VARRÓN
Agrícola

LIBRO II
Sobre la Ganadería

Prefacio

[1] Nuestros antepasados, no sin motivo, preferían los romanos del campo a los de la ciudad. Pues, comoquiera que en el campo viven siempre ocupados, tanto más ociosos: les parecían los que habitan en la ciudad, y, cuando comparaban unos con otros, consideraban a estos últimos como los más holgazanes. Así, pues, ellos tenían dividido el año en tal forma que, de cada nueve días, consagraban sólo dos a las cosas de la ciudad y los siete restantes los dedicaban a las ocupaciones rurales. [2] Mientras se conservó esta costumbre, se obtenían dos cosas: que, por el cultivo, los campos fueran más fértiles, y que ellos, por su parte, se conservaran más fuertes y sanos y no tuvieran necesidad de esos gimnasios de todas clases con que el refinamiento de los griegos ha llenado nuestras -viviendas. Tan es así, que hoy nadie creería tener una casa de campo, si no pudiera darse el gusto de adornar con nombres griegos todos sus compartimientos. [3] Y como en nuestros días no hay apenas un padre de familia que, dejando la hoz y el arado, no se dedique a agitar las manos aplaudiendo en el teatro y en el circo, aquellas manos que en otro tiempo estaban ocupadas en los campos y en las viñas, resulta que pagamos para que nos traigan del África y de la Cerdeña el trigo que nos alimenta y que vayamos en barcos a hacer la vendimia a las islas de Cos y de Kios. [4] Así, pues, en esta tierra los fundadores de la ciudad, que eran pastores, enseñaron a su progenie el cultivo dé los campos, y a causa de la avaricia sus descendientes, menospreciando sus preceptos, han convertido los campos en prados, ignorando la diferencia que hay entre la agricultura y el pastoreo. El pastor de ovejas y el labrador son, en efecto, cosas muy distintas, y no hay que dejar de ver la diferencia entre el buey de rebaño y el de labor, aunque ambos pacen en los campos. El buey de rebaño «no produce, sino que consume, mientras que el buey que se coloca bajo el yugo, por el contrario, hace que nazca a tiempo el trigo en los campos labrados y crezca el forraje en los barbechos. [5] Repito, por lo tanto, que una cosa es la ciencia del cultivador y otra distinta la del pastor. La del cultivador se propone sacar el mayor provecho de todo lo que nace en la tierra mediante su cultivo. La del pastor, por el contrario, procura sacar todo lo que puede de su ganado. Pero como hay una relación intima entre ambos, ya que, por un lado, el provecho puede ser mayor al consumir el forraje en el mismo campo en lugar de venderlo y, por otro, el estiércol, necesario para que la tierra dé mayor rendimiento, es producido principalmente por el ganado, los que poseen un predio necesitan conocer las dos disciplinas, la agricultura y la ganadería, y, por: consiguiente, atender a todo cuanto se produce en una granja, porque el provecho que se puede sacar de los aviarios, de las conejeras y de las piscinas no es cosa despreciable. [6] He tratado de la agricultura en el libro que dediqué a Fundania, «mi esposa, que había comprado una finca. Este, querido Niger Turranio, lo escribo pata ti, que tan vehemente inclinación sientes por el ganado; a ti, que este placer te lleva frecuentemente a las ferias de Macros y que encuentras en esta ocupación la manera de llenar muy costosas exigencias. Escribirlo no será tarea difícil para mí, que, eh otro tiempo, he poseído grandes rebaños de ovejas en la Apulia y de caballos en Rieti. De ello trataré, sin embargo, muy sumariamente, limitándome a recoger aquí las conversaciones que he tenido con varios amigos que fueron grandes propietarios de ganado en el Epiro, en la época de la guerra de los piratas, cuando yo mandaba la flota de Grecia, entre Delos y Cilicia.

