CATULO
Poemas

I

¿A quién regalo mi ingenioso librito recién aparecido, pulido hace nada con la
árida piedra pómez?
(1). A ti, Cornelio(2), pues tú solías considerar que de algún valor
eran mis naderías, ya entonces, cuando te atreviste tú el único de los ítalos a desarrollar
la historia toda en tres tomos sabios, ¡por Júpiter!, y trabajosos.
Por eso, acepta cualquier cosa que esto de librillo sea y lo que valga, que, ¡oh
doncella protectora!
(3), ojalá permanezca sin menoscabo más de un siglo.

II

Gorrión(4), capricho de mi niña, con el que acostumbra ella jugar, tenerlo en su
regazo, ofrecerle la punta de su dedo tan pronto se le acerca y moverle a agudos
picotazos, cuando al radiante objeto de mi desasosiego le agrada jugar a no sé qué cosa
querida y solaz de su dolor; entonces -creo- se le calmará su ardiente pasión.
¡Ojalá pudiera yo, como ella, jugar contigo y aliviar las tristes cuitas de mi alma!

IIa(5)

Tan grato es para mí como cuentan que fue para la veloz muchacha(6) la
manzana de oro que desató su cinturón de siempre negado.

III

¡Llorad, oh Venus y Cupidos(7) y cuanto hay de hombres refinados! El gorrión
de mi niña ha muerto; el gorrión, capricho de mi niña, a quien ella más que a sus ojos
quería; pues era dulce como la miel y la conocía tan bien como una niña a su madre, y
no se movía de su regazo, sino que, saltando alrededor unas veces por aquí, otras por
allá, piaba sin parar a sola su dueña; y que ahora va por un camino tenebroso
hacia allí de donde dicen que no vuelve nadie.
¡Malhaya a vosotras, malvadas tinieblas del Orco
(8), que devoráis todas las cosas
bellas!: tan hermoso gorrión me habéis arrebatado. ¡Oh desgracia! ¡Pobrecillo gorrión!
Ahora, por tu culpa, los ojitos de mi niña, hinchaditos, enrojecen de llanto
(9).

IV

Esa barca(10) que veis, huéspedes, presume de que fue la más rápida de las
naves y de que el empuje de ningún navío sobre las ondas pudo dejarla atrás, bien se
tratara de volar a remo o a vela. Y dice que esto no lo niegan la costa del amenazador
Adriático o las islas Cícladas ni la famosa Rodas ni la espantosa Propóntide Tracia o el
terrible golfo del Ponto, donde ésta, luego barca, fue antes melenudo bosque: pues, en la
cumbre del Citoro
(11) a menudo silbó con su habladora cabellera.
Amastris del Ponto y Citoro que produces bojes, para ti esto fue y es
conocidísimo -presume la barca-. Desde su más lejano origen dice que se asentó en tu
cumbre, que empapó sus remos en tu superficie y de allí avanzó como dueña por tantas
inmoderadas corrientes, ya el viento la empujara por izquierda o derecha, ya Júpiter
hubiera soplado favorable sobre ambas escotas; y que, en su interés, no se hicieron
votos a los dioses de la costa cuando volvía hace nada del mar a este cristalino lago.
Pero estas cosas ocurrieron antes; ahora, en oculta quietud, descansa vieja y se
consagra a ti, gemelo Cástor, y al gemelo de Cástor
(12).

V

Vivamos, Lesbia(13) mía, y amemos, y las habladurías de esos viejos tan rectos,
todas, valorésmoslas en un solo as
(14). Los soles pueden morir y renacer: nosotros, en
cuanto la efímera luz se apague, habremos de dormir una noche eterna.
Dame mil besos, luego cien, luego otros mil, luego cien una vez más, luego sin
parar otros mil, luego cien, luego, cuando hayamos hecho muchos miles, los
revolveremos para no saberlos o para que nadie con mala intención pueda mirarnos de
través
(15), cuando sepa que es tan grande el número de besos.

VI

Flavio(16), a Catulo querrías hablarle de tu capricho, si no fuera sosa y basta, y
no podrías callarte. Pero no sé qué clase de febril y enfermiza puta te ha encandilado:
eso te avergüenza confesarlo.
Pues, que tú no pasas las noches viudas lo grita tu estancia, en vano callada, que
derrama aroma de guirnaldas y de aceites sirios
(17), y las almohadas, ésta y aquélla,
aplastadas, y el crujido quejumbroso de tu temblequeante lecho y sus meneos.
De nada sirve callar tus adulterios, de nada
(18). ¿Por qué? No arquees tus
costados, tan consumidos, ni hagas tantas tonterías. Por eso, lo que tengas de bueno y
de malo, dímelo: quiero a ti y a tus amores pregonaros hasta el cielo con mis graciosos versos.

VII

Me preguntas cuántos besos tuyos, Lesbia, me son bastante y de sobra. Cuan
gran número de arena libia se extiende por Cirene, rica en laserpicio
(19), entre el oráculo
del tempestuoso Júpiter y el sepulcro del antiguo Bato
(20). O cuantas estrellas
contemplan, cuando calla la noche, los furtivos amores de los hombres. Tantísimos
besos le son bastante y de sobra besarte al loco de Catulo, que ni podrían contar los
curiosos ni embrujar
(21) con su mala lengua.

VIII(22)

Desdichado Catulo, ¡que dejes de hacer tonterías y lo que ves que se ha
destruido lo consideres perdido! Brillaron un día para ti radiantes los soles, cuando
acudías una y otra vez a donde tu niña te llevaba, querida por mí
(23) cuanto no lo será
ninguna. Y allí tenían lugar entonces aquellos múltiples juegos que tú querías y tu niña
no dejaba de querer. Brillaron, es verdad, para ti radiantes los soles.
Ahora ya ella no quiere: tú, como nada puedes hacer, tampoco quieras, y a la
que huye no la persigas, ni vivas desdichado, sino resiste con tenaz empeño, manténte
firme. ¡Adiós, niña! Ya Catulo está firme, y no te buscará ni te hará ruegos en contra de
tu voluntad. Pero tú te lamentarás cuando nadie te haga ruegos. ¡Criminal, ay de ti! ¿Qué
vida te espera? ¿Quién se te acercará ahora? ¿A quién le parecerás bella? ¿A quién
querrás ahora? ¿De quién se dirá que eres? ¿A quién besarás? ¿A quién morderás los labios?
Pero tú, Catulo, resuelto, manténte firme.

IX

Veranio(24), el preferido para mí entre todos mis trescientos mil amigos(25),
¿has regresado a casa, a tus penates y a tus queridísimos hermanos y tu anciana madre?
Has regresado. ¡Noticia dichosa para mí!
(26). Volveré a verte sano y salvo y te oiré
hablar de los lugares, las hazañas, los pueblos de los iberos, según tienes por costumbre,
y, abrazándome a tu cuello, besaré tu deliciosa boca y tus ojos. ¡Oh, cuanto hay de
hombres más dichosos!, ¿quién hay más alegre o más dichoso que yo?

X

Mi amigo Varo(27), como estaba yo sin hacer nada, me había llevado desde el
foro a ver a su amor, una putilla, según me pareció al pronto, nada sosa ni falta de encanto.
En cuanto llegamos allí, tocamos conversaciones diversas, entre las cuales
hablamos de cómo era en ese momento Bitinia
(28), qué tal se estaba allí, con cuánto
dinero me había yo beneficiado. Respondí tal y como era: que ni ellos mismos ni los
pretores ni la cohorte habrían sacado nada con lo que volver con la cabeza mejor
perfumada, sobre todo si tenían por pretor a un mamón a quien le importaba un bledo
la cohorte. «Pero, al menos, -me dicen- comprarías lo que se dice es típico de allí: para la litera de un hombre
»(29).
Yo, para hacerme el más feliz del mundo delante de la chica, dije: «No me fue tan mal,
porque hubiera caído en una mala provincia, como para no poder comprar ocho hombres de buena planta».
(Y la verdad es que yo no tenía ni uno, ni aquí ni allí, que pudiera echarse al hombro la pata rota de un catre viejo).
Entonces ella, como corresponde a una más que pendón, dijo:
«Por favor, querido Catulo, préstamelos un rato, pues quiero que me lleven al templo de Serapis
(30)».
«Aguarda -dije a la chica-, respecto a eso que hace poco te había dicho que
yo tenía... me he equivocado: mi compañero -o sea, Gayo Cina
(31)-, él es quien los
compró para sí. Pero, sean de él o míos, ¿a mí qué? Me sirvo de ellos igual que si los
hubiera comprado para mí. Pero tú andas por la vida hecha una desgraciada y una
impertinente, y contigo no puede uno descuidarse
».

XI(32)

Furio y Aurelio(33), compañeros de Catulo, bien llegue hasta los confines de la
India
(34), donde la ola del mar de Oriente de gran bramido golpea la costa; bien hasta
los hircanos o los muelles árabes o los sagas o los partos, armados de flechas, o hasta
las llanuras que tiñe el Nilo de siete brazos; o bien encamine sus pasos más allá de los
elevados Alpes, para visitar los testimonios del gran César
(35), el Rin de la Galia, el mar
que causa horror y los más alejados britanos. Puesto que estáis preparados a visitar
todos esos lugares juntamente conmigo, cualquiera que sea la voluntad de los dioses,
comunicadle a mi niña estas pocas palabras no agradables: viva y disfrute con sus
adúlteros, los trescientos
(36) a los que tiene abrazados a la vez sin amar de verdad a
ninguno, sino rompiéndoles a todos las entrañas cara a cara; que no vuelva como antes
sus ojos a mi amor, que por su culpa sucumbió como la flor del prado más recóndito tras haberla herido el arado al pasar.

XII

Asinio Marrucino(37), no usas bien tu mano izquierda en medio del juego y del
vino: robas a los descuidados sus servilletas
(38). ¿Te crees que eso es gracioso? Te
equivocas, idiota. La cosa es de lo más mezquina y falta de gracia. ¿No me crees? Pues
cree a tu hermano Polión, que querría comprar tus hurtos hasta por un talento
(39), y
eso que él es un muchacho experto en bromas y chanzas. Así que, o aguarda trescientos
endecasílabos
(40) o devuélveme la servilleta, que no me interesa por su valor, sino
porque es un souvenir
(41) de un amigo, pues desde Iberia me enviaron de regalo unas
telas de Sétabis
(42) Fabulo y Veranio(43), y tengo que quererlas como quiero a mi Veranito y a mi Fabulo.

XIII

Cenarás bien, mi querido Fabulo(44), en mi casa dentro de pocos días (si los
dioses te son propicios), si traes contigo una cena buena y abundante, y no faltan una
deslumbrante muchacha y vino y sal y toda clase de carcajadas. Si, como te digo, te traes
eso, guapo mío, cenarás bien
(45), pues la despensa de tu Catulo está llena de arañas. Eso
sí: en respuesta, recibirás puro cariño o algo más delicado y elegante: pues te daré un
perfume que regalaron a mi niña las Venus y los Cupidos
(46) y que, en cuanto lo huelas,
rogarás a los dioses, Fabulo, que te hagan todo entero nariz.

