TOMAS DE VILLANUEVA
Explicación de las Bienaventuranzas

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos seréis cuando los hombres por mi causa os maldijeren, y os persiguieren, y dijeren con mentira toda suerte de mal contra vosotros. Alegraos y regocijaos, porque es muy grande la recompensa que os aguarda en los cielos (Mt 5,3-12).

Estas siete palabras tan admirables que nuestro Señor ha predicado en el principio de su sermón, son fundamento sobre que ha de cargar el peso de los mandamientos que ha de dar en toda esta su Ley; y son tan altas, que quien a ellas hubiere subido ha llegado a la cumbre de la perfección que en esta vida puede tener. Porque los pobres de espíritu y los mansos, llorosos, y los demás de estas siete palabras, no son los que tienen estas virtudes así como quiera, mas los que en el más alto grado, y a modo de espíritu divino más que humano. Así como el que fuere tan humilde, que tuviere muy claro conocimiento cómo de sí mismo es nada, y amare con grande amor su propio desprecio, dando de corazón la honra a Dios, éste será pobre de espíritu. Y el que se hallare libre, no sólo del deseo de venganza, más aún de la turbación de la ira, dándose suave y afable a los rencillosos, como si no hubiera sido injuriado, éste será el manso de quien aquí se habla. Y el que huyere los deleites presentes y tomare el gemido por canto, abrazando los trabajos con mayor afición que los mundanos sus placeres, éste es lloroso bienaventurado. Y los que tuvieren grandísima gana del manjar espiritual, como los muy golosos del corporal, son los que han hambre y sed de justicia. Quien tuviere los males ajenos por suyos, a semejanza de madre, que está más enferma y llorosa por la enfermedad de su unigénito hijo, que el buen hijo que padece, éste es el buen misericordioso. Y a los que tuvieren perfecta limpieza de corazón, la cual es perfecta santidad, a éstos conviene la sexta palabra. Y a cuyos movimientos estuvieren tan sosegados que no se levantan contra la razón, y que la voluntad siga con mucho amor a la vida de Dios, y después tuviere gran deseo y trabajo por ver esta paz en los otros, a éste conviene la postrera palabra.

Dichosos aquellos que estos escalones hubieren subido; porque habrán llegado a la puerta del Cielo, figurada por el templo que vio Ezequiel1, hasta la puerta del cual había siete escalones. Éste tiene la vida más descansada que en este mundo se puede tener; porque está su ánima perfectamente sana y gusta de los frutos del Espíritu Santo, que son arca de la bienaventuranza y del Cielo. Y así como en la Ley pasada prometió Dios2 abundancia de los bienes temporales a quien la guardase, así Cristo, para incitarnos a guardar esta su Ley, que tan alta es, nos pone al principio el gran prometimiento, no de bienes de tierra, que no pueden dar bienaventuranza, mas de eternos y celestiales, que tienen cumplida hartura, siendo por dos causas bienaventurados los que estas palabras guardaren: una, por el bien que esperan en los Cielos, así como ser consolados, hartos, alcanzar misericordia, ver a Dios y todo lo demás que en estas siete palabras prometen; otra, y menos principal, por la esperanza tan cierta de gozar de aquellos bienes cuando se mueran y la abundancia del gozo y riquezas espirituales que en este mundo poseen. Para que así como los malos son quebrantados con dos quebrantamientos, uno en este mundo por la tristeza de la conciencia, otro en el otro con tormentos de infierno, así los que guardan estas palabras vayan de virtud y de gozo en gozo y reciban en este mundo ciento tanto de lo que dejaron por Dios y después la vida eterna.

