SUETONIO
Julio César

I

Cayo Julio César(1) tenía dieciséis años de edad cuando murió su padre. Al siguiente año, nombrado flamin dial (sacerdote de Júpiter)(2), repudió a Cosutia, hija de simples aunque opulentos caballeros, con la cual estaba desposado desde la niñez, tomó por esposa a Cornelia, hija de Cina, que había sido cónsul cuatro veces. De ésta nació Julia, al cabo de poco, sin que el dictador Sila pudiese conseguir por ningún medio que la repudiase; por este motivo despojóle del sacerdocio, de los bienes de su esposa y de las herencias de su casa, persiguiéndole de tal forma que hubo de ocultarse, y aunque enfermo de fiebre cuartana, se veía obligado a mudar de asilo casi todas las noches y a rescatarse a precio de oro de manos de los que le perseguían; consiguió ser perdonado al fin por mediación de las vírgenes vestales(3), de Mamerco Emilio y de Aurelio Cota, parientes y allegados suyos. Es cosa cierta que Sila denegó el perdón durante mucho tiempo a las súplicas de sus mejores amigos y de los personajes más importantes, y que al fin, vencido por la perseverancia de éstos, prorrumpió como impulsado por inspiración o presentimiento secreto: "Triunfaron, y con ellos lo llevan. Regocíjense, mas sepan que llegará un día en que ése, que tan caro les es, destruirá el partido de los nobles, que todos juntos hemos protegido; porque en César hay muchos Marios"(4).

II

Hizo sus primeras armas en Asia con el pretor Termo; mandado por éste a Bitina en busca de una nota, se detuvo en casa de Nicomedes, corriendo el rumor de que se prostituyó a él(5); rumor que creció por motivo de haber regresado pocas jornadas después a Bitina, con el pretexto de hacer enviar a un liberto, cliente suyo, cierta cantidad de dinero que le adeudaba. El resto de la campaña favoreció más su renombre; y en la toma de Mitilena recibió una corona cívica de manos de Termo(6).

III

Sirvió también en Cilicia, bajo Servilio Isaurcio aunque por poco tiempo, pues al tener noticia de la muerte de Sila, concibiendo la esperanza de que Lépido concitase nuevas turbulencias, apresurase a regresar a Roma. Sin embargo, aunque Lépido le hizo ofrecimientos ventajosos, se negó a secundar sus planes, no inspirándole confianza su carácter, ni pareciéndole tan favorable la ocasión como pensara.

IV

Calmada la insurrección civil, acusó de concusión a Cornelio Dolabella, varón consular a quien se habían otorgado los honores del triunfo; absuelto el acusado, decidió César retirarse a Rodas, tanto para prevenirse de sus enemigos, como para descansar y oír al sabio maestro Apolonio Molón. Durante la travesía, que hizo en invierno, le hicieron prisionero unos piratas cerca de la isla Farmacusa. Permaneció en poder de ellos cerca de cuarenta días, conservando siempre su entereza(7), sin otra compañía que su médico y dos cubicularios; porque inmediatamente envió a todos sus compañeros y al resto de los esclavos a que le trajesen el dinero preciso para el rescate. Se concertó éste en ciento cincuenta talentos, y en cuanto le desembarcaron, persiguió a los piratas al frente de una flota, capturándolos en la retirada y sometiéndolos al suplicio con que muchas veces los había amenazado como en broma. Por aquel entonces Mitrídates devastaba las regiones vecinas, y no queriendo aparecer César como indiferente a las desgracias de los aliados de Rodas, adonde marchó, trasladase al Asia, halló auxilio en ella, arrojó de la provincia al prefecto del rey y robusteció la fidelidad de las ciudades vacilantes.

V

A su regreso a Roma, la primera dignidad con que le invistió el voto del pueblo, fue la de tribuno militar(8), colaborando entonces con todas sus fuerzas con los que intentaban restablecer el poder tribunicio, profundamente quebrantado por Sila. Hizo aplicar también la proposición Plocia, para la repatriación de Cina, hermano de su esposa, y de todos cuantos en las turbulencias civiles se habían adherido a Lépido, recurriendo a Sertorio, tras la muerte de aquel cónsul, y hasta pronunció un discurso sobre este asunto.

VI

Siendo cuestor, pronunció en la tribuna de las arengas, según era costumbre(9), el elogio de su tía Julia y de su esposa Cornelia, que acababa de morir. En el primero estableció de la manera que sigue el doble origen de su tía y de su propio padre: Por su madre, mi tía Julia descendía de reyes; por su padre, está unida a los dioses inmortales; porque de Anco Marcio descendían los reyes Marcios, cuyo nombre llevó mi madre; de Venus procedían los Julios, cuya raza es la nuestra. Así se ven, conjuntas en nuestra familia, la majestad de los reyes, que son los dueños de los hombres, y la santidad de los dioses, que son los dueños de los reyes. Para reemplazar a Cornelia, casóse con Pompeya, hija de Pompeyo y sobrina de Sila, de quien más adelante se divorció por sospecha de adulterio con Clodio, al que se acusaba públicamente de haberse introducido en sus habitaciones disfrazado de mujer durante las ceremonias religiosas, decretando el Senado la información de sacrilegio.

VII

Durante su cuestura, logró la España Ulterior(10), donde, al recorrer las asambleas de esta Provincia, para administrar justicia por delegación del pretor, al llegar a Cádiz, viendo cerca de un templo de Hércules la estatua de Alejandro Magno(11), suspiró profundamente como lamentando su inacción; y censurando no haber realizado todavía nada digno a la misma edad en que Alejandro ya había conquistado el mundo, dimitió en seguida su cargo para regresar a Roma y aguardar en ella la oportunidad de grandes acontecimientos. Los autores dieron mayor pábulo a sus esperanzas, interpretando un sueño(12) que tuvo la noche precedente y que perturbaba su espíritu (pues había soñado que violaba a su madre), prometiéndole el imperio del mundo, porque aquella madre que había visto sometida a él, no era otra que la Tierra, nuestra madre común.

VIII

Habiendo marchado antes del tiempo previsto, visitó las colonias latinas que aspiraban al derecho de ciudadanía romana; y las hubiera impulsado a intentar alguna audaz empresa, si, temiéndolo así todos los cónsules, no hubiesen retenido cierto tiempo las legiones destinadas a Cilicia; pero no por esto dejó de meditar amplios proyectos que poco después habían de realizarse en la misma Roma.

IX

En efecto, poco antes de tomar posesión de la edilidad, conspiró, según se dice, con Craso, varón consular, y con Sila y Autronio (condenados estos últimos por cohecho, después de haber sido designados cónsules), para que al comienzo del año atacasen al Senado, diesen muerte a parte de los senadores y concediesen la dictadura a Craso, que nombraría a César jefe de la caballería; después de adueñarse por este procedimiento del gobierno, era su intención devolver a Sila y a Autronio el consulado de que los había desposeído. Tanusio Gémino en su historia, Bíbulo en sus edictos y Curión, padre, en sus discursos, hablan de esta conjuración. Hasta el mismo Cicerón parece que la cita en una carta a Axius, donde afirma que César realizó durante su consulado el proyecto que concibió siendo edil. Tanusio añade que Craso, sea por miedo, o por arrepentimiento, no compareció el día señalado para la matanza, y que por este motivo César no dio la señal convenida. "Esta señal -escribe Curio-, era dejar caer la toga del hombro". El mismo Curio y Actorio Nasón le atribuyen otra conspiración con el joven Pisón, y pretenden que por las sospechas que suscitaron los manejos de éste en Roma, le otorgaron, por comisión extraordinaria, el gobierno de España, conviniendo, sin embargo, suscitar movimientos coincidentes, el uno fuera y el otro en la misma Roma por medio de los ambronas y transpadanos; pero que la muerte de Pisón anuló el proyecto.

X

Siendo edil, no se limitó a adornar el Comitium, el foro y las basílicas, sino que decoró asimismo el Capitolio e hizo construir pórticos para exposiciones temporales, en los que exhibió al público parte de los numerosos objetos que había reunido. Unas veces con su colega y otras separadamente, organizó juegos y cacerías de fieras, consiguiendo recabar para sí toda la popularidad por gastos hechos en común; por cuyo motivo, su colega Bíbulo comentaba, comparándose a Pólux: que así como se acostumbraba designar con el solo nombre de Cástor el templo erigido en el foro a los dos hermanos las liberalidades de César y Bíbulo llamábanse "munificencias de César". César agregó a estas liberalidades un combate de gladiadores, en el que figuraron algunas parejas menos de las que deseaba, porque tantos había hecho llegar de todas partes, que alarmados sus adversarios, hicieron limitar, por una ley expresa, el número de contendientes que, en el futuro, podrían entrar en Roma.