XIV

Si no te quisiera más que a mis ojos, mi muy encantador Calvo(47), por ese
regalo te odiaría con el odio dirigido contra Vatinio
(48). Pues, ¿qué he hecho yo o qué
he dicho para que me agobies con tantos poetastros? ¡Que los dioses concedan muchas
desgracias al protegido ese tuyo que te envió tan gran cantidad de abominaciones! Y si,
según sospecho, ese novedoso repertorio te lo obsequia el maestro Sila
(49), no me
parece mal; al contrario: bien y enhorabuena, porque no se echan del todo a perder tus
esfuerzos. ¡Grandes dioses!, ¡horrible y maldito librito ese que tú enviaste a tu querido
Catulo, sin duda para que de inmediato pereciera en las Saturnales
(50), el más maravilloso de los días!
Pero no, esto no quedará así, simpático: pues, en cuanto amanezca, correré a las
estanterías de los libreros, cogeré a los Cesios, a los Aquinos, a Sufeno
(51), haré una
recopilación de todos los venenos y te recompensaré con estos castigos. Entre tanto,
vosotros id con bien de aquí, marchaos al sitio de donde salisteis con mal pie
(52), escoria del siglo, pésimos poetas.

XIVa(53)

Los que quizá seáis lectores de mis tonterías y no os horroricéis de acercar vuestras manos a mí.

XV

Mi persona y mis amores te los confío a ti, Aurelio(54). Te pido un discreto
favor: si en tu corazón has anhelado guardar un deseo casto y puro, presérvame
púdicamente a este muchacho
(55), no digo de la gente (nada temo a los que pasan de
largo por las calles de acá para allá ocupados en sus asuntos), de ti tengo miedo y de tu
pene, peligro para los muchachos, tanto honrados como disolutos. A ése tú menéalo
por donde quieras, como quieras, cuanto quieras, cuando esté fuera preparado: a éste
solo lo exceptúo, discretamente, según creo. Porque, si un mal pensamiento o una
insensata locura te empujan, canalla, a tan gran desatino como para acosar mi cabeza
con tus trampas, entonces ¡ay de ti, desdichado y de mala estrella, que, con las piernas
separadas, por la puerta abierta, te acosarán rábanos y mújoles
(56)!».

XVI(57)

Os daré por el culo y me la vais a chupar, Aurelio comevergas y Furio(58)
julandrón, que, por mis versitos, como son lascivos, me habéis considerado un
desvergonzado. Es, de hecho, procedente que el poeta honorable sea personalmente
casto; no es necesario que lo sean sus versitos, que, en definitiva, tienen sal y gracia si
son lascivos y desvergonzados y pueden provocar la comezón, no digo a los
muchachos, sino a esos peludos que no pueden mover sus duros lomos.
¿Vosotros, porque habéis leído muchos miles de besos
(59), me consideráis poco macho?
Os daré por el culo y me la vais a chupar.

XVII

Oh colonia(60), que ambicionas jugar en un puente largo y tienes pensado
brincar en él, pero temes las endebles patas de ese puentecillo sostenido en unos
ejecillos reutilizados, no vaya a irse patas arriba y a caer en las profundidades del
pantano. ¡Ojalá se construya para ti un buen puente a tu gusto en el que incluso se aguanten las danzas de los salios
(61)!».
Concédeme, colonia, este regalo que da muchísima risa: cierto paisano mío
quiero que se precipite desde tu puente y entre hasta el fango de pies a cabeza, pero por
donde de todo el lago y del fétido pantano el remolino está más encenagado y es más
profundo. Es un hombre completamente necio y tiene menos inteligencia que un niño
de dos años que duerme en los acunadores brazos de su padre. Porque, estando casada
con él una muchacha en la flor de la edad (una muchacha más delicada que un tierno
cabritillo, a la que hay que guardar con más celo que a las uvas más maduras), la deja
divertirse a su gusto, y no le importa un bledo ni se altera por su parte, sino que, tal
como un aliso está tendido en un hoyo cortado por un hacha lígur
(62), apreciándolo
todo como si ella no existiese, este tal asombro mío nada ve, nada oye, quién sea él mismo, o si es o no es, ni eso sabe.
Ahora a éste quiero enviarlo desde tu puente de cabeza, a ver si es posible
arrancarle de golpe su estúpida modorra y que deje en el espeso cieno su indolente
espíritu, como una mula deja en un hoyo pegajoso su herradura
(63).

XXI

Aurelio(64), padre de las hambres, no sólo de éstas sino de cuantas han sido,
son y serán en los años venideros, quieres dar por el culo a mis amores. Y no a
escondidas: pues estás a su lado, bromeáis juntos y, pegándote a su costado, lo intentas
todo. En vano: porque a ti, que me tiendes emboscadas, te haré yo primero que me la chupes.
Y si lo hicieras estando harto, me callaría; pero ahora me lamento por eso
mismo, porque mi niño va a aprender a pasar hambre y sed. Por eso, déjalo mientras te
sea posible hacerlo decentemente, no sea que pongas fin a ello pero después de chupármela.

XXII

Ese Sufeno(65) que conoces muy bien, Varo(66), es un hombre guapo y
simpático y educado, y, además, hace muchísimos versos. Yo creo que tiene escritos mil
o diez mil o más, y no como suele hacerse, transcritos en un palimpsesto: hojas de lujo,
libros nuevos, varillas nuevas, correas rojas para pergamino, todo ello con líneas rectas a
plomo y pulido con la piedra pómez
(67). Cuando te pones a leerlos, ese guapo y
educado Sufeno te parece, en cambio, sólo un ordeñador de cabras o un enterrador: tan distinto es y tanto ha cambiado.
¿Qué pensaríamos que es eso? Quien hace nada parecía un hombre de mundo,
o si hay algo más refinado
(68) que eso, ese mismo es más grosero que un grosero
campesino en cuanto pone la mano en los versos, pero ese mismo nunca es igual de
feliz que cuando escribe un poema: tanto se deleita en sí mismo y tanto se admira. No
es extraño: todos metemos la pata por igual, y no hay nadie en quien no puedas ver en
cierto sentido a un Sufeno. A cada cual se le concedió un defecto, pero no vemos el
seno de la alforja que llevamos a la espalda
(69).

XXIII

Furio(70), que no tienes ni esclavo ni arca ni chinche ni araña ni lumbre, pero sí
un padre y una madre cuyos dientes pueden comer hasta piedras, te va perfectamente
con tu padre y con ese leño de la esposa de tu padre. Y no es extraño: estáis realmente
todos bien de salud, digerís bien, nada teméis, ni incendios ni grandes catástrofes ni
crímenes ni las trampas del veneno ni otros azares de peligro. Tenéis, desde luego, unos
cuerpos más secos que un cuerno o si hay algo todavía más apellejado por el sol y el frío y el hambre.
¿Cómo no te va a ir bien y dichosamente? De sudor estás libre, estás libre de
saliva, de mocos y de dañino resfriado de nariz. A este aseo añádele uno mayor: que
tienes el culo más limpio que un salero
(71), pues en todo el año no cagas ni diez veces, y
lo que haces es más duro que un haba o que las piedras, y, si te restregaras y frotaras con
las manos, no podrías mancharte ni un dedo. Esas comodidades tan dichosas, Furio, no
las desprecies ni las tengas en poco... y los cien mil sestercios
(72) que sueles pedir olvídalos: ya eres bastante dichoso.

XXIV

Tú que eres la flor de los Juvencios(73), no sólo de los de ahora sino de cuantos
han sido y serán luego en los años venideros, preferiría yo que hubieras dado las
riquezas de Midas
(74) a ese que no tiene ni esclavo ni arca(75) a que te dejaras querer
por él. «¿Por qué? ¿No es un hombre guapo?», dirás. Lo es: pero este guaperas no tiene
ni esclavo ni arca. Esto tú déjalo aparte y dale toda la poca importancia que quieras: es igual, ése no tiene ni esclavo ni arca.

XXV

Talo(76) julandrón, más blando que el pelo de un conejo o el tuetanillo de un
ganso o el lobulillo de la oreja o el pene fláccido de un viejo o un lugar lleno de
telarañas; y, además, Talo, más rapaz que una tempestuosa tormenta en cuanto la diosa
señala a los mujeriegos pasmados
(77), devuélveme, el manto que me robaste y el
pañuelo de Sétabis y los bordados bitinios
(78), que sueles lucir en público como si
fueran de tus abuelos; despégalos ya de tus uñas y devuélvemelos, no sea que tus
costaditos de lana y tus blanditas manos queden horriblemente garabateados con
correas pasadas por el fuego, y te agites sin control como una barca diminuta atrapada en alta mar por un viento furioso.

XXVI

Furio(79), tu pequeña quinta no está expuesta al soplo del austro ni del favonio
ni del crudo bóreas ni del afeliota
(80), sino a quince mil doscientos sestercios. ¡Ay, viento cruel y apestoso!

XXVII

Muchacho escanciador del añejo falerno(81), sírveme copas de vino más fuerte,
como manda la ley de la reina Postumia
(82), más cargada que los cargados hollejos.
Y vosotras, marchad de aquí a donde os plazca, aguas claras, perdición del vino;
emigrad junto a los serios: aquí hay tioniano puro
(83).

XXVIII

Compañeros de Pisón(84), empobrecida cohorte, de maletuchas apropiadas y
ligeras, maravilloso Veranio y tú, mi querido Fabulo
(85), ¿qué andáis haciendo? ¿Es que
no habéis pasado con ese pillo bastante frío y hambre? ¿No incluís en el registro de
ganancia vuestro gasto, como yo, que, tras haber acompañado a mi pretor, anoto por
ganancia lo gastado? ¡Oh Memio
(86), qué bien y cuánto tiempo a mí, puesto boca
arriba, me forzaste a chupártela, pegándote a mí con fuerza con tu viga entera!
Pero, por lo que veo, os ha pasado la misma desgracia: pues estáis hartos de una
picha nada menor. ¡Anda, busca amigos nobles! ¡Y a vosotros, que os castiguen con
muchos males los dioses y las diosas, vergüenzas de Rómulo y Remo!

XXIX

¿Quién puede ver esto, quién puede aguantarlo, a menos que sea un crápula, un
devorador y tahúr, que Mamurra
(87) posea lo que antes poseía la Galia Cabelluda(88) y los confines de Britania?
Rómulo julandrón
(89), ¿verás y soportarás esto? Y él ahora, ensoberbecido y
empavonecido, ¿recorrerá los cuartos de todos como un blanco palomo o un
Adonis
(90)? Rómulo julandrón, ¿verás y soportarás esto? Eres un crápula, un devorador y tahúr.
¿Y con esas credenciales, general sin igual, estuviste en la más lejana isla de
occidente para que esa vuestra fláccida minga devorara doscientos o trescientos mil sestercios?
¿Qué otra cosa es que funesta generosidad? ¿Derrochó poco o acaso poco
dilapidó? Lo primero, acabó con los bienes paternos; luego, con su botín del Ponto; en
tercer lugar, con el ibérico, que conoce el aurífero Tajo; ahora se teme por la Galia y por Britania.
¿Por qué protegéis a este malvado? ¿Qué puede hacer éste más que devorar
pingües patrimonios? ¿Y con esas credenciales, dueños y señores de la ciudad, suegro y yerno
(91), habéis echado todo a perder?