I

[1] Al mismo tiempo que Menas se retiraba, Cossinio se dirigió a mí diciéndome: No te dejaremos marchar hasta que no hayas terminado de explicarnos aquellas tres partes de que nos hablabas en el momento en que fuimos interrumpidos. ¿Qué tres partes? —pregunté Murrio—. ¿Acaso aquellas de que me hablabas ayer sobre el arte pecuario? Justamente esas; es decir, de aquel discurso que empezó sobre el origen, la dignidad y la esencia de este arte, cuando estuvimos a visitar a Peta, enfermo, y que fue interrumpido con la llegada del médico. [2] En verdad, yo sólo me ocuparé —dije— de las dos primeras que constituyen lo fotópixov (histérico) de esta ciencia, es decir, lo que yo sé: su origen y su importancia; en cuanto a la tercera, sobre lo de qué es tal arte, le corresponde a Escrofa cómo se puede decir en griego a pastores que son medio griegos όσπερ μου πολλών αμείνων (él, que lo entiende mejor que yo). Pues, no eras maestro en este arte de tu yerno Lucilio Hirro, tan célebre por los ricos rebaños que posee en los Abruzos? Acepto con mucho gusto —replicó Escrofa—, pero con la condición de que vosotros, que sois epirotas y atletas del pastoreo, me recompenséis con lo que sabéis de estas cosas. Ya que, efectivamente, siempre hay que aprender algo. [3] Como aceptaron esta condición, yo me limitaré a tratar de aquellas dos primeras partes que había elegido, y no porque poseyera rebaños en Italia, pues no todos los que tienen citara han de tocarla, y comencé así: Hombres y rebaños hay en la naturaleza, como siempre hubo necesariamente. Ya se admita un principio generador de los animales, tal como opinaban Tales de Mileto y Zendón de Citio, o bien que, por el contrario, se niegue dicho principio, como lo hacen Pitágoras de Samos y Aristóteles el Estagirita, es preciso reconocer que la vida humana, remontándonos gradualmente hasta su condición primitiva, ha pasado por muchas transformaciones hasta llegar a su estado actual, como escribió Dicearco, y que, como semejante condición era completamente natural, los hombres vivían con aquellas cosas que producía la tierra espontáneamente [4] a esta vida siguió, en segundo grado, la vida pastoril, en la cual los hombres, en lugar de alimentarse con bellotas, madroños, moras y frutos silvestres en los bosques y en los zarzales, escogieron entre los animales que con ellos convivían aquellos cuya sustancia pudieran utilizar, y los aprisionaron y domesticaron. Se cree, y no sin razón, que las ovejas fueron los primeros de estos animales, considerándolos como los de más utilidad y como los más pacíficos. Estos animales, en efecto, por su naturaleza tranquila, son los más aptos para la vida de los hombres. Ellos les proporcionan leche y queso para su alimentación y (con su cuerpo) pieles (y lana) para sus vestidos. [5] De la vida pastoril se pase al tercer grado, o sea a la vida agrícola. En ésta se conservaron, sin embargo, muchas cosas de los dos grados anteriores. Algunas de ellas han legado hasta nosotros. Así, todavía existen varias especies de animales en estado salvaje en muchas partes, como las ovejas en Frigia, donde se las ve formando rebaños errantes, y las cabras de Samotracia, que se llaman «rotae» en latín. Son muy abundantes en Italia, principalmente en los montes Fiscelo y Tétrica. En cuanto a los cerdos, todo el mundo sabe que los hay salvajes, a menos que se quiera considerar al jabalí como de otra especie. Los bueyes se hallan en estado salvaje, en gran escala, en la Dardania, en la Media y en la Tracia. Asnos salvajes los hay en Frigia y en Licaonia. Hay caballos salvajes en algunas regiones de la España Citerior. [6] Ya he dicho bastante sobre el origen. Hablaré ahora de su importancia. Los antiguos más ilustres fueron pastores, como lo atestiguan las lenguas griega y latina, y los poetas de la antigüedad que llamaban a sus héroes Unas veces πολύαρνας, otras πολυμήλους y otras πολυβούτας, y ellos mismos nos hablan de las ovejas de vellón de oro, sin duda aludiendo a su gran carestía, como la oveja de Atreo de Argos, quien se quejaba le había sido robada por Tiestes, o como el carnero que poseía Aetes de Célquida, objeto de la expedición de aquellos hombres de estirpe real llamados Argonautas, o como en Libia, en las Hespérides, donde se hallaban las manzanas de oro, que según la antigua tradición eran las cabras y las ovejas que Hércules transporté de África a Grecia. Los griegos, en efecto, para recordar la voz de estos animales los llaman uñad, [7] no muy diferente de la palabra que muchos de los nuestros han adoptado, cambiando sólo una letra, «bella», porque se oye más bien el sonido de «be» que el de «me» cuando grita una oveja, de donde a su grito se le llama «balar», cambiándole una letra, como se ha hecho con otras muchas palabras. Si los antiguos no hubieran considerado al ganado como una cosa de la mayor importancia, no habrían nombrado los astrólogos con vocablos pertenecientes a él muchos de los signos del Zodiaco en su descripción del cielo, sino que, no teniendo la menor duda, muchos de ellos, al enumerar dichos doce signos, comienzan con los de Aries y Tauro (carnero y toro), antes que por Apolo y por Hércules, que aun siendo dioses van colocados después, con el nombre de «géminis». [8] Y no satisfechos con haber -designado con nombres de animales a la sexta parte de los signos, introdujeron el de Capricornio para llegar a la cuarta parte. Además, los nombres de cabra, cabrito y perro, que llevan muchos grupos de estrellas, también fueron tomados de los rebaños, ¿no hay también muchas tierras y muchos mares cuyos nombres proceden del mismo origen? Ejemplos son: el Mar Egeo, que debe su nombre a la cabra (aizelos, en griego); el Monte Tauro, en Siria; el Canterio en el país de los sabinos, el Bósforo de Tracia y el Bósforo de Cimeria, y muchos nombres de ciudades, como la ciudad griega que se llama Cettlos Apros (Caballo Argos). [9] Y finalmente, Italia misma, ¿no debe su nombre a los terneros («uitili»), como escribió Pisón? ¿Quién se atreverá a negar que el verdadero pueblo de los romanos debe su origen a pastores?; quién no sabe que Faustulo, el padre nutricio y educador de Rómulo y Remo, era un pastor? Y en cuanto a los mismos fundadores de nuestra ciudad, ¿no prueba que eran pastores el hecho de haber escogido para fundarla el día de las fiestas de Pales? ¿Y no se dice hoy, siguiendo la vieja costumbre, «tantos bueyes», «tantas ovejas», para indicar el valor de muchas cosas? Y el «as», nuestra antiquísima moneda, ¿no lleva la efigie de una oveja? Y cuando se trataba de fundar una ciudad, ¿no se marcaba su recinto, murallas y puertas con el surco de un arado al que se uncían un buey y una vaca? [10] Y por último, los «suovitaurilia», que se hacen pasear solemnemente alrededor del pueblo romano para purificarlo cuando son llevados al sacrificio, ¿no están formados por un carnero y un toro?; cuantos no llevamos nombres de animales, mayores o menores? Del ganado menor son los nombres de Porcio, Ovino, Caprilio, y del mayor los de Equito, Taurio. Y ¿no han recibido sus apellidos los Annio, de Capra; los Statilio, de Tauro, y los Pomponio, de Vitulo? Igualmente podríamos citar muchos. [11] Réstanos hablar de lo que es la ciencia pastoril, y es nuestro amigo Escrofa, a quien le corresponde la palma entre todos cuantos tratan de ganados, el que os lo dirá mejor que yo. Comoquiera que todos nos volvimos hacia él, Escrofa dijo: Esta ciencia consiste en procurarse ganado y alimentarlo a fin de sacar de él el mayor provecho posible, de donde viene justamente el que a la moneda se le llame «pecunia». Porque toda la riqueza tiene su base en el ganado. [12] Esta ciencia se divide en nueve partes, o si se quiere, en tres, de las que cada una se subdivide en otras tres; la primera se ocupa del ganado menor en sus tres especies: ovejas, cabras y cerdos; la segunda comprende el ganado mayor, que se forma también de tres especies: bueyes, asnos y caballos; la tercera parte, que es sólo accesoria y no proporciona un rendimiento inmediato, pero que se relaciona con estos asuntos, en los que tiene su razón de ser, comprende los mulos, los perros y los pastores. Cada una de estas nueve partes comprende otras nueve, a saber: cuatro que se refieren a la adquisición del ganado, otras cuatro a su cuidado y otra que es común a los dos asuntos a la vez. [13] Así, pues, en su conjunto forman ochenta y una partes y todas ellas a cuál más necesarias y no insignificantes. En primer lugar, para tener buen ganado es necesario saber a qué edad se debe escoger cada especie. Así, por ejemplo, los bueyes son más baratos cuando tienen menos de un año o son mayores de diez, porque este animal solo comienza a dar provecho cuando tiene dos o tres años y apenas si sirve ya cuando ha pasado del décimo año. [14] En general, el primero y los últimos años de todos los animales son estériles. La segunda de las cuatro primeras partes se relaciona con la adquisición del ganado y tiene por objeto el estudio de la forma exterior de los animales, que tanto influye en su calidad. Pues más vale un buey de cuernos negros, que otro de cuernos blancos; una cabra de gran talla es mejor que otra pequeña, y, en cuanto al cerdo, éste debe ser largo de cuerpo y corto de cabeza, La tercera parte se ocupa de la manera de conseguir una buena raza. La de los asnos de la Arcadia es célebre en Grecia, como en Italia la de Rieti; pues, según mis recuerdos, he visto vender un asno en sesenta mil sestercios y una cuadriga de Roma llegó a alcanzar hasta cuatrocientos mil. [15] La cuarta parte se ocupa de las cuestiones de derecho relacionadas con la adquisición del ganado, es decir, de la manera como debe comprarse de conformidad con el derecho civil. Para que pase a ser mío lo que perteneció a otro, hace falta llenar algún requisito. No basta, en modo alguno, con que se estipulen el precio y la cantidad. En la compra tiene importancia también considerar si el ganado está sano, o enfermo o en estado dudoso. [16] Después de la compra hay que atender a otras cuatro partes todavía: al pastoreo, a la reproducción, a la alimentación de las crías y a la conservación de su salud. El pastoreo, que es la primera de estas cuatro partes, se divide en otras tres: A qué región puede llevarse a pacer el ganado en mejores condiciones, cuando y qué cosas deben contener los pastos? A las cabras les convienen los lugares montañosos, con abundancia de ramas y arbustos, mejor que los campos de hierba. Lo contrario ocurre con los caballos. Tampoco todos los sitios de pastos, de verano o de invierno, son igualmente adecuados. Así, los rebaños de ovejas, que de la Apulia van a pasar todo el tiempo del verano a Samnio, después de que se ha hecho pública la autorización no pueden ser trasladados sin inscribirse previamente, para no faltar a la ley de los censores. [17] Los mulos de los campos de Resea se llevan a pacer a los altos montes de Burbur. Hay que tener en cuenta también los alimentos adecuados que se han de dar como pasto al ganado. No basta con decir que debe darse heno a los caballos y a los bueyes y bueyes a los cerdos, sino que hay que saber añadir cebada y habas a la provisión y dar altramuces a los bueyes, asi como alfalfa y legumbres a los animales productores de leche. Treinta días antes de que el macho cubra a la hembra hay que aumentar la ración a los carneros y a los toros, a fin de que tengan fuerza, en tanto que se disminuye la que corresponde a las vacas, pues se dice que, estando flacas, pueden concebir mejor. [18] La segunda parte se ocupa de la gestación. Llamo aquí gestación al periodo comprendido entre la concepción y el parto, ya que es el comienzo y el fin de la reproducción. Hay que ocuparse primero de la aceptación del macho por parte de la hembra y de la época más adecuada para ello. Así, para el ganado porcino el mejor tiempo es el que va desde la aparición del viento favonio hasta el equinoccio de primavera, y para la especie ovina, desde el ocaso de Arturo hasta el del Agulla. Hace falta también guardar un tiempo de separación entre los machos y las hembras antes del acoplamiento, que, por lo común, es de dos meses para toda clase de ganado, tanto para el vacuno como para las ovejas. [19] Otra cosa hay que observar todavía en relación con la gestación, y es su duración, pues el parto viene más pronto o más tarde, según las especies. La yegua, por ejemplo, tarda doce meses; la vaca diez; la oveja y la cabra cinco y la cerda cuatro. En España ocurre, con respecto a la generación, una cosa increíble, pero que es cierta: En Lusitania, cerca del Océano, en aquella región donde se halla la ciudad de Lisboa, sobre el monte Tagro, las yeguas conciben por el viento en cierta época, como sucede también con las gallinas cuyos huevos se llaman «hypenemia». Pero los pollos concebidos de esta manera no viven más de tres años. En cuanto a las crías que han llegado a su debido tiempo, o más tarde, hay que limpiarlas y lavarlas con cuidado durante la noche, a fin de que la madre no las aplaste. A los corderos que han permanecido más tiempo del necesario en el vientre de su madre se les llama «cordi» (tardios), de la voz griega xoplov. [20] La tercera parte trata de lo que hay que observar en relación con la alimentación de las crías, es decir, cuando y por cuantos días debe dar la madre la teta a la cría y donde, y si la madre carece de leche se le deberá buscar otra nodriza. A estas crías se les llama «subrumi», es decir, de debajo de la teta. Esto viene de la antigua voz «rumis», que se empleaba para designar la teta, según creo. Por lo común se desteta a los corderos a los cuatro meses; a los cabritos, a los tres, y a los cerdos, a los dos; como en esa edad tales animales están aún bastante puros para el sacrificio, o sea para ser inmolados, se les llamaba en otro tiempo sagrados, y a ellos alude Plauto cuando dice: ¿cuánto valen los cerdos sagrados? De la misma manera, a los bueyes cebados, escogidos para los sacrificios públicos, se les lama «góptimos». [21] La cuarta parte se ocupa de la sanidad, materia compleja y necesaria, ya que un animal enfermo y viciado o de mala salud echa a perder con frecuencia a todo el rebaño, produciendo así una gran calamidad. De lo que trata esta ciencia hay que distinguir dos géneros: aquellas enfermedades que, como en los hombres, reclaman la asistencia del médico, y otras para cuya curación es suficiente el cuidado de un pastor diligente. Esta última se subdivide en otras tres, a saber, las causas de las enfermedades, los signos que anuncian dichas causas y el tratamiento que se deba aplicar a cada una. [22] Por lo común, la causa de las enfermedades del ganado es el calor o el frío, y muchas veces también el exceso de trabajo o, al contrario, la falta de ejercicio; también puede ser el que no se deje pasar un intervalo entre el trabajo y el momento en que se les da de comer o de beber. Los signos principales de la fiebre ocasionada por el calor o por el exceso de trabajo son: boca abierta, respiración entrecortada y el cuerpo ardiente. Para la curación, en el caso de tal enfermedad, he aquí lo que debe hacerse. [23] Se baña al animal y se frota su cuerpo con aceite y vino templados, o bien se le pone a dieta y se le abriga para que no se enfríe y, si tiene sed, se lo darás del agua tibia. Si esta clase de tratamiento no surte efecto, se le practica una sangría, principalmente en la cabeza. Igualmente, otras enfermedades obedecen también a sus causas peculiares, cuyos síntomas, para cada clase de ganado, es conveniente que los tenga detallados por escrito el amo del rebaño. Nos queda la parte novena, la del número, aquella subdivisión que, como he dicho, es común a las dos divisiones anteriores. [24] Cuando se quiere tener ganado es necesario fijar el número, es decir, cuantas cabezas pueden pacer en la finca, a fin de no tenerlas en exceso o en defecto, pues en ambos casos se malogra el rendimiento. Además es conveniente saber cuantas hembras parideras hay en el rebaño, cuantos carneros y cuantas cabezas sobrantes de las que sea preciso deshacerse. Con respecto a las crías de leche, cuando son muchas deben retirarse algunas de la madre, como hacen ciertos pastores, a los que debéis imitar. Una vez hecho esto, las que quedan crecen mejor. [25] Ten cuidado —dijo Atico—; hay algo que te falla en estas mueve partes y que parece ajeno a eso del rebaño mayor o menor. Si se trata de aplicarlas a los mulos y a los pastores, ¿dónde pondrías lo que has dicho sobre la admisión de la hembra y la gestación? Dejemos a un lado los perros, a quienes veo que se pueden aplicar tus teorías. [26] Igualmente te puedo conceder su aplicación a los pastores, ya que se les permite tener mujeres con ellos en las granjas y hasta en el verano, con lo cual se logra que se interesen más por sus rebaños y, al mismo tiempo, que les nazcan hijos, aumentando así la familia, haciendo más productiva la explotación pecuaria. Si el número no es exacto —respondí—, hay que tener en cuenta que se trata de una manera de decir, como cuando se habla de los mil navíos de la expedición de Troya, del tribunal de los cien varones de Roma; por lo tanto (si lo deseas), no hay más que restar de las nueve partes, al aplicarlas a los mulos, las que se refieren a la aceptación de las hembras y al parto. [27] ¿Del parto? —dijo Vaccio—. ¿No se dice, acaso, que en Roma, algunas veces, se han visto mulas que han dado a luz? Por mi parte —dije yo—, me someto a la opinión de lo que escribieron Magón y Dionisio, de que las yeguas y las mulas, cuando conciben, paren a los doce meses, y si aquí, en Italia, cuando una mula pare es un prodigio, ¿cómo es una cosa natural en otras tierras? Y si no es verdad, en efecto, que las golondrinas y las cigüeñas que ponen en Italia ponen en todas partes? ¿No sabéis que las palmeras de dátiles, que dan fruto en Siria y en Judea, no lo dan en Italia? [28] Pero —dijo Escrofa— si deseáis mantener vuestras ochenta y una divisiones, aun restando lo que se refiere a la gestación de las mulas, tenemos con que llenar esta doble laguna: aquellos productos extraordinarios que dan en gran cantidad algunas especies de ganado. De los cuales uno es el esquileo a que se somete a las ovejas y a las cabras para quitarles el vellón. El otro, más generalmente aplicado, es lo que se refiere a la leche y al queso, que los griegos han tratado aparte con el nombre de tupottolian (fabricación de quesos) y sobre lo que han escrito mucho.

