Volver a descubrir la vida monástica

Chisinau,.15.enero.2024
Arzob.
.Anton.Cosa,.primado.de.Moldavia

          Queridos hermanos en el Señor, celebramos esta santa liturgia para invocar la bendición de Dios sobre nuestras comunidades monásticas, al mismo tiempo que continuamos este camino sinodal que nos llama a la renovación y a la conversión en comunión, en este tiempo tan especial que vivimos y nos caracteriza.

          La palabra de Dios de hoy nos presenta la Parábola del divino Sembrador, que esparce la semilla en diferentes tipos de suelo con diferentes resultados (Lc 8, 4-15). Las parábolas, como sabéis, nunca son enseñanzas teóricas, sino que recuperan imágenes simples de la vida cotidiana para captar la atención y desde ahí mostrar la poderosa presencia del reino de Dios entre nosotros.

          Para nosotros puede resultar difícil sorprendernos con estas palabras, pues ¡ya las hemos escuchado tantas veces! Sin embargo, la palabra de Dios es fecunda y eficaz, y en este caso se ha dirigido a nosotros y a nuestro hoy actual, con fuerza de acción. En concreto, es una Palabra que quiere penetrar en nuestra vida monástica, para romper esa costra que se se nos ha formado por la rutina diaria y por ese automatismo desalmado contra el que queremos luchar.

          El sembrador "salió a sembrar su semilla" (Lc 8, 4), nos dice la parábola. Es decir, que Dios esparce generosamente sus dones entre nosotros, sin tener en cuenta el desperdicio. ¡Así es el corazón de Dios! Cada uno de nosotros es un suelo sobre el que cae la semilla de la palabra, y nadie queda excluido (Francisco I, Angelus, 12-VII-2020).

          Pero entre nosotros hay diferentes suelos, y diferentes frutos de la misma semilla divina. Y por eso surge inmediatamente la pregunta: ¿Qué tipo de suelo soy yo? Ya sé que somos monjes, pero ¿y en este momento? Si queremos ser tierra buena, o buenos monjes, con la ayuda de la gracia de Dios podremos serlo y dar mucho fruto. Pero existe el grave riesgo de mostrarnos más refractarios, o monjes menos profundos, o monjes que responden de manera parcial y limitada, y entonces nuestro fruto vocacional no florecerá plenamente.

          Atención, sin embargo. Porque esto no consiste en saber ni hacer grandes cosas, sino tan sólo en recibir de una manera u otra la palabra de Dios, que es el mismo Jesucristo, don de Dios por excelencia. ¿Y cómo hemos de recibirlo? En nuestra condición actual, de personas consagradas a él y miembros de una comunidad.

          En este sentido, como dijo el papa Francisco I en una homilía, debemos invocar continuamente al Espíritu Santo, porque sólo él "nos permite percibir la presencia de Dios y lo que él quiere, a través de la pequeñez y fragilidad". Y si no, pensemos en la cruz, "momento de dramática fragilidad y máximo caudal del poder de Dios" (Francisco I, Homilía, 2-II-2022).

          Preguntémonos si en nuestra vida personal, y en nuestra comunidad monástica, nos dejamos guiar por este Espíritu Santo, porque sólo él es el que puede ayudarnos a ser fieles cada día, a renovarnos interiormente y a convertimos en "tierra buena" evangélica. Si nos dejamos guiar por él, él irá haciendo en nosotros, quizás, algo más: alejarnos del espíritu del mundo y la pasión del momento.

          En este sentido, recuerdo un pensamiento de San Agustín, cuando antes de ser obispo fundó y vivió en una comunidad monástica, y en uno de sus discursos dijo: "Claudus in via antecedit cursorem extra viam" (Homilías, CLXIX, 18), que significa: "El cojo que camina por el camino recto llega a la meta, y lo hace antes que el corredor experimentado que va por un camino extraviado".

          Releamos nuestra vida monástica a la luz de la Parábola del Sembrador, y dejémonos interpelar en nuestras rutinas personales o comunitarias. Sobre todo, volvamos a redescubrir a Dios, volviendo a poner en él nuestra confianza, humildad, serenidad y alegría. Si así lo hacemos, volveremos a vivir con plenitud nuestra vocación contemplativa, nuestro testimonio personal y nuestra misión comunitaria en la Iglesia y en el mundo.

          Con estas intenciones, vayamos al encuentro del Señor, junto a todo el pueblo de Dios y hasta el fin de nuestra existencia. Y que cada uno de vosotros sea esa "tierra buena" en la que la semilla divina produzca numerosos frutos. Si queremos caminar junto al pueblo de Dios, siguiendo al Señor con el don de nuestra vida, hemos de seguir el camino que Dios nos muestra. Seamos "tierra buena", y nos convertiremos en ejemplos vivientes de contemplación y fraternidad.

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  Act: 15/01/24         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A