Ofrecer al mundo una cultura atrayente

Cracovia,.24.julio.2023
Arzob.
.Marek.Jedraszewski,.primado.de.Polonia

          Estimados alumnos de Wroclaw, el fragmento del Sermón de la Montaña que acabamos de escuchar puede leerse en clave antropológica, a través de tres verdades que nos saltan a la vista.

          La 1ª es la verdad sobre la trascendencia del hombre, sobre el hecho de que éste debe esforzarse por lo que está en el cielo, sin detenerse de su existencia terrenal. Luego está la verdad de que existen tales logros humanos que tienen una especie de dimensión atemporal, que no se destruyen ni pasan, sino que perduran. La 3ª verdad es de carácter más epistemológico: la necesidad de asegurar que nuestro conocimiento sea verdadero y puro, porque de este conocimiento depende toda nuestra existencia humana, ya sea luz u oscuridad.

          Estas verdades, leídas a la luz de la situación cultural actual, se presentan como un desafío ante lo que el mundo moderno nos propone hoy como verdadero. Porque este mundo nos dice que debemos reunir nuestros tesoros en la tierra, y limitar toda nuestra vida y aspiraciones a esta mera perspectiva terrenal.

          Esta visión del mundo actual da como resultado la visión de un hombre-animal que vive de sus propias emociones, pero que en realidad no es un ser diferente de los demás seres vivos que componen el mundo de la naturaleza. Es decir, se trata del gran elogio a la inmanencia materialista, que ofrece al mundo la visión de que en esta vida no hay nada permanente, y nada puede resistir el paso de este mundo.

          Esto da lugar a una sensación de absurdo, tan acertadamente expresada a mediados del s. XX por el profeta de la época, Jean Paul Sartre, en su obra El Ser y la Nada: "Es absurdo que nazcamos, y es absurdo que muramos".

          A este absurdo sobre el principio y fin del hombre le seguiría, según Sartre, otro absurdo más, relacionado con la esencia del hombre: el absurdo de la libertad, pues "estamos condenados a la libertad". Es decir, que según esta visión estaríamos condenados a una sensación de sinsentido, en la que cada una de nuestras elecciones conduciría al hecho de cerrarse al resto de posibilidades.

          Finalmente, llega el profeta Sartre al 3º de sus absurdos: la maldición de la soledad, pues "para mí, el infierno es el otro hombre". Este es el mensaje central del drama de Sartre y del mundo actual, que podríamos resumir bajo el título "detrás de puertas cerradas".

          Este es el mundo descrito por alguien que creía haber convertido sus absurdos en una especie de heroísmo de la existencia. Pero ¿cuánto tiempo puedes vivir así? Y ¿hasta cuándo se puede convertir el absurdo en virtud? Especialmente en términos del s. XXI, cuando se niega la existencia de la verdad y se alega que vivimos en una era de post-verdad, en la que los hechos objetivos no importan.

          Como diría el propio Hegel, origen de toda esta ola de pensamiento, "tanto peor para los hechos". Es decir, que haga lo que haga el hombre (demiurgo de la narración), o frente a esos miedos o resentimientos de los que quiera desprenderse, para este mundo post-verdad ya no existiría el hombre como ser que lucha por descubrir la verdad, pues la verdad ya no es un punto de referencia válido sobre cómo actuar.

          Frente a estas manifestaciones del gran caos del mundo actual, ¡cómo no repetir las palabras del Señor Jesús en el Sermón de la Montaña! Sobre todo en nuestro contexto de hoy: "Si la luz que hay en vosotros es tinieblas, ¡cuán grandes son esas tinieblas!" (Mt 6, 23). Sobre todo por lo aterrador que puede ser que esta oscuridad se convierta en virtud.

          Ante tal situación, se necesita un pensamiento diferente para el hombre, y es necesario abrirse a lo que el Logos divino nos muestra: un espacio diferente de racionalidad, gracias al cual el hombre puede recuperar su grandeza, el sentido del sentido de la vida y el fundamento de la dignidad personal.

          Gracias a Jesucristo podemos descubrir el milagro de la inclinación de Dios sobre la humanidad, que brota de la esencia de Dios. Es decir, del amor: "De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna" (Jn 3, 16).

          Se trata del milagro del amor, que exige una respuesta humana en forma de fe y de esperanza, en que no pereceremos y en que tendremos la vida eterna, en esa eternidad en la que el Cordero de Dios es la "lámpara ininterrumpida que ilumina todo" (Ap 20, 22-23).