Y es de mirar que a estas siete palabras corresponden siete dones del Espíritu Santo, y las siete peticiones del Pater noster; porque el que fuere verdadero humilde, aquél es sobre quien se asienta el espíritu del temor de Dios, que es una reverencia del ánima, considerando la grandeza de Dios en su propia pequeñez; y éste sólo puede decir en verdad: Santificado sea tu nombre; que quiere decir que toda la honra sea atribuida a Dios. Y de la humildad nace la mansedumbre, que concuerda con el don de la piedad, con el cual no resistimos, mas honramos las obras y palabras de Dios, aunque no las entendamos; y en estos tales reina Dios, porque no le resisten, y por tanto oran a Dios con verdad: Venga a nos tu Reino. Y después de haber echado de sí los alborotos de la ira, queda en sosiego para pensar de cuántos males esté lleno este mundo; y enseñando por el don de la ciencia, sabe que más conviene en él trabajar que holgar, y llorar que reír; y la causa porque llora es, entre otras, porque en sí mismo y en otros no se obedece del todo la voluntad de Dios, y por eso ora; y sintiendo dolor por sufrir este destierro, confórmase por quererlo Dios, y dice: Fiat voluntas tua: cúmplase tu voluntad en la tierra como en el Cielo. Y como este lloroso desarraiga del corazón el deseo de los placeres del cuerpo, no le queda en qué emplear la hambre de su deseo, sino en las cosas espirituales; y así ha hambre y sed de justicia; y para esto es menester el don de la fortaleza, porque mayor trabajo es que cavar pasar de la carne al espíritu, y desechar el pasatiempo presente, y buscar el mantenimiento escondido; y estos solos hambrientos dicen a Dios con verdad: El pan nuestro de cada día dánoslo hoy. Mas porque, por muy vigilantes que sean en vencer a sí mismos, para comer este pan que los hace justos, empero todavía caen en algunos pecados, por tanto han menester el don de consejo, por el cual acuerdan de ser misericordiosos con ellos, perdonando los suyos; y a estos conviene decir: Perdónanos nuestras deudas, así como nos perdonamos a nuestros deudores. Y con estas virtudes pasadas nace en el ánima un deseo de perfecta limpieza, la cual limpie su entendimiento para poder ver a Dios, el cual no se deja ver sino de ojos muy limpios; y para esta vista les es dado el don del entendimiento, con que penetren las cosas de Dios y lo conozcan en sí y en ellas; y como mientras más las conocen, más huyen y temen el ofenderlo, por tanto le ruegan con mucha instancia: No nos traigas en tentación. ¿Qué resta de todas aquestas cosas, sino un deseo grande de ordenar en tanto sosiego su cuerpo y su ánima, que los que posean en tanta paz, que ninguna cosa haya en ellos que se levante contra Dios, deseando la misma paz a sus prójimos? Y entonces tienen el don de sabiduría, porque el ánima del justo silla es de la sabiduría, estando unida a Dios por pacífico amor, y éstos son los que ruegan a Dios (y lo alcanzan): Líbranos del mal.

Estas siete palabras son las siete candelas del candelero del templo y los siete pueblos que se han de vencer para que poseamos en paz la tierra de promisión; éstas son las siete vueltas que en siete días y con siete bocinas se dieron, con las cuales cayeron en tierra los muros de Jericó; y las siete estrellas que tiene Cristo en su mano, y siete candeleros de oro, en medio de los cuales está. Mas no piense alguno que, habiendo cumplido estas siete palabras, se ha de echar a dormir, porque aun le queda lo más trabajoso; y se preguntan: ¿qué? Sepan que el padecer. No queda más que hacer ni que estudiar; mas queda el sufrir, que es como examen de los que han estudiado. Conviene que quien ha aprendido a recibir bienes de Dios, aprenda pasar males por Él. Oro es quien ha cumplido estas palabras; mas conviene que entre en el fuego, para que sea más apurado; trigo es de Cristo; conviene que sea molido por Él, para que sea sabroso pan. Estas siete palabras armas son para el ánima; conviene probarlas en la persecución, porque, de otra manera, el ser caballero y el tener armas, cosa de sólo nombre sería. Si tanto has amado a la bondad, que lo has hecho por ella todo ello, parezca ahora cómo la amas en sufrir algo por ella. La tribulación no quita la hambre la bondad, mas da resplandor a la bondad verdadera y derriba la fingida; como la simiente que cayó en tierra de piedras, que luego se secó con el calor del sol. Y, por tanto, así como tras la verdad de la doctrina viene la prueba de los milagros, así después de la buena vida ha de venir el sufrir con paciencia, cuya virtud es mayor que el hacer milagros. Mucho es hacer buenas obras, pero más es sufrir las malas. No hay otra señal tan grande de amor como es padecer por el amado; porque la paciencia obra perfecta tiene. Pues luego la bondad acabada consiste en dos cosas: en hacer bienes por Dios y en padecer de gana males por Él, y mayor señal es de bondad lo segundo que lo primero. Y, por tanto, después que nuestro Señor nos ha enseñado en las palabras pasadas lo que hemos de hacer, esfuérzanos ahora a que hayamos de padecer diciendo: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Como si dijese: los buenos cristianos a ningún hombre han de hacer mal, y a todos han de aprovechar en lo que pudiesen; mas si viviendo ellos así hubiere algunos hombre tan malos que los persiguen, no por culpa que en ellos haya, mas porque siguen la justicia, no pierdan los buenos su voluntad por ocasión de la maldad ajena, porque no es bueno de verdad el que no sabe sufrir al malo.