XI

Habiéndose captado el favor popular, intentó por la influencia de algunos tribunos que se le diese, mediante plebiscito, el gobierno de Egipto, sirviendo de ocasión para esta inopinada solicitud de un mando extraordinario que los habitantes de Alejandría habían expulsado a su rey, amigo y aliado del pueblo romano, actitud universalmente reprobada. El partido de los grandes hizo fracasar las pretensiones de César, quien, con el fin de debilitar entonces la autoridad de aquellos por todos los medios posibles, reconstruyó los trofeos de Mario sobre Yugurta, los cimbrias y teutones monumentos que en tiempos anteriores había destruido Sila, y cuando se abrió proceso a los sicarios, hizo figurar entre los asesinos, a pesar de las excepciones de la ley Cornelia, a todos aquellos que, durante la proscripción, recibieron dinero del erario público como precio de cabezas de ciudadanos romanos.

XII

También encontró quien acusase de crimen capital a Rabirio, que algunos años antes cooperó más que nadie con el Senado para reprimir las sediciones suscitadas por el tribuno Saturnino, y designado por la suerte para juez, con tanta pasión condenó, que nada sirvió tanto como esta parcialidad al reo en su apelación al pueblo.

XIII

Desvanecida la esperanza del mando, pretendió el pontificado máximo(13), y tantas larguezas prodigó, que asustando por la enormidad de sus deudas, dijo a su madre, besándola antes de acudir a los comicios, que no volvería a verle sino pontífice. Por estos procedimientos venció a sus dos competidores, aunque muy temibles y superiores a él en su edad y dignidad; consiguiendo además sobre ellos la ventaja de obtener más sufragios en sus propias tribus que ellos en todas las demás.

XIV

Era pretor(14) César cuando se descubrió la conjuración de Catilina; se había acordado por unanimidad en el Senado la muerte de los culpables, y sólo él opinó que se los custodiase por separado en las ciudades municipales y se les enajenasen los bienes. Más aún: a los que habían propuesto muy severos castigos, los aterró de tal forma con la reiterada amenaza de los odios populares que algún día se desencadenarían contra ellos, que Décimo Silano, cónsul designado, atrevióse a dulcificar por medio de una interpretación el voto que dignamente no podía modificar, y que habían entendido, según explicó, en un sentido mucho más riguroso del que le había dado. César iba a triunfar: muchos senadores se habían agregado a su bando, y con ellos Cicerón, hermano del cónsul; la victoria, pues, era segura, si la oración de Catón no hubiese infundido energía al vacilante Senado. Pero lejos de flaquear en su oposición, persistió César de tal manera en ella, que el grupo de caballeros romanos que guardaba armado el salón del Senado, le amenazó con darle muerte; espadas desnudas se dirigieron contra él, de suerte que los que estaban junto a él se apartaron, y únicamente algunos, aprisionándole entre sus brazos y cubriéndole con la toga, consiguieron salvarle, con gran trabajo. Influido entonces por el miedo, cedió, y en todo el resto del año se abstuvo de asistir el Senado(15).

XV

El primer día de su pretura convocó ante el pueblo a Catulo, encargado de la reconstrucción del Capitolio(16), y propuso se confiriese el cuidarlo a otro. Mas observando que los patricios, en vez de acudir a saludar al nuevo cónsul, marchaban con apresuramiento a la asamblea para oponerle tenaz resistencia, considerando la lucha desigual, desistió de la empresa.

XVI

Con gran ardor y pasión mantuvo a Cecilio Metelo. autor de las leyes más turbulentas, contra el derecho de oposición de sus colegas, hasta que un decreto del Senado suspendió a los dos en sus funciones. César tuvo la audacia de proseguir en posesión de su cargo y de administrar todavía justicia. Pero cuando supo que se disponían a emplear con él la violencia y las armas, despidió a los lictores, despojase de la pretexta y se retiró secretamente a su casa, resignado, de acuerdo con la costumbre de la época, a permanecer tranquilo. Dos días después sosegó a la muchedumbre, que espontáneamente se había congregado ante su puerta ofreciéndole su cooperación para restablecerle en su dignidad. Atónitos ante aquella moderación, los senadores que la noticia del tumulto había congregado apresuradamente, enviaron para darle gracias a los más ilustres de entre ellos, siendo llamado al Senado, donde se le tributaron grandes elogios, restableciéndole en su cargo y retirando el primer decreto.

XVII

Sobreviniéronle muy pronto nuevos disgustos, por haberle denunciado como cómplice de Catilina, ante el cuestor Novio Niger, Vettio Judex, y ante el Senado Curio(17), a quien fueron concedidas recompensas públicas por haber sido el primero en revelar los proyectos de los conjurados. Curio pretendía saber por Catilina lo que decía, y Vetio se obligaba a presentar la firma de César dada por éste a Catilina. No consideró César que debía soportar aquellos ataques, y suplicó el testimonio de Cicerón, para demostrar que le había suministrado espontáneamente algunos detalles acerca de la conjuración, consiguiendo privar a Curio de las recompensas que le habían ofrecido; en cuanto a Vetio, a quien se había solicitado caución de comparecencia, se le despojó de sus bienes, se le maltrató personalmente, estuvo a punto de que le despedazasen en la asamblea al pie de la tribuna rostral, y le hizo encarcelar, consiguiendo lo mismo con relación al cuestor Novio, por haber consentido que se inculpase ante su tribunal a un magistrado superior a él.

XVIII

Al terminar su pretura, designóle la suerte la España Ulterior; pero, retenido por sus acreedores, no se vio libre de ellos hasta que otorgó fianzas; y sin esperar que, según las costumbres y las leyes, hubiese el Senado arreglado todo lo concerniente a las provincias, partió, ya para librarse de una acción judicial que querían suscitarle al cesar en el cargo, ya para allegar más pronto socorros a los aliados que imploraban la protección de Roma. Cuando hubo pacificado su provincia(18), regresó sin aguardar sucesor, con igual premura, pidiendo el triunfo y el consulado juntamente. Mas estando ya fijado el día de los comicios, no podía presentarse su candidatura si no entraba en la ciudad como simple particular, y cuando solicitó que se le exceptuase de la ley, encontró recia oposición, por lo que tuvo que desistir del triunfo para no quedar por ello excluido del consulado.

XIX

De sus dos competidores al consulado, Luceyo(19) y Marco Bíbulo, se unió al primero, que gozaba de escasa influencia, pero que poseía considerable fortuna, a condición de que uniría al suyo el nombre de César en sus larguezas a las centurias(20). Los nobles, enterados de este pacto, cuyas consecuencias temían, y convencidos de que César, investido con la magistratura más alta del estado y contando con un colega completamente suyo, no pondría límites a su audacia, quisieron que hiciese Bíbulo idénticas promesas a la centuria, y la mayor parte de ellos contribuyeron con dinero para conseguirlo; el propio Catón dijo, con ocasión de esto, que por aquella vez la corrupción sería beneficiosa para la República. César fue nombrado cónsul con Bíbulo y los grandes no pudieron hacer sino asignar a los futuros cónsules cargos intrascendentes, como la inspección de bosques y caminos. Movido César por esta injuria, no perdonó medio para atraerse a Pompeyo, irritado entonces contra los senadores, que vacilaban en aprobar sus actos, pese a sus victorias sobre el rey Mitrídates, reconciliándole también con Craso, que continuaba enemistado con él desde las violentas querellas de su consulado, concertando con ellos una alianza por la cual no se haría nada en el estado que desagradase a cualquiera de los tres.