XXX

Olvidadizo Alfeno(92) y falso con tus compañeros queridísimos, ¿ya no te
compadeces nada, insensible, de tu dulce amiguito? ¿Ya no dudas en abandonarme, en traicionarme, desleal?
Los actos perversos de los hombres mentirosos no gustan a los habitantes del
cielo; y eso tú lo desprecias, y, ¡desdichado de mí!, me abandonas en medio de mis
desgracias. ¡Ay! ¿Qué pueden hacer -dime- los hombres, o a quién pueden tenerle ley?
Y tú, injusto, bien que me exigías entregarte mi alma, arrastrándome a quererte,
como si para mí todo estuviera asegurado. Ahora, de la misma manera, te retraes y dejas
que todas tus palabras y tus actos se los lleven vanos los vientos y las nubes arrastradas
por el aire. Si tú te has olvidado, en cambio, los dioses se acuerdan; se acuerda la
Lealtad
(93), que hará que de tu acto te arrepientas un día.

XXXI

Sirmión(94), joyita de las penínsulas y de las islas, cualesquiera que en los claros
estanques y en el inmenso mar sostienen los dos Neptunos
(95). Con qué gusto y qué
alegre te contemplo, casi sin creerme yo mismo que he dejado atrás Tinia y las llanuras
bitinias
(96) y que te veo estando en situación segura.
¿Qué hay más dichoso que verse libre de preocupaciones, cuando el corazón se
alivia de su carga y, cansados de sufrir en tierra extraña, llegamos a nuestro hogar y
descansamos en nuestro ansiado lecho? Esto es lo único que importa en premio de tan grandes penalidades.
¡Salud!, preciosa Sirmión, y alégrate con tu señor; y alegraos vosotras, ondas
lidias
(97) del lago; reíd, carcajadas, cuantas hay en casa.

XXXII

Por favor, dulce Ipsitila(98) mía, mi capricho, mi encanto, invítame a ir a tu casa
a echar la siesta. Y, si me invitas, procura una cosa: que nadie eche la falleba de la puerta,
y a ti no se te vaya a antojar salir; quédate en casa y prepara para nosotros nueve polvos
seguidos. Pero, si piensas hacerlo, invítame en seguida: pues recién comido estoy echado
y satisfecho, boca arriba, agujereo la túnica y el manto
(99).

XXXIII

Tú, el mayor ladrón de los baños, Vibenio padre, y el bujarrón de tu hijo(100)
(pues, si el padre tiene la mano derecha más corrompida, el hijo el culo más voraz), ¿por
qué no marcháis al exilio a alguna maldita costa, supuesto que los robos del padre son
notorios para el pueblo y tú, su hijo, no puedes vender ni por un as tus peludas nalgas
(101)?

XXXIV(102)

En la devoción de Diana estamos, muchachas y muchachos puros. A Diana cantemos, muchachos y muchachas puros.
¡Oh hija de Latona!, excelso vástago del supremo Júpiter, a quien tu madre junto
al olivo de Delos parió, para que fueras señora de los montes y de los lozanos bosques y
de los recónditos sotos y de los sonoros torrentes.
A ti Juno Lucina te llaman en sus dolores las parturientas, a ti te llaman Trivia poderosa y Luna por tu luz prestada.
Tú, diosa, en el curso de los meses midiendo el camino del año llenas de buenos frutos la rústica morada del labrador.
Sé consagrada con cualquier nombre que te plazca, y protege con tus buenas
influencias, como has acostumbrado desde antiguo, la raza de Rómulo.

XXXV

Al delicado poeta, mi colega Cecilio(103), querría, papiro, le dijeras que venga a
Verona
(104), tras abandonar las murallas de Como la Nueva y la ribera del lago Lario.
Pues quiero que se entere de ciertos proyectos de un amigo suyo y mío. Por lo cual, si
tiene juicio, devorará el camino, aunque una deslumbrante muchacha mil veces lo llame
y lo llame al marcharse y, echándole los brazos al cuello, le ruegue que se quede; una
muchacha que ahora, si mis noticias son ciertas, muere por él con un amor desesperado.
Pues, desde el momento en que leyó su esbozado poema de la Señora de Díndimo
(105),
desde entonces, a la pobrecilla un fuego le devora las entrañas.
Te perdono, muchacha más culta que la musa sáfica
(106): pues es precioso el poema de la Gran Madre esbozado por Cecilio.

XXXVI

Anales de Volusio(107), escritos de mierda, cumplid el voto por mi niña. Pues ha
prometido solemnemente a la sagrada Venus y a Cupido que, si yo volvía a ella y dejaba
de dispararle terribles yambos, daría al dios de paso tardo
(108) lo más escogido de los
escritos del peor de los poetas para que se quemara sobre leña maldita: y la perversísima
muchacha ve divertido y gracioso ofrecer eso a los dioses.
Ahora, oh tú, nacida en el azulado ponto, que habitas la sagrada Idalio y la
abierta llanura de Urio, y Ancona y Cnido rica en cañas, y Amatunte y Golgos, y
Dirraquio, antesala del Adriático
(109), acepta y recibe el voto, si no es una fea y desagradable ofrenda.
Y vosotros, entretanto, ¡id al fuego, Anales de Volusio, llenos de garrulería y estupideces, escritos de mierda!

XXXVII

Picante taberna, la de la novena columna tras los hermanos del píleo(110), y
vosotros, sus parroquianos, ¿os creéis que vosotros solos tenéis polla, que a vosotros
solos os está permitido joderos a todas las mozas que haya y considerar a los otros unos
cabrones? ¿O es que, porque estáis sentados
(111) uno detrás de otro como idiotas cien
o doscientos, creéis que no voy a atreverme a llenaros la boca de una vez a los
doscientos espectadores? Pues creedlo: porque inscribiré la fachada de toda vuestra
taberna con pichas. Pues mi niña, que ha huido de mis brazos, a la que yo quiero tanto
como nadie querrá a ninguna, por la que me he peleado grandes guerras, se sienta ahí.
Todos la amáis, tan honrados y dichosos, pero, desde luego (¡qué vergüenza!), sois todos
unos miserables chulos de callejón; y tú por encima de todos, único entre los barbudos,
hijo de la conejera Celtiberia, Egnacio
(112), a quien hace guapo una espesa barba y una dentadura refregada con meado ibérico.

XXXVIII

Mal le va, Cornificio(113), a tu Catulo; le va mal, ¡por Hércules!, y a trancas y
barrancas, y más y más de día en día y de hora en hora. Y tú (¡con lo poquito y lo fácil
que es!), ¿con qué palabras lo estás consolando? Estoy enfadado contigo. ¿Así tratas mi
cariño? Poco te cuesta cualquier palabra, más triste que las lágrimas de Simónides
(114).

XXXIX

Egnacio(115), por tener blancos los dientes, sonríe continuamente en todas
partes. Si se acerca al banquillo de un acusado, cuando el orador provoca el llanto, él
sonríe. Si hay lamentos junto a la pira de un buen hijo, cuando la madre, desolada, llora
a su único hijo, él sonríe. Sea lo que sea, dondequiera que sea, ocurra lo que ocurra,
sonríe: tiene esa enfermedad ni elegante, según creo, ni educada. Por eso, tengo el deber de darte un consejo, buen Egnacio.
Si fueses de la Urbe, o sabino, o tiburtino, o un ahorrador umbro, o un obeso
etrusco, o un lanuvino moreno y de buenos dientes, o traspadano -para mentar también
a los míos
(116)-, o quienquiera que sea que se lava los dientes aseadamente, ni aun así
querría yo que tú sonrieras continuamente en todas partes: pues no hay cosa más
estúpida que una risa estúpida. Pero, eres celtíbero: en tierra celtíbera, lo que cada cual
meó, con eso suele frotarse por la mañana los dientes y las rojas encías, de modo que,
cuanto más limpios están esos vuestros dientes, más cantidad de meado proclamarán que tú has bebido.

XL

¿Qué mala idea, pobrecito Rávido(117), te lleva de cabeza contra mis
yambos
(118)? ¿Qué dios no bien invocado por ti te lanza a provocar una discordia
insensata? ¿Acaso para andar tú de boca en boca? ¿Qué quieres? ¿Deseas que te
conozcan a toda costa? Lo serás, puesto que has pretendido querer a mis amores a pesar de un largo castigo.

XLI

Ameana(119), esa chica requetefollada, me ha pedido la suma de diez mil
sestercios
(120); esa niña de nariz feúcha, amiga del dilapidador de Formias(121).
Parientes que os preocupáis de esta moza, reunid a amigos y a médicos: esta
chica no está en su cabales, y no suele preguntarse cómo es; está alucinada
(122).

XLII

Acercaos, endecasílabos(123), todos cuantos hay por todas partes, todos
cuantos hay. Una desvergonzada adúltera me toma a broma y dice que no me devolverá
nuestras tablillas, creyéndose que podéis aguantarlo. Vamos a perseguirla y a pedírselas con insistencia.
¿Preguntáis quién es? La que veis andar indecentemente, la que, como una actriz
de mimos, con desfachatez se ríe, con una boca de cachorro galo
(124). Rodeadla y
pedidle con insistencia: «Corrompida adúltera, devuélvenos los escritos. Devuélvenos
los escritos, corrompida adúltera». ¿Que te importa un bledo? ¡Ay, fango, lupanar, o
algo más corrompido si puede haberlo! Pero no hay que confiar en que esto baste. Si no
puede ser de otra manera, saquémosle los colores en su férrea cara de perro. Gritad a
coro otra vez con voz más alta: «Corrompida adúltera, devuélvenos los escritos.
Devuélvenos los escritos, corrompida adúltera».
Pero, no hacemos ni un progreso, sigue como si tal cosa. Tenemos que cambiar
el método y la forma, a ver si podéis progresar un poco: «Virtuosa y honrada, devuélvenos los escritos».

XLIII

¡Salud!, niña ni de nariz pequeña ni de hermosos pies ni de negros ojitos ni de
dedos largos ni de boca sana ni, sin duda, de demasiado elegante lengua, amiga del
dilapidador de Formias
(125). ¿Y de ti dice la provincia(126) que eres guapa? ¿Y contigo
se compara a mi Lesbia? ¡Ay, generación sin gusto y sin modales!

XLIV

Finca mía, seas sabina o tiburtina, pues aseguran que tú eres tiburtina los que no
tienen en su corazón herir a Catulo; pero quienes sí, se empeñan con cualquier clase de
prueba en que eres sabina
(127). Pero, seas sabina, o, con más razón, tiburtina, me sentí
estupendamente en tu quinta de las afueras y expulsé del pecho la mala tos que me
produjo mi estómago no sin merecerlo, mientras asisto a espléndidas cenas. Pues, por
querer ser convidado de Sestio, he leído su discurso contra el candidato Ancio
(128),
lleno de veneno y de pestes. Por culpa de esto, un escalofriante catarro y una frecuente
tos me sacudieron de inmediato, hasta que huí a tu refugio y me curé con descanso y ortigas
(129).
Por ello, repuesto como estoy, te doy las más profundas gracias, porque no me
has hecho pagar mi delito. Ya ni te pido que, si acepto los nefastos escritos de Sestio, el
frío haga agarrar catarro y tos no a mí sino al propio Sestio, que sólo me invita cuando he leído su mal libro.