          A la luz de Dios, que es logos divino o verdad, comprendemos plenamente las palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña. Entendemos por qué el hombre es un ser trascendente, y por qué este ser trasciende la dimensión de este mundo. También entendemos por qué hay tanta sed de Dios, y cómo es posible el completo apaciguamiento del corazón humano, como ya escribió en sus Confesiones San Agustín: "cuando descanse en Dios".

          A la luz de Dios, que es amor, también comprendemos por qué hay algo en nuestras acciones que es indestructible e imperecedero, e incluso eterno: el amor de Dios, fuente de todo ello. Si nos abrimos a este amor, comenzaremos a vivir este amor, del cual decía San Pablo en su Carta I a los Corintios: "Permanecen la fe, la esperanza y el amor, estas tres. Pero la mayor de ellas es el amor" (1Cor 13, 13). El amor "nunca falla" (1Cor 13, 8), y si es así, entonces todas nuestras acciones (nacidas del amor) serán duraderas y tendrán un carácter intemporal, y serán imperecederas en su bondad.

          Finalmente, Jesucristo es luz, como él mismo dijo de sí mismo: "Yo soy la luz del mundo" (Jn 8, 12). Pero no una luz que ciega al hombre o lo priva de la capacidad de ver. No. Jesucristo es la luz gracias a la cual vemos el mundo, como fruto del amor del Creador, y de un Dios que por amor se inclinó sobre su obra y se alegró cuando vio que todo era bueno. Jesucristo es esa luz, gracias a la cual nos vemos a nosotros mismos. Sólo así, mirando a Dios, al mundo y a nosotros mismos, podremos entender este mundo.

          Juan Pablo II repitió varias veces, tanto al inicio de su pontificado (22 octubre 1978) como desde la Plaza de la Victoria (2 junio 1979), que no tengamos miedo de abrir la puerta a Cristo, porque sólo él conoce lo que se esconde en lo más profundo del hombre, y sólo él es la llave que permite al hombre comprenderse a sí mismo. Es decir, que fuera de él hay oscuridad, y una fugacidad que provoca una sensación de absurdo y sinsentido.

          Hoy, queridos hermanos, celebramos el 50 aniversario de la fundación de la Universidad Pontificia de Wroclaw. Damos gracias a Dios por esta hermosa historia, por las personas que crearon esta universidad, por los que aquí enseñaron, por los que aquí adquirieron sus conocimientos, y por los que, abrazados por el amor de Dios y la luz de Cristo, partieron de aquí al mundo entero para predicar el evangelio a todas las criaturas.

          Somos conscientes de los contextos cambiantes y los desafíos históricos, y que aún quedan algunos temas de actualidad que la universidad ha de encarar con suma importancia. Nuestra tarea es revelar la verdad plena sobre Cristo, sin la cual ningún hombre es capaz de comprender el sentido de su vida, de su vocación y de su meta. Hagámoslo culturalmente, en todos los campos que estén relacionadas con esta verdad sobre Cristo.

          Supongo que conoceréis el ensayo de Kolakowski titulado Jesús Ridiculizado, publicado póstumamente hace apenas unos años y escrito a mediados de los 80. Pues bien, en él viene a decir su autor que hoy en día no se lucha contra las verdades contenidas en el evangelio, sino que simplemente no se quieren aportar soluciones.

          Según Kolakowski, el mundo moderno, al escuchar el evangelio, simplemente dice que es gracioso, y pasa a otro tema por carecer el evangelio de importancia. ¿Amar a otro? ¿Dar la vida por él? ¿Pensar en la eternidad? Esto es gracioso para el mundo actual, y de ahí nuestra grave preocupación al respecto.

          La reflexión es una permanente enseñanza predicada por la Iglesia, desde que Cristo dijera toda la verdad, e iluminase todos los aspectos de la vida, en su Sermón de la Montaña. Por eso hemos de predicar incansablemente esta verdad, con un esfuerzo cognitivo que asuma todos los desafíos de este mundo. La Universidad Pontificia de Wroclaw puede servir a esta tarea tan importante para todo ser humano.

          No tengamos miedo, y demos una esperanza a este mundo: Cristo es la verdad, y el camino que conduce a la vida. Pidamos a Dios su bendición y fortaleza durante esta santa eucaristía, para cumplir tan importante tarea para la Iglesia.

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  Act: 24/07/23         @primados de la iglesia            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A