No se engañen, empero, algunos pensando que este padecer por justicia es ser castigado del juez o ser afrentado o perseguido de otro por los pecados que ha hecho; porque, aunque este tal padecer con paciencia sea muy provechoso, pues Dios les tomará en cuenta todo lo que padecieren de unos y otros, y aun puede ser tan grande el castigo, y tomado con tanta paciencia, que delante el juicio de Dios no le quede más que purgar, antes aquel castigo sea purgatorio para aquel y los otros pecados, y lo haga, a semejanza de martirio, volar al cielo; mas estos de quien aquí se habla, son aquellos que ni por delito que hayan hecho, ni por odio particular que les tengan, mas solamente porque siguen a la justicia, que quiere decir la virtud, son perseguidos.

Así como guardar castidad para entender en obras de misericordia, por mirar el provecho común, por predicar la verdad y, generalmente, porque no quieren cometer algún pecado, o porque hacen alguna obra que sea buena, ahora sean perseguidos de fieles, ahora de infieles, ahora de los que persiguen pensando que aciertan, ahora de los que con pura malicia, todos estos padecen por la justicia, y los llama Cristo bienaventurados. Y si les pareciere recia cosa padecer males por hacer bienes y ser perseguidos por lo que era razón que fuesen amados, oigan que de ellos es el Reino de los Cielos, y verán luego que están bien pagados breves trabajos con descanso sin fin. ¿Por dicha es de tener en poco ganar el Reino de Dios, y no para un día, sino para siempre? ¿Y quién será tan sin seso que no desee ser coronado con corona de gloria por la bendita mano de Dios? Pues si aquel reino no os contenta, sabed que, aunque es reino de paz y descanso, con trabajos y persecuciones se gana, y con pedradas de brazos de malos se ganan los abrazos de Dios, y el huir de ser perseguidos es huir de ser coronados; por tanto, no hay por qué teman los buenos la maldad ajena, mas hay mucho en que aprovecharse de ella.

Decidme: si a algún codicioso le arrojasen perlas que las tomase por suyas, ¿pesarle había por dicha que le hiciesen un poco con ellas o desearía que más y más le tirasen? Mas creed por muy cierto que no hay perlas tan valerosas, si las sabéis conocer y sois codiciosos del Cielo, como la persecución de los malos. Una corona ganáis por el bien que hacéis, y otra más excelente porque padecéis mal. Pues ¿por qué la ganancia tan grande no os quita dolor tan pequeño? No os quejéis, pues, de lo que os debéis gozar, ni os canséis de atesorar en el cielo, porque, al fin, no son dignas las pasiones de este tiempo para la gloria que se revelará en vosotros. Y, por tanto, discípulos míos, ciertos de aquesta promesa, y confiados de mi favor, aparejaos, porque en la pelea que ha de venir no seréis derribados como cobardes, mas coronados como vencedores. No penséis que os habéis llegado a seguirme para que vuestra honra sea más alta, o vuestra hacienda más rica, o para vivir en regalo; que si esto fuese, ni se sabría quien me seguía por amor de estas cosas. Quiero yo que me busquen a mí por mí y que me amen sobre todas las cosas. Y sabed por muy cierto que, si alguno viene a mí y no aborrece su padre y su madre, y mujer e hijos, y hermanos y hermanas, y aun su vida propia, no puede ser discípulo mío; porque si no está aparejado a contentarme a mí, aunque descontente a todos, y a perderlo todo (si conviniere) por servicio de Dios, no puede gozar de Dios, que quiere ser amado únicamente, y abrir el camino del ser perseguido por amor de la justicia, tomando mi cruz; y recibir malquerencia en lugar de amor, y blasfemias por buena doctrina, y persecuciones por hacer bienes, y perder la vida por la honra del Padre. Mas sabed por cierto que el que no toma su cruz y apareja el sufrir por mí todo lo que le viniere, no será digno de mí.