XLV

Mientras Septimio tenía a Acme(130), su amor, en sus brazos, le dijo: «Mi
querida Acme, si no te quiero con locura y no estoy preparado para quererte en adelante
cada día todos los años como para ser capaz hasta de morir, que yo solo me enfrente en
Libia y en la abrasada India con un león de verdiazules ojos».
Cuando dijo esto, Amor, como antes por la izquierda, estornudó por la derecha en señal de aprobación
(131).
Y Acme, echando suavemente hacia atrás la cabeza y besando con su purpúrea
boca los ojitos embriagados de su dulce niño, dijo: «Sí, vida mía, Septimillo. A este solo
dueño siempre sirvamos, tal como un fuego mucho mayor y más penetrante me arde en mis tiernas entrañas».
Cuando dijo esto, Amor, como antes por la izquierda, estornudó por la derecha en señal de aprobación.
Ahora, partiendo de un buen auspicio, quieren y se quieren con deseos mutuos.
El pobrecito Septimio prefiere sólo a su Acme antes que a las sirias y a las britanas
(132).
Sólo en Septimio la fiel Acme tiene su delicia y su placer. ¿Quién puede ver a hombre
alguno más dichoso? ¿Quién un amor con mejores auspicios?

XLVI

Ya la primavera trae sus tibios calores, ya la furia del cielo invernal empieza a callar ante las dulces brisas del Céfiro(133).
Dejemos, Catulo, las llanuras frigias y el fértil campo de la abrasada Nicea
(134):
volemos a las ilustres ciudades de Asia
(135). Ya desbocado mi corazón ansía viajar, ya mis pies se robustecen ufanos de entusiasmo.
Adiós, dulce compaña de amigos, a los que, tras haber marchado a un tiempo
lejos de casa, caminos distintos, con variada fortuna, traen a ella.

XLVII

Porcio y Socratión, las dos izquierdas de Pisón(136), sarna y hambre del mundo,
¿ese despellejado Príapo
(137) os prefirió a mi Veranito y a mi Fabulo? ¿Vosotros
ofrecéis con suntuosidad espléndidos banquetes durante el día? ¿Y mis amigos buscan en la calle invitaciones?

XLVIII

Esos ojos tuyos de miel, Juvencio(138), ¡quién me diera besarlos sin parar! Sin
parar los besaría trescientas mil veces, y me parecería que nunca quedaría satisfecho, ni
aunque la mies de nuestros besos fuera más apretada que las espigas maduras.

XLIX

El más elocuente de los descendientes de Rómulo, cuantos hay y cuantos hubo
y cuantos habrá luego al correr de los años, Marco Tulio, a ti te da las más encarecidas
gracias Catulo, el peor de todos los poetas, tanto el peor de todos los poetas cuanto tú el mejor abogado de todos
(139).

L

Licinio(140), ayer, como estábamos desocupados, nos divertimos mucho en mis
tablillas, jugando a ser refinados -según habíamos convenido-. Escribiendo versillos los
dos nos divertíamos, bien en un metro, bien en otro, replicándonos mutuamente entre bromas y vino.
Y de allí me marché entusiasmado por tu encanto y tus gracias, Licinio, hasta tal
punto que, ¡pobre de mí!, no me aprovechaba el alimento, ni el sueño cubría mis ojos
con el descanso, sino que, desasosegado de delirio, me revolvía por toda la cama ansioso
de ver la luz, para hablar contigo y estar juntos. Y, después de que mis miembros,
agotados por el cansancio, se dejaron caer medio muertos en la cama, te hice, encanto, este poema, por el cual percibieras mi dolor.
Ahora, ojitos míos, no te enorgullezcas y no menosprecies -te lo pido- mis
ruegos, no vaya a vengarse en ti Némesis
(141); es una diosa violenta: guárdate de ofenderla.

LI

Me parece a la altura de un dios y que, si es lícito decirlo, está por encima de los
dioses el que, sentándose frente a ti, te mira y te oye mientras ríes dulcemente; lo cual a
mí, desdichado, me arrebata todo el sentido: pues, en cuanto te contemplo, Lesbia, ni
un hilo de voz queda en mi boca, la lengua se me entorpece, una tenue llama fluye bajo
mis entrañas, tintinea en mis oídos un característico zumbido, mis ojos se cubren con una noche gemela.
La inactividad, Catulo, te resulta perjudicial: con la inactividad te desbordas y te
exaltas demasiado. La inactividad trajo la perdición antes a reyes y a ciudades ricas
(142).

LII

¿Qué ocurre, Catulo? ¿Qué esperas para morir?
En la silla curul se sienta ese tumor de Nonio
(143), por su consulado jura en falso Vatinio(144).
¿Qué ocurre, Catulo? ¿Qué esperas para morir?

LIII

Me reí con la gracia de no sé quién, que hace poco, desde el auditorio del
tribunal, tras haber explicado maravillosamente mi querido Calvo
(145) los delitos de
Vatinio, dijo admirándose y alzando sus manos al cielo: «¡Grandes dioses, qué elocuente pichita brava
(146)!».

LIV(147)

El capullo de Otón es muy muy pequeño, las toscas piernas de Herio están a
medio lavar, el pedo de Libón, liviano y flojo; si no todo, quisiera yo que esas cosas
te disgustaran a ti y a ese viejo recocido de Suficio
(148).
Otra vez te indignarás con mis yambos
(149) inocentes, general sin igual.

LV

Te pedimos, si no es demasiada molestia, nos muestres dónde está tu
escondrijo. Te hemos buscado en el Campo Menor, en el Circo, en todas las librerías, en
el sagrado templo del magno Júpiter. Además, en el paseo del Grande
(150) detuve,
amigo, a todas las mujerzuelas a las que vi, no obstante, con el rostro sereno; y así yo,
personalmente, reclamaba: «¡Para mí Camerio
(151), horribles muchachas!». Una dijo,
dejando desnudo su pecho: «Aquí lo tienes, se oculta en mis rosadas tetas». Es que
soportarte es ya un trabajo de Hércules
(152). ¿Con tan gran altanería te me niegas, amigo?
Dime dónde vas a estar, muéstrate en público con todo el atrevimiento,
entrégate, manifiéstate a las claras. ¿Ahora son tus dueñas unas niñas de leche? Si
mantienes la lengua en boca cerrada, vas a echar a perder todos los frutos de tu amor: Venus disfruta con una lengua locuaz.
Pero, si quieres, puedes echar el cerrojo a tu boca, con tal de que yo sea partícipe de tu amor.

LVI

¡Ay, cosa risible, Catón(153), y cachonda y digna de tus oídos y de tus
carcajadas! Ríe, Catón, tanto como quieres a Catulo: la cosa es risible y muy cachonda.
Hace poco pillé a un chaval que se estaba tirando a una chica: a él yo, con perdón de Dione
(154), le aticé de un golpe con la mía tiesa.

LVII

Guapamente les va a esos depravados bujarrones: al comevergas de
Mamurra
(155) y a César. Y no es extraño: iguales manchas para los dos, unas en Roma,
otras en Formias, grabadas se mantienen y no se borrarán; enfermos por igual, como
gemelos los dos, en un solo lechecito instruiditos ambos, no éste más voraz adúltero que aquél, socios incluso rivales por las niñitas.
Guapamente les va a esos depravados bujarrones.

LVIII

Celio(156), nuestra Lesbia, la Lesbia aquella, aquella Lesbia a la que, a ella sola,
Catulo ha querido más que a sí mismo y a todos los suyos, ahora en las encrucijadas y en
las callejas se la pela a los descendientes del magnánimo Remo.

LVIIIa(157)

Ni aunque me convirtiera en aquel guardián de los cretenses, ni aunque fuera
arrebatado en el vuelo de Pegaso, ni me volviera Ladas o Perseo, el de alas en los pies, ni
la nívea y rápida biga de Reso
(158); añade a esto los plumípedos y los voladores, busca
además el curso de los vientos que, atados, podrías consagrarme, Camerio
(159).
Me habría agotado hasta lo más profundo de mis entrañas
y me habría consumido de tantísima debilidad buscándote para mí, amigo.

LIX

Rufa, la de Bolonia, esposa de Menenio, se la mama a su Rufito(160), esa a la
que habéis visto a menudo en los cementerios robar comida del túmulo mismo, cuando,
yendo tras un pan que caía rodando del fuego, se dejaba golpear por un medio rapado incinerador
(161).

LX

¿Acaso una leona de los montes de Libia, o Escila(162), que ladra desde la parte
más baja de sus ingles, te parió con tan dura y abominable alma como para que
despreciaras los gritos de un suplicante en esta recentísima desgracia, ay, tú, de corazón demasiado cruel?

LXI(163)

