Proclamar a Cristo en los sitios más recónditos

Ulán.Bator,.4.diciembre.2023
Arzob.
.Giorgio.Marengo,.primado.de.Mongolia

          Queridos hermanos y hermanas en Cristo, el santo catolicismo al que pertenecéis es un hogar donde arde el fuego de la fe, y que gracias a Dios se nutre de la oración diaria y del compromiso de vivir en el amor en todas las cosas, como enseñó Jesús.

          Hemos escuchado en el evangelio de hoy que la palabra de Dios se asemeja a una plantación de semillas que empieza a dar fruto en abundancia. Pero para eso suceda se necesita una cosa: que la semilla crezca en un suelo bueno y profundo, porque "algunos granos cayeron entre la maleza, y la maleza creció y los atrapó" (Mc 4, 1-20).

          Podemos imaginar nuestra historia religiosa en Mongolia como una semilla que penetró en nuestra tierra, sobre todo desde aquel 1992 en que la Iglesia fue reconocida oficialmente. Pero para ser evangélicos y dar fruto es necesario que adquiramos profundidad.

          En efecto, los primeros inicios del catolicismo en Mongolia se atribuyeron al heroísmo y sacrificio de los misioneros, especialmente de Wenceslao Padilla. Y el ambiente se desarrolló sorprendentemente rápido. Pronto se agregaron otros miembros de la familia cristiana, y en pocos años se formó el núcleo de la comunidad católica local, que hoy cuenta con 8 iglesias, 2 sub-iglesias y muchos proyectos sociales y educativos. Es sorprendente saber cómo se gestó tal milagro de Dios en tan poco tiempo, y por eso debemos dar sinceras gracias al Señor.

          Pero eso fue ayer, porque lo que hoy nos toca es, quizás, profundizar la siembra que hicieron aquellos primeros testigos valientes de Aildall. De lo contrario, corremos el riesgo de convertirnos en una semilla plantada en un suelo poco profundo, que brota inmediatamente pero que pronto se seca por falta de profundidad. De hecho, en estos 30 años se han producido grandes cambios en la forma de vida del pueblo mongol, y esta aceleración del desarrollo ha venido acompañada de cierta desorientación, incertidumbre y miedo.

          La fe tiene una energía propia que ilumina nuestra vida diaria, orienta nuestras decisiones y da sentido a todo lo que vivimos. Pero debe ser más profunda todavía. Así que ¿qué tiempo dedicamos a reflexionar sobre el significado de nuestra fe? ¿Cuánto espacio dejamos para la exploración profunda, el aprendizaje y la escucha mutua? ¿Cómo es nuestra vida de oración? ¿Cuán importante es para nosotros adorar al Señor en adoración, orar la Palabra y meditar en ella diariamente? ¿Cómo expresar esta fe en la categoría cultural de nuestro pueblo mongol? 

          Como podéis ver, todas estas preguntas están relacionadas con lo que llamamos profundidad, y son expresiones específicas de ello. La furiosa corriente que comenzó a regar estas llanuras mongolas hace 30 años, y que deleitaba con sus rápidas y chispeantes migraciones, ahora se ha convertido en una corriente constante. Pero ahora hay que hacerla más profunda todavía.

          Queridos hermanos y hermanas, creo que para ser profundos estamos llamados a un ritmo lento y constante, propio de esos ríos largos y caudalosos que inspiran continuamente la iniciación y aseguran un futuro sólido. Como dice un proverbio asiático, "las aguas profundas fluyen lentamente".

          En este momento actual, los valores utilitarios son los más valorados, y las personas están atrapadas en una red de relaciones superficiales, cuyos logros se miden por la propiedad y el éxito mutuo. Y por eso es cada vez mayor el número de personas que reclaman derechos y descuidan sus responsabilidades. Pero eso no es lo que nosotros necesitamos, ni lo que antes o después buscará la sociedad. Al fin y al cabo, lo que cualquier persona buscará es personas profundas en las que poder confiar.

          Cuando Jesús llamó a sus discípulos, los fue conformando en torno a una institución estable. Todos ellos eran muy diferentes entre sí, pero encontraron su equilibrio en Jesucristo. Dispersados en el momento de la cruz, encontraron la unidad en el Señor resucitado.

          Queridos miembros religiosos de Mongolia, hoy más que nunca necesitamos esa unidad, o más bien esa unidad amorosa y fraternal de la que nos habló el Señor, cuando dijo: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como yo os he amado. Así sabrán que sois mis discípulos" (Jn 13, 34-35).

          Hoy en día no hay tiempo para la indiferencia, y no podemos lavarnos las manos en la distancia. O somos hermanos, o todo se desmorona. Somos hermanos del mismo Padre, y aunque tengamos diferentes culturas y tradiciones, todos somos hermanos. Ésa es la lucha fraternal por la que debemos luchar, y no con negociaciones sino a través de la escucha y la cercanía.

          El cristianismo nació del anuncio y testimonio vivo de los discípulos, cuando el Señor resucitado les pidió que anunciaran lo que habían visto y oído. Los discípulos, acorralados por aquellas autoridades que les prohibían hablar de Jesús, dijeron a las autoridades: "No podemos dejar de hablar lo que hemos visto y oído" (Hch 4, 20).

          El libro de Hechos nos enseña que siempre son posibles y necesarios diversos modos de proclamar, incluso en situaciones minoritarias donde a menudo nos enfrentamos a otras tradiciones religiosas mayoritarias. Gracias a nuestras palabras y acciones, las personas encontrarán al Señor resucitado, sentirán la profundidad de su consuelo y lo amarán cada vez más. Si miramos a Cristo, su luz nos cubrirá, y brillaremos involuntariamente, y los demás se sentirán atraídos por esa luz de Cristo. Como dicen los salmos: "Mírale a él y serás iluminado" (Sal 34).

          No debemos tener miedo a proclamar al Señor Jesús en cualquier situación, con sencillez y humildad y como recordó Juan Pablo II en su sermón apostólico al Sínodo en Asia: "Lo que nos distingue es la fe en Jesucristo, y nuestra misión es compartir esta preciosa luz de la fe con los demás" (n. 10). O como también recordó hace unos años el primer (y hasta ahora único) Congreso de Misioneros Asiáticos, a la hora de animar a "seguir contando la historia de Jesús en Asia". Su historia es lo suficientemente sabia y humilde como para recomendarla a todos, y se refleja en nuestras historias personales como en un espejo de Jesús.

          Queridos hermanos y hermanas en Cristo, permitidme concluir con una invitación a la oración: "Señor Jesús, perdona a este pecador; Señor Jesús, aumenta mi fe; Señor Jesús, en ti confío". Invitemos a María, la madre de Dios y santísima Virgen, a habitar en nuestros hogares, y dejemos espacio para su retrato u otra representación. Ofrezcámosle sinceramente la tradicional oración del Rosario, y entreguémonos a ella en paz. Ella será nuestro regalo más preciado al catolicismo, que celebra sus primeros 30 años en la tierra del eterno cielo azul. Que Dios nos bendiga a todos.

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  Act: 04/11/23         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A