No es cosa de delicados el ser cristianos, mas de caballeros; que si siguen a mí, yo soy el racimo colgado del palo que fue traído entre dos hombres de la tierra de promisión, porque será llevado entre dos ladrones al lagar de la cruz, adonde sea pisado y salga vino de sangre; mas conviene que los que llegaren a mí, piensen que se han llegado al lagar para ser pisados. Y anímense y enciéndanse, embriáguense con el vino y calor de mi sangre, para que, cuando sean pisados, no sean secos; mas den su fruto en mucha paciencia, que como vino dulce alegre a Dios y a los ángeles. Y yo ceno del pez asado en el fuego y criado en la mar salada de las tribulaciones, mas quiero que coman mis discípulos de lo que me sobra, porque quiero que me sigan en el padecer. Mírese bien, que no debe ser comenzado a ser cristiano, conforme debe de ir con el mundo, pues con él tien paz; porque ésta es muy firme sentencia: que todos los que quisieren vivir bien en mí han de padecer persecución.

Por tanto, no penséis de poder agradar juntamente a dos tan contrarios como a mí y al mundo; y si mi compañía os agradare, no os espanten las persecuciones que os han de venir; y os las digo antes para que no os derriben con su tropel, si os vinieren sin ser esperadas. Sabed por muy cierto que el mundo, enemigo mí, se levantará contra vosotros y os perseguirá con todas sus fuerzas y en todas vuestras cosas. Quitaros ha la honra, despedazará vuestra fama, robará vuestras haciendas, alanzaros han de los templos, desterraros han de los pueblos, y aun mandarán que no os den mantenimientos, como a hombres pestilenciales, y pensarán que por vosotros vienen las hambres y males al mundo. Y después de cárceles y azotes y otros tormentos, perderéis la vida por mí. Ningún género de gente habrá que no os quieran mal: perseguiros han los letrados con argumentos, y los príncipes con tormentos, los sacerdotes con acusaciones, la gente común con deshonras; seréis estimados por locos y engañadores y por el estiércol más despreciado de todo el mundo. Teneros han por tan malos, que quien más mal os hiciere y más presto os matare pensará que mejor sacrificio ha ofrecido a Dios; porque será tenido por el mayor de los males nombrarme, y creerme, y seguirme, y llamarse cristianos. Seréis perseguidos los que quisiéredes ser verdaderos cristianos de los judíos, gentiles y falsos cristianos. De judíos, porque como siguen la letra muerta de la Ley, y se contentan con parecer santos de fuera, sin buscar limpieza de corazón, y también como son muy amadores de los bienes de este mundo, no cabrá en ellos el vino nuevo del Evangelio espiritual, que principalmente habla del corazón, donde está la santidad verdadera, y enseña a despreciar los bienes que pasan y amar los eternos.

Pues los filósofos hinchados con su propio saber, que tienen por necedad todo aquello que por razón no pueden alcanzar, tampoco podrán recibir el Evangelio, que quiere ser más sencillamente oído y creído que curiosamente disfrutado. No porque sean las cosas de Dios contra razón, mas porque son sobre toda razón y en ellas va más seguro el humilde e ignorante que el sabio soberbio, porque son como río muy grande, en el cual nada el cordero y se ahoga el elefante. Y, por tanto, porque estos tales se quieren hacer necios para ser sabios, quedarse han con su sabiduría, que es necedad, regidos por su espíritu: pues no quieren recibir el de Dios, el cual se da a los chicos y humildes y es negado a los grandes soberbios.

Pues los falsos cristianos, cuyas persecuciones son más de temer, son en una de dos maneras: porque los unos pierden la verdad de la fe por estar en alguna herejía, y persiguen a los buenos cristianos con palabras de Dios, entendidas según el propio engañado juicio de ellos, y aun con cárceles y tormentos si pueden, porque les falta la razón. Otro género hay de fingidos cristianos, cuya persecución es más de temer que todas las pasadas, y son los que sienten de la fe rectamente y no siguen en la vida la voluntad de Dios. Estos, aunque reciben mi Evangelio, empero, no me obedecen; tráenme en su boca y hónranme con señales de fuera; empero, el corazón de ellos, donde yo miro, lejos está de mí; y porque teniéndolo lleno de codicias, como judíos, o de honras, como si fuesen gentiles, o de amor de deleite, como si fuesen animales, ¿cómo podrá Dios estar cercano al tal corazón, pues que está lleno de lo que Él aborrece? Y de aquí viene que, como los verdaderos cristianos obedezcan al Evangelio, el cual es totalmente contrario a estos deseos, no puede faltar guerra de fuera entre ellos y los otros, pues tanta diferencia hay de deseos entre sus corazones. Y la persecución no la mueven los buenos, porque son mansos como corderos y pacíficos aun con los malos, mas muévenla los fingidos cristianos, que son rencillosos, mofadores y descuidados de entender en su vida y anotadores de las vidas ajenas. Y esto no por tomar ejemplo de lo bueno que ven y enmendar sus faltas con la bondad ajena, mas para tener qué hablar y qué reprender, ensuciándose y haciéndose peores con la limpieza y bondad de los otros.