II

[1] Pero, ya que hemos cumplido nuestra tarea al señalar los límites de la cuestión pecuaria, ahora os toca a la vez a vosotros, oh epirotas, decirnos algo sobre estas cosas, y veamos qué es lo que hacen los pastores de Pérgamo y de Maledove. [2] Entonces Ático, cuyo nombre fue en otro tiempo el de Tito Pomponio, y ahora se llama Cecilio, tomo la palabra diciendo: Creo que me toca hablar el primero, ya que todos me invitáis a hacerlo con vuestras miradas; me ocuparé de los rebaños primitivos. Habéis dicho que, de los rebaños salvajes, fueron las ovejas las primeras que los hombres domesticaron. De ellas, lo primero que es necesario hacer, es comprarlas buenas; así (se conocen) como tales, en cuanto a la edad, las que no son ni viejas ni demasiado jóvenes; porque unas todavía no valen y otras ya no pueden dar provecho. Sin embargo, la mejor edad es aquella de la que se espera fruto que la otra a la que sólo sigue la muerte. [3] Por lo que se refiere a la forma, las ovejas que más convienen son las de buen tamaño, de lana abundante, mullida y densa por todo el cuerpo, pero principalmente hacia la cabeza y alrededor del cuello, y que tengan además el vientre muy piloso. Así, nuestros abuelos llamaban a aquellas ovejas que no tenían lana en el vientre «apicas» (sin lana) y las ponían aparte. Es necesario cuidar de que sean bajas de piernas y de cola larga, si son de procedencia italiana, o corta, si son originarias de Siria. [4] Lo primero que hay que procurar es que el ganado sea de buena raza. Esto se puede comprobar de dos maneras, por su forma y por su progenie. En cuanto a la forma, los carneros han de tener la frente bien provista de lana, los cuernos retorcidos, inclinados hacia la cara, los ojos de color oscuro y las orejas cubiertas con lana, el pecho amplio, lo mismo que las espaldas y las nalgas, y la cola larga y ancha. También hay que observar si tienen la lengua negra o variada, a fin de que los corderos que procreen sean también negros 0 variados. Por lo que se refiere a su progenie, deberá observarse si procrean hermosos corderos. [5] En cuanto a las compras, se aplica, en derecho, lo que prescribe la ley. Sin embargo, estas prescripciones varían más o menos, según los lugares. Algunos, al señalar el precio por cada oveja, cuentan por una sola cabeza dos corderos nacidos fuera de tiempo o dos ovejas que no tengan dientes. Para esto se emplea todavía una fórmula tradicional. El comprador dice: ¿Me los vendes a tanto? Y el vendedor responde: Sí. [6] Y luego viene la promesa de pago; el comprador sigue diciendo, según la fórmula: Me dais palabra de que estas ovejas de que tratamos están sanas, según las condiciones del ganado ovino, es decir, que no hay ninguna que sea bizca, sorda ni pelona (esto es, sin lana en el vientre), ni que provenga de ganado enfermo y que las poseeré legítimamente? Hecho esto, aunque no se considera que el ganado ha cambiado de dueño hasta tanto que se ha verificado el recuento, es bastante ya para que comprador y vendedor puedan ser obligados judicialmente a cumplir sus respectivos compromisos, es decir, al vendedor a entregar lo vendido aun cuando no haya recibido todavía el importe, y, al comprador, a pagar éste según el precio estipulado. [7] Hablaré ahora de las otras cuatro partes que siguen: de la alimentación, de la gestación, de la cría y de la sanidad. Lo primero de que hay que cuidar es de que, durante todo el año, los. Animales puedan pacer convenientemente, tanto dentro como fuera. Los establos deben estar en lugar adecuado, al abrigo del viento, y orientados hacia el este mejor que al mediodía; el suelo ha de ser muy compacto y hallarse un tanto inclinado, para que se pueda barrer con facilidad y conservarlo limpio, pues la humedad no sólo echa a perder la lana de las ovejas, sino también sus uñas, y las convierte en sarnosas. [8] Al cabo de algunos días hay que cambiarles la paja sobre la que se acuestan, para que descansen más cómodamente y más limpio. De esta manera comen también más a gusto. Igualmente es necesario separar con tabiques los animales que para dar a luz y aquellos otros que se hallen enfermos. Esto puede hacerse de la mejor manera con los rebaños que sé alojan en las granjas. [9] Por el contrario, para aquellos que pacen en los bosques y han de permanecer largo tiempo fuera de tejado, hay que preparar cercados, llevando para ello redes, calizos y otros utensilios necesarios para hacer las separaciones para su aislamiento. Porque el pastoreo del ganado exige su traslado desde tan lejanos pastos de invierno a los de verano. Esto —añadió— lo sé muy bien, ya que mis rebaños invernaban en la Apulia y venían a pasar el verano a los montes de Rieti. El camino público que comunicaba entre sí estos lugares de pastos puede ser comparado con un yugo en cuyos extremos hubiera colgados dos cestos. [10] Cuando se hace pacer al rebaño sin cambiar de lugar, hay que hacer distinción, sin embargo, seguían las estaciones, entre las horas del día; así, en el verano se le saca a pacer al rayar el alba, ya que entonces la hierba, humedecida por el rocío, es más sabrosa que al mediodía, cuando ya esta más seca; tan pronto como ha salido el sol se les lleva al abrevadero y vuelven luego al pasto mucho más alegres. [11] Hacia el mediodía se les pone a descansar a la sombra de las rocas o bajo las ramas de los árboles y luego por la tarde, cuando el aire se ha refrescado, se les lleva al pasto de nuevo hasta la puesta del sol. Hay que tener cuidado de colocar las ovejas para pacer en sentido opuesto al sol, pues la cabeza de estos animales es muy sensible. Luego de la caída de la tarde, y después de un breve intervalo de reposo, se les lleva a beber nuevamente y se les saca a pacer otro rato hasta que se hace de noche. Entonces la hierba vuelve a tener el sabor agradable de la mañana. Esta práctica debe observarse principalmente desde la aparición de las Pléyades hasta el equinoccio de otoño. [12] En aquellos campos de los que se ha levantado ya la mies, es útil meter a pacer el ganado por dos razones: porque se alimenta bien con las espigas caídas y porque la paja pisoteada y mezclada con el estiércol que dejan sirve a la tierra para que, al año siguiente, dé mejores sembrados, El pastoreo de invierno y el de primavera se diferencian del pastoreo del verano en que se saca a las ovejas a pacer tan pronto como han pasado los fríos de la noche y se les deja en el monte todo el día, dándoles de beber sólo una vez a la hora de mediodía. [13] Esto es casi todo lo que puede decirse referente a los pastos. Me ocuparé ahora de la reproducción. Dos meses antes del acoplamiento, es conveniente separar del resto del rebaño a los carneros destinados para machos y alimentarlos durante este tiempo mejor que de costumbre. Cuando vuelvan del pasto a los establos, déseles, por la tarde, una ración de cebada y se harán así más fuertes para el trabajo que han de realizar. El tiempo mejor para la monta es desde el ocaso de Arturo hasta el del Agulla, ya que los corderos que son engendrados más tarde salen esmirriados y de mal aspecto. [14] La oveja tiene una preñez de ciento cincuenta días. Por lo tanto dará a luz al comienzo del otoño, cuando la temperatura es suave y comienzan a salir los retoños de las hierbas, renovados por las primeras lluvias. En el tiempo de la monta, las ovejas deben abrevar siempre en el mismo sitio, pues cualquier cambio de agua les haría variar la lana y perjudicaría a la cría. Cuando todas las ovejas hayan concebido, se las separara de nuevo de los carneros. Debe hacerse así para evitarles las molestias que su presencia les ocasiona. Tampoco es bueno que reciban al macho antes de la edad de dos años, pues antes de ese tiempo no dan más que crías imperfectas y ellas mismas se agotan. La mejor edad para la monta es la de tres años. Para impedir el acoplamiento, se les cubre las partes sexuales con una redecilla de juncos o de otra materia semejante. No obstante, la mejor manera de evitarlo es hacer que vayan a pacer por separado. [15] Cuando las ovejas han de dar a luz, se les coloca en establos a propósito; allí se pone a los recién nacidos junto al fuego durante dos o tres días, después de los cuales ya están en condiciones de conocer a su madre y de comer solos. A su vez, las madres pueden ya juntarse al resto del rebaño para el pasto; pero los corderinos se dejan en el establo para que, a la tarde, cuando vuelvan las madres, éstas les den de mamar, poniéndolos luego aparte para que no los pisoteen durante la noche. Por la mañana, antes de sacar las ovejas al pasto se les lleva a que den de mamar a sus crías en el establo. [16] A los diez días de nacidos, poco más o menos, se atan los corderinos con cortezas de árbol o con otras ligaduras a unos palos, colocados acierta distancia unos de otros, para que, al correr durante todo el día de un lado para otro, no se dañen sus débiles miembros. Si-no saben coger la teta de su madre es necesario ayudarles, acercándolos a ella con los labios frotados con manteca o grasa de cerdo y haciéndoles oler la leche durante algún tiempo. A los pocos días se les echará arvejas molidas o hierba tierna, por la mañana, antes de salir al pasto, y por la tarde, a la vuelta del mismo. [17] Esta alimentación se les dará hasta que hayan cumplido cuatro meses. Algunos se abstienen durante este tiempo de ordenar a las ovejas, pero es mejor no dejar de hacerlo de tiempo en tiempo, ya que así las lanas se hacen más hermosas y los animales más fecundos. Cuando se les ha de quitar la teta a los corderos, es preciso tomar ciertas precauciones para que no perezcan a causa del deseo de mamar. Hay que aplacarlos con una alimentación adecuada y cuidar de que nunca sufran de frío o de calor. [18] Cuando ya no sienten el deseo de la leche de su madre, déjeseles entonces que se mezclen con las demás ovejas del rebaño. Para castrar los corderos, debe cuidarse que no sean menores de quince meses y escoger para esta operación un tiempo en que no se sienta ni calor ni frío. Los que se destinen para carneros deben escogerse de aquellas madres que han dado dos de un parto. Casi todas estas recomendaciones se pueden aplicar también a las ovejas llamadas «pelita», a causa de las pieles con que se las cubre, como hacen en Tarento y en el Ática, para conservar la finura de su lana y para que su vellón se pueda teñir, lavar y cortar mejor. [19] Sus comederos y establos exigen también mayor cuidado y limpieza que los de las ovejas de lana más basta. Así, se pavimenta su suelo con piedras para que la orina no se detenga en los sitios en donde se echan a dormir. Estas ovejas no rechazan ningún alimento: paja, hojas de higuera, hojas de vid. Se les puede dar también salvado, con cierta medida, para que no lo tengan con exceso, ni tampoco con escasez, pues en uno y otro caso les perjudica. Lo que más les conviene son las leguminosas y la alfalfa. Este alimento las engorda fácilmente y les produce mucha leche. [20] Respecto a sanidad hay que decir muchas cosas; pero todas ellas (como dije) debe tenerlas escritas en un libro el dueño del ganado y llevar consigo siempre los remedios necesarios. Nos queda hablar del número de cabezas, que pueden ser unas veces más y otras menos. No hay acerca de ello una norma natural. He aquí lo que hacemos casi todos en el Epiro: a un solo hombre no se le cuentan menos de un centenar de ovejas; un número igual de cabras necesita dos pastores.

III

[1] Entonces dijo Cosinio: Bastante has balado ya, querido Faustulo, permíteme que, con el Melancio de Homero, hable yo de las cabras y te enseñaré de este modo cómo es necesario ser más breve. El que desea formar un rebano de cabras, es conveniente que las elija, en primer lugar, en edad de procrear y que puedan darle rendimiento el mayor tiempo posible; por lo tanto, mejor serán jóvenes que viejas. [2] En cuanto a la forma, hay que cuidar que sean grandes y fuertes, que tengan mucho pelo, a menos que sean de la especie de pelo raso, pues las hay de las dos clases. Deben tener debajo del morro dos colgantes carnosos, signo de fecundidad. Cuanto más gruesas son las ubres, más leche da la cabra y aquella es de más consistencia. Respecto al macho cabrio, el de mejor clase es el que tiene el pelo blanco, el cuello y la cerviz cortos y la garganta alargada. Como mejor se forma un rebaño, es adquiriendo animales que ya habituado a vivir juntos y no escogiéndolos de aquí y de allá. [3] En cuanto a la raza, digo lo mismo que Ático ha dicho en relación con las ovejas. Hay, sin embargo, la diferencia de que las ovejas son tardas y pacificas, mientras que las cabras son inquietas. He aquí lo que escribió Catón, en su libro De Orígenes, sobre la agilidad de las cabras: En Sorecta y Fiscelo hay cabras silvestres que van saltando de roca en roca, salvando distancias de sesenta pies o más. Pues bien, las ovejas que apacentamos han salido de ovejas silvestres y las cabras que alimentamos proceden igualmente de cabras silvestres, y por las cuales se ha llamado Caprasia a una isla de Italia. [4] Las cabras de mejor raza son indudablemente las que dan dos cabritos en un mismo parto; por lo tanto, los machos que proceden de ellas deben reservarse para la procreación. Por esto, algunos se esfuerzan en procurarse cabras de la isla de Melia, que es donde se producen los más hermosos ejemplares de la especie. [5] En lo referente a las compras, digo algo distinto a-lo que se hace por costumbre, puesto que nadie asegura que las cabras sanas, ya que estos animales nunca están sin fiebre. Hay, por lo tanto, que quitar algunas palabras de la fórmula que escribió Manilio, reducción dola a ésta: ¿Me garantizáis que estas cabras se hallan hoy en buen estado, que pueden beber y que me está permitido poseerlas rectamente?. De ellas es de admirar lo que ya escribió Arquelao, que estos animales no respiran por las narices, como los demás, sino por las orejas, según suelen decir algunos pastores curiosos. [6] De las otras cuatro partes, en lo que se refiere al pasto, digo esto: la mejor orientación de los establos para cabras es: hacia levante, en invierno, ya que son estos animales muy sensibles al frío. Como para las otras clases de ganado, el suelo de los establos se pavimentara con piedras o con ladrillos, a fin de que libres de humedad y se puedan conservar limpios. Cuando las cabras hayan de permanecer al aire libre, por la noche, en los pastos, se escogerá la misma orientación para los cercados y el suelo se cubrirá con una capa de follaje. No es diferente de lo que se ha dicho respecto a la alimentación de las ovejas lo que puede decirse sobre la de las cabras, salvo que a éstas les agrada más pacer en los sitios escarpados, con arbustos y ramas, que en los prados. [7] Se comen muy a gusto los tallos de los arbustos silvestres y se dirigen con placer hacia los campos cultivados donde hay matorrales que recoger: de aquí que se llame a este animal «capra», de «carpere» (coger). Por esta razón las leyes de arriendo prohíben que los colonos puedan levar sus cabras a pacer a los campos. Los dientes de estos animales son, efectivamente, enemigos de los sembrados, por lo cual los astrólogos no admiten este animal en el cielo, sino fuera del limbo de los doce signos (los dos Machos Cabrios y la Cabra no están lejos de Tauro). [8] Por lo que se refiere a la generación, los machos destinados a la monta deben ser separados, como los carneros, del resto del rebaño, y se les presentan a las cabras a fines de otoño. Las que conciben, paren a los cuatro meses, o sea en la primavera. Por lo que se refiere a la alimentación de los machos, me limitaré a decir que cumpliendo tres meses pueden ya pasar a formar parte del rebaño. ¿Y qué diré de la salud de esta clase de animales, sino que nunca están sanos? Sin embargo, el dueño del rebaño hará bien en tener escritos en su libro aquellos remedios que se aplican a sus enfermedades especiales, así como para curar las heridas que se producen al toparse o al pasar por las zarzas o arbustos espinosos en donde pacen. [9] Me queda todavía decir algo referente al número, que debe ser menor que el de las ovejas, ya que las cabras son más inquietas y les gusta dispersarse, mientras que las ovejas se retienen fácilmente y se congregan en un solo lugar. Por eso en los campos de la Galia se prefiere dividir los rebaños de cabras en grupos más pequeños, pues los grandes rebaños están muy expuestos al contagio y se producen entre ellos verdaderas catástrofes. [10] Se cree que unas cincuenta cabras son bastantes para formar un rebaño. En apoyo de esta opinión viene un accidente ocurrido recientemente a Gaberio, caballero romano. Tenía éste un terreno cerca de la ciudad y, habiendo oído decir a un pastor que llevaba diez cabras y que estas le producían un denario cada día pensó que podría muy bien reunir un rebaño de mil cabras esperando que le producirían mil denarios en un solo día. Pero hubo de reducir sus cálculos, ya que una peste, poco después, acabé con todo su rebaño. No obstante, en Salento y Casino hay rebaños de cien cabezas. Tampoco hay acuerdo respecto al número de hembras que pueden ser cubiertas por un solo macho. Algunos, y yo entre ellos, opinan que un macho puede servir para una decena de cabras; otros, como Menas, hacen subir este número a quince, y otros todavía, como Murrio, a veinte.