Vecino del monte Helicón, raza de Urania, que arrebatas para el esposo a una
tierna doncella. ¡Oh Himeneo Himen, oh Himen Himeneo
(164)!
Ciñe tus sienes con flores de la suavemente olorosa mejorana, toma el velo.
Alegre aquí, aquí ven, calzando la sandalia color de azafrán en tu níveo pie.
Y animado en este día jovial, cantando con tu sonora voz los cantos
nupciales
(165), golpea el suelo con tus pies, agita con tu mano la antorcha nupcial de madera de pino(166).
Pues Vinia viene a Manlio igual que Venus, que habita Idalio, vino al juez
frigio
(167). Con favorable presagio se casa una buena muchacha,
resplandeciente como los mirtos de Asia de floridas ramas, que las diosas
hamadríades
(168) crían con húmedo rocío para su disfrute.
Por eso, ¡ea!, encaminando tus pasos hacia aquí, apresúrate a abandonar las
grutas aonias de la roca tespia, que la ninfa Aganipe riega por arriba refrescándolas
(169).
Y llama a casa a la dueña, atando con el amor su corazón ávido de su reciente
esposo, como tenaz hiedra que aquí y allá se enreda errante al árbol.
Y vosotras también a un tiempo, castas doncellas, a quienes espera un día
semejante, llevad el ritmo, cantad: «¡Oh Himeneo Himen, oh Himen Himeneo!»,
para que con más ganas, al oír que se le llama para su obligación, dirija aquí sus
pasos el guía de la propicia Venus, el enlazador del buen amor
(170).
¿Qué dios deben buscar más los amantes amados? ¿A qué habitante del cielo
venerarán más los hombres? ¡Oh Himeneo Himen, oh Himen Himeneo!
Tembloroso te invoca para los suyos el padre, en tu honor las doncellas dejan
libre de ceñidor su regazo. Inquieto, acecha tu llegada, con anhelante oído, el reciente marido.
Tú mismo pones en las manos del joven fiero a la muchachita adornada de
flores, apartándola del regazo de su madre. ¡Oh Himeneo Himen, oh Himen Himeneo!
Sin ti Venus no puede obtener ningún provecho que la buena tradición apruebe:
pero puede, si tú quieres. ¿Quién se atrevería a compararse a este dios?
Ninguna casa puede sin ti dar hijos, ni padre hallar apoyo en su linaje: pero
puede, si tú quieres. ¿Quién se atrevería a compararse a este dios?
No pueda la tierra que carezca de tus ritos dar protectores a sus fronteras: pero
que pueda, si tú quieres. ¿Quién se atrevería a compararse a este dios?
Abrid los cerrojos de la puerta, la doncella se acerca. ¿No ves cómo las
antorchas agitan sus espléndidas cabelleras? ¿Por qué te entretienes? El día se va: ¡adelante, recién casada!
No vuelvas los ojos a la casa que fue tuya, ni a tus pies
(171) los retrase un
natural pudor. Y ella, prestándole demasiada atención, llora porque hay que ir.
Deja de llorar. No hay peligro para ti, Aurunculeya, que ninguna mujer más
hermosa ha visto llegar un día tan brillante del Océano
(172).
Tal suele erguirse en el variopinto jardincillo de un dueño rico la flor del jacinto.
Pero te entretienes, el día se va: ¡adelante, recién casada!
¡Adelante, recién casada!, si ya te parece, y escucha nuestras palabras. Mira cómo
las antorchas agitan sus cabelleras de oro: ¡adelante, recién casada!
Tu inconstante esposo, inclinado a malos adulterios o a andar buscando
vergonzosas deshonras, no querrá dormir solo lejos de tus tiernas tetillas,
sino que, igual que la flexible vid se enreda en los árboles plantados al lado, se
enredará en tu abrazo. Pero el día se va: ¡adelante, recién casada!
Oh estancia que, digna de todos los amores, ha adornado Tiro con purpúrea
colcha y la India sostiene con blanco pie del lecho marfileño
(173),
¡lo que viene para tu dueño, cuántas alegrías, lo que puede disfrutar en el
transcurso de la noche, en medio del día! Pero el día se va: ¡adelante, recién casada!
Levantad las antorchas, esclavos: veo venir el velo. ¡Ea!, cantad todos a una:
«¡Oh Himen Himeneo, ven oh Himen Himeneo!».
Que no calle por más tiempo la procaz chanza fescenina
(174) y que no niegue
nueces a los esclavos el favorito al oír que su señor ha abandonado su amor.
Da nueces a los esclavos, favorito holgazán: ya te has divertido bastante tiempo
con las nueces; ya es el momento de servir a Talasio. Favorito, reparte nueces
(175).
Las campesinas te resultaban despreciables, favorito, hoy y ayer. Ahora al
peluquero le toca afeitarte la cara. Desdichado, ay desdichado favorito, reparte nueces.
Dicen que tú, perfumado marido, dejas de mala gana a tus depilados esclavos:
pero, déjalos. ¡Oh Himen Himeneo, ven oh Himen Himeneo!
Sabemos que tú has conocido sólo los placeres lícitos
(176), pero para uno que
ya es marido ni ésos lo son. ¡Oh Himen Himeneo, ven oh Himen Himeneo!
Y tú, novia, lo que tu hombre te pida no se lo niegues, no vaya a ir a buscarlo a
otro sitio. ¡Oh Himen Himeneo, ven oh Himen Himeneo!
Ahí tienes la casa -¡cuán poderosa y rica!- de tu hombre: deja que ella te sirva
-¡Oh Himen Himeneo, ven oh Himen Himeneo!-
hasta que tu canosa vejez, moviendo trémulas tus sienes, diga sí a todo para
todos
(177). ¡Oh Himen Himeneo, ven oh Himen Himeneo!
Haz a tus pies de oro traspasar el umbral con augurio propicio y entra por la
pulida puerta. ¡Oh Himen Himeneo, ven oh Himen Himeneo!
Mira cómo tu único hombre, recostado en el sitial tirio
(178), se abalanza todo
entero sobre ti. ¡Oh Himen Himeneo, ven oh Himen Himeneo!
A él no menos que a ti le arde en lo más profundo del corazón una llama, pero
más a lo hondo. ¡Oh Himen Himeneo, ven oh Himen Himeneo!
Suelta el bien torneado brazo de la muchachita, joven acompañante. Que se
acerque ya al lecho del marido. ¡Oh Himen Himeneo, ven oh Himen Himeneo!
Vosotras, honradas mujeres
(179), de reconocida fidelidad a vuestros ancianos
maridos, poned en su sitio a la muchachita. ¡Oh Himen Himeneo, ven oh Himen Himeneo!
Ya puedes pasar, marido: tu esposa está en el tálamo con su cabeza llena de
flores, resplandeciente como la blanca manzanilla o la roja amapola.
Pero tú, marido, -¡válganme los dioses!-, no eres menos guapo ni Venus te hace
de menos. Pero el día se va: apresúrate, no te entretengas.
No te has entretenido mucho, ya vienes. La propicia Venus te ayude puesto que
abiertamente deseas lo que deseas y no ocultas tu honrado amor.
Que saque antes la cuenta de las arenas de África y de las brillantes estrellas el
que quiera contar los miles y miles de vuestros juegos
(180).
Jugad como os plazca y pronto dadnos hijos. No está bien que un apellido tan
antiguo se quede sin hijos, sino que por siempre continúe reproduciéndose.
Quiero que un pequeño Torcuato
(181), tendiendo sus tiernas manos desde el
regazo de su madre, ría dulcemente a su padre con su boquita entreabierta.
Que sea igual que su padre Manlio y fácilmente lo reconozcan los desconocidos,
y que en su rostro muestre el pudor de su madre.
Que, gracias a su honrada madre, una gloria tal pruebe su linaje, como una fama
incomparable dura para Telémaco
(182), el hijo de Penélope, por su excepcional madre.
Cerrad las puertas, doncellas
(183): ya hemos jugado bastante. Y vosotros,
honrados esposos, vivid bien y aprovechad vuestra robusta juventud en vuestro deber continuado.

LXII(184)

Muchachos:
Véspero
(185) se acerca. ¡Muchachos, levantaos! Véspero, desde el Olimpo, eleva
apenas por fin sus luces, tanto tiempo esperadas. De levantarse es ya tiempo, ya de dejar
las colmadas mesas; ya va a venir la novia, ya va a cantarse el himeneo.
Himen oh Himeneo, ven, Himen oh Himeneo
(186).
Muchachas:
¿Veis, doncellas, a los jóvenes? ¡Levantaos en contra! Claramente el Lucero
vespertino muestra sus fuegos desde el Eta
(187). Así es en verdad: ¿no ves con qué
vivacidad se han puesto en pie? No por casualidad lo han hecho: cantarán porque les interesa vencer.
Himen oh Himeneo, ven, Himen oh Himeneo.
Muchachos:
Compañeros, no se nos ha puesto fácil la victoria: daos cuenta de cómo las
muchachas rememoran lo que han cavilado en su interior. No cavilan en vano; tienen
algo que puede ser digno de recuerdo. Y no es de extrañar, que ellas se esfuerzan con ahínco con toda su alma.
Nosotros hemos separado a un lado la cabeza y a otro los oídos; así que nos
vencerán con justicia: la victoria ama el esmero. Por eso, ahora al menos fijad vuestra
atención: van a empezar a cantar ya, habrá que responder de inmediato.
Himen oh Himeneo, ven, Himen oh Himeneo.
Muchachas:
Héspero, ¿qué fuego se mueve en el cielo más cruel que tú, que serías capaz de
arrancar a una hija del regazo de su madre, arrancar del regazo de su madre a una hija
que a él se aferra y regalarla casta muchacha a un fogoso joven? ¿Hacen algo más cruel los enemigos tras tomar una ciudad?
Himen oh Himeneo, ven, Himen oh Himeneo.
Muchachos:
Héspero, ¿qué fuego luce en el cielo más portador de dicha que tú, que sellas
con tu llama los esponsorios prometidos que pactaron los varones
(188) y, de antemano,
pactaron sus padres, aunque no los ataron antes de levantarse tu fulgor?
¿Qué cosa más deseable conceden los dioses que esta hora feliz?
Himen oh Himeneo, ven, Himen oh Himeneo.
Muchachas:
Héspero, compañeras, se llevó a una de nosotras. Con su llegada,
verdaderamente, nos trae a todas peligros. De noche todos lo temen excepto los que
persiguen lo ajeno, a quienes tú, Héspero, te apresuras a aguijonear con tus persuasivos
rayos. Pero les toca a los muchachos ensalzarte con injustos elogios.
¿Qué, si te elogian a ti, de quien pronto todos tendrán miedo?
Himen oh Himeneo, ven, Himen oh Himeneo.
Muchachos:
Héspero, ahora las muchachas te atacan con falsas imputaciones
(189). Pues con
tu llegada la guardia está siempre vigilante. De noche se esconden los ladrones a los que
tú a menudo, en tu retorno, Héspero, sorprendes cambiando tu nombre en Lucero
matutino
(190). Pero ¡cuánto gusta a las muchachas, con fingidas quejas, zaherirte! Pero,
¿qué importa, si zahieren al que andan buscando con intenciones no confesadas?
Himen oh Himeneo, ven, Himen oh Himeneo.
Muchachas:
Como una flor nace oculta en cercados jardines, inaccesible para el ganado, por
ningún arado herida, y que acarician las brisas, fortalece el sol, hace crecer la lluvia;
muchos muchachos la desean, y muchas muchachas. Pero, cuando arrancada con fina
uña se ha marchitado, ningún muchacho la desea ni muchacha alguna: así, la doncella,
mientras permanece pura, mientras, es grata a los suyos; cuando ha perdido, tras
manchar su cuerpo, su casta flor, ni resulta encantadora a los muchachos ni grata a las muchachas.
Himen oh Himeneo, ven, Himen oh Himeneo.
Muchachos:
Como una viña solitaria que nace en un campo yermo nunca crece, nunca
produce dulce uva, sino que, doblando su leve cuerpo por el peso que la empuja hacia el
suelo, ya casi toca con su raíz lo más alto del sarmiento, y ningún campesino, ningún
novillo la cultivan; pero, si por suerte ella misma está unida en maridaje con un olmo, la
cultivan muchos campesinos y muchos novillos: así, la doncella, mientras permanece sin
que nadie la toque, mientras, envejece sin cultivo; cuando ha conseguido un casamiento
adecuado a su debido tiempo, es más grata a su marido y menos enojosa para su padre.
Y tú, doncella, no luches con un esposo de tal valía. No es justo luchar contra
aquel a quien tu propio padre te entregó, tu propio padre con tu madre, a quienes debes
obedecer. Tu virginidad no es completamente tuya, en parte es de tus padres: un tercio
es de tu padre, otro tercio corresponde a tu madre, sólo un tercio es tuyo
(191); no
luches con los dos, que entregaron a un yerno sus derechos juntamente con la dote.
Himen oh Himeneo, ven, Himen oh Himeneo.