La condición de los tales sueles ser que cuando ven en el prójimo alguna obra dudosa, más se huelgan de echarla a la peor parte que a la mejor; porque cual es cada uno, por tales juzgan a otros. Y si la obra es tan buena que no la pueden calumniar, ponen sospecha a la intención con que se hace, hurtando su oficio a Dios, que es juzgar corazones. Y siendo razón que por los frutos conozcamos al árbol, y aunque (según la regla) si alguna tacha, aunque muy clara, hubiese en el prójimo, es razón que disimule y sufra, por las virtudes que debemos tener; haciendo éstos al revés, que por alguna falta liviana y más sospechada que sabida, teniendo ellos otras mayores y muchas, reprenden y blasfeman todo lo bueno del prójimo; y siendo razón que le sufriesen y aconsejasen por misericordia sus faltas y le diesen favor en lo bueno que tienen, para que así creciese la honra de Dios, desbaratan todo lo bueno con su rigor y contradicción, como personas que desean poco la gloria de Dios y el provecho del prójimo. Y de éstos, unos persiguen viendo que yerran, otros pensando que aciertan. La causa de lo primero es la mucha maldad de su corazón, que les hace parecer mal la bondad ajena. Porque ¿cuándo podrán parecer bien a un soberbio, que como pavón quiere tender en este mundo la rueda de plumas de su vanidad, la humildad de quien en este mundo se abaja como gusanillo para ser ensalzado en el otro? ¿Y cómo contentará al airado león la mansedumbre del cordero, que no sabe vengarse? Tarde se contentará la maliciosa y doblada raposa de la paloma sencilla, que no sabe engañar. Y, finalmente, no se contenta el mundano del espiritual, ni el indevoto del devoto, ni el que busca las cosas presentes de quien tiene todo su amor puesto en el Cielo. Y de aquí es que, queriendo uno comenzar a subir de la bajeza terrena a la alteza de seguir el Evangelio muy de verdad, vendiendo todos su bienes y dándolos en limosna a los pobres, gozándose con las injurias y con los otros desastres, no curando de su honra, mas buscando el mundo, andando al revés de su vanidad, hablando del Cielo, oyendo de las cosas que llevan a Él, teniendo por gran vanidad lo que en este mundo más florece y estando con el solo cuerpo en este mundo, vive ya con el corazón en el Cielo. ¡Cómo se arman luego contra este tal saetas de lengua, como si hubiese hecho una gran traición en despreciar el mundo por Dios!

Y esto denota David cuando en los salmos que hizo para subir las quince gradas del templo, que significa la vida espiritual, luego en la subida de la primera grada dijo: Siendo yo atribulado, di voces al Señor y oyóme; libra, Señor, mi ánima de los labios malos y de la lengua engañosa. Atribulado se siente en subiendo la primera grada, por las murmuraciones de los labios malos y de la lengua engañosa, que abiertamente dicen mal del que comienza a subir; y también es atribulado de la lengua engañosa, que es la que, poniendo temores vanos, o promesas de bienes presentes, o debajo de otra razón que parezca buena, quieren impedir al que no se contenta con seguir a Dios tibiamente mas sube a servirle con todas sus fuerzas. Y de aquí es que, así como en el vientre de la madre Rebeca había dos hijos que guerreaban, el uno malo y otro bueno, y de los hermanos Isaac e Ismael, el malo, nacido según la carne, perseguía al bueno, nacido según el espíritu; así de los que la Iglesia tiene en su vientre, y que son hermanos, porque son sus hijos, el malo persigue al bueno, aunque sea de su pueblo, aunque sea vecino, aunque sea amigo, aunque sea pariente y aunque sea padre con hijo; y tanto suele ser la contienda más cruda, cuando el parentesco es mayor. Y aunque esta pelea no sea con armas que matan los cuerpos, son, empero, de lenguas, que hieren las ánimas.