IV

[1] ¿Pero quién de los criadores de cerdos en Italia se presentará para hablarnos del ganado de cerda? Aunque nadie mejor que Escrofa puede decirnos lo que conviene al respecto, por lo que su mismo apellido significa A lo que repuso Tremelio: ¿Queréis saber por qué me llamo Escrofa? A fin de que lo sepas y todos los que me escuchan, mi familia no llevé en un principio este apellido, y no soy descendiente de Eumeo. El primero que se llamó Escrofa fue mi abuelo, que era cuestor cuando Licinio Nerva fue elegido pretor de la provincia de Macedonia, teniendo mi abuelo que dirigir las tropas en ausencia de este último. Los enemigos quisieron aprovechar la ocasión, mientras el pretor estaba ausente, para obtener la victoria sobre él y forzar su campamento; [2] pero mi abuelo se dispuso a la defensa, exhortando a los soldados a tomar las armas, y a salir al paso a los atacantes, a fin de que, decía, sean dispersados como un rebaño de cerdos. Y esto fue lo que hizo. El enemigo fue vencido y dispersado de tal modo que, por ello, el pretor Nerva recibió el título de «imperator» y dio a mi abuelo el apellido de Escrofa. Por eso, ni mi bisabuelo ni ninguno de sus antecesores Tremelios se llamaron Escrofa; yo soy el séptimo de los pretores sucesivos de mi familia. Sin embargo, no os digo esto para excusarme de deciros lo que sé sobre el ganado de cerda. [3] Siempre he sido aficionado a los estudios de las cosas del campo y no soy desconocedor de lo que se refiere a los cerdos, como no lo sois tampoco vosotros, grandes labradores. Qué cultivador, en efecto, no tiene cerdos en su finca y quién de nosotros no ha oído decir a sus padres: Bien tonto es y gran dilapidador el que saca la carne y la grasa de cerdo de la carnicería y no de su propia casa? Por lo tanto, el que quiera tener un rebaño de cerdos en las debidas condiciones es -necesario que los elija, en primer lugar, de buena edad, y, luego, de buena forma. Esta requiere amplitud de miembros, comprendiendo en éstos las patas y la cabeza; el pelo de un solo color, más bien que variado. Lo mismo hay que cuidar que sea el verraco y además de recia cerviz. [4] La buena raza se conoce por el aspecto, por su progenie y por la localidad de origen. Por el aspecto, si tanto el verraco como la cerda, son hermosos. En cuanto a la progenie, si dan muchas crías. Y, en cuanto al lugar de origen, si lleva fama de producirlos gordos más bien que pequeños. [5] La compra suele hacerse así: ¿Respondes de que estos cerdos están sanos, que puedo poseerlos rectamente y libre de todo compromiso y que no provienen de ganado morboso? Y algunos añaden además: ¿Y qué no están atacados de fiebre ni diarrea? Respecto a los pastos, estos animales prefieren los sitios encharcados, ya que no sólo les gusta el agua, sino también el fango. Así, se dice que los lobos, cuando han cogido un animal de esta clase, no paran hasta que llegan a un sitio con agua, pues sus dientes no pueden resistir el calor excesivo que su carne les produce. [6] A los cerdos les gustan mucho las bellotas y también las habas, la cebada y cualquier otra clase de granos. Esto no sólo les engorda, sino que da a su carne un sabor más agradable. Durante el verano exigen que se les lleve a pacer por la mañana y después (al medio día) se les ponga en-un lugar umbroso, principalmente en donde haya agua. Por la tarde, cuando el calor se haya mitigado, se les saca a pacer de nuevo. En invierno, no deben sacarse a pacer hasta que no haya pasado la escarcha y cuando el hielo se haya deshecho completamente. [7] Con referencia a la reproducción, es necesario separar del rebaño al cerdo destinado para macho dos meses antes de la monta. El tiempo favorable para ésta es el periodo que media entre la desaparición del viento favonio hasta el equinoccio de primavera: así, parirán en verano, pues las cerdas están encintas durante cuatro meses. Darán a luz, por lo tanto, cuando la tierra tiene pastos más abundantes. Tampoco deben ser cubiertas antes de que pase un año, Mejor es esperar veinte meses para que paran cuando tengan dos años. Se dice que su periodo de fecundidad dura hasta siete años después de la primera vez. [8] Cuando llegue el momento de su exposición al macho deben ser llevadas a un lugar encharcado, a fin de que allí se revuelquen bien en el fango, lo que constituye para ellas un descanso como el baño para los hombres: Cuando hayan concebido todas, se las separa de nuevo de los machos. Estos comienzan a ser aptos para engendrar a los ocho meses de edad y esta facultad les dura hasta su madurez completa. Luego van decayendo hasta el momento en que sólo son buenos para el matadero. Por esto se aconseja distribuir al pueblo la carne de tales cerdos. [9] Los griegos llaman al cerdo us y anteriormente ous, que se deriva, según se dice, del verbo veay, que significa inmolar. Con ello se da a entender que los cerdos fueron los primeros animales que se sacrificaban a los dioses, costumbre que todavía se conserva en los misterios de Ceres, en cuya iniciación se inmolan cerdos; lo mismo, cuando se celebra un tratado de paz, se mata uno de estos animales; y en las bodas de los antiguos reyes y de los varones notables de Etruria se sacrificaba un cerdo por el novio y otro por la novia, como ceremonia preliminar. [10] La misma costumbre existid entre los habitantes del Lacio y en las colonias griegas de Italia. El nombre de «porcus» entre nosotros, y el de choeron entre los griegos, lo emplean todavía las mujeres, principalmente las nodrizas, para designar el sexo de las jóvenes vírgenes, significando con ello que son dignas de llevar las insignias de la nupcialidad. Se dice que la naturaleza nos ha dado los cerdos para que sean destinados a nuestros banquetes. Así también que su carne queda revivida cuando el hombre la sala para su conservación. Las matanzas de cerdos entre los galos fueron famosas por la excelencia y cantidad de sus productos. El mejor signo de ello son los jamones y perniles de Comajenes y Cavares, que todos los años se traen a Roma desde la Galia. [11] De la magnitud de esas matanzas entre los Galos, Catón escribió estas palabras: En Italia se ven muchas bodegas en las que se guardan de tres a cuatro mil piezas de carne de cerdo salada traídas de la Galia. Algunas veces los cerdos llegan a tal grado de gordura que no pueden caminar ni aun sostenerse sobre sus patas. De tal manera que, para llevarlos de un sitio a otro, hay que colocarlos en una carreta. El español Atilio, tan digno de crédito como instruido en muchas cosas, nos dice que en la España Ulterior, en Lusitania, fue matado un cerdo del cual se remitieron al senador Volumnio dos costados y un solomillo que pesaban veintitrés libras. Su hocico, desde el cuello hasta la punta, medía un pie y tres dedos de longitud. [12] He aquí —dije yo— otro hecho no menos digno de admiración del que fui testigo: una cerda en Arcadia había engordado tanto que no podía levantarse, hasta el punto de que un ratón había hecho un agujero en su carne y formado allí su nido y dado a luz sus ratoncitos. Algo semejante se dice que ocurrid en el país de los venetos. [13] La medida de la fecundidad de una cerda puede advertirse ya desde el primer parto, pues los siguientes no varían mucho. En lo que se refiere a la alimentación, llamada «porculatio» (cría de los cerdos), debe dejarse a los lechones con su madre por lo menos durante dos meses, y no se les separa de ella hasta que no se hallen en estado de comer solos. Los cerdos que nacen en invierno son siempre esmirriados a causa del frío y además por la escasa leche que puede proporcionarles la madre en esa época, para sacar la cual tiran con sus nietecitos de la teta hasta producirle heridas. Es conveniente dar a cada cerda una choza aparte, donde pueda alimentar a sus propias crías solamente; pues, en otro caso, se le acercarían otros de cerdas extrañas, de lo cual resultaría una mezcla que deterioraría la raza. [14] La naturaleza ha dividido el año para las cerdas en dos, ya que paren dos veces al año, destinando cuatro meses para la gestación y otros dos para dar leche a las crías. Las chozas en donde se les aloja deben tener unos tres pies de altura y un poco más de anchura; en cuanto a su elevación del suelo, debe calcularse de manera que impida al animal todos los movimientos que le harían abortar. También debe cuidarse de que sea suficiente para que el porquero pueda ver todo alrededor para vigilar que la madre no aplaste a las crías, y para poderla limpiar fácilmente se pondrá una puerta a una altura de palmo y medio, con lo cual se impedirá que los lechones salgan del cubil con su madre, cuando ésta tenga que salir. [15] Cuando el porquero limpie la choza deberá echar por el suelo arena, u otra materia adecuada para absorber la humedad, y cuando las cerdas den a luz deberá proporcionarles una alimentación más abundante a fin de que puedan dar más leche para sus crías. Para ello se les pondrá cada día dos libras de cebada remojada, aproximadamente, doblando la ración, esto es, se les dará la misma dos veces al día, cuando no se disponga de otra cosa. [16] Se llama «lactantes» (lechones) a los cerditos que están todavía en edad de mamar, pero una vez quitados de la madre se les llama «delici» (destetados). Son considerados como puros hasta diez días después de su nacimiento y nuestros abuelos les llamaban «sacres» (sagrados), esto es, adecuados para servir de víctimas en los sacrificios. Así, en las Menaechmas de Plauto, cuando uno de los personajes, creyendo que el otro está loco y que necesita un sacrificio expiatorio en la ciudad de Epidamno, donde se supone la escena, pregunta: ¿Cuánto valen aquí los cerdos sagrados? Los que tienen viñas dan a sus cerdos el orujo y los escobajos de las uvas. [17] Cuando los cerditos son ya lechones, se les da también el nombre de «nefrendes», esto es, sin dientes, porque, todavía no pueden «frendere» (mascar) las habas. La palabra puerco viene de una voz griega, ya en desuso, que ahora los griegos han sustituido por choeron. Hay que dar de beber a las cerdas dos veces al día mientras están encintas, a fin de que tengan más leche. La cerda debe parir tantos cerdos como tetas tiene. Si pare menos, no es buena para la reproducción, si pare más, es ya un prodigio. [18] Sobre esto hay la antiquísima tradición de la cerda de Eneas, que dio a los lavinios treinta cerditos blancos. Y el milagro se confirmó treinta años más tarde, cuando se fundó la ciudad de Alba por los habitantes de Lavinio. Todavía se ven en esta ciudad monumentos públicos de esta cerda con sus lechones. Las estatuas se han hecho de bronce y los sacerdotes nos enseñan el cuerpo de la madre conservado en salmuera. [19] Las cerdas pueden dar de mamar los primeros días a ocho cerditos. Pasado el momento, los peritos se apresuran a quitar la mitad, a medida que se hacen mayores, porque la madre no tiene bastante leche para que todas las crías salgan adelante. Durante los diez primeros días, las cerdas no deberán ser sacadas de sus chozas si no es para llevarlas a beber a los abrevaderos. Pasado ese tiempo se les puede sacar a pacer a un sitio próximo de la casa de campo, a fin de que puedan ir con frecuencia a dar de mamar a sus lechones. [20] Estos, cuando han crecido lo suficiente, siguen con placer a su madre al pasto. Entonces se les encierra aparte y se les hace pacer por separado, para habituarles a esta separación. El porquero deberá acostumbrar a su ganado a obedecer a su bocina. Para conseguirlo, tocar a la bocina una vez al abrir las puertas de la choza, y, cuando salgan, que encuentren cebada por el suelo. De esta manera se desperdicia menos grano que poniéndoselo en montones, y todos pueden acercarse con facilidad, habituándolos así a reunirse al sonido de la bocina y no habrá que temer que se pierdan dispersos por el bosque. [21] Los verracos se castran cuando tienen un año, o por lo menos seis meses. Pierden entonces el nombre de verracos y se les llama «mayales» (cerdos castrados). En cuanto a la salud de los cerdos me limitaré a poner un solo ejemplo: si falta leche a la madre, hay que dar a los lechoncitos hasta la edad de tres meses trigo tostado, o cebada con agua (el trigo crudo les ablanda el vientre). [22] Generalmente se calculan diez machos para cada cien hembras; otros todavía recomiendan menos de diez. Los rebaños no tienen número fijo; pero yo creo que el rebaño más conveniente es el de cien cabezas. Otros lo aumentan hasta ciento cincuenta. Los hay todavía que doblan este número y otros aún van más lejos. Por lo general, cuanto más pequeño es un rebaño resulta menos costoso y menos tiene necesidad el porquero de echar mano de auxiliares. Ahora bien, cada uno busca los mayores beneficios, no se cuida del mayor o del menor número de cabezas: todo esto depende de las circunstancias.

