Formar una cadena de valientes testigos

Dakar,.13.marzo.2023
Arzob.
.Benjamin.Ndiaye,.primado.de.Senegal

          Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo, que la luz de Cristo resucitado de entre los muertos ilumine vuestras vidas y os haga vivir plenamente en la alegría del Dios vivo, que nos libra de todo mal. Que la luz de Cristo, que aclamamos en el corazón de esta noche, os traiga la paz del corazón y esa serenidad que da la seguridad de que "nada nos puede separar del amor de Dios, manifestado en Jesucristo nuestro Señor" (Rm 8, 39).

          En esta noche santísima acogemos el resurgir de la vida divina en la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, que es fruto del pecado. Seamos, pues, misioneros de la alegría pascual, a través de nuestro testimonio. Y no dudemos en compartir, con las personas que el Dios de amor pone en nuestro camino, la alegría que tenemos de haber conocido a Cristo, y compartido su muerte y resurrección en nuestra identidad bautismal.

          El apóstol Pablo, en el extracto que hemos escuchado de su carta a los cristianos de Roma, nos recuerda que el bautismo cristiano es participación en la muerte y resurrección de Cristo. De hecho, el bautismo lava el pecado y da a luz una vida nueva en Dios.

          Para significar estos dos efectos principales de la muerte y del engendramiento, el baptisterio era, en la arquitectura de la Iglesia antigua, una cuenca excavada en el suelo, generalmente en forma de cruz. El candidato al bautismo descendía allí por unos pocos escalones, era sumergido en el agua de la pila y era bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

          Este descenso al agua simbolizaba la sepultura con Cristo en su muerte, y al mismo tiempo la liberación de todo pecado. Una vez bautizado, el neófito (nuevo discípulo) subía de la palangana por otra escalera, significando así su paso de la muerte a la vida, y participando en la resurrección de un Jesucristo que salió victorioso del sepulcro, para llevar una vida nueva. Como dijo el apóstol: "Por el bautismo hemos sido sepultados con él, para que llevemos la vida nueva de Cristo, que por la omnipotencia del Padre resucitó de entre los muertos".

          Hemos escuchado también la historia del Éxodo, que nos ha narrado el paso del Mar Rojo y la liberación del pueblo de Dios. Pues bien, ése fue precisamente un anuncio del bautismo cristiano, según sigue apuntando el apóstol Pablo:

"Hermanos, no quisiera dejaros pasar por alto que, en el tiempo del éxodo de Egipto, nuestros padres estaban todos bajo la protección de la nube, y que todos pasaron al otro lado del mar, todos unidos a Moisés por el bautismo en la nube y en el mar" (1Cor 10, 1-2).

          Pidamos al Señor Jesús, muerto y resucitado, que actualiza y realiza lo anunciado en el tiempo del Éxodo, que nos conforme más a él, agudizando nuestra conciencia bautismal. Muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, para que vivamos a la luz del Resucitado y recordemos constantemente las palabras del apóstol Pedro: "El bautismo no sólo limpia de las inmundicias exteriores, sino que es compromiso con Dios de una conciencia recta, y salva por la resurrección de Jesucristo" (1Pe 3, 21).

          El evangelista Marcos nos comunica el anuncio de la resurrección de Cristo, que es la fuente original de nuestra fe. Y lo hace en estos términos: "¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado? Ha resucitado, y no está aquí. Ahora id y decid a sus discípulos y a Pedro: Él va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como él os dijo".

          Descubrimos también en este pasaje a tres mujeres: María Magdalena, María la madre de Santiago, y Salomé. Ellas ya estaban allí, cuando Jesús murió, "mirando de lejos" (Mc 15, 40). Y cuando terminó el sábado, tan pronto como se puso el sol, se apresuraron a comprar especias. Al día siguiente, temprano y antes de amanecer, en el primero día de la semana y en un ambiente de luz que recuerda la mañana de la creación (1ª lectura), fueron al sepulcro de Jesús para embalsamar su cuerpo.

          Fueron a cuidar a un muerto, y al punto recibieron esa noticia tan abrumadora, que fue la noticia cumbre de la nueva creación: "Ha resucitado, y no está aquí. Ahí está el lugar donde lo depositaron". Sin más explicación, a estas tres mujeres se les encomienda inmediatamente una misión:  "Y ahora id y decid a sus discípulos y a Pedro: Él va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como él dijo".

          El lugar del encuentro es significativo, ya que fue en Galilea donde Jesús comenzó su ministerio público (Mc 1, 14). Al invitar a sus discípulos a ir a Galilea, Jesús quiere hacerlos testigos de su resurrección. Galilea había sido llamada por Isaías "Galilea de las naciones" (Is 8, 23), por ser lugar de confluencia de varias civilizaciones. Así, Galilea debía convertirse en la cabecera del puente de la misión evangelizadora universal de la Iglesia, confiada por el Resucitado a sus discípulos.

          Sin embargo, según el resto del relato evangélico, estas tres mujeres (María Magdalena, María madre de Santiago, y Salomé) no cumplieron su mandato misionero de ir a informar a los discípulos. Posiblemente no lo hicieron por sentirse presas del pánico. Y aunque escucharon el anuncio de la resurrección de Cristo, prefirieron huir y callar.

          Será necesario, por tanto, que los discípulos vivan previamente la experiencia de un encuentro personal y comunitario vivo con Cristo resucitado. Sobre todo para ser sus testigos, y recorrer el mundo (partiendo de Galilea) anunciando la buena noticia de salvación a todos los pueblos. Así lo confirma el antiguo credo relatado por el apóstol Pablo:

"En primer lugar, os transmití lo que yo mismo recibí. Que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, y que fue puesto en el sepulcro. Resucitó al tercer día según las Escrituras, se apareció a Pedro, luego a los Doce, y luego a más de quinientos hermanos a la vez" (1Co 15,3-7).

          Ésta es la cadena del testimonio en la transmisión de la fe, que instaura la experiencia espiritual de la presencia del Resucitado en nuestra vida. Es la cadena de testigos que empezó Pedro y que, a través de los Doce, se extendió a cientos de hermanos, y que hoy nosotros tenemos que continuar.

          Acojamos esta presencia de Cristo entre nosotros con alegría y gratitud. Y pidamos con fervor a Cristo Señor, vencedor del pecado y de la muerte, que nos sostenga en nuestra participación en el progreso de nuestra sociedad. Que los seguidores de Cristo seamos cada vez más, en este Senegal que acaba de celebrar el aniversario de su independencia, los artesanos de la justicia y de la paz, plenamente comprometidos en promover una mayor cohesión social y el bien de todos los pueblos.

          Que la luz pascual contribuya a la mejora de nuestro comportamiento, en una conciencia cívica más concreta y más allá de los discursos y las buenas intenciones. Que nuestras vivencias y enseñanzas tengan mayor impacto en los cambios profundos que debemos operar, individual y colectivamente, en la convivencia y el bien común de nuestra sociedad. Fomentemos el respeto a las personas, al medio ambiente y a la vida. Que Cristo resucitado haga descender sobre vosotros todas las bendiciones de Dios.

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  Act: 13/03/23         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A