Ligera cosa parece la palabra, mas su injuria no hiere livianamente; porque escrito está: La herida del azote levanta cardenal, mas la plaga de la lengua quebranta los huesos. Y sin duda dañan más éstos algunas veces con guerra de lenguas que parece paz, que los infieles con armas y los herejes con sus engaños; que los infieles no matarán más del cuerpo, y aun de su persecución pueden huir; y los herejes cualquier buen cristiano los evita, pues están apartados de la Iglesia. Mas ¿cómo huirá del que está en su pueblo y casa o evitará al que es tenido por hijo de la Iglesia? Y esto es lo que en nombre de la Iglesia dice en el cántico de Ezequías: Mirad que en la paz es mi amargura muy mucho amarga; porque amarga fue la Iglesia en la muerte de los mártires y más amarga en la persecución de los herejes; empero, muy más amarga en la paz de los malos hijos. Estos son figurados por la mujer de Job, la persecución de la cual le fue más grande que la del demonio y sus amigos, que significan los herejes. Y también por la mujer de Tobías, la cual, haciendo burla de la buena vida de su marido, le hizo gemir y llorar, habiendo tenido primero mucha paciencia en la reprensión de los otros. Estos son comparados a San Pedro, que, mirando el amor de la vida presente, aconsejaba a Cristo que no tomase la cruz. Y de la misma manera Abisay aconsejó a David que matase a Semeí porque le había maldicho. Y San Pedro por boca de Cristo, como éste por boca de David, fueron llamados Satanás; porque todo aquel que impide hacer bien o aconseja el mal, miembro es del diablo y llamado Satanás, que quiere decir contrario. Y de éstos dice San Gregorio que no empecerían tanto si la Iglesia no los tuviese dentro de sí por la fe, a los cuales hace que no los puedan evitar cuando los reciben por la profesión de la fe.

Conforme a los cual dice San Agustín: “No nos engañen los engañosos herejes, o los vanos paganos, o los malos cristianos que están en la misma Iglesia católica, tanto más dañosos cuanto más enemigos dentro. De los cuales el profeta no calló cuando dijo: Así como el lirio entre las espinas, así mi amiga entre las hijas. No dijo en medio de los extraños, mas en medio de las hijas. El que tiene orejas para oír, oiga”. De las palabras de estos santos, y especialmente de estas postreras, claramente parece cuán dañosa es la lengua de los malos para los que desean seguir a Cristo; y pluguiera a Dios no hubiéramos probado por experiencia cuántos pecados se hacen, y cuántos bienes se dejan de hacer, y cuántos bienes comenzados tornan atrás por el mofar y aconsejar de los malos. ¡Oh cosa para llorar! Si Cristo dice: Quién no allega junto conmigo, aquél desperdicia, ¿qué será de aquel que no solamente no allega, mas derrama las ánimas allegadas y estorba que no se alleguen las derramadas? Y si dice el mismo Cristo: Quien no es conmigo, contra mí es, ¿qué será de aquel que no ayuda a ser castos, sufridos y virtuosos, pues que esto es ser de la parte de Cristo; antes aconseja y ayuda a otros que pequen, y les dicen que han hecho bien cuando han pecado, y burlan de los que siguen a Cristo?