LXIII

Sobre profundos mares llevado Atis(192) en raudo navío, en cuanto tocó el
bosque frigio
(193) ansiosamente con paso acelerado y alcanzó los umbríos parajes de la
diosa
(194), ceñidos de bosques, aguijoneado allí por un frenesí de poseso, extraviada su
mente, se arrancó con una piedra afilada el peso de su entrepierna.
Y entonces, apenas se dio cuenta de que sus miembros se le habían quedado sin
virilidad, manchando el suelo de la tierra con su sangre todavía caliente, tomó,
rápida
(195), con sus manos de nieve el ligero tamboril, tu tamboril, Cibeles, el de los
misterios, Madre, de tu culto; y, golpeando la hueca piel de toro con sus delicados
dedos, se dispuso, trémula, a cantar así a sus compañeras:
«Ea, id juntas, Galas
(196), a los profundos bosques de Cibeles; id juntas,
rebaño errante de la diosa de Díndimo, vosotras que, buscando cual desterradas parajes
desconocidos, siguiendo mi huella acompañantes mías y yo vuestra guía, habéis
atravesado el raudo mar y las amenazas del piélago y habéis despojado de virilidad
vuestro cuerpo por un odio desmedido al amor. Alegrad el ánimo de vuestra señora con los rápidos giros de vuestra danza.
Ceda ante vuestra decisión la perezosa lentitud; id juntas, seguidme al
templo frigio de Cibeles, a los bosques frigios de la diosa, donde suena la voz de los
címbalos, donde retumban los tímpanos, donde el flautista frigio arranca a su caña curva
graves sonidos, donde las Ménades
(197) cubiertas de yedra agitan con violencia su
cabeza, donde celebran los sagrados misterios con agudos alaridos, donde acostumbra
revolotear el famoso cortejo errante de la diosa, adonde es oportuno que nos apresuremos con rápidas danzas».
En cuanto Atis, falsa mujer, cantó esto a sus compañeras, el cortejo danzante
de repente empieza a aullar con sus trepidantes lenguas, el ligero tamboril brama, los
cóncavos címbalos rechinan, rápido el coro con acelerado paso se dirige al verdeante
Ida. Poseída y ansiosa, errante y sin resuello va Atis al frente a través de los umbríos
bosques, acompañada del tamboril, como una novilla indomable que no se somete al
peso del yugo: veloces siguen las Galas a su guía de pies ligeros. Y, en cuanto,
agotaditas, tocaron el templo de Cibeles, tras el excesivo esfuerzo, las vence un sueño
sin Ceres
(198). Un sopor que da pereza cubre sus ojos con resbaladiza languidez: en la
dulce quietud se les va el rabioso arrebato de su alma.
Pero, cuando el Sol
(199) de dorado rostro iluminó con sus ojos radiantes el
blanco éter, la dura tierra, el fiero mar, y expulsó con sus vigorosos caballos de
resonantes cascos las sombras de la noche, entonces a Atis, ya despierta, la abandona,
huyendo raudo, Sueño, a quien la diosa Pasítea
(200) acogió en su regazo palpitante. Así,
tras la dulce quietud, sin el agitado frenesí, en cuanto la propia Atis trajo a la memoria
sus actos y vio con claridad sin qué y dónde estaba, con el alma abrasándosele, volvió de
nuevo sus pasos hacia la playa. Allí, contemplando el vasto mar, con los ojos llenos de
lágrimas, habló así en medio de sus desgracias con triste voz a su patria:
«¡Oh patria que me diste la vida, oh patria madre mía!: abandonándote,
¡desdichado de mí!, como suelen a su señor los esclavos fugitivos, dirigí mis pasos a los
bosques del Ida, para vivir cerca de la nieve y de las heladas huras de las fieras y
acercarme, poseída, a todas sus guaridas, ¿dónde, en qué parajes puedo creer que te
encuentras, patria? Mis propias pupilas anhelan dirigir a ti su mirada, mientras por poco
tiempo está libre mi alma del fiero frenesí. ¿Me llevarán hasta estos bosques alejados de
mi casa? ¿Voy a estar lejos de mi patria, de mis bienes, de mis amigos, de mis padres?
¿Voy a estar lejos del foro, de la palestra, del estadio y de los gimnasios? Desdichado,
desdichado de mí, he de quejarme una y otra vez, alma mía. ¿Qué clase de aspecto hay
que yo no haya tomado? Yo, mujer; yo, mozo; yo, efebo; yo, niño; yo, del gimnasio, he
sido la flor, y era yo entonces la gloria de la palestra. Mis puertas estaban concurridas,
mis umbrales tibios, mi casa coronada de guirnaldas de flores, cuando, a la salida del sol,
tenía yo que abandonar mi alcoba. ¿Ahora me considerarán servidora de los dioses y
esclava de Cibeles? ¿Yo una Ménade, una parte de mí, un hombre sin hombría seré?
¿Habitaré yo los parajes del verdeante Ida vestidos de helada nieve? ¿Voy yo a pasar mi
vida al pie de las altas cimas de Frigia, donde la cierva selvática, donde el jabalí
correbosques? ¡Hasta qué punto me lamento de lo que he hecho, hasta qué punto me arrepiento!».
En cuanto el veloz lamento de sus labios de rosa alcanza los oídos gemelos
(201)
de los dioses llevándoles esta inesperada revelación, Cibeles, soltando el yugo uncido a
los leones
(202) y azuzando al de la izquierda, enemigo del ganado, habla así:
«¡Ea!, avanza fiero, haz que lo atormente la locura, haz que acosado por el arrebato encamine
al bosque sus pasos ese que con demasiado atrevimiento pretende escapar de mis
mandatos. ¡Ea!, sacúdete los lomos con tu cola, aguanta tus latigazos, haz que los parajes
todos retumben con tu atronador rugido, agita fiero tu melena roja en tu musculoso cuello».
Esto dice la amenazadora Cibeles y desata de su mano las riendas. La fiera,
espoleándose, infunde rabia a su corazón, avanza, ruge, rompe las zarzas con sus pasos
sin rumbo. Y, cuando llegó a los húmedos parajes de la playa de blanca arena y ve a la
tierna Atis cerca de la marmórea superficie del piélago, la ataca; ella, enloquecida, huye a
los bosques salvajes: allí siempre fue esclava durante toda su vida.
Gran diosa, diosa Cibeles, diosa señora de Díndimo, lejos de mi casa quede,
señora, todo tu arrebato: enloquece a otros, pon frenéticos a otros.

LXIV(203)