V

[1] Así hablé. En este momento llegó el senador Quinto Lucieno, hombre en gran manera simpático y alegre, amigo de todos nosotros, y dijo: Synepirotae, xalpete (salud, coepirotas), y a ti también, nuestro querido Varrón, tolueve accov (pastor de pueblos). A Escrofa lo he saludado ya esta mañana. Todos le saludamos a nuestra vez, no sin reconvenirle por haber llegado tan tarde a la reunión. En mi caso os quisiera ver, fanfarrones, y aquí están mi cuero y mis azotes. Ven aquí, Murrio, y sal en mi defensa, a fin de poder probar que he rendido mi tributo a la diosa Pales, si es que quieren hacérmelo repetir. [2] Y Atico, volviéndose a Murrio, dijo: Dile a éste todo lo que hemos hablado y lo que nos queda por hablar, a fin de que pueda tomar parte en la conversación. Entretanto, vamos a pasar al segundo acto, sea, a ocuparnos del ganado mayor. Esto me toca a mí —dijo Vaccio—, ya que se trata de bueyes. Os diré lo que sé sobre ganado vacuno para que, los que lo ignoran, lo aprendan, y los que ya lo saben, me corrijan si me equivoco. Ten cuidado, Vaccio —le dije—. [3] Ya que es un hecho que, en materia pecuaria, la cuestión de los bueyes es cosa de la mayor importancia, principalmente en Italia, que a los bueyes debe el nombre con que es conocida. En la antigua Grecia (según escribe Timeo) a los toros les llamaban italos, y de aquí el nombre de Italia, país en el que abundan los bueyes y las vacas («uituli») y donde son además de una gran belleza. Otros han escrito que Italia recibió su nombre del célebre toro italo, que Hércules persiguió desde Sicilia a este país. El toro es compa fiero de los hombres en los trabajos del campo y ministro de Ceres. Por eso los antiguos se abstenían de poner la mano sobre él y condenaban a muerte al que mataba a uno de estos animales. [4] De lo cual nos ofrecen testimonio las leyes del Atica y las del Peloponeso. A este ganado deben también su celebridad Buzuges de Atenas y Homogyro de Argos. Ya sé —replicó— que el toro tiene algo de majestuoso y que con su nombre se expresan las cosas grandes tales como «busicon», «bupaeda», «bulimon», «boopin», y que, además se llama «bumamma» (teta de vaca) a cierta clase de uva. [5] También sé que fue en un toro en lo que se convirtió Júpiter, cuando, enamorado de Europa, la rapta, llevándose al otro lado del mar a esta hermosa fenicia, e igualmente que un toro impidió que los hijos de Neptuno y de Menalipa fueran atropellados cuando penetré en el establo, donde se hallaban, un rebaño de bueyes. Y sé, finalmente, que las abejas, que nos proporcionan la miel más dulce, nacen de un buey en putrefacción, lo que ha hecho que los griegos las llamen «bugenes», nombre que Plauto ha latinizado, cuando decía al pretor Hirrio, acusado de haber escrito contra el Senado: Estad tranquilo, amigo mío, que yo te dejaré tan inocente como aquel que escribió Bugonia. [6] En primer lugar, se dice que los bueyes tienen cuatro edades: la primera, la de los terneros; la segunda, la de los becerros; la tercera, la de los novillos, y la cuarta, la de los toros viejos. La hembra toma sucesivamente las designaciones de ternera, becerra, novilla y vaca ya formada. Cuando la vaca es estéril, se le da el nombre de «taura». Una vaca encinta se denomina «horda». De esta palabra deriva el nombre de las fiestas «hordicalias», en la que se inmolaban vacas preñadas. [7] El que desea comprar un rebaño de ganado mayor debe asegurarse, en primer lugar, de que los animales hayan alcanzado ya la edad de la madurez y se hallen en disposición de dar fruto; se les escogerá sanos y bien formados de miembros, redondeados y de buen tamaño, negros de cuernos, de frente ancha, de ojos grandes y negros, orejas cubiertas de vello, las papadas planas, la espina dorsal más bien cóncava que convexa, narices abiertas, labios negruzcos, la cerviz larga y musculosa, [8] el papo colgante, el cuerpo desarrollado, buenos costados, hombros anchos, buenas nalgas, cola espléndida, que pueda sacudir hasta los talones, y que termine en su parte inferior con un mechón de pelos ligeramente rizados, piernas cortas y rectas, algo ensanchadas por la rodilla y separadas entre sí, pies estrechos y que no se entrechoquen en la marcha; uñas lisas apretadas y bien igualadas; piel uniforme y suave al tacto, ni áspera ni dura, y, en cuanto al color, el negro ocupa el primer lugar; viene luego el rojo oscuro; el tercer lugar lo ocupa el rojo pálido, y el cuarto, el blanco. Este color indica la mayor flojedad, mientras que el primero es señal de mayor dureza; [9] de los grados intermedios, el segundo es mejor que el tercero y de todos los que tienen el pelaje con manchas blancas y negras son los preferibles sólo deben tomarse para machos los de buena raza, la que puede colegirse por sus formas externas y por las de los becerros salidos de ellos, que han de parecérseles lo más posible, y también es de gran importancia conocer la región de donde proceden. [10] La raza gala es la mejor que tenemos en Italia y la más dispuesta para el trabajo, mientras que los de Liguria son más perezosos. De los de ultramar, los del Epiro no sólo son los mejores de toda la Grecia, sino que incluso superan a los de Italia; sin embargo, muchos conceden a estos la preferencia como víctimas para los sacrificios a ofrecer a los dioses. Indudablemente, esta dignidad la tienen bien merecida por sus formas magníficas y su color llamativo. A esto se debe que los bueyes de color blanco no sean tan frecuentes en Italia como en la Tracia, principalmente en peave xdarov, donde son muy escasos los de otros colores. Cuando se hacen las ceremonias de la compra se procede así: ¿Me respondes de que estos bueyes son sanos, y de que, al poseerlos, nos eran objeto de reclamación alguna? [11] Si están sin domar, se dice: ¿Me garantizas que estos novillos están completamente sanos y que provienen de un rebaño sano y que no tendré reclamación alguna al poseerlos? Estas fórmulas son todavía más concisas; si se siguen las prescripciones de Manilio. No se toman en cuenta en las transacciones que se hacen para el matadero o para los altares las palabras concernientes al estado de salud. Los rebaños de bueyes pacen mejor que en ninguna otra parte en los sitios en que abundan los retoños y las hojas tiernas. En el invierno (cuando han de pasarlo en los pastos) se les lleva junto al mar y para el verano a las montañas con bosques. Por lo que se refiere a la reproducción, he aquí lo que acostumbro a hacer: [12] un mes antes de la monta, impido que las vacas se atraquen de comida y de bebida, ya que se cree que estando flacas conciben mejor. Por el contrario, a los machos les hago engordar dos meses antes con hierba verde, paja y heno, y los separo de las hembras. Tengo tantos toros como Atico, o sea dos machos por cada setenta vacas, uno de un año y el otro de dos. Para presentarles la hembra, aguardo a la aparición del astro que los griegos llaman Lira y nosotros «Fides». [13] Entonces vuelvo a juntar los toros con el rebaño. Se conoce si lo concebido es macho o hembra tomando como signo el lado por el cual se retira el toro, después de haber montado a la vaca: si es macho, se retira por la derecha, y si es hembra, por la izquierda. Os toca a vosotros, lectores de Aristóteles, explicar la causa de ello. No permitáis que la vaca sea cubierta antes de que tenga dos años, a fin de que haya cumplido tres cuando para por primera vez. Todavía será mejor que tenga cuatro años. La mayoría de las vacas son fecundas durante diez años, y algunas todavía más. El mejor tiempo para la concepción es el periodo de cuarenta días que sigue a la aparición del Delfín o un poco después, pues la vaca que haya concebido en esta época dará a luz en la estación más templada del año. Las vacas están encintas diez meses. [14] Sobre esta cuestión, he aquí una cosa digna de admiración que he visto escrita en un libro: un toro castrado es capaz de fecundar todavía, si monta a la hembra en el momento inmediatamente seguido a la castración. Para llevar a pacer las vacas se escogerán los sitios bajos, abundantes en hierba, y lo bastante espaciosos para que no se molesten entre sí ni se topen, ni se hagan daño. Algunos, durante el verano, pata impedir las picaduras de los tábanos y de los insectos que se les ponen debajo de la cola y las hacen enfurecerse, las suelen tener metidas en los corrales durante las horas del calor. También les dejan reposar sobre un suelo mullido, cubierto de hojas o de hierba verde. En verano se les lleva a beber dos veces al día, y una vez solamente en invierno. [15] Cuando se acerca la hora del alumbramiento se echa forraje fresco en los establos, a fin de que el sitio quede a una temperatura agradable y para que al salir puedan comerlo, pues en tal estado son muy susceptibles de sentirse molestas. Los lugares en donde se les coloca deben estar resguardados contra el frío, ya que éste las adelgaza tanto como el hambre. [16] Durante la época de amamantamiento hay que separar, por la noche, a los terneros de sus madres, para que no los aplasten, sólo se les dejará acercarse a ellas una vez por la mañana y otra por la tarde, a la vuelta del pasto. A medida que los terneros crecen hay que aliviar de ellos a las madres, poniendo a las crías hierba verde en sus cubiles. En los establos para vacas, como para otra clase de animales, han de estar los suelos empedrados o cubiertos con otro material semejante, para que los cascos de los pies no se les estropeen. A partir del equinoccio de otoño, los terneros pasan al lado de sus madres. [17] No se les debe castrar antes de la edad de dos años; si se hace antes tardan en reponerse, y si se hace más tarde se vuelven indómitos e inútiles para el trabajo. Cada año, como en las otras clases de ganado, se hace una selección y se separan aquellos animales de desecho, ya que el lugar que ocupan en el rebaño debe dejarse para los productivos. Cuando una vaca haya perdido su ternero debe sustituírsele por otro cuya madre no tenga leche suficiente para alimentarlo. A los novillos de seis meses se les da salvado de trigo, harina de cebada y hierba bien tierna y se les hace beber por la mañana y por la tarde. [18] Los cuidados sanitarios son múltiples. He sacado de los libros de Magón todas las prescripciones que se relacionan con ellos y se las hago leer con frecuencia a mi boyero. Ya he dicho que la relación entre el número de toros y el de vacas es de dos por cada sesenta, uno de un año y otro de dos. Hay sin embargo, algunos que tienen más y otros menos, (Según: los rebaños.) Cómo aquellos que tienen dos toros por cada setenta vacas. Igualmente varía el número de cabezas de los rebaños; pero creo que tienen más razón aquellos que estiman el número de cien cabezas como el más adecuado. Atico y Lucieno tienen ciento veinte en sus respectivos rebaños.