Por cierto, pues, San Agustín y Orígenes dicen que todos los que no aman a Dios y comenten pecados son anticristos, por hacer obras contrarias a Cristo; aunque con mucha razón serán llamados por este nombre los que reprenden por malo lo que a Cristo parece bueno y aprueban por bueno lo que a Él parece malo; aborrecedores de lo que Cristo ama y amadores de lo que Cristo aborrece, hombres al revés de Dios, de los cuales dice Isaías: Que llaman a lo bueno malo y a lo malo bueno, poniendo la luz por tiniebla y las tinieblas por luz3. ¡Oh si éstos sintiesen aquella terrible palabra de Cristo, que dice: ¡Ay de aquel por quien escándalo viene! Y quien escandalizare a uno de estos chiquitos que en mí creen, mejor le sería que le cargasen a su cuello una muela de tahona y le echasen en el profundo del mar4. ¡Oh con cuánta razón debe temer y llorar quien ha sido causa que hagan algún mal o se estorbe algún bien! Y ¡con cuánta vigilancia ha de refrenar todo hombre su lengua y su vida, para no ser causa que otro tropiece por él! Porque, allende que si lo tal hiciere es contrario a Cristo, cuyo oficio es hacer ánimas buenas, y es del bando del diablo, pues que le ayuda a su oficio, que es hacer pecar a los hombres, empero, ¿quién contará cuán grave sea este pecado, por el grande mal que al prójimo viene? No se puede hacer penitencia si no se restituye lo que se lleva; y tanto es más dificultosa la restitución, cuanto lo tomado es de mayor precio. Pues lo que a un hombre tomamos cuando le hacemos pecar, no es oro, ni plata, ni fama, ni vida; mas la buena conciencia, la gracia y amistad con Dios, que no hay cosa más preciosa en el mundo. Pues si queremos tornar a hacer bueno al que una vez hicimos malo, unas veces está muerto, y aun quizá en el infierno por aquel pecado, y será su mal sin remedio, y su queja sin fin, pidiendo a Dios venganza de quien fue causa de su perdición; y ya que esté vivo, quizá está ausente o no le podemos haber; y ya que se haya, quizá ha cometido otros muchos pecados y sido causa de que otros los cometan. Y la experiencia declara que es más ligera cosa hacer a uno malo que después de hecho tornarlo a hacer ser bueno. Y, por tanto, conviene a los que esto tocan que muy a menudo y con mucha humildad y dolor pidan perdón a Dios de las ánimas que le hicieron perder, como quien toma al padre sus hijas buenas y las hizo malas mujeres; y le supliquen entre sus principales peticiones por aquellos que hicieron malos, y trabajen por cuantas vías hubieren, ahora sea hablándoles ellos, ahora buscando personas que les hablen, y dando buen ejemplo, y con pedir oraciones ajenas (si todo lo tienen) para que los tales errados se conviertan. Y ayudarse ha para esto con muchos ayunos y limosnas, y con sacrificios de muchas misas por la conversión de los tales: porque es mucha razón que aquel tal hombre trabaje muy especialmente por llegar ánimas a Dios, aquéllas u otras, para que por la vía que erró haga penitencia, tornando ánimas por las que robó.

Esto se ha dicho para despertar a los que tienen en poco haber sido causa que otros pequen por ellos o dejen el bien; porque, según dice Gerson5, dificultosamente se hace conveniente penitencia de aqueste pecado. Y también hase dicho: porque de aquía delante, si uno quiere ser malo, séaselo él solo, y baste que se corte él del cuerpo de Cristo, sin lastimarle en cortar a otros. ¿Quién sería tan cruel que cortase a Cristo las manos o pies o le sacase sus ojos? ¿Y quién es el cristiano que sólo oírlo no tiembla? Creamos, pues, por muy cierto que más verdaderamente hace estas cosas y más le lastima quien hace pecar a las ánimas que si le cortase sus pies y sus manos. Porque no dijo San Pablo de burla que los buenos cristianos son miembros de Cristo 6 , y tan amados, que por darles vida espiritual perdió Él la vida de su propio cuerpo. Y pues ninguno pierde algo sino por cobrar lo que más ama, claro es amará Cristo más las vidas de las almas que la de su propio cuerpo. Y siendo así, más le lastima quien hace que una ánima peque que si los ojos corporales le sacaran. Todo lo cual afirma San Bernardo, diciendo así: ¡Oh ceguedad tan grande de los que no huyen de aqueste pecado! ¿Qué cristiano hay que no le parezca mal la malicia de Herodes, que deseaba la muerte de Cristo recién nacido7? Tengamos, pues, por cierto (pues Cristo lo dice) que toda ánima que hace la voluntad de Dios8, es madre espiritual de Cristo, y esto aunque no sea según el cuerpo, empero es muy más excelente modo de ser madre que corporal; y la misma Virgen María fue más bienaventurada en concebirlo en el ánima9, siendo su madre espiritual, que corporal engendrándole de su purísima sangre, siendo madre según el cuerpo. Pues siendo esto así, ¿qué otra cosa es hacer tornar a uno atrás, cuando comienza a seguir la voluntad de Dios, o hacer pecar al que ha días que es bueno, sino matar a Cristo, que era recién nacido en aquel ánima o que había días que era nacido? Miremos, pues, estas cosas tan de mirar, y trabajemos por aumentar al cuerpo de Cristo, que son los buenos cristianos, por que muera por las ya nacidas; porque Cristo, que es vid, tenga muchos sarmientos verdes unidos a sí, y no cortados los que tiene; y seamos a una con El allegando ánimas, no contra Él desperdiciándolas.