Cuentan que pinos nacidos antaño en la cumbre del Pelión surcaron las líquidas
olas de Neptuno hasta la corriente del Fasis y los territorios de Eetes, cuando jóvenes
escogidos, flor y nata de la juventud argiva, que deseaban arrebatar el vellocino de oro a
los de Cólquide
(204), se atrevieron a navegar el salobre mar con su rápida popa,
barriendo la azulada superficie con su remos de abeto. A ellos la diosa que tiene su
bastión en lo más alto de las ciudades
(205), ella misma, les hizo un carro que volaba con
ligera brisa, uniendo maderas de pino entretejidas a la combada quilla, la cual, la primera,
inició en la navegación a la inexperta Anfitrite
(206); y, en cuanto hendió con el espolón
el mar movido por los vientos y las olas erizadas por el remo encanecieron de espumas,
emergieron del brillante torbellino unos rostros serenos, las marinas Nereidas, que se
admiraban del prodigio. Aquel día y no otro vieron los mortales con sus ojos a las
Ninfas marinas
(207) con el cuerpo desnudo, que emergían hasta el pecho del blanco
torbellino. Se cuenta que entonces Peleo se encendió de amor por Tetis, que Tetis
entonces no desdeñó la boda con un humano, y el Padre mismo
(208) pensó entonces que Peleo debía unirse a Tetis.
¡Oh héroes nacidos en la más añorada época de los siglos, salud, estirpe de
dioses, noble descendencia de madres nobles, salud otra vez, salud! A vosotros, a
vosotros, sí, a menudo en mi canto invocaré, y muy especialmente a ti, encumbrado por
felices nupcias, Peleo, columna de Tesalia, a quien el propio Júpiter, el propio padre de
los dioses te concedió a su amada. ¿No fue acaso tu dueña la bellísima Tetis, hija de
Nereo? ¿No te autorizó Tetís a que te casaras con su nieta y Océano
(209), que abraza la tierra entera con el mar?
Tan pronto como llegaron esos días deseados, cumplido el plazo, Tesalia entera
llena en tropel la casa, de alegre reunión se colma el palacio: llevan en sus manos regalos,
muestran la alegría en su rostro. Queda desierta Cíeros, abandonan Tempe de Ptía, las
casas de Cranón y las murallas de Larisa; van juntos a Farsalia, pueblan las casas de
Farsalia
(210). Nadie cultiva los campos, los cuellos de los novillos se aflojan, no se
limpia la viña a ras de suelo con los curvos rastrillos, el toro no remueve los terrones
con la inclinada reja del arado, la hoz de los podadores no amengua la sombra del árbol,
una sucia herrumbre se cría en los arados abandonados. En cambio, la morada de Peleo,
por dondequiera que se extiende el opulento palacio, resplandece con el fulgor del oro y
de la plata. Brilla el marfil en los suelos, relucen las copas de la mesa, la casa entera goza
con las espléndidas riquezas reales. Se coloca en medio del palacio el gran lecho nupcial
de la diosa, que, limado con colmillos de la India, cubre una púrpura teñida con el
rosáceo jugo de la concha. Este cobertor, en colores bordado con antiguas imágenes de
hombres, muestra las cualidades de los héroes con admirable arte.
Mirando desde la rumorosa playa de Día
(211), Ariadna(212), con una
incontenible locura en su corazón, observa que Teseo se aleja con su rápida flota, y ni
siquiera todavía cree estar viendo lo que ve, porque entonces, nada más despertar de un
engañoso sueño, la desdichada se comprende abandonada en la arena solitaria. Por su
parte, el joven, dándola al olvido, golpea, en su huida, las olas con sus remos,
entregando vanas sus promesas al proceloso viento. A él, desde lejos, de entre las algas,
con ojillos tristes la Minoida
(213), como la imagen de piedra de una bacante, lo mira
-¡ay!-, lo mira y se agita a merced de las grandes olas de sus cuitas, sin sujetar en su rubia
cabeza el transparente tocado, sin cubrir su velado seno con el ligero encaje, ni sujetar
sus pechitos blancos como la leche con el bien torneado sostén. Todo lo cual, por
doquier caído de su cuerpo, ante sus propios pies, era juguete de las olas del mar. Pero
ella, en vez de preocuparse entonces de la suerte de su tocado ni de su velo a merced de
las olas, con todo su corazón, con toda su alma, con todo su ser, perdida, pendía sólo de
ti, Teseo. ¡Ay, desdichada!, fuera de ti con constante llanto te puso la Ericina
(214),
sembrando en tu corazón punzantes cuitas desde el momento en que el fiero Teseo
hubo salido de las sinuosas costas del Pireo para atracar junto al palacio gortinio del injusto rey 
(215).
Pues cuentan que antaño Cecropia
(216), obligada por una peste cruel a expiar la
muerte de Androgeón
(217), solía dar como festín al Minotauro(218) jóvenes escogidos
y la flor de las doncellas. El propio Teseo, como su estrecho recinto amurallado estaba
oprimido por estos males, eligió entregar su cuerpo en defensa de su querida Atenas
antes que se llevaran a Creta tales cortejos fúnebres de Cecropia sin cadáveres. Y así, en
su ligera nave y con las suaves brisas, llegó junto al magnánimo Minos y a su imponente morada.
En cuanto lo contempló con ojos de deseo la todavía doncella hija del rey, a la que
un casto lecho que exhalaba delicados olores alimentaba en el tierno regazo de su
madre, como los mirtos que crían las corrientes del Eurotas
(219) o los variados colores
que la brisa primaveral hace brotar, no apartó de él sus ojos ardientes antes de recibir
hasta lo más hondo en todo su cuerpo la llama y encenderse toda ella en lo más profundo de sus entrañas.
¡Ay, tú, que, desgraciadamente, avivando locuras con tu inflexible corazón,
sagrado niño 
(220), mezclas con las penas las alegrías de los hombres; y tú que reinas en
Golgos y en la frondosa Idalio
(221)!: ¡a qué oleajes habéis arrojado a esa niña de alma
ardiente, que suspiraba día a día por su rubio huésped! ¡Cuántos temores sufrió ella en
su abatido corazón! ¡Cuánto más pálida se quedó muchas veces que la amarillez del oro,
en tanto que Teseo, ansioso por luchar contra el cruel monstruo, andaba buscando o la
muerte o el premio de la gloria! A los dioses hizo promesas y votos que,
aun con labios callados, no fueron infructuosos ni vanos.
Pues, igual que en la cumbre del Tauro
(222) a una encina que bate sus ramas o a
un pino de resinosa corteza cargado de piñas un indomeñable remolino, doblando con
su soplo su resistencia, los sacó de cuajo (arrancados de raíz, caen a lo largo en un
vuelco, quebrando cualquier cosa que haya por delante); así, Teseo echó al suelo,
domeñando su corpulencia, al monstruo, que en vano lanzaba cornadas a los vacíos
vientos. Luego, a salvo y con inmensa gloria, desanduvo el camino, guiando sus errantes
pasos con un hilo transparente, no fuera a ser que, mientras salía de los recovecos del
laberinto, lo engañaran los rodeos inobservables del palacio.
Pero ¿a qué, apartándome de mi primer canto, voy yo a recordar más cosas?:
cómo la hija, renunciando a la presencia de su padre, a los abrazos de su hermana
(223),
en fin, a los de su madre que, desorientada, se alegraba por su pobre hija, antes que
todas estas cosas prefirió el dulce amor de Teseo. O cómo en una nave llegó a la
espumante playa de Día y, vencidos sus ojos por el sueño, su prometido, de ingrato corazón, la abandonó alejándose.
Cuentan que ella, enloquecida, con el corazón abrasándosele, muchas veces
profirió resonantes gritos desde lo más profundo de su pecho; y que unas veces, triste,
subía a los escarpados montes y, desde allí, dirigía su mirada al inmenso oleaje del
piélago; y que otras se lanzaba corriendo contra las olas del estremecido mar que le
salían al paso, subiéndose el ligero vestido hasta las pantorrillas desnudas; y que llena de
pena dijo con queja postrera dejando salir helados sollozos de su rostro humedecido:
«¿Así a mí, arrancada de los altares paternos, traidor, me abandonaste,
traidor, en la playa desierta, Teseo? ¿Así, marchándote tras despreciar la voluntad de los
dioses, ay, ingrato, llevas a tu casa funestos juramentos falsos? ¿Es que nada pudo hacer
cambiar la decisión de tu alma cruel? ¿No pudiste echar mano de un poco de
compasión como para que tu inflexible corazón quisiera apiadarse de mí? Pero no eran
ésas las promesas que un día me hiciste con cariñosa voz: ¡desdichada de mí!, no me
mandabas esperar tales cosas sino unas bodas alegres, un deseado himeneo, cosas todas
que dispersan vanas los aéreos vientos. ¡Que ya ninguna mujer confíe en el juramento
de un hombre, que ninguna espere que las palabras de un hombre sean leales!. Mientras
su pasión ardiente desea vivamente obtener algo, no temen jurar, no ahorran en
promesas; pero, en cuanto el antojo de su ansioso corazón ha quedado satisfecho, lo
dicho nada les inquieta, nada les preocupan sus falsos juramentos. En verdad yo te
arranqué, cuando te debatías en medio del torbellino de la muerte, y decidí perder a mi
hermano
(224) antes que abandonarte a ti, traidor, en una situación límite. Por ello se me
entregará como botín, para ser despedazada, a las fieras y a los buitres, y, muerta, no me
sepultarán con tierra encima. ¿Qué leona te parió al pie de una roca solitaria; qué mar te
arrojó, una vez concebido tú, de sus espumantes olas; qué Sirtes, qué rapaz Escila, qué
inmensa Caribdis
(225), a ti, que en lugar de una vida dulce devuelves tales premios? Si
no eran de tu agrado nuestras bodas porque temías las órdenes crueles de tu anciano
padre, pudiste sin embargo llevarme a tu morada para que te sirviera como esclava con
alegre celo, acariciando tus blancas plantas con aguas claras o cubriendo tu lecho con vestiduras purpúreas.
Pero, ¿a qué quejarme en vano, desquiciada por la pena, a las brisas que
nada saben, y que, por no estar dotadas de ningún sentido, no pueden oír ni devolver
los gritos proferidos? Él, por su parte, se halla ya casi en medio de las olas, en tanto que
ningún mortal aparece en las algas vacías. Así, la Suerte
(226) cruel, demasiado burlona
en esta situación límite, no ha prestado siquiera oídos a mis quejas.
¡Júpiter omnipotente, ojalá nunca sus cecropios navíos hubieran tocado
las playas de Cnoso, ni, portador de funestos tributos para el indomable toro, el traidor
navegante hubiera atado su soga en Creta, ni este malvado, ocultando sus crueles planes
bajo una dulce apariencia, hubiera descansado como huésped en nuestro palacio
(227)!
Pues, ¿adónde me volveré?, ¿en qué esperanza me apoyo, perdida
como estoy? ¿Me dirigiré a los montes del Ida
(228)? ¡Ay!, separándome con su ancho
torbellino, la amenazadora llanura del mar ¿dónde me aleja? ¿Esperaré la ayuda de mi
padre?; ¿acaso no lo abandoné yo misma por seguir a un joven manchado con la muerte
de mi hermano? ¿O es que me puedo yo consolar con el amor fiel de mi esposo? ¿No es
quien huye hundiendo sus tenaces remos en el torbellino? Además, la playa sin ningún
cobijo, la isla sola; no hay salida por rodearme las olas del piélago: ninguna posibilidad
de huir, ninguna esperanza: todo está mudo, todo desierto, todo señala a la muerte. Y,
sin embargo, no languidecerán antes mis ojos con la muerte ni mis sentidos se separarán
de mi cuerpo agotado antes de que, por haber sido traicionada, reclame de los dioses un
castigo justo y ruegue en mi último momento el compromiso de los seres celestiales.
Por eso, vosotras que castigáis las acciones de los varones con
vengador castigo, Euménides
(229), cuyas frentes coronadas con cabellos de serpientes
muestran las iras que escapan de vuestro pecho, aquí, venid aquí, oíd mis quejas, que yo,
¡ay desdichada!, me veo obligada a echar de lo más profundo de mis entrañas,
impotente, abrasada, ciega por una loca pasión. Como ellas nacen verdaderas de lo más
profundo de mi corazón, vosotras no dejéis que se pierda en vano mi llanto, sino, con el
propósito con que a mí me dejó sola Teseo, con ése, diosas, lleve a la perdición a sí mismo y a los suyos».
Después que profirió de su abatido corazón estos gritos, reclamando, ansiosa,
castigo para las acciones crueles, el que rige a los dioses asintió con inquebrantable
movimiento de cabeza. Con este movimiento la tierra y las erizadas superficies del mar
se estremecieron y el firmamento hizo estremecerse a las brillantes estrellas. Y el propio
Teseo, sembrada su alma de sombrías tinieblas, dejó escapar de su distraído
pensamiento todas las órdenes que mantenía antes con recuerdo firme, y no mostró que
llegaba sano y salvo al puerto de Erecteo izando las señales queridas para su afligido padre.
Pues cuentan que antaño, cuando Egeo confiara a los vientos a su hijo, que
abandonaba con su flota las murallas de la diosa
(230), abrazándolo, le dio al joven estas órdenes:
«Único hijo mío, que me alegras mucho más que la vida, hijo, me veo
obligado a enviarte a peligrosos destinos a ti, que me has sido devuelto hace nada en el
límite último de mi vejez, precisamente cuando mi suerte y tu ardiente valía te me
arrancan sin quererlo yo, que todavía no tengo saciados mis abatidos ojos con la querida
presencia de un hijo
(231); no te enviaré yo, gozoso, con el ánimo alegre, ni te dejaré
llevar señales de fortuna próspera, sino que, primero, sacaré de mi alma mis muchas
cuitas manchando mis canas con tierra y derramando polvo encima; luego colgaré del
errante mástil lienzos teñidos para que el oscuro lino ibero señale con su color de
púrpura mi luto y el fuego de mi alma. Por eso, si la habitante del sagrado Itono
(232),
que consiente en proteger nuestra estirpe y el palacio de Erecteo, te concediere bañar tu
diestra con la sangre del toro, entonces en verdad has de procurar que estas órdenes
estén vivas bien guardadas en la memoria de tu corazón y que el tiempo no borre
ninguna, de modo que, en cuanto tus ojos avisten nuestras colinas, las antenas dejen
caer completamente su vestidura funesta y las torcidas escotas icen velas blancas, para
que, nada más yo verlas, me permita gozar con espíritu alegre cuando un día feliz te traiga de regreso».
Estas órdenes abandonaron a Teseo, que antes las retenía con recuerdo
constante, como las nubes empujadas por el soplo de los vientos abandonan la elevada
cumbre de un monte nevado. Y su padre, como desde lo alto de la ciudadela dirigía sus
miradas, consumiendo sus ojos ansiosos en un llanto continuo, en cuanto vislumbró los
lienzos de la hinchada vela, se lanzó de cabeza desde lo más alto de las rocas, creyendo
que había perdido a Teseo por culpa de un hado inflexible. Así, al entrar bajo el techo
de su casa, desolada por la muerte del padre, el orgulloso Teseo sufrió en su persona un
dolor tal como el que había producido, por su ingrato corazón, a la Minoida, quien,
entonces, abatida, viendo de lejos la marcha de la nave, herida, revolvía en su alma múltiples cuitas.
Pero, desde otra parte, Yaco
(233), adornado con flores, revoloteaba con el
cortejo de Sátiros y de Silenos nacidos en Nisa, buscándote, Ariadna, y encendido por tu
amor. Y las Bacantes, moviendo sus cabezas al grito de "evohé, evohé", eufóricas, por
todas partes iban en arrebatado delirio. Unas blandían tirsos de punta cubierta de hojas;
otras agitaban en sus manos los miembros de un novillo despedazado; otras se ceñían
con serpientes retorcidas; otras ritualizaban en cóncavas cestas los misterios secretos,
misterios que en vano anhelan oír los no iniciados; otras golpeaban los tímpanos con
sus palmas extendidas o hacían salir del redondeado bronce suaves tintineos; muchas,
soplando en cuernos, les arrancaban roncos sones, y la flauta extranjera chirriaba con un sonido que producía horror.
El cobertor, magníficamente adornado con tales figuras, envolviendo el sitial
nupcial, lo cubría con su tela. Después que la juventud tesalia se sació de contemplarlo
ansiosamente, comenzó a dejar sitio a los sacrosantos dioses. Entonces, igual que el
Céfiro
(234), encrespando el sosegado mar con su soplo matutino, levanta empinadas
olas, al salir la aurora bajo los umbrales del Sol
(235) errante, y las olas, primero
lentamente, empujadas por un leve soplo avanzan y resuenan suavemente con golpeteo
de carcajada, y, después, con el crecer del viento más y más van en aumento y, mientras
nadan, desde lejos refulgen de luz purpúrea: así entonces, abandonando los regios
techos del zaguán, cada uno partía hacia su casa desde todas partes con paso errante.
Después de su marcha, el primero, desde la cumbre del Pelión, llegó Quirón
(236) con
dones de los bosques: pues todas las flores que producen los campos, las que cría la
región tesalia en sus grandes montañas, las que el soplo fecundo del tibio Favonio
(237)
hace brotar cerca de las ondas del río, ésas, tejidas en entrelazadas guirnaldas, las trajo el
propio Quirón, y la casa, rociada con ese gozoso olor, rió. Enseguida llega Peneo
(238),
abandonando la lozana Tempe (Tempe, a la que ciñen los bosques que se elevan sobre
ella)
(239), y no de vacío. En efecto, trajo él hayas de profundas raíces y altos laureles de
recto tronco, no sin un cimbreante plátano y la flexible hermana del abrasado
Faetonte
(240) y un ciprés elevado. Los colocó entretejidos, ampliamente, alrededor de la
casa, para que el zaguán, cubierto por la muelle fronda, adquiriese verdor. Detrás de él
llega Prometeo
(241), de inteligencia sagaz, trayendo las huellas diluidas del antiguo
castigo que antaño, con sus miembros atados con pétrea cadena, pagó colgado de
escarpada cumbre. Luego el padre de los dioses con su sagrada esposa y con sus hijos
llegó, dejándote a ti solo, Febo, en el cielo, y además a tu gemela, habitante de los
montes del Idro
(242): pues, contigo, también tu hermana despreció a Peleo
y no quiso celebrar el banquete nupcial de Tetis.
Después que éstos hubieron acomodado sus miembros en blancos sitiales, se
prepararon mesas con muy variados manjares, cuando, entretanto, las Parcas
(243),
agitando sus cuerpos en un vacilante movimiento, comenzaron a cantar cantos llenos de
verdad. Un vestido blanco con cenefa de púrpura, que les envolvía completamente el
tembloroso cuerpo, las ceñía hasta los tobillos, y en su cana cabeza había rosadas cintas,
y sus manos iban recorriendo según el rito la eterna labor. La izquierda sostenía la rueca,
llena de suave lana; la derecha, bien moviéndose con ligereza con los dedos hacia arriba
iba formando los hilos, o bien retorciéndolos en el pulgar vuelto hacia abajo movía el
huso nivelado con el redondeado tortero, y, así, los dientes, mordiendo la labor, la
igualaban continuamente, y a los labios resecos se pegaban mordiscos de lana que antes
habían quedado sobresalientes en la superficie del hilo. Ante sus pies, los cestillos de
mimbre guardaban los blandos vellones de la lana que caía. Entonces ellas, mientras
iban arrancando los copos, con sonora voz profirieron esta clase de hados en un
profético canto, en un canto que después ninguna época acusará de falto a la verdad:
«¡Oh tú, que aumentas tu insigne nobleza con grandes cualidades,
defensa de Ematia
(244), tú, el preferido para el hijo de Ops(245)!, escucha el verdadero
oráculo que en este día alegre te revelan las hermanas.
¡Pero vosotros corred llevando la trama que siguen los hados, corred, husos!
Vendrá ya Héspero
(246) trayéndote las cosas deseadas para los
maridos, vendrá con estrella propicia tu esposa para inundarte el corazón con su amor
irresistible y disponerse a compartir contigo apacibles sueños, poniendo sus delicados
brazos alrededor de tu cuello robusto. ¡Corred llevando la trama, corred, husos!
De vosotros nacerá Aquiles
(247), desprovisto de miedo, conocido para
el enemigo no por su espalda, sino por su valiente pecho, quien muy a menudo,
victorioso en la incierta liza de la carrera, aventajará las llameantes huellas de una cierva veloz.
¡Corred llevando la trama, corred, husos!
A él ningún héroe se comparará en la guerra cuando las llanuras frigias
manen con sangre teucra y cuando, sitiando las murallas de Troya en una guerra larga,
las devaste el tercer sucesor del perjuro Pélope
(248). ¡Corred llevando la trama, corred, husos!
De él eximias cualidades y famosas hazañas muchas veces proclamarán
las madres en el entierro de sus hijos cuando suelten de su cana cabeza su desaliñada
cabellera y manchen de ceniza con sus débiles manos sus pecho marchito.
¡Corred llevando la trama, corred, husos!
Pues igual que el segador, cortando apretadas espigas, siega los campos
que amarillean bajo un sol ardiente, él derribará con su hierro hostil los cuerpos de los
nacidos en Troya. ¡Corred llevando la trama, corred, husos!
Serán testigos de sus grandes cualidades las aguas del Escamandro, que
en desorden van a desembocar en el rápido Helesponto
(249), cuyo curso, estrechado
por montones de cadáveres, entibiará las profundas corrientes con sangre mezclada.
¡Corred llevando la trama, corred, husos!
Finalmente será también testigo el botín otorgado a su muerte cuando
su cónica pira, amontonada en un elevado túmulo, reciba los blancos miembros de una
doncella inmolada. ¡Corred llevando la trama, corred, husos!
Pues, tan pronto como la Suerte
(250) haya concedido a los agotados
aqueos desatar las cadenas de Neptuno de la ciudad dardania
(251), su elevado sepulcro
quedará rociado con la sangre de Políxena
(252), quien, cual víctima que se desploma por
el hierro de doble hoja, dejará caer su cuerpo roto doblando las rodillas.
¡Corred llevando la trama, corred, husos!
Por eso, ¡ea!, juntad los deseados amores de vuestra alma. Que el
esposo reciba a la diosa con alianza dichosa, que se le entregue al marido, que la desea
desde hace tanto, la novia. ¡Corred llevando la trama, corred, husos!
La nodriza, al volverla a ver cuando despunte el día, no habrá podido
rodear su cuello con el hilo de la víspera
(253). ¡Corred llevando la trama, corred, husos!
Ni la desasosegada madre, entristecida porque su disconforme hija ha
estado apartada del lecho, abandonará la esperanza de tener queridos nietos.
¡Corred llevando la trama, corred, husos!».
Profetizando antaño tales felices presagios de Peleo, los cantaron las Parcas
de pecho profético. Pues los habitantes del cielo solían visitar antes en persona las
castas moradas de los héroes y mostrarse en las reuniones de los hombres, cuando el
amor a los dioses aún no había sido despreciado. A menudo el padre de los dioses,
cuando volvía de nuevo a su brillante templo, al haber llegado los sagrados ritos
anuales de los días de fiesta, contempló cómo caían en tierra cien toros. A menudo
Líber, vagando por lo más alto del Parnaso, condujo a las Tíades, que gritaban
¡evohé!, con los cabellos sueltos, cuando en Delfos, saliendo a porfía en carrera de
toda la ciudad, recibían alegres al dios con sus altares humeantes
(254). A menudo
Mavorte
(255), en la mortífera disputa de la guerra, o la señora del rápido Tritón(256)
o la doncella Ramnusia
(257) en persona han arengado a grupos de hombres armados.
Pero, después que la tierra se llenó de nefandos crímenes y todos desterraron la
justicia de su ambicioso corazón; los hermanos bañaron sus manos con la sangre del
hermano; el hijo dejó de llorar a sus padres desaparecidos; el padre deseó la muerte
de su hijo en lo mejor de la vida para, libre, gozar de la flor de una madrastra virgen;
la sacrílega madre, acostándose con su hijo ignorante, no temió, sacrílega, mancillar a
los dioses familiares; todas las cosas lícitas mezcladas por una dañina locura con las
ilícitas han apartado de nosotros el corazón justiciero de los dioses. Por eso no se
dignan en visitar tales reuniones ni permiten que la clara luz los toque.

