El Espíritu Santo, único dueño de la estructura eclesial

Copenhague,.29.mayo.2023
Arzob.
.Czeslaw.Kozon,.primado.de.Dinamarca

          Queridos peregrinos a este santuario de Asebakken, los textos bíblicos de hoy contienen una declaración muy significativa sobre nuestro tiempo y sobre el deseo de tener un anhelo cumplido, sobre todo en el actual contexto de incertidumbre y ansiedad. No obstante, también son textos propios del tiempo pascual, y de su fase final hacia la celebración de la venida del Espíritu Santo. Es decir, que también contienen esperanza.

          La 1ª lectura relata las vivencias de los primeros cristianos, así como sus desafíos, logros e ilusiones. El relato de la lapidación de Esteban muestra la consecuencia más grave de la fidelidad a Cristo, una consecuencia con la que algunos cristianos, tanto de ayer y de hoy, han tenido que vivir.

          En la 2ª lectura el Apocalipsis nos habla del inminente regreso de Jesús, como algo que los primeros cristianos se tomaban muy en serio. Es lo que tenemos que aprender nosotros, que con frecuencia nos limitamos a decir no conocer el día y la hora del fin de los tiempos.

          La declaración central del evangelio es la oración de Jesús, de que "todos sean uno". Hemos escuchado esta palabra de Jesús tantas veces, que puede parecer gastada y sin atractivo, sin dejarnos tocar por la seriedad y profundidad de la preocupación de Jesús.

          Como con la mayoría de las palabras reveladas, las de hoy son también palabras que se pronuncian para nuestro tiempo, y que directamente se dirigen a nosotros. Es decir, que nosotros debemos tener en todo momento la misma cercanía a Jesús que tenían los primeros discípulos, y continuar la predicación del evangelio en la misma medida y con el mismo entusiasmo. Podríamos decir que nosotros somos una generación más, que seguimos el camino de generaciones iniciado en aquel momento, y que en este momento no es ni peor ni mejor.

          Estaríamos faltando al sentido de la realidad, por tanto, si no nos tomamos las palabras de la Biblia como un desafío, y como una invitación que también se dirige a nosotros. Miremos muy de cerca lo que está pasando en nuestro tiempo, pero no nos dejemos influenciar en gran medida por ello.

          En los últimos años la pandemia ha puesto patas arriba muchas cosas, y en muchos aspectos nos ha enseñado a adaptarnos a una situación diferente. Por no hablar de la guerra en Ucrania, que no sólo está haciendo peligrar la paz, sino también el bienestar y la estabilidad.

          A esto hay que sumar los muchos desafíos que hoy enfrenta la Iglesia, como la disminución de la práctica religiosa, las dificultades para mantener a los jóvenes en la Iglesia, o la necesaria búsqueda de voluntarios parroquiales.

          Dentro de estos desafíos, querría detenerme en uno muy particular: el desacuerdo sobre qué métodos son los mejores, a la hora de sacudir drásticamente las enseñanzas y la estructura de la Iglesia. Se trata de un desacuerdo que puede manifestarse también en una negatividad habitual, a la hora de realizar innovaciones necesarias y significativas. Sea lo que fuere, lo que está claro es que ambas posiciones debilitan a la Iglesia, perjudican su testimonio y pueden estar equivocadas, por falta de conocimiento interior eclesial.

         Para abordar un tema tan complejo es necesario abrirse a la oración de Jesús: "que todos sean uno". Y no sólo entre nosotros sino también con el resto de creyentes en Dios de todo el mundo. Es necesario que todos los creyentes seamos uno, y lo seamos a la hora de dar un testimonio conjunto y diario. Eso sí, sin perder de vista qué significa "ser uno": el estar todos unidos a Cristo, como Cristo está unido al Padre.

         Por tanto, no tiene sentido hablar de un restablecimiento de estructuras o de una elaboración de historias en común. Porque de ser así estaríamos, consciente o inconscientemente, clasificando a quién sí y a quién no resultaría fácil o difícil de adherir o aceptar. Y eso no tiene nada que ver con la oración de Jesús.

         La verdadera unidad consiste en acercarnos cada vez más activamente a Jesús, sirviéndonos de los medios que él pone a nuestra disposición (los sacramentos, la Biblia y la doctrina de la fe), y haciendo lo que él nos anima a hacer (vivir la vida cristiana, ejercer activamente la caridad y poner a disposición de su Iglesia los propios talentos).

          Para aceptar esta palabra de Jesús, es necesario en cualquier persona un arrepentimiento constante, de acuerdo con los mandamientos de Dios y con la imagen del verdadero discípulo de Jesús. Así como también es necesario tratar de crecer en perfección. Los cambios en la Iglesia pueden ser tan necesarios como útiles, pero presuponen una conversión sincera y llevar a la práctica la petición de Jesús.

          Además de un esfuerzo activo por seguir a Jesús más de cerca, también es necesario escuchar los impulsos del Espíritu Santo, que es quien puso en pie a la Iglesia y quien la fue dirigiendo por todas partes. De hecho, esto es en lo que consiste el proceso sinodal que nos ha pedido hacer el papa Francisco I, y no en ponernos a hacer cambios en las estructuras ni en las condiciones concretas de la Iglesia. Esto último sería dejarnos llevar por la ambición, y lo que pide el papa Francisco es justamente lo contrario: dejarnos guiar por el Espíritu, escuchando lo que él quiera decirnos.

          La petición de Jesús (sobre la unidad) demuestra que nuestra desmedida ambición por cambiar (aun a costa de perder la unidad) no pertenece a un cristianismo auténtico y digno de confianza. Sobre todo porque de esta manera el mundo no creerá, y los que todavía creen en Jesús se alejarán.

          Esteban convenció a muchos porque "estaba lleno del Espíritu Santo". Es decir, por el Espíritu Santo. Es decir, que incluso hoy en día el mensaje cristiano puede hacer que la gente preste atención, y reaccione con fuerza, si el Espíritu Santo quiere. Es lo que nos enseñó Esteban.

          La iniciativa cristiana no consiste en hacer actividades, y mucho menos en gestionar. Sino que consiste en la apertura al Espíritu Santo, y en disponernos a seguirlo. Escuchar al Espíritu Santo trae tanto consuelo como desafío. Consuelo porque recibimos aliento cuando estamos a punto de desanimarnos, y desafío porque es él quien ha de llevar el control y la iniciativa, y no nosotros mismos. Es decir, implica dejar que Dios nos guíe.

          Para hacer frente a cualquier tipo de desafío, la Iglesia ha de mantener una estrecha relación con Jesús, y saber bien que el único dueño de su Iglesia es el Espíritu Santo, por propia decisión de Jesús: "Él os enseñará, y os comunicará, y os guiará". Ése es el cielo cielo abierto que vio Esteban, y el que hemos de saber ver bien los cristianos de hoy.

          Todo proceso de unidad institucional ha de ser autentificado y garantizado por el Espíritu Santo, que es el único que ofrece garantías. En esto nos ayudará el proceso sinodal, para escuchar "lo que el Espíritu dice a las Iglesias". De todo se podrá hablar, incluso de lo no realizable. Pero siempre avanzando por el camino de la sumisión al Espíritu y de nuestro auténtico ser en la Iglesia. Así tendremos la certeza de lo que hay que cambiar, y el coraje para cambiarlo y hacer así más auténtica nuestra vida cristiana. ¿Tuvo éxito? Amén.

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  Act: 29/05/23         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A