Mostrar al mundo las bondades de Dios
Queridos hermanos sacerdotes, religiosos y religiosas, pueblo de Dios de la diócesis de las Islas Carolinas y hombres y mujeres de buena voluntad, mis bendiciones y mejores deseos para vosotros. Hemos escuchado la exhortación de San Pablo a los gálatas: "Hagamos crecer y madurar los dones de Dios, mientras tengamos la oportunidad y haciendo siempre lo que es bueno" (Gál 6, 9-10). Mientras nuestras vidas van poniendo en práctica estas enseñanzas, la Santa Madre Iglesia nos llama una vez más a mostrar la bondad que viene de la fe, dando a los demás los frutos de amor que Dios ha puesto en nuestros corazones. Desterremos de nuestras vidas, pues, la codicia, al tiempo que ofrezcamos al Señor nuestros pequeños sacrificios, glorificando así infinitamente su nombre. En su encíclica sobre la fraternidad y amistad social, el santo padre Francisco I exhorta a "continuar mostrando las abundantes bondades de la familia humana", como colaboradores del Señor en un tiempo que necesita experimentar estos frutos. Algunos podrían considerar esta llamada como algo gravoso, pero en realidad es para lo que estamos llamados: para llevar la gracia de Dios, nuestro Creador, a los demás, para que pueda surgir la unidad del género humano bajo la bondad de Dios. La bondad de Dios que todos hemos de mostrar no precisa de nosotros que hagamos ningún máster pesado, sino que la vayamos viviendo y trasparentando en nuestras vidas diarias, en pequeños actos de generosidad. En Dios, además, ningún acto de amor es tan pequeño como para pasar desapercibido o acabar siendo perdido. Así que, si nos organizamos como un árbol cargado de pequeños frutos, sin duda que irradiaremos en el mundo esa bondad de Dios que necesita la gente, y posiblemente muchos se planteen volver a Dios. Esta reflexión nos puede ayudar a comprender que nuestra misión es imperecedera, y que estamos llamados a "dar frutos de vida eterna" (Jn 4, 36). Junto a la conversión que implica "dar muerte a todo lo que es perecedero" (Rm 6, 5), también los cristianos estamos llamados a predicar todo aquello que "lleva a la resurrección" (Jn 5, 29), para que también nosotros "brillemos como el sol en el reino del Padre" (Mt 13, 43). El mundo necesita personas que vivan esta esperanza, y que se desvivan por expandirla entre los demás. Nosotros estamos en el mundo, y por eso podemos ser esas personas que el mundo necesita. Eso sí, sabiendo que no somos del mundo, y que nuestra misión no es otra que mostrar la bondad de Dios, incluso aunque ésta pueda resultar impopular en algunos ambientes. Vivamos con esta fe y esperanza en el Señor (1Pe 1, 21), y sepamos que sólo si fijamos nuestra mirada en Cristo resucitado (Hb 12, 2) seremos capaces de responder a la llamada del apóstol: "Nunca os canséis de hacer el bien" (Gál 6, 9). Reconstruyamos para ello nuestra vida de oración, desarraiguemos el mal que hay en nuestras vidas, y ejercitémonos en las obras de caridad. A través de la oración podremos profundizar nuestra relación personal con el Señor y Salvador Jesucristo. A través del Sacramento de la Penitencia obtendremos la victoria de Cristo sobre nuestros propios pecados. Y si rezamos por los demás, y nos acercamos limpiamente a ellos, realmente podremos ayudarles en todo eso que materialmente necesitan y espiritualmente esperan. Sed la esperanza de este mundo, y glorificad a vuestro Maestro. Si vivís con él, y perseveráis con él, estaréis preparados para ser sus manos y su corazón, floreciendo en obras de amor hacia él y hacia los hermanos. Así es como podremos ayudar a Cristo a traer su Reino de los Cielos a la Tierra, y a este mundo a prepararse para el Reino futuro, en que "Dios lo será todo en todos" (1Cor 15, 28). Que nuestra Señora María Inmaculada, patrona de nuestra Iglesia local de las Islas Carolinas, nos acompañe con su maternal presencia, para que hagamos una conversión real de vida y tras ello podamos ofrecer a los demás los frutos de la eterna salvación. .
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