No hay mandamientos si no hay caridad hacia los demás
Queridos hermanos y hermanas, sacerdotes, personas consagradas, fieles laicos y familia de Dios reunida, ¡la paz del Señor esté con vosotros! La primera lectura que acabamos de escuchar nos recuerda los mandamientos que Dios dio a su pueblo en el Monte Sinaí. Estos mandamientos fueron dados por Dios para ayudar a convertirnos, para dejar el camino del mal y para entrar en comunión con Dios, y así poder vivir en paz con los demás, como corresponde a los hijos que tienen al mismo Padre. Por tanto, no son simples prohibiciones de la vida, sino herramientas que nos ayudan a volver eficazmente al Señor. De ahí que sean algo que hemos de acoger y poner en práctica. En la primera lectura se dice también que Dios pronunció todas estas palabras y dijo: "Yo soy el Señor vuestro Dios, que os sacó de la tierra de Egipto y de la servidumbre" (Ex 20, 1-3). Así, Dios primero recordó al pueblo su liberación (de la esclavitud del faraón), y sólo después les dio sus mandamientos, como medio para saber vivir la libertad de los hijos de Dios. La primera servidumbre que Dios liberó al pueblo fue la idolatría. De hecho, la idolatría había acostumbrado a la gente a vivir con miedo, al nunca estar seguros de haber satisfecho todos sus caprichos. Es más, el hecho de adorar a diferentes ídolos, y de que cada uno buscase a aquel que era más poderoso que los demás, para atraer la felicidad, fue fuente de división y sospecha entre la gente. Por eso los mandamientos de Dios fue una liberación para el pueblo, al hacerle comprender que tenían un solo Dios y que éste era un Padre bueno. Lo que necesitamos saber aquí es que los ídolos son siempre malos, y que el que confía en los ídolos se convierte en su esclavo, y que estas prácticas acaban poniendo en dificultades con los demás. Pero no sólo respecto a los ídolos antiguos, como el culto a Kiranga, que impulsó a la gente a vivir con miedo y odio permanente. Sino también en el caso de los ídolos actuales, como el ídolo de la riqueza, del poder y del placer, que en muchos casos provocan divisiones e incluso asesinatos. La desobediencia a estos primeros tres mandamientos, que son los que conciernen a nuestras relaciones con Dios, nos sumerge en la servidumbre del odio, y nos impide vivir en armonía. Además, imposibilita la práctica de los otros siete mandamientos, que son los que conciernen al respeto por la vida, a mantener la honradez, a respetar a los demás, a socorrer al pobre y necesitado. Queridos hermanos y hermanas, al comenzar hoy la Semana de la Caridad, que inauguramos en este 2024, los pastores de la Iglesia Católica de Burundi quieren poner en práctica nuestra creencia en el único Dios, al que amamos como Padre que no quiere que a nadie le falte lo necesario. Las ayudas que hagamos a nivel nacional, diocesano o parroquial, significarán que somos cristianos que están vivos, y ése es el objetivo de la Semana. ¡Sepamos que no somos una organización de filántropos, y que no nos dedicamos a recaudar fondos, sino a ejercer la compasión de Dios Padre hacia sus hijos necesitados! De todas formas, que cada uno invierta lo que crea necesario en esta obra caritativa, y dé según sus capacidades. Nosotros somos una familia que lo ha recibido todo de Dios, y por esta generosidad le damos gracias y nos animamos a atender a los pobres sin discriminación, ya que el amor de Cristo no hace distinciones. Como nos recordó el papa Benedicto XVI, "el apostolado de la caridad es un apostolado esencial, que no puede ser sustituido por otros apostolados". Además, "es deber de toda la Iglesia, y de todos los fieles de forma conjunta, comprometerse personalmente en el mandamiento de la caridad que Cristo nos dejó" (Intima Ecclesiae Natura, 1). Amados del Señor, como arzobispo de Bujumbura me alegra ver que habéis recibido bien este nuevo proyecto, y que estáis con ganas de emprenderlo y realizarlo bien. En virtud de vuestra fe, el que más tiene, que más dé, y que también dé el que tiene poco, según sus posibilidades. No tengo duda que vuestras ofrendas agradarán al Señor, como aquella ofrenda de la viuda del evangelio que "llena de miseria, dio todo lo que tenía para vivir" (Lc 21,4). Con todo, recordad que lo importante es que por dentro seamos caritativos, pues sin ese amor a los demás nada tendrá valor, ni es posible agradar a Dios, ni es posible cumplir sus mandamientos. Además, lo importante no es llevar cosas a los demás, sino ir nosotros mismos a los demás, y llevarles nuestra cercanía. Por eso es importante que cuidéis vuestro corazón, y lo reforcéis y maduréis con el sacrificio, antes que nada. Agradezco sinceramente al personal de enfermería, que han aceptado dar su tiempo de forma voluntaria para echarnos una mano a esta actividad católica. En el Hospital de Ijenda han atendido ya a más de 1.000 pacientes, y fuera del hospital a más de 500 personas in situ. Así que hacemos un vibrante agradecimiento por su generosidad, y asistencia a los más vulnerables. Para concluir, os invito a todos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, a redoblar vuestro ardor hacia Dios y hacia los demás. Como decía el apóstol San Pablo, "no os canséis de hacer el bien, pues a su debido tiempo llegará la cosecha, si perseveramos" (Gál 6, 9-10). No os olvidéis de cuidar vuestras comunidades cristianas, y vuestra vida cotidiana, y vuestros barrios y entornos profesionales. Aprovecho la ocasión para desearos a todos que viváis intensamente la intimidad con el Señor, y os sintáis por él convertidos en criaturas nuevas, respetando y haciendo respetar todos los mandamientos del Señor ya marcados. Cristo nos amó hasta la muerte en la cruz. Que él os bendiga, y que la Virgen María nos ayude a todos a ir a Jesús. .
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