XX

Lo primero que ordenó al posesionarse de su dignidad, fue que se llevara un Diario de todos los actos populares y del Senado y que se publicase. Restableció, así mismo, la antigua costumbre de hacerse preceder por un ujier y seguir por lictores, durante los meses en que tuviese las fasces el otro cónsul(21). Promulgó la ley Agraria, y no pudiendo vencer la resistencia de Bíbulo, lo arrojó del foro a mano armada. Al siguiente día expuso éste sus quejas ante el Senado, pero no se encontró nadie que osase informar acerca de aquella violencia o a proponer alguna de aquellas decididas soluciones que, con tanta frecuencia, se habían adoptado en peligros mucho menores. Desesperado Bíbulo con ello, se retiró a su casa, donde estuvo oculto todo el transcurso de su consulado, no ejerciendo otra oposición que por medio de edictos. Desde aquel momento dirigió César todos los asuntos del estado por su única y soberana autoridad, hasta el punto de que algunos, antes de firmar sus cartas, las fechaban por burla, no en el consulado de César y Bíbulo, sino de Julio y de César, haciendo así dos cónsules de uno solo, separando el nombre y el cognomento; se hicieron también divulgar estos versos: "Non Bibulo quidquam nuper, sed Cesare farctum est. Nom Bibulo fieri consulte nil memini"(22). El territorio de Stella, consagrado por nuestros mayores, y los campos de Campania, destinados a las necesidades de la República, quedaron distribuidos entre veinte mil ciudadanos padres de familia con tres o más hijos(23). Pidiendo reducción los arrendatarios del estado, les perdonó un tercio de los arrendamientos, y exhortólos en público a no encarecerlos inconsideradamente en la próxima adjudicación de impuestos. Así obraba en todo, concediendo generosamente cuanto se le solicitaba, porque nadie osaba enfrentársele, ya que si alguno se atrevía era víctima al punto de su venganza. Un día apostrofóle Catón, y ordenó a un lictor que le arrastrase fuera del Senado y le llevase a prisión. Habiéndole resistido algunos momentos, Lúculo, le asustaron en tal grado sus amenazas, que le pidió perdón de rodillas. Por haber lamentado Cicerón en un juicio la situación de los negocios de la República, a las nueve del mismo día hizo pasar al orden plebeyo al patricio Clodio, enemigo de Cicerón, a quien en vano había intentado pasar desde mucho antes. Queriendo concluir en fin con sus adversarios, sobornó a Vetio a fuerza de oro, para que declarase que algunos de éstos le habían incitado a matar a Pompeyo y que, conducido al Foro, nombrase algunos de los pretendidos autores de la trama. Pero acusando Vetio sin pruebas tanto a uno como a otro, sospechase en seguida el fraude, y desesperando César del triunfo de aquella loca empresa, hizo, según se cree, envenenar al denunciador.

XXI

Por esta época casase con Calpurnia, hija de Pisón, que iba a sucederle en el consulado, y concedió a Pompeyo en matrimonio su hija Julia, repudiado su prometido Servilio Cepión, quien poco antes ayudóle poderosamente a deshacerse de Bíbulo. Después de esta nueva alianza, comenzó en el Senado a adoptar, en primer lugar, el parecer de Pompeyo, cuando acostumbraba a interrogar ante todo a Craso y era costumbre que el cónsul mantuviese todo el año el orden establecido por el mismo en las calendas de enero para recibir los votos.

XXII

Apoyado por el suegro y el yerno, eligió, pues, entre todas las provincias romanas la de las Galias, que, entre otras ventajas, ofrecía amplio campo de triunfos a su ambición. Recibió, en primer término, la Galia Cisalpina con la Iliria, en virtud de la ley Vatinia; y después diole el Senado la Cabelluda, convencido de que el pueblo había de otorgársela si los senadores se la denegaban. No pudiendo dominar la alegría que le embargaba, pasados algunos días, jactóse en pleno Senado de haber llegado al máximo de sus deseos, a pesar del odio de sus consternados enemigos, y exclamó que en lo sucesivo marcharía sobre sus cabezas. Habiendo entonces dicho uno para afrentarle "eso no será fácil a una mujer", respondió como aludido: "Sin embargo, en Siria reinó Semiramis y las amazonas poseyeron gran parte de Asia".

XXIII

Concluido su consulado, los pretores Memmio y Lucio Domitio solicitaron que se examinasen las actas del año anterior, llevando César el asunto al Senado, que no quiso saber de él. Después de tres días de inútiles discusiones, marchó a su provincia, e inmediatamente, para perjudicarle, se procesó a su cuestor por diversos delitos. Poco después le citó a él mismo el tribuno del pueblo Antistio, pero merced a la intervención del Colegio de los Tribunos, logró no ser acusado mientras permaneciese ausente en servicio de la República. Para ponerse en lo sucesivo al abrigo de aquellos ataques, tuvo gran cuidado de atraerse, por medio de favores, a los magistrados de cada año, formándose una ley de no ayudar con su influencia, ni permitir que ascendiesen a los honores sino aquellos que se comprometiesen a defenderlo durante su ausencia; condición por la que no vaciló en requerir juramento a algunos e incluso promesa escrita.

XXIV

Así, pues, habiéndose vanagloriado en público Domitio, quien aspiraba al consulado, de realizar como cónsul lo que no había podido hacer como pretor, y de quitar además a César el ejército que comandaba, llamó a Luca, ciudad de su provincia, a Craso y a Pompeyo, exhortándolos a que solicitasen ellos mismos también el consulado, para separar a Domitio, y obligar en seguida a prorrogar su mando por cinco años, consiguiendo ambas cosas. Tranquilo en este aspecto, agregó otras legiones a las que había recibido de la República, y las mantuvo a tu costa; constituyó otra en la Galia Transalpina, a la que dio el nombre galo de Alanda, y la adiestró en la disciplina romana, armándola y equipándola al uso de la República y concediéndole después el derecho de ciudadanía. En lo sucesivo no dejó escapar ninguna oportunidad de hacer la guerra, por injusta y peligrosa que fuese, atacando indistintamente a los pueblos aliados y a las naciones enemigas o salvajes, hasta que el Senado decretó enviar comisarios a las Galias para que le informasen del estado de aquella provincia, llegando a proponerse por algunos que se la entregase a los enemigos. El próspero éxito de todas aquellas empresas les hizo, sin embargo, tributar elogios más lisonjeros y frecuentes que los que habían conseguido otros antes que él.

XXV

En los nueve años de su mando realizó las siguientes empresas: Redujo toda la Galia comprendida entre los Pirineos y los Alpes, las Cevennas, el Ródano y el Rin, a provincia romana, exceptuando las ciudades aliadas y amigas, obligando al territorio conquistado al pago de un tributo anual de cuarenta millones de sestercios. Fue el primero que, después de tender un puente sobre el Rin, atacó a los germanos al otro lado de este río, y que consiguió señaladas victorias sobre ellos. Atacó también a los bretones, desconocidos hasta entonces, los derroto y exigió dinero y rehenes. En medio de tantos éxitos, únicamente sufrió tres reveses: uno en Bretaña, donde una tempestad estuvo a punto de aniquilar su flota; otro en la Galia, delante de Gergovia, donde fue derrotada una legión; y el tercero en el territorio de los germanos, donde perecieron en una emboscada sus legados Titurio y Aurunculeyo.

XXVI

En el transcurso de estas expediciones, perdió primero a su madre, a su hija después, y más adelante a su nieto. Entre tanto, la muerte de Clodio había ocasionado algaradas en Roma, y el Senado, que pensaba no instituir más que un cónsul, designaba nominalmente a Pompeyo. Los tribunos del pueblo le designaban por compañero a César, pero no queriendo regresar por esta candidatura antes de concluir la guerra, entendiese con ellos para que el pueblo le concediera permiso de solicitar, ausente, su segundo consulado, cuando estuviese para terminar el período de su mandato; se le concedió este privilegio, y concibiendo desde entonces más vastos proyectos y elevadas esperanzas, nada escatimó para atraerse partidarios a costa de favores públicos y particulares. Con el dinero extraído a los enemigos, inició la construcción de un foro, cuyo solo terreno costó más de cien mil sestercios. Prometió al pueblo, en memoria de su hija; espectáculos y un festín, cosa desconocida y sin ejemplo; finalmente, y para satisfacer la impaciencia pública, utilizó a sus esclavos en los preparativos de aquel festín, que había encomendado a contratistas. Tenía en Roma comisionados que se apoderaban por fuerza, para reservárselos, de los gladiadores más famosos, en el momento en que los espectadores iban a pronunciar su sentencia de muerte. Y en cuanto a los gladiadores jóvenes, no los hacía educar en escuelas o por lanistas(24), sino en casas particulares y por caballeros romanos; lo hizo también por senadores duchos en el manejo de las armas, y que pedían, como vemos en sus cartas, encargarse de la enseñanza de aquellos gladiadores y regir como maestros sus ejercicios. César duplicó a perpetuidad la soldada de las legiones. En los años pródigos, distribuía el trigo sin tasa ni medida, y algunas veces se le vio dar a cada hombre un esclavo tomado del botín.