VI

[1] Esto dijo Murrio, que había llegado con Lucieno mientras hablaba Vaccio: Yo puedo hablar bastante de asnos, porque soy de Rieti, donde están los mejores y más hermosos y donde he logrado producir ejemplares que he llegado a vender hasta a los mismos arcadios. [2] Desde luego, todo el que quiera formar una buena recua de asnos lo primero que deberá considerar es que tanto los machos como las hembras en edad de la que se pueda obtener el mayor provecho por el mayor tiempo posible, robustos, bien formados en todas sus partes, de buena talla y de excelente raza; de todos los lugares aquel de donde salen los mejores es la Arcadia, mercado de los que se emplean en el Peloponeso; los mejores de Italia son del campo de Rieti; pues de que las lampreas tengan tan buen gusto en las costas de Sicilia y los esturiones en las de Rodas, no se sigue que sean estos peces de la misma calidad en todos los mares. [3] Hay dos clases de asnos: salvajes, a los que se da el nombre de onagros, abundantes en Frigia y Licaonia, y domesticados, como son todos los que hay en Italia. El asno salvaje es idóneo para la propagación de la especie, ya que sus crías se domestican fácilmente mientras que las del asno doméstico no se transforman nunca en salvajes. Comoquiera que se asemejan siempre a sus padres, es preciso escoger éstos, tanto el macho como la hembra, entre los mejor formados. Las condiciones de venta y de entrega son las mismas que rigen para las de otra clase de ganado, conteniendo idénticas fórmulas sobre la garantía sanitaria y evitación de daños. [4] La harina y el salvado de cebada son los mejores piensos para estos animales. Las burras deben ser cubiertas antes del solsticio a fin de que paran en el solsticio siguiente, porque el embarazo les dura doce meses. Hay que abstenerse de hacerles trabajar durante ese tiempo, porque el cansancio les estropea la cría. En cambio a los machos hay que seguir empleándolos, pues lo que más les daña son los largos periodos de ocio. En la alimentación de las crías deben seguirse las mismas normas que para los potros. El primer año no se les separa de la madre. En el segundo se les deja solos por la noche, ligeramente atados con un cabestro o con otra ligadura semejante, al tercer año se les comienza a domesticar, habituándolos a los trabajos para los que se destinan. [5] Respecto al número, nunca se tiene un rebano numeroso, salvo cuando se dedican a llevar carga; las ocupaciones más frecuentes para estos animales son las de dar vueltas a la muela, el transporte y también la labranza, allí donde la tierra es ligera, como en la Campania. Sólo se les ve en reatas cuando están al servicio de los trajineros; como los que llevan a espaldas de estos animales el aceite, el vino, los cereales y otras mercancías en Brindis o en la Apulia.

VII

[1] Lucieno decía: Heme aquí también para abrir la barrera y comenzar a soltar los caballos, y no sólo me ocuparé de los machos, de los cuales, como Atico, admito uno por cada diez yeguas, sino también de éstas, las cuales el esforzado varón Quinto Modio Equiculo no estimaba menos que los primeros para las tareas militares. Los que deseen formar recuas de caballos y de yeguas, como las tienen en el Peloponeso y algunos en la Apulia, tienen que atender en primer lugar a la edad, que, según se dice, no deben ser menores de tres años ni mayores de diez. [2] La edad de los caballos se conoce por sus dientes, lo mismo que la de todo animal de uñas unidas y también de los de cuernos, pues se dice que los caballos comienzan a perder sus primeros dientes de en medio, dos de arriba y dos de abajo, a los treinta meses. A los cuatro años comienzan a perder los dos siguientes de cada mandíbula y les comienzan a salir los grandes dientes llamados molares. [3] Cuando Legan al quinto año se les caen otros dos dientes de la misma manera, comenzando a salirles otros para ocupar los huecos en el sexto año, de modo que, al llegar al séptimo, ya les han vuelto a salir todos y poseen la dentadura completa. A partir de esta edad, no hay señal alguna que pueda darnos a conocer los años que tienen; sin embargo, se dice que los dientes salidos hacia fuera, las cejas canosas y ciertos hoyos debajo de éstas son síntomas que se observan cuando han llegado a los dieciséis años. [4] Por lo que respecta a la forma de las yeguas, éstas deben ser de tamaño mediano es decir, ni grandes ni pequeñas, con grupas y vientre desarrollados. El caballo destinado a la monta ha de escogerse de alta talla y hermosa apariencia, con todas sus partes en relación arménica. [5] Un potro será buen caballo si tiene la cabeza pequeña, los miembros bien proporcionados, ojos negros, fosas nasales no angostas, orejas bien colocadas (pescuezo mullido) y ancho, crin bien poblada, morena, rizada y sedosa, inclinada hacia el lado derecho del cuello, pecho amplio y bien desarrollado, hombros anchos, vientre moderado, los lomos inclinados hacia abajo, espaldas extendidas y el espinazo principalmente doble y, a ser posible, poco saliente; cola ancha y ligeramente rizada, piernas derechas, igualadas y más bien largas; rodillas redondas, estrechas y de ningún modo zambas; casco duro y el cuerpo todo él salpicado de venas, que se puedan percibir, lo que permitirá conocer su estado de salud y el tratamiento que se le puede aplicar. [6] Por lo que se refiere a la estirpe, es del mayor interés conocerla, ya que son muchos los géneros. Los más apreciados toman el nombre de la comarca de donde proceden: así, en Grecia se habla de los caballos tesalonicenses y aquí de los de la tierra de Apulia y los roseanos de Rosea. Signos de un buen caballo futuro son que, cuando sé halla paciendo con el rebaño, se muestra dispuesto a disputarse con los otros la superioridad en las carreras o en cualquier otra ocasión, y también si, al atravesar un río, sigue adelante en el primer puesto de la reata sin mirar a los demás. La compra de los caballos se hace de una manera casi semejante a la de los bueyes y los asnos y por la compra se cambian de dueño con las ceremonias que se hallan prescritas en Manilio. [7] El mejor pasto para los caballos es la hierba en los prados y el heno seco en los establos y cercados. Cuando una yegua ha dado a luz hay que añadir cebada remojada a su alimentación y hacerle beber dos veces al día. Por lo que se refiere a la reproducción, la época de monta más conveniente es desde el equinoccio de primavera al solsticio de verano, a fin de que el parto tenga lugar en tiempo favorable. Se dice que éste llega el décimo día del mes duodécimo después del acoplamiento. Los que nacen más tarde son, por lo general, defectuosos y casi totalmente inútiles. [8] Es conveniente acoplarlos tan pronto como llega la primavera, presentando el yegüero para ello el semental a la yegua dos veces por día, por la mañana y por la tarde. Se llama yegüero al encargado de cuidar de la remonta. Es necesario para sostener sujetas a las yeguas, a fin de que puedan ser cubiertas lo más pronto posible y para cuidar de que el impulso no frustre la cépula por el derrame del semen. Señal de que las yeguas han sido fecundadas es que huyen del macho. Si‘el semental muestra repugnancia ante la hembra se frotan las partes naturales de ésta, en el momento de las pérdidas menstruales, con cebolla albarrana remojada en agua hasta que haya adquirido la consistencia de la miel y luego se les hace oler al caballo. [9] A este propósito referiré una cosa increíble, pero muy real, que me viene a la memoria, un semental se negaba a montar a su madre y cuando el yegüero le cubrió la cabeza y lo Levé así cerca de ella, la monta tuvo lugar; pero, tan pronto como le quitaron lo que le tapaba los ojos, se lanzó sobre el yegüero y lo desgarre a dentelladas. [10] Cuando las yeguas han concebido no debe hacérseles trabajar demasiado ni que permanezcan en lugares, ríos, lo que sería muy perjudicial para el embarazo. Por esta razón hay que cuidar de que las cuadras no tengan humedad, mantener cerradas las puertas y las ventanas y colocar largos maderos entre cada dos yeguas para que eón separadas e impedirles que se coceen unas con otras. Durante todo el tiempo del embarazo no se les debe dar mucho de comer, ni tampoco que pasen hambre. [11] Muchos solamente llevan las yeguas a la monta un año de cada dos, pues dicen que así se conservan más tiempo y los potros son más fuertes. A los diez días después del parto, se llevan los potros con sus madres al pasto. Hay que evitar que el estiércol de las cuadras les queme las pezuñas, que-son a esa edad todavía muy tiernas. A los cinco meses, cada vez que entran en la cuadra se les da harina de cebada con salvado o cualquier otro producto de la tierra que sea de su agrado. [12] A la edad de un año se les da cebada en estado natural y salvado hasta que dejen de mamar sólo después de dos años cumplidos se les desteta. Es conveniente, mientras están con la madre, pasarles la mano a fin de acostumbrarles a ser tocados, para que más tarde no se espanten. Por la misma causa se les ata con los frenos en la cuadra, a fin de que se habiten a verlos y a oír su ruido. [13] Cuando ya consienten que les pasen la mano por encima, es conveniente hacer que se monte sobre ellos un niño, al principio dos o tres veces, echado sobre el vientre y luego sentado. Para este ejercicio es necesario que el potro tenga ya tres años, pues entonces ha alcanzado ya su máximo crecimiento y comienza a desarrollarse su musculatura. Hay quienes dicen que un caballo puede domarse a la edad de año y medio; pero es mejor hacerlo cuando tiene tres años, en cuyo momento suele dárseles ya forraje. Este, en efecto, es el mejor purgante para el ganado caballar. Hay que someterlos a este régimen durante diez días, no permitiéndoles tomar otro alimento. [14] Al undécimo día se le dará cebada, y se aumentará la ración gradualmente hasta el día decimocuarto. Lo que se les dé este día deberá continuar dándoseles durante los diez días siguientes, haciéndoles, al mismo tiempo, practicar un ejercicio moderado y cuando-suden frotarles con aceite. Si hace frío, debe calentarse la cuadra encendiendo una hoguera. [15] Los caballos son buenos, unos para la guerra, otros para el transporte, otros para la remonta, algunos para las carreras y otros para llevar un coche, de donde se sigue que hay que variar el adiestramiento según para lo que se les destine, así, el perito en la guerra elige y adiestra sus caballos de manera muy distinta a como lo hacen el conductor de las cuadrigas y el que los adiestra para los juegos del circo. De la misma manera, el que quiera hacer de ellos animales de carga no los arregla lo mismo que el que los destina a la remonta o para el trato; así, para las cosas de la guerra se desea tener en los campamentos corceles fogosos, mientras que para los caminos se necesitan más pacíficos. A causa de estas diversas condiciones es ideal castrar los caballos. Privados de sus testículos se hacen más tranquilos, porque carecen del licor seminal; a éstos se les llama «canteri» (capones), lo mismo que se dice «mayales» a los cerdos castrados y «capones» a los gallos. [16] En cuanto a la medicina, como son tantas las enfermedades de los caballos y tan innumerables sus síntomas, como complicados los medios de curación, es necesario que el pastor de una yeguada tenga todas las reglas por escrito. Así se explica que en Grecia se designe con el nombre de immiatpoe a los mejores médicos de los rebaños.