Queda ahora la postrer guerra de los fingidos cristianos, que persiguen a los verdaderos pensando que aciertan. La cual persecución suele ser tanto más recia, cuanto más piensan que sirven a Dios los que lo hacen. Porque, cuando los otros perseguidores allegan las cosas de Dios, cesan de perseguir; mas éstos, cuanto el tiempo es más santo y cuanto más devotos están, tanto con mayores fuerzas persiguen. Y el yerro de éstos no está en la voluntad (pues por buen celo lo hacen), mas está en el entendimiento, que no saben conocer la verdad. Y la causa del yerro es ésta: que como los hombres espirituales son regidos por el Espíritu Divino, que los hace más altos que hombres, están tan renovados, y tan sutiles, y tan celestiales, y tan conformes a la imagen del celestial, que sólo aquél los puede juzgar y entender que tuviere espíritu de Dios en sí. Porque el que éste no tiene y no está renovado en los sentidos espirituales, y todo enseñado por la sabiduría de Dios, no puede juzgar de las cosas espirituales; porque muchas veces pensará que juzga según la voluntad de Dios, y es engañado; que como él con su espíritu humano quiere juzgar al que es regido por espíritu de Dios, y es semejable como el que duerme quisiese juzgar al que vela, y el ciego al que ve, y la bestia al hombre, y el hombre a Dios; pues quiere juzgar con su propio seso al que tiene en sí el seso de Dios, en lo cual es imposible acierte. Y de aquí es que, así como lo discípulos de Cristo, navegando por la mar una noche, no conocían a Cristo, que conocía a ellos, y dieron voces diciendo que era fantasma10; así éstos que están en tinieblas de ignorancia, regidos por su propio saber, y porque les falta el espíritu que escudriña las cosas, cuando ven alguna cosa espiritual de Cristo no la conocen; antes, porque no va conforma con el saber de ellos, se espantan y contradicen con voces, y piensan ser engaño lo que vieran muy claro ser Cristo si fuesen espirituales. Empero, aunque yerran con buena intención, no por eso dejan de errar, ni dejarán de ser castigados; pues que ninguno debe usar oficio faltándole la suficiencia, y aquél sólo ha de ser juez de todas las cosas de Dios que tuviere espíritu de Él, como dice San Pablo, que el espiritual todas las cosas juzga11, y él de ninguno puede ser juzgado.

Pues según estas cosas que arriba se han dicho, grandes y muchas, y de mano de muchos, y de muchas maneras son las persecuciones de los apurados cristianos que adoran a Dios en espíritu y en verdad y no en carne y en mentira. Muy trillado ha de ser este trigo para que se ponga en las trojes de Dios; y de todas partes ha de ser combatido el que ha de ser coronado en el cielo. Empero, entre estas persecuciones tan recias de lenguas, y robos, y muertes; entre los tribunales, jueces y de magníficos emperadores, y sabiduría de letrados, religión de sacerdotes y ferocidad de hombres aramdos, ¿qué harán las ovejas de Cristo que con sencillez obedecen su voz? ¿Negarán por dicha su fe, o apartarse han de seguir su doctrina, o dejarán de predicar su verdad? ¿Estarán arrepentidos por haberla comenzado a seguir, y dirán: quién me sacó de mi paz y me metió en esta guerra, habiéndome enemistado con todos? Como decían a Moisés los israelitas: ¿Para qué nos sacaste de Egipto a este destierro?12. Ya que no se arrepientan, ¿temblarán quizá de las armas que ven sobre sí, o espantarse ha su corazón, o demudárseles ha su cara, cuando arremetiesen los lobos a ellos, o llevarse han en las cárceles y destierros por hombres desdichados, afrentados y perseguidos? No por cierto; nada de aquesto. Mas oigan las verdaderas ovejas las voces de su verdadero Pastor, que dice así: Bienaventurados seréis cuando os maldijeren los hombres y os persiguieren y dijeren todo mal por mí; gozaos, alegraos, que vuestro galardón muy copioso y grande será en los cielos13.

1: Ez 40,12. 2: Dt 8,1-8. 3: Is 5,20. 4: Mt 18,6. 5: Gers., I, 6.15. 6: 1Cor 6,15. 7: Mt 2,13. 8: Mc 3,35. 9: Lc 16,28. 10: Mt 14,26. 11: 1Cor 2,15. 12: Ex 16,3. 13: Mt 5,4.