XXVII

Con el fin de conservar el apoyo de Pompeyo con una nueva alianza, ofrecióle a Octavia, sobrina de su hermana, a pesar de estar casada con Marcelo, y le pidió la mano de su hija destinada a Fausto Sila. A cuantos rodeaban a Pompeyo y a la mayor parte de los senadores los había hecho deudores suyos, sin exigirles interés o siendo éste muy reducido. Hizo magníficos presentes a los ciudadanos de otras clases, que acudían a él invitados o espontáneamente. Sus liberalidades se extendían hasta los libertos y esclavos, según la influencia que ejercían sobre el ánimo de su señor o patrono. Los acusados, los ciudadanos agobiados de deudas, la juventud pródiga, hallaban en él refugio seguro, a no ser que las acusaciones fuesen graves con exceso, completa la ruina o los desórdenes demasiado grandes para que pudiese remediarlos. A éstos les decía francamente que necesitaban una guerra civil.

XXVIII

No desplegó menor cuidado en atraerse el favor de los reyes y las provincias en toda la extensión de la tierra, brindando a unos gratuitamente millares de cautivos, mandando a otros tropas auxiliares en el momento y lugar que querían, sin consultar al Senado ni al pueblo. Adornó con magníficos monumentos, no solamente la Italia, las Galias y las Españas, sino también las más importantes ciudades de Grecia y Asia. Todo el mundo comenzaba a presentir con pavor el fin de tantas empresas, cuando el cónsul Claudio Marcelo publicó un edicto por el cual, después de anunciar que se trataba de la salvación de la República, proponía al Senado dar sucesor a César antes de que expirase el tiempo de su mandato; y ya que había terminado la guerra y estaba asegurada la paz, que licenciara al ejército victorioso; solicitaron, igualmente, que en los próximos comicios no se tuviese en cuenta la ausencia de César, puesto que el mismo Pompeyo había anulado el plebiscito dado en su favor. En efecto, había ocurrido que en la ley a propósito de los derechos de los magistrados, en el capítulo en que se prohibía a los ausentes la petición de honores, se olvidó exceptuar a César; el error no fue subsanado por Pompeyo hasta que la ley estuvo ya grabada en bronces, y depositada en el tesoro(25). No contento Marcelo con quitar a César sus provincias y sus privilegios, quiso también, apoyando una moción de Letinio, que se privase a la colonia que había fundado en Novumcomum, el derecho de ciudadanía, ambición que, en contra de las leyes, le había sido por ambos concedida.

XXIX

Alterado por estos ataques, y persuadido, como se le había oído decir muchas veces, que cuando ocupase el puesto supremo del Estado seria más difícil hacerle descender al segundo rango que desde éste al último, resistió con todo su poder a Marcelo, oponiéndole ya los tribunos, ya el otro cónsul, Servio Sulpicio. Al siguiente año, habiendo sucedido en el consulado Marcelo a su primo hermano Marco, continuando el mismo empeño, se preparó defensores por medio de considerables prodigalidades. Fueron estos defensores, Emilio Paulo y Cayo Curión, tribunos muy violentos. Pero hallando en todas partes fuerte resistencia, y viendo que los cónsules nombrados eran adversarios también, escribió al Senado, rogándole no le privase el beneficio del pueblo, o al menos diese órdenes para que los demás generales dejasen también sus ejércitos; confiando, según se cree, que reuniría, cuando quisiese, a sus veteranos con más facilidad que Pompeyo nuevos soldados. Ofreció, sin embargo, a sus contrarios licenciar ocho legiones, abandonar la Galia Transalpina y conservar la Cisalpina con dos legiones, o la Iliria solamente con una hasta que fuese nombrado cónsul.

XXX

Rechazada, sin embargo, por el Senado sus peticiones y rehusando sus enemigos poner en pacto la salud de la República, pasó a la Galia Citerior, y celebrados ya los comicios provinciales, detúvose en Rávena, dispuesto a vengar con la fuerza de las armaba los tribunos partidarios suyos, si el Senado disponía medidas violentas contra ellos. Éste fue, efectivamente, el pretexto de la guerra civil, pero se cree que tuvo otros motivos. Cn. Pompeyo decía que, no pudiendo César terminar los trabajos comenzados ni satisfacer con sus recursos personales las esperanzas que el pueblo había puesto en su regreso, quiso trastornar y conmoverlo todo. Aseguran otros que temía que le obligaran a dar cuenta de lo que había hecho en pugna con las leyes, contra los auspicios e intercesiones durante su primer consulado, porque Catón declaraba con juramento que le citaría en justicia en cuanto licenciase al ejército. Se decía generalmente que, si regresaba en condición privada, se vería obligado, como Milón, a defenderse ante los jueces rodeados de soldados con armas; dando probabilidades a este criterio lo que Asinio Polión refiere y es, que en la batalla de Farsalia, contemplando a sus adversarios vencidos y derrotados, pronunció estas palabras: "Ellos lo quisieron; después de realizadas tantas empresas me hubieran condenado a mi, César, si no hubiese pedido auxilio al ejército". Otros opinan, por último, que le dominaba el hábito del mando, y que habiendo comparado con las suyas las fuerzas de sus enemigos, creyó propicia la oportunidad de adueñarse del poder soberano, que desde su juventud venía codiciando. Según parece, también lo creía Cicerón así. En el libro tercero de Officis (de los Deberes), dice que César tenía siempre en los labios los versos de Eurípides que tradujo de esta manera: "Nam si violandum est jus, regnandi gratia violandum est: aliis rebus pietatem colas"(26).

XXXI

Cuando supo que, rechazada la intercesión de los tribunos, habían tenido éstos que salir de Roma, hizo avanzar algunas cohortes en secreto para no suscitar recelos; con objeto de disimular, presidió un espectáculo público, se ocupó en un plan de construcción para un circo de gladiadores, y se entregó como de costumbre a los placeres del festín. Pero en cuanto se puso el sol mandó uncir a su carro los mulos de una tahona próxima, y con pequeño acompañamiento, tomó ocultos caminos. Consumidas las antorchas, extraviase y vagó largo tiempo al azar, hasta que al amanecer, habiendo encontrado un guía, prosiguió a pie por estrechos senderos hasta el Rubicón, que era el límite de su provincia y donde le esperaban sus cohortes. Detúvose breves momentos, y reflexionando en las consecuencias de su empresa, exclamó dirigiéndose a los más próximos: "Todavía podemos retroceder, pero si cruzamos este puentecillo, todo habrán de decidirlo las armas".

XXXII

Cuando permanecía vacilando, un prodigio le decidió. Un hombre de talla y hermosura notables, apareció sentado de pronto, a corta distancia de él, tocando la flauta. Además de los pastores, soldados de los puestos inmediatos, y entre ellos trompetas, acudieron a escucharle; arrebatando entonces a uno la trompeta, encaminóse hacia el río, y arrancando vibrantes sonidos del instrumento, llegó a la otra orilla. Entonces César dijo: "Marchemos a donde nos llaman los signos de los dioses y la iniquidad de los enemigos. La suerte está echada".

XXXIII

Cuando el ejército hubo cruzado el río, hizo presentarse a los tribunos del pueblo, que, arrojados de Roma, habían acudido a su campamento; arengó a los soldados y, llorando, invocó su fidelidad, rasgándose las vestiduras sobre el pecho. Se creyó que había prometido a cada uno el censo del orden ecuestre, error a que dio lugar el que mostrase varias veces durante la arenga el dedo anular de la mano siniestra, afirmando que estaba dispuesto a darlo todo con gusto, hasta su anillo, por aquellos que defendiesen su dignidad; de suerte que los que se hallaban en las últimas filas, en mejores condiciones para ver que para oír dieron a aquel movimiento una significación que no tenía; no tardó con ello, en divulgarse el rumor de que César había prometido a sus soldados los derechos y rentas de caballeros, es decir, cuatrocientos mil sestercios.

