Caminar con María, hasta el final

Manila,.18.julio.2022
Arzob.
.José.Advíncula,.primado.de.Filipinas

          Reverendo padre Cristofer Tejido, nuestro párroco, queridos hermanos sacerdotes y diáconos, queridos feligreses muy amados en Cristo. Demos gracias a nuestro Señor Jesucristo por confiarnos al cuidado de su madre, que hoy hemos escuchado en el evangelio de la cruz, y por darnos una madre amorosa en el orden de la gracia. Y porque desde aquel momento en la cruz, hasta hoy, nuestra Señora ha ido tomando a pecho esta misión de su Hijo.

          Así como ella estuvo allí cuando nació Cristo, también estuvo allí cuando nació la Iglesia y cada miembro del cuerpo de su hijo. Y así como ella cuidó y cuidó a Jesús, así también nos nutre y nos cuida a nosotros como a sus hijos. Esperar con los apóstoles en el Cenáculo al Espíritu Santo, el día de Pentecostés, simboliza cómo la Virgen María camina con la Iglesia de principio a fin.

          Mientras nos regocijamos y consolamos por este inmerecido don de María, y todas las gracias que fluyen a través de ella, sería bueno para nosotros darnos cuenta de que ella no es sólo madre para nosotros, sino que también nosotros somos hijos para ella. En sus apariciones, recordatorios, milagros e intercesión, podemos sentir su cuidado maternal. 

          Jesús establece una relación bidireccional entre su madre y la Iglesia, pues no dijo solamente "Mujer, ahí tienes a tu hijo", sino que también dijo "Hijo, ahí tienes a tu madre". Por tanto, hemos de preguntamos hoy una cuestión fundamental: ¿Qué implica para nosotros ser hijos de María?

          Ante todo, como hijos suyos, nos sentimos movidos a dirigir hacia ella nuestro amor filial y nuestra devoción. Los comentaristas sugieren que el discípulo amado, en el pasaje evangélico, permanece sin nombre porque representa al discípulo ideal, el que todos estamos llamados a ser.

          Según la tradición, el discípulo amado llevó a María a su casa de Éfeso para cuidarla tras la partida de Jesús. Pues bien, Jesús también nos confía a cada uno de nosotros a María, y quiere que su madre viva en nuestras casas, y sea traída a nuestros corazones, para ser amada y apreciada.

          Aunque sabemos que Filipinas es el "bayang sumisinta kay Maria", o pueblo amante de María, no podemos escondernos detrás de esta atribución y práctica colectiva. Sino que estamos llamados a involucrarnos personalmente en nuestra relación con María, tal y como son los verdaderos hijos e hijas.

          Sabemos muy bien que este amor filial a María va más allá de las novenas, las devociones o las procesiones. Y que el auténtico amor a María implica una constante comunión e imitación. Amarla significa escucharla y obedecerla, sobre todo cuando ella dice: "Haz lo que él te diga".

          En segundo lugar, como hijos de María, tenemos que asemejarnos a ella. En la maternidad hay semejanza, hay herencia y hay valores comunes. Emulemos las virtudes humanas y celestiales de nuestra Madre, para que se nos reconozca que, en verdad, somos sus hijos e hijas.

          María fue una mujer de fe, que vivió una vida de oración y estuvo constantemente sintonizada con la voz de Dios. A pesar de su difícil misión (como madre del Mesías), vivió en total obediencia, entrega y disponibilidad el Señor. La frase "todas estas cosas las guardaba en su corazón" indica su actitud contemplativa, y su constante diálogo con el Espíritu Santo que habitaba en ella.

          María fue una mujer de amor, que manifestó su amor no sólo a su esposo José y a su hijo Jesús, sino también a los necesitados, como a su prima anciana (y embarazada, Isabel), a la pareja que se quedó sin vino (en su boda en Caná) y a los temerosos apóstoles de Jesús (escondidos en la parte superior de una casa). Estos no eran simplemente actos de amor humano, sino actos de entrega que daban vida a los demás. En su propia vida llevó María la cruz del amor a Dios y al prójimo.

          María fue también una mujer de esperanza, que al pie de la cruz supo sufrir sus 7 dolores, como muestra de lo que ella creía con toda su alma: que el plan de Dios, y la palabra de su Hijo, prevalecería. María fue una madre adolescente, refugiada y exiliada, joven viuda, y madre sufriente que sufrió el injusto asesinato de su hijo. Y su Magníficat fue considerado un cántico profético para los anawim (los pobres que no tienen a nadie más que a Dios). Ella conoció la experiencia del sufrimiento, por lo que fue una madre muy amable y comprensiva.

          La verdadera devoción marca la vida. Que nuestra Santísima Madre nos nutra y nos forme en la fe, en el amor y en la esperanza, para que seamos más como su hijo Jesús. Como cualquier madre instruye a sus hijos, así también María nos instruye. La madre es así, y su corazón es tierno con el niño que está enfermo, o más necesitado de cuidados.

          Pero reconocer a María como madre de la Iglesia nos lleva a admitir que somos hermanos y hermanas del mismo Cuerpo de Cristo, y que somos hijos e hijas no sólo del único Padre (del cielo), sino también de una única Madre (María).

          Como hija de María, la Iglesia está llamada a ser una madre solícita para sus miembros, a abrir sus brazos para abrazar a los heridos, cansados y perdidos; a cuidar de los enfermos, débiles y solitarios; a levantarse y defender a las víctimas de las diversas crucifixiones y cruces de la vida. Con la ayuda de María, la madre Iglesia hará esto para hacer nacer al Salvador en la vida de los hombres, y a través de ellos en la vida del mundo entero.

          Agradezcamos a nuestra mamá María por su constante ayuda y protección maternal. Pidamos a Dios la gracia de dejarnos transformar por ella, de imitarla y transmitir sus valores, y de abrazar la misión del amor como ella lo hizo. María, madre de la Iglesia, ruega por nosotros.

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  Act: 18/07/22         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A