La Iglesia, patria universal de la humanidad

San.Juan,.31.enero.2022
Arzob.
.Roberto.González,.primado.de.Puerto.Rico

          La Iglesia Católica ha aportado y aporta su experiencia y bimilenaria sabiduría a todos los pueblos de la Tierra. Se lo exigen el derecho y el deber de velar por el bien común, promover los grandes valores de la humanidad y contribuir a la concordia entre los pueblos. Una vocación eclesial que se funda en la misión espiritual de la Iglesia, que la llama a procurar el bien integral de cada ser humano y de toda la humanidad.

          Creo que es urgente profundizar en esta identidad, porque hoy día abundan las distinciones que tratan de desarticular la unidad humana y espiritual de las personas, en pro de un horizonte universal diferente al heredado, sin tener en cuenta a Dios. Un Dios que, en su infinita bondad, ha querido que los hombres y las mujeres nazcan y crezcan en comunidades concretas, y que desde su libertad y solidaridad cultiven sus dones indivisibles y lo compartan con los demás. Porque la raíz de los derechos de la persona humana se encuentra en la dignidad inalienable de la misma persona, y no en la sociedad.

          La identidad puertorriqueña es un ejemplo de ello, pues en ella la Iglesia ha estado presente, desde un principio, en este itinerario de conformación cultural. Más aún, podríamos decir que ha sido la madre de nuestra cultura, y nos ha dado hermosos testimonios de santidad evangélica. Por alguna razón providencial, el Señor quiso que el proceso de eclesialidad de América comenzara en la Isla de San Juan Bautista, y que Alonso Manso, proto-obispo de Puerto Rico, fue el primer obispo que llegó al Nuevo Mundo.

          La presencia de la Iglesia ha sido constante y profunda en todos los ámbitos de la sociedad puertorriqueña: en las artes, en las tradiciones, en la educación y en la salud, en los servicios sociales... Una presencia que no se ha reducido a manifestaciones externas y vitales del pueblo, sino que ha penetrado en los repliegues más recónditos de cada alma puertorriqueña, marcando hondamente sus relaciones con lo sobrenatural, con la comunidad y con la naturaleza. Resulta imposible, así, entender el misterio de nuestra identidad fuera del misterio de Cristo.

          El misterio de Cristo acoge lo noble y lo valioso de diversas tradiciones, y la Iglesia ha aportado sustancialmente a dicho acervo su misión evangelizadora, sembrando por todas partes los principios de la reconciliación, la convivencia, el desarrollo humano y el respeto a la dignidad de la persona, creada a imagen y semejanza de Dios. Cualquier proyecto individual y colectivo, de carácter cultural, económico o político, que quiera ser válido y duradero, ha de nutrirse necesariamente de estas raíces espirituales, sembradas por la Iglesia en su obra evangelizadora.

          A la luz de estos hechos, es interesante notar que la ecclesia local comunica sus dones al pleroma católico. La Iglesia, por su parte, "no disminuye el bien temporal de ningún pueblo, sino que los fomenta y asume. Y al asimilarlos los purifica, los fortalece y los eleva en todas sus capacidades y riquezas". El evangelio induce a asimilar y desarrollar todos los valores de cada cultura, a vivirlos con magnanimidad y alegría, y a completarlos con la misteriosa y sublime luz de la Revelación. La dimensión concreta de la catolicidad es algo dinámico, y está inscrito en la historia y en los rostros específicos que viven día a día la novedad de una sola fe.

          Algunos pretenden construir la ciudad secular al margen de la realidad sobrenatural, y por eso menoscaban la libertad religiosa, que es la fundamental del ser humano. Imitan así a los arquitectos de la Torre de Babel y olvidan la relación con lo infinito, que es la base definitiva de todos los ideales y proyectos humanos. Una de las violaciones más trágicas de la libertad religiosa es la negación del derecho a la vida y a la integridad personal. Se trata del aborto, en el que sus impulsores se deifican a sí mismos, se autoproclaman árbitros del derecho a nacer, y determinan quién debe ser aceptado como persona humana y quién no.

          El ámbito territorial que alberga a Dios y a su pueblo no se reduce a categorías topográficas, porque toda la Tierra es sagrada y está llena de rebosante significado religioso. El profeta Ezequiel emplea dos palabras hebreas (eres y adamah) para subrayar los matices teológicos del suelo y la tierra, en su relación con la alianza de Dios. Y al igual que la antigua alianza de Dios, la nueva alianza de Jesucristo espera una respuesta y una responsabilidad, tanto en la vertiente personal como en la social, para construir su reino "aquí en la tierra como en los cielos". Aunque el camino es largo, el alimento místico nos dará fuerza para perseverar.

          Como hijos e hijas del Padre celestial, los cristianos acogemos en nuestro corazón a todos los seres humanos. Y una vez reconocidos los valores de las diversas naciones y culturas, podemos decir con el apóstol Pablo: "Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer". La educación de esta vocación cristiana incluye un intercambio de conocimientos y valores entre los diversos pueblos, y el abrazo de la fraternidad universal.

          En su amor universal, Dios bendice a todas las naciones, y envía su mensaje a los confines de la tierra. Pertenecemos a la unidad del género humano que Dios creó por amor, y a la integridad que Cristo nos logró. Y junto a ello confesamos la indivisible unidad de una Iglesia que, como decía Pío XII, "en ningún lugar es extranjera, porque es universal y sirve a todas las naciones, como señal del amor a Cristo".

          Que el Espíritu de Pentecostés nos colme de sus dones y nos rocíe con su gracia; que el Señor de todas las naciones bendiga nuestras patrias; que nuestra Señora y Madre nos proteja y acoja en su regazo. Y que San Juan Bautista, nuestro profeta insobornable, nos inspire en el anuncio del evangelio.

.

  Act: 31/01/22         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A