XXXIV

El orden y resumen de lo que hizo después es el siguiente: Ocupó en primer lugar el Piceno, la Umbría y la Etruria. Hizo rendirse a Domicio, nombrado sucesor suyo durante los disturbios, y que defendía con su guarnición a Corfinio, pero dejándole en libertad; costeó luego el mar Superior (Adriático) y marchó sobre Brindis, en donde se habían refugiado los cónsules de Pompeyo, con propósito de pasar cuanto antes el mar. Después de intentar todo en vano para impedir la realización de este proyecto, se dirigió a Roma, convocó el Senado, y corrió a apoderarse de las mejores tropas de Pompeyo, que estaban en España a las órdenes de los tres legados, Petreyo, Africano y Varrón, habiendo dicho a los suyos antes de marchar que iba a combatir a un ejército sin general para volver a combatir a un general sin ejército. Y aunque retrasado por el sitio de Marsella, que le había cerrado sus puertas, y por la gran escasez de víveres, consiguió, sin embargo, muy pronto su propósito.

XXXV

Regresó rápidamente a Roma, pasó a Macedonia, acometió a Pompeyo, y mantúvose encerrado durante cuatro meses en inmenso recinto de fortificaciones, derrotándole al fin, en Farsalia: le persiguió luego en su fuga hasta Alejandría, donde le encontró asesinado, teniendo que hacer al rey Ptolomeo, que le tendía asechanzas, una guerra muy difícil y peligrosa para él, por las desventajas del tiempo y del lugar, el riguroso invierno, la actividad de su adversario, provisto de todo, en el recinto de su capital, y su escasa preparación para una lucha que estaba muy lejos de prever. Habiendo salido vencedor, concedió el reino de Egipto a Cleopatra y a su hermano menor, no queriendo hacerlo provincia romana, por temor de que algún día pudiera dar ocasión a nuevas discordias al caer en manos de un gobernador turbulento. De Alejandría pasó a Siria, y de allí al punto donde le llamaban urgentes mensajes, porque Farnaces, hijo del gran Mitrídates, aprovechando los disturbios, hacia la guerra, habiendo ya obtenido numerosos triunfos que le habían llenado de orgullo. Bastáronle a César cuatro horas de combate, al quinto día de su arribo, para aniquilar a aquel enemigo, por cuya razón se burlaba con frecuencia de los triunfos de Pompeyo, quien había debido en gran parte su fama militar a la debilidad de tales enemigos. Venció en seguida a Scipión y a Juba, quienes habían recogido en África los restos de su partido, y deshizo a los hijos de Pompeyo en España.

XXXVI

Durante estas guerras civiles no sufrió reveses más que en las personas de sus legados; de éstos Curio pereció en Africa; Antonio cayó en poder de sus enemigos en Iliria; Dolabella perdió su flota en la misma Iliria, y Domitio Calvino, su ejército en el Ponto. A él mismo, vencedor siempre, le abandonó la fortuna sólo en dos ocasiones: en Dirraquio, donde rechazándole Pompeyo y no acosándole dijo que aquel adversario no sabía vencer; y otra en el último combate librado en España, donde vio su causa tan desesperada que pensó incluso en darse muerte.

XXXVII

Concluidas las guerras, disfrutó cinco veces de los honores del triunfo, cuatro en el mismo mes, después de la victoria sobre Scipión y con algunos días de intervalo, y la quinta después de la derrota de los hijos de Pompeyo. Su primero y más esclarecido triunfo fue sobre la Galia, después el de Alejandría, el de Ponto, el de Africa, y en último lugar, el de España, y siempre con fausto y aparato diferentes. En su triunfo sobre la Galia, cuando pasaba por el Velabro, fue casi despedido del carro a consecuencia de haberse roto el eje(27); subió luego al Capitolio a la luz de las antorchas, que encerradas en linternas, eran llevadas por cuarenta elefantes alineados a derecha e izquierda. Cuando celebró su victoria sobre el Ponto, se advertía entre los demás ornamentos triunfales un cartel con las palabras "Veni, Vidi, Vinci" ("llegué, vi, vencí"), que no expresaba como las demás inscripciones los acontecimientos de la guerra, sino su rapidez.

XXXVIII

Además de los dos sestercios dobles que, al comienzo de la guerra civil, había otorgado a cada infante de las legiones de veteranos a título de botín, dióles veinte mil ordinarios, asignándoles también terrenos, aunque no inmediatos para no despojar a los propietarios. Repartió al pueblo diez modios de trigo por cabeza y otras tantas libras de aceite, con trescientos sestercios que había ofrecido antes, añadiendo otros cien en compensación de la tardanza. Perdonó los alquileres de un año en Roma hasta la cantidad de dos mil sestercios, y hasta la de quinientos en el resto de Italia. Agregó a todo esto distribución de carnes, y después del triunfo sobre España, dos festines públicos, y no considerando el primero bastante digno de su magnificencia, ofreció cinco días después otro más abundante.

XXXIX

También dio espectáculos de varios géneros: combates de gladiadores, representaciones en todos los barrios de la ciudad, a cargo de actores de todas las naciones y en todos los idiomas; dio, además, juegos en el circo, luchas de atletas y un simulacro de combate naval. En el foro combatieron entre los gladiadores, Furio Leptinos de familia pretoria, y Calpeno, que había formado parte del Senado y defendido causas delante del pueblo. Los hijos de muchos príncipes de Asia y de Bitinia bailaron la danza pírrica. El caballero romano Décimo Liberio representó en los juegos una mímica de su composición, percibiendo quinientos sestercios y un anillo de oro; pasando después desde la escena, por la orquesta, a acomodarse entre los caballeros. En el circo ensanchóse la arena por ambos lados; se abrió en torno un foso (el Euripo)(28), que llenaron de agua, y muy nobles jóvenes corrieron en aquel recinto cuadrigas y bigas, o saltaron en caballos amaestrados al efecto. Niños divididos en dos bandos, según la diferencia de edad, ejecutaron los juegos llamados troyanos. Dedicáronse cinco días a luchas de fieras, y últimamente se dio una batalla entre dos ejércitos, en la que participaron quinientos peones, trescientos jinetes y cuarenta elefantes. Con objeto de dejar a las tropas mayor espacio, habían quitado las barreras del circo, formando a cada extremo un campamento. Los atletas lucharon durante tres días en un estadio construido ex profeso en las inmediaciones del Campo de Marte. Abriose un lago en la codeta menor, y allí entablaron combate naval birremes, trirremes y cuatrirremes tirias y egipcias abarrotadas de soldados. El anuncio de estos espectáculos había atraído a Roma abundante número de forasteros, la mayor parte de los cuales durmió en tiendas de campaña, en las calles y plazas; muchas personas, entre ellas dos senadores, fueron aplastadas o asfixiadas por la multitud.

XL

Dedicóse César entonces a la organización de la República; reformó el calendario(29), tan desordenado por culpa de los pontífices y por el abuso, antiguo ya, de las intercalaciones, que las fiestas de la recolección no coincidían ya en verano, ni la de las vendimias en otoño; distribuyó el año según curso del sol, y lo compuso de trescientos sesenta y cinco días, suprimió el mes intercalario y aumentó un día a cada año cuarto. Para que este nuevo orden de cosas pudiese dar principio en las calendas de enero del año siguiente, agregó dos meses, entre noviembre y diciembre, teniendo, por lo tanto, este año, quince meses, contando el antiguo intercalario que sucedía en él.

XLI

Completó el Senado(30); designó patricios, aumentó el número de pretores(31), de ediles, de cuestores y de magistrados subalternos; rehabilitó a los que habían despojado de su dignidad los censores o condenado los tribunales por cohecho. Compartió con el pueblo el derecho de elección en los comicios; de modo que, a excepción de sus competidores al consulado, los demás candidatos los designaban a medias el pueblo y él. Los suyos los designaba en tablillas que enviaban a todas las tribus, conteniendo esta breve inscripción: César, dictador, a la tribu tal: os recomiendo a éste o aquél para que obtengan su dignidad por vuestro sufragio. Admitió a los honores a los hijos de los proscritos. Restringió el poder judicial a dos clases de jueces, a los senadores y a los caballeros, y suprimió los tribunos del tesoro, que formaban la tercera jurisdicción. Formó el censo del pueblo, no de la manera acostumbrada ni en el lugar ordinario, sino por barrios y según padrones de los propietarios de las casas; redujo el número de los ciudadanos a quienes suministraba trigo el estado, de trescientos veinte a ciento cincuenta mil, y para que la formación de estas listas no pudiese ser causa en el futuro de nuevos disturbios, decretó que el pretor pudiese reemplazar, por medio de sorteo, con los que no quedaban inscritos a los que fallecieran.