VIII

[1] Cuando estábamos hablando de estas cosas, vino un liberto: de Menas a avisarnos que las libaciones habían ya terminado y que todo estaba preparado para el sacrificio; los que desearan tomar parte en él podían ya ir. Por lo que a mí se refiere —dije—, no os dejaré marchar hasta que no me hayáis hablado del tercer acto, o sea de los mulos, de los perros y de los pastores. Poco hay que hablar dijo Murrio de los mulos. Estos y los «hinos» (machos) son bigéneres e híbridos y no tienen los caracteres de la raza originaria. El mulo proviene de yegua y asno; el «hino», de caballo y asna. [2] Unos y otros son muy útiles, pero ninguno vale para la reproducción. Un pollino recién nacido debe alimentarse con leche de yegua, haciéndose así más fuerte, ya que ésta, según se dice, es mejor que la de burra, y aun que todas las demás más tarde se le da por alimento paja, heno y cebada. Tampoco debe descuidarse a la nodriza, ya que ésta ha de dar leche, a la vez, a su propia cría. El asno que ha sido alimentado de este modo hasta los tres años puede ser destinado a la remonta de las yeguas. Y es seguro que no las desdeñara, pues estará acostumbrado a vivir con ellas. [3] Emplearlo para esto a una edad más joven seria echarlo a perder y hacerle envejecer más pronto; además, no daría más que productos esmirriados. A falta de asnos criados por yeguas, se escogen para machos a los más fuertes y de mayor tamaño que sea posible hallar. Hay que cuidar que sean de buena raza, como la de Arcadia, según la estimaban los antiguos, o la de Rieti, según nuestra propia experiencia, a donde se les viene a comprar desde trescientas o cuatrocientas millas de distancia. Los asnos se compran con las mismas fórmulas que los caballos, con las mismas estimulaciones e idénticas garantías. [4] Se les alimenta algún tiempo antes de la monta, para darles más vigor. En cuanto a la época en que el yegüero deberá presentar los asnos a las yeguas, es la misma en las dos especies; El mulo o la mula, resultado del acoplamiento, habrá de ser cuidado debidamente. [5] Los que nacen en comarcas húmedas y encharcadas tienen las pezuñas o cascos de los pies blandos; pero si se tiene cuidado de hacerles pasar el verano en la montaña, como se acostumbra a hacer en el campo de Rieti, se les forman cascos muy duros. El que quiere formar un rebaño de asnos deberá tener en cuenta la edad y la forma. Una para que sean fuertes y puedan llevar la carga y otra para que, al contemplarlos, sirvan de deleite a los ojos. Una yunta de asnos puede servir para tirar de toda clase de vehículos. [6] Hombre de Rieti —prosiguió Murrio, dirigiéndose a mí—, yo podré dar mi opinión con autoridad en este asunto, pero tu mismo tienes rebaños de yeguas en tus posesiones y te has hecho una buena renta con los rebaños de mulas que has vendido. El mulo procedente de caballo y de burra es más pequeño de cuerpo y más rubicundo: se parece al caballo por las orejas y al burro por la crin y la cola. Se cria lo mismo que los potros, se alimenta de idéntica manera y su edad se le conoce igualmente por sus dientes.

IX

[1] Nos queda por hablar aún —dijo Atico— de los cuadrúpedos, que a nosotros, como pastores de ganado lanar, tanto nos interesan: me refiero a los perros. El perro, en efecto, es el guardián de los rebaños en general; pero es el defensor especial de las ovejas y de las cabras allí está el lobo siempre al acecho para cogerlas, pero a él oponemos los perros como sus defensores. Sin embargo, el ganado porcino, entre el cual se hallan los cerdos, verracos, mayales y cerdas también tiene sus enemigos. Los más temibles son los jabalíes, cuyos dientes son mortales para nuestros perros en el bosque. [2] ¿Qué diremos del ganado mayor? ¿No sabemos que en cierta ocasión apareció un lobo donde estaba paciendo un rebaño de mulos, y éstos, al verle venir, se juntaron unos con otros, formando un círculo alrededor y la emprendieron a coces con él hasta que lo mataron? Y los toros, no juntan sus grupas unos con otros para ayudarse a la defensa y presentar al lobo sus cuernos por todas partes? Por lo que se refiere a los perros, los hay de dos géneros: uno, el perro de caza, que se le prepara para la persecución de las fieras y animales salvajes; otro, e] destinado a la custodia de los ganados y que corresponde a los pastores. Hablaré de este último, siguiendo las nueve partes que hemos señalado en los casos anteriores. En primer lugar, deben escogerse en la edad más conveniente. [3] Sison demasiado jóvenes o demasiado viejos, no sólo no pueden defender las ovejas, sino que ni siquiera se defienden a sí mismos, viniendo a ser fácil presa de las bestias feroces. En cuanto a su exterior, cuidad de que sean de bella forma, de gran talla, con ojos negros o rojos, narices del mismo color, labios rojinegros o rubicundos, ni demasiado alzados los de la parte superior ni muy pendientes los inferiores; [4] con las mandíbulas alargadas y provistas de cuatro dientes, a derecha y a izquierda, dos arriba y dos abajo; estos últimos más fuera del morro, y los de arriba más derechos y perpendiculares, aunque menos salientes, pero igualmente agudos y recubiertos en parte por los labios; cabeza y orejas grandes, el cuello recio y bien acomodado; las junturas de las articulaciones largas, no separadas unas de otras; las piernas rectas y más vueltas hacia dentro que hacia fuera; los pies anchos y el paso ruidoso; los dedos separados y las unas duras y encorvadas, la planta del pie ni blanda como la levadura ni fuerte como el cuerno; el cuerpo esbelto y delgado en el punto de unión con las piernas, la espina dorsal ni saliente ni convexa, la cola recia, el ladrido fuerte, la boca grande y el color blanco lo más posible, a fin de poderlo distinguir más fácilmente en la oscuridad de tas especies leoninas. [5] Las perras han de ser de gruesas mamas, y todas del mismo tamaño. Hay que cuidar también que sean de buena raza. Y lo mismo que las de otros animales, también reciben sus nombres de la región de que proceden; así se llaman lacones, epirotas y salentinos. Si queréis comprar perros no acudáis a los cazadores ni a los carniceros. Los perros del carnicero no están amaestrados para seguir al rebaño, y los otros, los de caza, abandonan el rebaño para irse detrás de la liebre o del ciervo que pasan a su lado. Los mejores perros son los que se compran a los pastores y que han sido ya adiestrados en seguir al rebaño, o bien aquellos que todavía no han sido amaestrados. El perro es fácil de domesticar, pues toma en seguida la costumbre que se le enseña y ‘se aficiona más al pastor que al rebaño. [6] Aufidio Pontiano de Amiterno había comprado un rebaño de ovejas en la Umbría. Los perros entraban en cuenta con el rebaño y los pastores debían acompañar a éste a los bosques de Metaponto y hasta el mercado de Heraclea; pero, llegados al lugar del destino, los hombres se volvieron a su pais sin los perros. A. los pocos días, éstos, echando de menos, sin duda, a sus antiguos amos, volvieron a reunirse con ellos otra vez en la Umbría, que se halla a muchas millas de distancia, con muchos caminos que se entrecruzan y sin más alimento que lo que encontraban por los campos. Y tened en cuenta que ninguno de aquellos pastores había hecho uso de lo que se prescribe en el libro sobre agricultura de Saserna: El que quiera que le siga un perro no tiene más que darle a comer una rana cocida en agua. Es del mayor interés tener todos los perros de la misma raza, pues esta especie de parentesco hace que se tengan más afecto entre sí. [7] Sigue ahora la cuarta parte, o sea la compra: se hace de la misma manera y el traspaso -de dueño con las mismas formalidades que de costumbre, con igual referencia a las garantías de salud que para las otras clases de ganado, salvo las excepciones que pueden considerarse útiles. Algunos fijan el precio de los perros a tanto por cabeza; otros ponen como condición que las crías sigan a su madre, y otros, por último, estipulan que cada dos perritos equivalen a uno mayor, lo mismo que se cuentan dos corderos por una oveja. En general, se toman en el mercado todos los perros que tienen costumbre de estar juntos. [8] La alimentación de los perros es más semejante a la de los hombres que a la de las ovejas. Se alimentan con las sobras de la cocina y con huesos y no con hierbas u hojas. Hay que tener cuidado de darles de comer, pues, en otro caso, el hambre les hace abandonar el rebaño y buscar su comida por otra parte. [9] A veces también el perro (como algunos opinan) podría, obligado por la necesidad, desmentir el antiguo proverbio y comentar la fábula Actedén, volviendo sus dientes contra su propio dueño. [10] Es conveniente darles pan de cebada, mojado en leche, ya que, habituados a esta comida, no se alejan ya tan fácilmente del rebaño. Cuando se muera una oveja no les deis a comer su carne, a fin de que no le tomen gusto y no quieran pasar sin ella. Se les da caldo de huesos o los huesos mismos una vez partidos en pedazos. Al roerlos se les hacen fuertes los dientes y por la avidez con que buscan la médula se les alarga el morro, dando juego a sus mandíbulas. Haced que tomen desde muy temprano su comida en los sitios mismos en que pace el rebaño durante el día y en los establos por la tarde. [11] Por perras en los primeros días de la primavera. Es la época en que están en celo, es decir, manifiestan deseos de ser fecundadas. Las que han concebido paren hacia el solsticio, pues esta clase de animales, por lo común, tiene un embarazo de tres meses. Durante la gestación se les puede dar pan de cebada con preferencia al de trigo, pues es más alimenticio y les produce más leche. [12] Por lo que se refiere al cuidado de los cachorros, después del nacimiento, es conveniente, desde el principio, seleccionar aquellos que se quieran conservar, y tirar los demás. Cuantos menos queden, tanto más fuertes se harán, porque les tocara más cantidad de leche, se les coloca sobre un lecho de paja o de otra materia análoga, porque, bien reposados sobre mullido, se crían con más facilidad. Los cachorros comienzan a ver a los veinte días. Durante los dos primeros meses que siguen al parto no se les separa de su madre, sino que, después, poco a poco, se van apartando de ella por sí mismos. Para adiestrarlos, se toman varios juntos y se les incita a pelear, lo que sirve para hacerlos más atrevidos; pero no se les debe cansar, porque se debilitan. [13] Para acostumbrarlos a estar atados, se les sujeta primero con un lazo sencillo: cuando intenten morderlo, se les castiga hasta que no sientan ya ganas de desatarse. En los días de lluvia se les pone hierba y follaje en la perrera, con un doble objeto: -para guardarlos limpios y para que no cojan frío. [14] Algunos los castran, porque dicen que así no abandonan el rebaño. Otros no lo hacen porque creen que, mediante esa operación, son menos valientes. Otros les untan las orejas y los entre dedos de las garras con almendras machacadas en agua, para librarlos de las picaduras de las moscas, de las garrapatas y de las pulgas que les producen úlceras. [15] Para que las fieras no les dañen se les pone un collar, que se llama carlanca, y que consiste en un ancho cinto de cuero, bien provisto de clavos, que se les coloca alrededor del cuello, cuidando de que las cabezas de los clavos vayan por la parte de adentro y las puntas hacia fuera, y, para que no se hagan daño por la dureza del hierro, se guarnece la parte interior con una piel blanda. Con esto, si un lobo o cualquier otra fiera intenta morderles, al hacerse daño con los clavos no se acerca más a los perros, tanto si llevan collar como si no llevan. [16] El número de perros ha de estar en relación con el rebaño. Casi de ordinario se calcula que basta un perro por cada pastor; pero esta proporción suele variar, según los casos. Si se trata de regiones en que abundan las fieras, deben llevarse muchos perros. Esto es imprescindible cuando hay que conducir los rebaños a lugares lejanos por caminos entre bosques, tanto en invierno como en verano. No obstante, para un rebaño de granja basta tener un par de perros, siendo conveniente que uno sea macho y el otro hembra, pues de esta manera se sienten más atraídos y uno a otro se estimulan a ser valientes, y si uno de ellos está enfermo no queda, por eso, sin perro guardián el rebaño. Al llegar aquí, Atico miré alrededor, como preguntando si le quedaba por decir algo. Este silencio —dije— llama a otro a decirnos su parte.

