la bondad de cada época, o el heroísmo de cada época, se vean por lo que son. Muestra con orgullo tus alegrías, a pesar de los defectos y fracasos que estén entretejidos en su interior. Encuentra la forma de contar tu historia con atractivo, especialmente a los jóvenes que anhelan inspiración y heroísmo. ¡Cuéntalo con ilusión, imaginación, ingenio y amor!

          Millones y millones de actos de bondad, y de esfuerzos sistemáticos para la curación de los demás, han cambiado la vida de muchísimas personas. Esta es tu historia. Así que que cuéntala con coraje y alegría, por favor. Eso es lo que necesitamos: no una disección del pasado (para que de él no quede nada), sino continuidad y coraje, porque la nuestra es una historia de la que podemos estar orgullosos. Es la historia de la gracia de Dios. Amén.

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  Act: 05/06/23         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A