XLII

Se distribuyeron ochenta mil ciudadanos en las colonias de ultramar, y para que no quedase exhausta la población de Roma, decretó que ningún ciudadano menor de veinte años y mayor de cuarenta, a quien no obligase cargo público, permaneciese más de tres años seguidos fuera de Italia; que ningún hijo de senador emprendiese lejanos viajes, si no era en unión o bajo el patronato de algún magistrado; y, en fin, que los que criaban ganados tuviesen entre sus pastores menos de la tercera parte de hombres libres en la pubertad. Concedió el derecho de ciudadanos a cuantos practicaban la medicina en Roma o cultivaban las artes liberales, con la intención de fijarlos de este modo en la ciudad y atraer a los que estaban fuera. En cuanto a las deudas, en vez de conceder la abolición, esperada y reclamada con constante afán, decretó que los deudores pagarían según la estimación de sus propietarios y conforme a su importe antes de la guerra civil, y que se deduciría del capital todo lo que se hubiese pagado en dinero o en promesas escritas a título de usura, con cuya disposición se anulaban cerca de la cuarta parte de las deudas. Disolvió todos los gremios, a excepción de aquellos que tenían origen en los primeros tiempos de Roma. Aumentó los castigos en cuanto a los crímenes, y como los ricos los cometían frecuentemente, porque pagaban con el destierro sin que se les mermara su caudal, decretó contra los parricidas, como refiere Cicerón, la absoluta confiscación, y contra los demás criminales, la de la mitad de sus bienes.

XLIII

En la administración de justicia César fue celoso y severo. Privó del orden senatorial a los convictos de concusión; declaró nulo el matrimonio de un antiguo pretor que se había casado con una mujer al segundo día de separada de su marido, aunque no se la sospechaba de adulterio. Estableció impuestos sobre las mercancías extranjeras; prohibió el uso de literas, de la púrpura y de las perlas, exceptuando a ciertas personas y edades; y en determinados días. Cuidó principalmente de la observación de las leyes suntuarias; mandaba a los mercados guardias que confiscaban los artículos prohibidos y los trasladaban a su casa, y algunas veces, lictores y soldados iban a recoger en los comedores lo que había escapado a la vigilancia de los guardias.

XLIV

Para la policía y ornato de Roma y para el engrandecimiento y seguridad del Imperio, había concebido de día en día cada vez más numerosos y vastos proyectos. Ante todo deseaba erigir un templo de Marte que fuese el mayor del mundo, rellenando hasta el nivel del suelo el lago en que había dado el espectáculo del combate naval, y un teatro grandísimo al pie del monte Tarpeyo; quería reducir a justa proporción todo el derecho civil y compendiar en poquísimos libros lo mejor y más indispensable del inmenso y difuso número de leyes existentes; se proponía formar bibliotecas públicas griegas y latinas, lo más nutridas posible, y encargar a Varrón el cuidado de adquirir y clasificar los libros; se proponía secar las lagunas Pontinas, abrir salidas a las aguas del lago Fucino, construir un camino desde el mar al Tíber a través de los Apeninos, abrir el Istmo (de Corinto), reprimir a los dacios, que se habían desparramado por el Ponto y Tracia; llevar después la guerra a los partos, pasando por la Armenia Menor, no combatiéndolos en batalla campal sino después de haberlos experimentado. En medio de estos proyectos y trabajos sorprendióle la muerte; pero antes de hablar de ella no será inútil decir con brevedad algo de su figura, aspecto, trajes y costumbres, como también de sus trabajos civiles y militares.

XLV

Se afirma que César era de estatura elevada, blanco de tez, bien conformado de miembros, cara redonda, ojos negros y vivos, temperamento robusto, aunque en sus últimos tiempos le acometían repentinos desmayos y terrores nocturnos que le turbaban el sueño. Experimentó también dos veces ataques de epilepsia, mientras desempeñaba sus cargos públicos. Concedía mucha importancia al cuidado de su cuerpo, y no contento con que le cortasen el pelo y afeitasen con frecuencia, hacíase arrancar el vello, por lo que fue censurado, y no soportaba con paciencia la calvicie, que le expuso mas de una vez a las burlas de sus enemigos. Por este motivo, atraíase sobre la frente el escaso cabello de la parte posterior; y también por lo mismo, de cuantos honores le fueron concedidos por el pueblo y el Senado, ninguno le fue tan grato como el de llevar constantemente una corona de laurel. Era también cuidadoso de su traje; usaba lacticlavia guarnecida de franjas que le llegaban hasta las manos, poniéndose siempre sobre esta prenda un cinturón muy flojo. Esta costumbre hacia exclamar frecuentemente a Sila, dirigiéndose a los nobles: "Desconfiad de ese joven tan mal ceñido".

XLVI

Habitó al principio una modesta casa en la Subura(32), pero cuando le nombraron pontífice máximo, se instaló en un edificio del estado en la vía Sacra. Aseguran muchos que tuvo grandísima afición al lujo y magnificencia; había hecho construir en Aricia una casa de campo, cuya edificación y ornamento le había invertido sumas considerables, y dícese que ordenó demolerla, porque no respondía a lo que esperaba, a pesar de que entonces era corta su fortuna y había adquirido muchas deudas. En sus expediciones llevaba pavimentos de madera y de mosaico para sus tiendas.

XLVII

Se asegura que le guió a Bretaña la esperanza de encontrar allí perlas, y que se complacía en compararlas en tamaño y sospesarlas en la mano; que buscaba con increíble avidez las piedras preciosas, esculturas, estatuas y cuadros antiguos; que pagaba a precios exorbitantes los esclavos bellos y hábiles, y que prohibía anotar estos gastos. Tanto le avergonzaban a él mismo.

XLVIII

Mientras gobernó en las provincias mantuvo siempre dos mesas, una para su alta servidumbre y otra para los magistrados romanos y personas más importantes del país. La disciplina doméstica en su casa era severísima, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes, y en una ocasión hizo encarcelar a su panadero por haber servido a los convidados pan diferente del que le sirvió a él; a un liberto a quien quería mucho le castigó con pena capital por haber cometido adulterio con la esposa de un caballero romano, a pesar de que nadie había entablado querella contra el.

XLIX

Su íntimo trato con Nicomedes constituye una mancha en su reputación, que le cubre de eterno oprobio y por lo cual tuvo que sufrir los ataques de muchos satíricos. Omito los conocidísimos versos de Calvo Lucinio: "Bithinia quicquid et poedicator Cesaris umquam habuit"(33). Paso en silencio las acusaciones de Dolabella y Curión, padre; en ellas Dolabella le llama rival de la reina y plancha interior del lecho real, y Curión establo de Nicomedes y prostituta bitiniana. Tampoco me detendré en los edictos de Bíbulo contra su colega, en los que le trata de reina de Bitinia y en los que le censura, a la vez, su antigua afición por un rey y por un reino ahora. Bruto refiere que por esta época, un tal Octavio, especie de loco que decía cuanto le venía en boca, dio a Pompeyo, delante de numerosa concurrencia, el título de rey y a César, el de reina. Memmio le acusa de haber servido a la mesa de Nicomedes, con los eunucos de este monarca, y de haberle presentado la copa y el vino delante de numerosos convidados, entre los cuales se encontraban muchos comerciantes romanos, cuyos nombres menciona. No satisfecho Cicerón con haber escrito en algunas de sus cartas que César fue llevado a la cámara real por soldados, que se acostó en ella cubierto de púrpura en un lecho de oro, y que en Bitinia aquel descendiente de Venus prostituyó la flor de su edad, le dijo un día en pleno Senado, mientras estaba César defendiendo la causa de Nisa, hija de Nicomedes, y cuando recordaba los favores que debía a este rey: "Omite, te lo suplico, todo eso, porque demasiado sabido es lo que de él recibiste y lo que le has dado". Y finalmente, el día de su triunfo sobre las Galias, los soldados, entre los versos con que acostumbran celebrar la marcha del triunfador, cantaron los conocidísimos: "Gallias Caesar subegit, Nicomedes Cesarem. Ecce Caesar nunc triumphat, que subegit Gallias: Nicomedes non triumphat, que subegit Caesarem"(34).