X

[1] Porque, en efecto, el acto no habrá terminado en tanto no hayamos hablado de cuantos y de qué clase deben ser los pastores. Cosinio dijo entonces: Para el ganado mayor hacen falta hombres de edad; para el menor, bastan los niños; pero se necesita más fuerza para los rebaños que se llevan lejos de un lado a otro, que para aquellos que están diariamente en la finca y vuelven por la noche a la granja. Por eso en los montes se ve desempeñar este oficio a hombres jóvenes y vigorosos y bien armados, mientras que en las casas de campo basta para apacentar el rebaño un niño, y a veces hasta una ninfa. [2] A los que apacientan el rebaño lejos y deben permanecer en el pasto, les conviene reunirse para poner sus ganados a pacer juntos durante el día; pero, si han de pernoctar, es conveniente que cada uno esté aparte con su propio rebaño. Todos estarán bajo un solo mayoral, que ha de ser de más edad y más perito que los restantes; porque todos obedecen más a gusto a aquellos que tienen más edad y saber. [3] Sin embargo, no debe ser tan viejo que no pueda resistir las fatigas del trabajo. Porque los ancianos, lo mismo que los niños, no pueden caminar por los senderos difíciles, ni sufrir las asperezas de las montañas elevadas, tal como tienen que hacerlo los que están al frente de grandes rebaños de toros o de cabras que se llevan a pacer por bosques y laderas peñascosas. Hay que escoger, pues, pastores robustos, ligeros y rápidos en el caminar, de miembros expeditos, no sólo capaces de seguir a los rebaños, sino también de defenderlos contra las fieras y los bandidos; que puedan cargar los fardos en los jumentos, correr si es necesario y disparar. [4] No todos los pueblos son aptos para el oficio de pastores, pues ni los báculos ni los túrdulos son idóneos. En cambio los galos son muy aptos, principalmente si se trata de cuidar animales de carga. [5] Respecto a la adquisición, hay seis maneras de tenerlos en dominio legítimo: si se han obtenido por herencia justa; si se han recibido por emancipación, es decir, transferidos por quien estaba en condiciones legales de hacerlo; por cesión en derecho, de parte de quien puede cederlos; por usucapión; por adjudicación y por compra bajo corona, cuando son vendidos en pública subasta. Su peculio pasa al comprador por derecho de accesión, al menos que no se reserve la propiedad del mismo por cláusula especial; se estipula también que el esclavo esté sano y que el comprador no será objeto de reclamación por los robos que dicho esclavo haya podido cometer o por los daños que hubiere causado; si la operación no se realiza por causa del comprador, éste deber apagar el doble de lo prometido en unos casos, o simplemente entregar el dinero convenido en otros. Sus comidas las hará cada uno por separado con su rebaño. Pero la cena vespertina, los que están bajo las órdenes de un mismo mayoral, la harán juntos. El mayoral deberá proveer a todo lo necesario tanto para los hombres como para el ganado, principalmente duran te los viajes a los cuidados en caso de enfermedad, para lo cual deberá llevar jumentos u otros animales de carga, capaces para transportar sobre sus espaldas todo lo que haga falta. [6] En cuanto a la reproducción, aquellos pastores que están de un modo permanente en la finca pueden fácilmente hallar en ella su compañera: Venus pastoril no pide más, pero aquellos que viven en las montañas o en los bosques y no tienen casas de campo, sino cabañas construidas a toda prisa para resguardarse de las lluvias, deben llevar consigo mujeres, que vayan con ellos tras el rebaño, preparen la comida para los pastores y sean para ellos como un acicate para cumplir sus obligaciones, según aconsejan muchos. [7] Pero estas mujeres han de ser fuertes, sin ser deformes, y tan capaces para el trabajo como los varones, tal como las hay en Iliria, donde se les ve llevar ellas mismas el rebaño, traer leña para el fuego, cocer la comida y guardar en las cabañas los diversos instrumentos. [8] En cuanto a la alimentación de los hijos, me limitaré a decir que las mismas madres deben ser sus nodrizas. Entonces Tremelio, volviéndose hacia mí, dijo: Esto es ciertamente lo que me dijiste haber visto en Liburnia: mujeres que con la carga de leña sobre sus espaldas, levaban al mismo tiempo uno o dos niños de teta en sus brazos. ¿Qué diremos, al compararlas con ellas, de nuestras parturientas, metidas en mullidos lechos y asistidas, hechas una lástima durante muchos días? [9] E1 hecho es cierto —le respondí—, pero hay algo más todavía en liria: hay allí mujeres embarazadas que, al sentirse próximas a dar a luz, se separan no muy lejos de su sitio de trabajo, y cuando se han librado de su carga, vuelven de nuevo a su puesto, con un niño en brazos que más bien parece que se lo han encontrado que parido. Y otra cosa más: jóvenes de veinte años, a quienes se da allí el calificativo de vírgenes, pueden, sin faltar a las costumbres, entregarse al que ellas quieran, antes del matrimonio, ir solas a donde les parezca y tener hijos. [10] En lo que se refiere a la salud, el mayoral debe tener por escrito todo lo concerniente a las enfermedades de los hombres y del ganado, a fin de poderlos curar sin necesidad de acudir al médico. Por esta razón, no es bueno para el cargo el que no sepa leer, ya que no podría dar cuenta al dueño del rebaño de las cosas pertinentes a su vigilancia y cuidado, en cuanto al número de pastores, unos lo calculan por alto, otros bajo, según los casos. Yo tengo un pastor por cada ochenta ovejas y Ático tiene uno por cada cien cabezas de ganado. [11] En los rebaños de ovejas se puede disminuir el número haciéndolos mayores, de unas mil cabezas, por ejemplo, como los tienen algunos y de los que se pueden separar fácilmente los necesarios; pero esta operación ofrece ciertos inconvenientes en rebaños menores, como los de Atico y los ríos. Yo los tengo de setecientas cabezas y tú, según creo, los tienes de ochocientas. Sin embargo, los machos los teníamos en la misma proporción: uno por cada diez ovejas. Para un rebano de cincuenta yeguas harán falta dos hombres, debiendo tener cada uno una yegua domada para servirle de montura cuando haya de conducir el ganado a los pastos de verano o de invierno, ya sea a la Apulia o bien a la Lucania.

XI

[1] Ya que hemos cumplido nuestra promesa —dijo Cosinio—. Todavía no —le repliqué—. Aún tenemos que hablar, como hemos convenido, de dos productos extraordinarios de los rebaños, a saber: de la leche o el queso y de la lana. Pues bien; la leche de oveja, y luego la de cabra, son, de todos los alimentos líquidos, los más nutritivos. Sin embargo, como purgantes, la principal es la de yegua, y luego la de burra, la de vaca y la de cabra. [2] Hay, no obstante, que hacer diferencias entre ellas, por la calidad del alimento que tomen los animales, la especie del ganado y la época en que se ordeña. Por lo que a los piensos se refiere, la cebada; la paja y, en general, todo alimento seco y sustancioso, producen una leche muy nutritiva. Esta es purgante sí se procede de ganado apacentado con hierba verde, sobre todo si se trata de aquellas hierbas que solemos emplear como purgantes de nuestros cuerpos. Por lo que hace a la naturaleza del ganado, la mejor leche es la de un animal sano y joven, con preferencia a la de otro viejo o enfermo. En cuanto a la época del ordeño, la mejor leche es la que se tiene recién sacada de la teta y que no haya sido tomada demasiado pronto después que el animal ha dado a luz. [3] De los quesos que se sacan de la leche, los más nutritivos son los de vaca, pero también los más difíciles de digerir; después vienen los de oveja, y, los de menos alimento, pero los más digestivos, son los de cabra también hay que distinguir entre los quesos tiernos y de fabricación reciente y los viejos y secos. El queso tierno es más digerible, y esta menos tiempo en el cuerpo; lo contrario que el queso viejo y seco. [4] Los quesos se comienzan a fabricar cuando aparecen las Pléyades de primavera y se siguen fabricando hasta la aparición de las Pléyades de verano, para sacar la leche destinada a hacer quesos, se ordeñan los animales por la mañana, durante la primavera y, en otro tiempo, en las horas de mediodía. No es, sin embargo, ésta una regla fija, pues varía según los lugares y los pastos. Para que la leche se cuaje, hay que poner por cada dos congios de líquido un pedacito de cuajo como del tamaño de una oliva. El cuajo de liebre y de cabrito es mejor que el de cordero. Otros usan como cuajo la leche que sale de la higuera, mezclada con vinagre. Se emplean también otras sustancias, que los griegos llaman, unos otcov (jugo), y otros dáxpuov (lágrimas). [5] No se negará —dije yo— que la higuera que se ve junto a la capilla de la diosa Rumina fué plantada por pastores, pues allí suelen hacerse los sacrificios de leche y vino en favor de los lactantes. En otro tiempo se llamaba a las tetas «rumis» o «rumae», como ahora se llama todavía «subrumi» a los corderos que maman, y como se les dice «lactantes», de «lac» (leche). [6] Hace falta echar sal a los quesos; sal gema mejor que sal marina. Por lo que se refiere al esquileo de las ovejas, lo primero que tengo en cuenta, antes de hacerlo, es ver si son sarnosas o si tienen úlceras, para, en tal caso, curarlas. El mejor tiempo para esquilarlas es el periodo comprendido entre el equinoccio de primavera y el solsticio, esto es, cuando comienzan a sudar. Por eso a la lana recién cortada se le llama «sucia’ (sin lavar), a causa del sudor. [7] Una vez esquiladas las ovejas, se frota su cuerpo con una mezcla de vino y de aceite, a lo que no pocos agregan cera blanca y manteca de cerdo. Si se les abriga con pieles es necesario, antes de taparlas, untar la parte interior de dichas pieles con la citada mezcla. Cuando, al esquilar una oveja, se le hace una herida, hay que ponerle un emplasto de pez líquida en el sitio afectado. Las ovejas de mucha lana se esquilan aproximadamente en la misma época en que se siegan las cebadas y, en otros sitios, antes de la siega del heno. [8] Algunos esquilan las ovejas dos veces al año, como se hace en la España Citerior, donde el esquileo se verifica todos los semestres, Lo hacen así, dos veces, porque creen que obtendrán doble cantidad de lana. Lo mismo que siegan dos veces los prados para sacar más heno. Las personas cuidadosas ponen, debajo de las ovejas que se esquilan, unas mantas para que no se desperdicie ninguna vedija. [9] Estas cosas han de hacerse en días serenos, siendo las horas mejores la cuarta y la décima, pues el calor del sol hace sudar a las ovejas, con lo cual la lana se hace más blanda, más pesada y de más brillo. La lana recién cortada se llama por algunos «vellus» (vellón) y por otros «velumen» (lo que se arranca), de cuyos vocablos se deduce claramente que la costumbre de arrancar la lana ha precedido a la de cortarla. Aquellos que todavía siguen la vieja costumbre tienen a las ovejas en ayunas tres días antes, porque así, estando el animal debilitado, la lana se arranca más fácilmente. [10] Se dice que los primeros esquiladores llegados a Italia procedían de Cilicia, hacia el año 453 de la fundación de Roma (tal como está escrito y expuesta al público en Ardea), y que fueron traídos a este país por Licinio Mena. Que antes no había barberos lo demuestra el hecho de que las estatuas de los antiguos, en su mayoría, aparecen con cabellera y barbas grandes. [11] Si la oveja —continuó Cosinio— nos da la lana con que nos vestimos, el pelo de la cabra se utiliza en la marina, en la confección de armas de guerra y en los utensilios de los herreros. Algunos pueblos cubren su cuerpo de pieles, como los gétulos y los sardos. Esta costumbre parece que existió también entre los griegos en otro tiempo, como se ve por el nombre de deolepial que se daba en las tragedias a ciertos ancianos cubiertos con dichas pieles, y lo mismo en nuestras comedias a los personajes de costumbres rústicas, como el joven del Hypobolimeo de Cecilio y el anciano en el Heautontimorumenos de Terencio. [12] El esquileo de las cabras se usa todavía en Frigia, donde es muy común la especie de pelos largos, y de allí nos vienen los tejidos de pelo que llamamos «cilicios». Este nombre se debe a que en Cilicia fue donde por primera vez se instituyó el esquileo de las cabras. Y así terminé de hablar Cosinio, sin que nadie le replicara. En este momento vino hacia nosotros un liberto de Vítulo que salía de los huertos de su dueño. Mi amo —nos dijo— me ha enviado a vosotros pata invitaros a que no acortéis más el día de su fiesta y que vengáis a su casa lo más pronto posible. Nosotros aceptamos la invitación; mi querido Niger Turranio, y Escrofa y yo fuimos a juntarnos con Vítulo en sus huertos. Los demás se marcharon unos a sus casas y otros a la de Menas.