L

Tiénese por cierto que fue muy dado a la incontinencia y que no reparaba en gastos para conseguir tales placeres, habiendo corrompido considerable número de mujeres de familias distinguidas, entre las que se cita a Postumia, esposa de Servio Sulpicio; a Lollia, de Aulo Gabinio; a Tertula, de Craso; como también a Mucia, de Pompeyo. Pero lo cierto es que los Curiones, padre e hijo, y muchos otros, censuran a Pompeyo haber tomado por esposa, movido por la ambición, repudiando otra que le había dado tres hijos, a la hija de aquel a quien, en sus amargos recuerdos, acostumbraba a llamar nuevo Egisto. Pero a ninguna amó tanto como a la madre de Bruto, Servilia, a la que regaló durante su primer consulado una perla que le había costado seis millones de sestercios, y a la cual en la época de las guerras civiles, además de otras ricas donaciones, hizo adjudicar a bajo precio las propiedades más hermosas que se vendieron entonces en subasta(35). Ante la extrañeza que manifestaban muchos del bajo precio en que se habían pagado, dijo sarcásticamente Cicerón: Para que comprendáis bien la venta, se ha deducido la Tercia, aludiendo a que se decía que Servilia favorecía el comercio de su hija Tercia con César.

LI

No guardó más respeto en las provincias de su mando al lecho conyugal, a juzgar por los versos que cantaban en coro sus soldados el día de su triunfo sobre las Galias: "Urbani, servade uxores, moechum calvum adducimus. Aurum in gallia effutuisti: at hic sumsisti inutuum"(36).

LII

Tuvo también amores con reinas, entre otras con Eunoé, esposa de Bagud, rey de Mauritania, y a la que según refiere Nasón, hizo lo mismo que a su marido, numerosos y ricos presentes; pero a la que más amó fue a Cleopatra, con la que frecuentemente prolongó festines hasta la nueva aurora, y en nave suntuosamente aparejada se hubiera adentrado en ellas desde Egipto a Etiopía si el ejército no se hubiese negado a seguirle. Hízola venir a Roma, dejándola sólo marchar después de haberla colmado de dones y haber consentido en que llevase su nombre el hijo que tuvo de ella. Dijeron algunos escritores griegos que este hijo se parecía a César en el rostro y la postura. Marco Antonio aseguró en pleno Senado que César le había reconocido, e invocó el testimonio de Mario, Oppio y otros amigos de César. Pero Oppio refutó el aserto publicando un libro intitulado: "No es hijo de César el que Cleopatra dice serlo". Hervio Cinna, tribuno del pueblo, manifestó a muchas personas que tuvo redactada y dispuesta una ley, que César le mandó proponer en su ausencia, por la que se le permitía casarse con cuantas mujeres quisiese para tener hijos. Tan desarregladas eran, en fin, sus costumbres y tan ostensible la infamia de sus adulterios, que Curión padre le llama en un discurso marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos.

LIII

Ni sus propios enemigos niegan que fue hombre sobrio en el uso del vino. Conocida es la frase de Catón: "De cuantos han querido derribar la República, solamente César fue sobrio". Oppio nos dice que era tan indiferente a la calidad de los manjares, que habiéndole servido un día en convite aceite rancio por fresco, César fue el único que no lo rechazó, y hasta repitió de él para que no se creyese imputaba al anfitrión de descuido o grosería.

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(1) Opinan los eruditos que existe aquí una laguna, Suetonio debía según ellos, dar detalles de la infancia de César.

(2) Asegura Waseling que Cesar fue nombrado sacerdote de Júpiter el año 667 de la fundación de Roma (o sea, a la edad de 13 años). Veleyo Patérculo asegura, por su parte, que Cesar, apenas acababa de salir de la infancia, "paene puer a Mario Cinnaque flamen diales creatus". Tal vez Suetonio quiera significar que lo era ya cuando repudió a Cosutia. Los distintivos del flamen dialis o sacerdote de Júpiter eran un líctor, la silla curul y la toga pretexta. Por su cargo podía entrar en el Senado, y nadie podía trabajar en su presencia. A la salida le precedía un ujier (proclamator) encargado de advertir a los obreros para que suspendiesen sus trabajos. Eran elegidos siempre de entre los patricios, de igual modo que los sacerdotes de Marte y de Rómulo. El cargo de sacerdote de Júpiter era una de las altas dignidades del Imperio, no obstante las obligaciones y enojosas restricciones que comportaban. En ningún caso podía, por ejemplo, servirse de caballo; tampoco pasar la noche fuera de la ciudad. Su esposa estaba asimismo sometida a especiales obligaciones, pero su esposa no podía repudiarla, y si moría, el flamin tenía que renunciar a su cargo, pues no podía sin ella realizar ciertas ceremonias religiosas. Cesar no había tomado posesión del cargo y pudo así repudiar a su esposa, como Sila despojarle del sacerdocio.

(3) Sabido es el gran respeto que inspiraba la intervención de las vírgenes vestales las cuales tenían incluso el derecho de indultar al criminal de la pena que se le había impuesto, si por casualidad le encontraban a su paso.

(4) Ya desde mucho antes había adivinado Sila a César, pues viendole como por verdadera o fingida dejadez, apenas se ceñía la lacticlavia en el cinturón, no cesaba de decir a los nobles: "Guardaos de ese joven del cinturón flojo". Más de 20 años después, cuando los proyectos de Cesar no eran ya un secreto para nadie, todavía sus afeminados modales engañaban a Cicerón, que decía: "Veo claramente miras tiránicas en todos sus actos y proyectos, pero cuando contemplo sus cabellos tan artísticamente peinados, cuando le veo rascarse la cabeza con la punta del dedo (costumbre muy a menudo censurada a los elegantes de Roma) no puedo creer que medita el terrible designó de derribar a la República". Y cuando al fin se hizo dueño de todo, el gran orador contestaba sonriendo a los que le reconvenían por su escasa perspicacia: "¿Qué queréis? Me engañó su cinturón".

(5) Durante toda su vida se le reprobó por todos este vergonzoso comercio en versos, en edictos en el Senado, en la tribuna de las arengas y hasta en las canciones de los soldados.

(6) La recompensa militar más preciada, y se concedía por haber salvado a un ciudadano. El que la había obtenido la llevaba en el teatro, donde se sentaba entre los senadores; a su entrada les espectadores se levantaban respetuosamente.

(7) Plutarco relata el hecho más extensamente, en sus Vidas Paralelas.

(8) En cada legión figuraban 6 tribunos militares que mandaban bajo las ordenes de los cónsules uno después de otro, ordinariamente durante 3 meses. En el campo de batalla el tribuno mandaba centurias o sea mil hombres.

(9) En el año 360 de Roma establecióse la costumbre de ensalzar en publico a la mujer que moría en avanzada edad en recompensa de haber dado en otro tiempo cuanto oro tenía, a fin de completar la cantidad que había de pagarse a los galos por el rescate de Roma. Hasta entonces se reservó este honor a los hombres. Pero como dice Plutarco, "tal costumbre no alcanzaba a las mujeres jóvenes, siendo César el primero que pronunció la oración fúnebre de su esposa muerta muy joven. Esta novedad le hizo honor, le granjeó el favor del público y le hizo querido al pueblo, que vio en aquella sensibilidad una prueba de sus suaves y honradas costumbres".

(10) Los cuestores (cuyo número elevó Sila de 8 a 20, y Cesar a 40) eran los recaudadores generales, los tesoreros de la República. Marchaban anualmente a las provincias, acompañado cada uno de un cónsul, un procónsul o un pretor, después del cual poseían la autoridad principal. Cuando dejaba éste la provincia, generalmente desempeñaba sus funciones el cuestor; este cobraba, en efecto, las contribuciones y tributos, hacia vender el botín y cuidaba de las provisiones. Iba precedido de lictores con fasces, cuando menos en su provincia y su oficio, considerado como el primer paso en la carrera de los honores, daba entrada en el Senado.

(11) Según Plutarco, no fue la vista de una estatua de Alejandro sino la lectura de la vida de este príncipe, la que hizo derramar lágrimas a Cesar Plutarco refiere, por otra parte, este hecho al tiempo de la pretura de Cesar en España, y no a su cuestura, como Suetonio. Las palabras de Cesar dan, sin embargo, la razón a Suetonio, ya que en el tiempo de su pretura tenía 37 años, y en el de la cuestura 33 (que fueron los que vivió Alejandro).

(12) Según Plutarco, Cesar tuvo este sueño en la noche que precedió al paso del Rubicón, o sea, 18 años más tarde.

(13) El pontífice máximo era elegido por el pueblo. Habitaba en un edificio publico; su cargo era inamovible y su autoridad. puede decirse que ilimitada. Según el testimonio de Dionisio de Halicarnaso, no daba cuenta de su conducta ni al Senado ni al pueblo, y estaba encargado de juzgar todas las causas relativas a las cosas sagradas. Su presencia era indispensable en las solemnidades públicas, en los juegos o espectáculos dados por los magistrados, cuando dirigían plegarias a los dioses, cuando dedicaban sus templos. También en ocasiones, el pontífice máximo y su colega tenían derecho de vida y muerte, pero el pueblo podía revisar la sentencia.

(14) Los pretores se elegían en los comicios y por centurias, con las mismas solemnidades que los cónsules y no tenían más superiores que estos magistrados cuyas funciones desempeñaban algunas veces. Presidían las asambleas del pueblo, y en caso de necesidad, podían convocar el Senado, en el que emitían su voto después de los varones consulares. Daban también juegos públicos. Para la administración de justicia, eran ellos los encargados de nombrar los jueces o un jurado, y pronunciaban la sentencia. Generalmente tenían su tribunal en el foro, honor de que no gozaban los magistrados inferiores, y delante de ellos se alzaba una lanza y una espada. En Roma los precedían 2 lictores con fasces y 6 fuera de la ciudad. Los acompañaban  ministros o alguaciles (ministri apparitores), secretarios (escribas) que transcribían sus sentencias, y ujires (accensi) encargados de las citaciones. No hubo primero más que dos pretores: uno (urbanus) para los ciudadanos, y otro (peregrinus) para los extranjeros. Cuando la Sicilia y la Cerdeña fueron reducidas a provincias, se crearon otros dos para que mandasen en ellas. La conquista de las Espafias (Citerior y Ulterior) dio ocasión, asimismo, al nombramiento de otros dos. Dos de estos seis magistrados permanecieron en Itoma y los otros cuatro en las provincias, que la suerte y el Senado repartía entre ellos. Cesar fue enviado a la España Ulterior.

(15). Plutarco cita un hecho que prueba, por el contrario que, no obstante el peligro que había corrido, César volvió al Senado para justificarse de las sospechas que contra el se habían concebido, recibiendo violentas reconvenciones. Como la sesión se prolongase mas de lo ordinario, el pueblo acudió en masa, rodeó al Senado vociferando y pidió entre amenazas que dejasen salir a Cesar. Temió Catón que el populacho de Roma, que había puesto en Cesar todas sus esperanzas, pasase a mayores y aconsejo al Senado se le hiciese mensualmente una distribución de trigo, que sólo había de aumentar los gastos ordinarios del año en 5.500.000 sestercios. Esta prudente política desvaneció por el momento el terror del Senado, debilito y hasta anuló gran parte de la influencia de Cesar, en un tiempo en que la autoridad de la pretura iba a hacerla mucho más peligrosa.

(16) El Capitolio, incendiado en tiempo de Sila (ca. 671 de Roma), fue reconstruido y dedicado por Lutacio Catulo.

(17) Estaba éste en el número de los conjurados. Comunico primero la trama a su amante Fulvia que habló de ella enterándose así mismo de su proyecto de asesinato contra él.

(18) Vease en Plutarco la narración de los hechos acaecidos a César durante su gobierno en España.

(19) Autor de la historia de la guerra itálica y de las civiles de Mario (que estaba componiendo entonces), 5 años después le dirigió Cicerón la bella y famosa carta en la que le ruega que escriba la historia de su consulado.

(20) Este tráfico de votos, prohibido por las leyes era, sin embargo, tolerado, y los ciudadanos no vendían solo su voto, sino que incluso sostenían a pedradas y cuchilladas al que les había pagado.

(21) Dentro de la ciudad precedían a 1 de los cónsules y 12 lictores con las hachas y fasces, disfrutando alternativamente de este cortejo cada mes. Un oficial público llamado accensus marchaba delante del otro cónsul, seguido de lictores sin fasces. Esta costumbre había caído en desuso cuando César la restableció.

(22) Nada es de Bibulo todo es de César, pues nadie recuerda lo que hizo aquel.

(23) Se concedían en Roma muchos honores y prerrogativas a los padres que tenían 3 hijos varones, en la petición de empleos eran preferidos a sus rivales; se los eximia de ciertos tributos y en los espectáculos tenían asignados puestos preferentes; de aquí en fin, los privilegios llamados justium liberorum.

(24) Maestros de esgrima.

(25) Los decretos del Senado después de su transcripción eran depositados en el tesoro. De la misma manera se conservaban las leyes y demás actas de la República. El lugar en que estaban depositados los archivos públicos llamábase tabugarium. Los decretos en que el Senado otorgó honores extraordinarios a Cesar fueron escritos con letras de oro en columnas de plata. Muchos decretos del Senado fueron escritos en planchas de bronce que se conservan todavía. Los decretos del Senado antes de quedar deportados en el tesoro carecían en absoluto de autoridad. Esta fue la causa de que bajo Tiberio se ordenase que los decretos del Senado y especialmente los que imponían penas capitales no fueran llevados al tesoro hasta pasados 10 días, a fin de que el emperador si estaba ausente tuviese tiempo para examinarlos y moderar su rigor.

(26) Si hay derecho para violar, violadlo todo por reinar, pero respetad lo demás.

(27) Asegura Plinio que este accidente hizo a César supersticioso, y que, después de él, no volvió a subir a un carro sin antes recitar tres veces un verso misterioso, como preservativo contra los accidentes de viaje.

(28) Según Plinio, el Euripo era un gran foso que ceñía el Circo, con el fin de impedir que las fieras pudieran escapar y lanzarse sobre los espectadores, cosa que había sucedido ya repetidas veces. Se le dio el nombre de Euripo, si hemos de creer a un intérprete de Suetonio, porque el movimiento de las aguas, que fluían de golpe y se retiraban de la misma manera recordaba las del estrecho de este nombre, entre la Beocia y la Eubea, donde se hacían sentir el flujo y el reflujo hasta 7 veces al día. Cesar embelleció de tal manera el Circo, construido por Tarquino el Viejo, que dice Plinio que aquel fue el fundador.

(29) Esta reforma fue hecha por César el 708 de Roma, durante su tercer consulado con Emilio Lepido. Se llamó aquel año annus confusionis, y al siguiente primus julianus.

(30) Hubo hasta Sila 300 senadores, elevando César su número a 900, y más adelante a 1.000, hasta que Augusto los redujo.

(31) Se nombraban 8 pretores. Cesar creó 10 (2 ediles plebeyos más que antes, llamados cereales), y elevó finalmente a 40 el numero de los cuestores.

(32) Barrio populoso de Roma, situado entre el Esquilino y el Celio.

(33) Todo cuanto Bitinia y el amante de Cesar poseyeron jamás.

(34) Cesar sometió las Galias; Nicomedes a Cesar. He aquí a César que triunfa porque sometió las Galias, mientras Nicomedes que sometió a Cesar no triunfa.

(35) Ex auctionibus hastae. De aquí tomó su origen la palabra española subasta (lit. bajo la lanza). Entre los romanos cuyas instituciones eran todas militares, la lanza representaba gran papel. Hasta censoria era la lanza que los censores clavaban en la plaza publica para anunciar la subasta de las rentas del estado. Hasta centunvirales era la señal de la jurisdicción de los centunviros, y por esto el juicio de estos magistrados se llamaban juicio de la lanza, judicium hastae. Hasta fiscalis era la que se clavaba para anunciar la venta de algo perteneciente al fisco, con lo que se autoriza su venta a los ojos de los particulares. Hasta proctoria o venditionis, era, en fin, aquella a que se alude en este pasaje de Suetonio; clavábase en señal de que iba a venderse a la puja, en virtud del decreto del pretor, los bienes de los ciudadanos proscritos o condenados.

(36) Ciudadanos, esconded vuestras esposas, que traemos aquí al adultero calvo, que en la Galia se dedica a fornicar con el oro robado a los romanos.