LXV(258)

Aunque a mí, abatido por un continuo dolor, la preocupación me aparta de las
sabias vírgenes
(259), Órtalo(260), y la disposición de mi ánimo no puede producir los
dulces frutos de las Musas (en tan grandes desgracias se agita mi alma: pues hace nada la
corriente que mana del remolino del Leteo
(261) bañó el pálido pie de mi hermano, él a
quien, arrancado a mis ojos, la tierra de Troya deshace al pie de la costa del Reteo
(262).
Te hablaré, pero nunca te oiré contar tus cosas, nunca podré ya verte, hermano más
querido para mí que la vida
(263); pero, en verdad, siempre te querré, siempre cantaré
cantos de duelo por tu muerte, como los que bajo las espesas sombras de las ramas
canta la de Dáulide, lamentando el destino del desaparecido Ítilo)
(264); sin embargo, en
medio de tan grandes tristezas, Órtalo, te envío estos versos del Batíada
(265) traducidos
para ti, para que no creas acaso que tus palabras, confiadas en vano a los vientos
errantes, se han escapado de mi memoria, como la manzana
(266), enviada por el
prometido en furtivo regalo, del casto regazo de la doncella se escurre, y a la pobre, al
olvidarse de que la ha colocado bajo su suave vestido, mientras da un salto ante la
llegada de su madre, se le escapa; la manzana se echa a rodar veloz por el suelo,
y a ella, afligida, le aflora en el rostro un rubor revelador.

LXVI(267)

El que distinguió una por una todas las lumbres del gran firmamento, el que
descubrió la salida y el ocaso de las estrellas, cómo se oscurece el llameante resplandor
del rápido sol, cómo los astros se retiran en momentos fijos, cómo un dulce amor,
alejando a hurtadillas a Trivia bajo las rocas de Latmo
(268), la hace descender de su
ronda aérea; ese mismo, el famoso Conón
(269), por voluntad celestial, me vio
resplandeciendo de claridad a mí, cabellera de la cabeza de Berenice, a quien ella
prometió, alzando sus delicados brazos, a muchas de las diosas, en aquella ocasión
cuando el rey, lleno de vigor por unas bodas recientes, había ido a devastar los
territorios asirios, llevando las dulces huellas de la pelea nocturna que había sostenido por el botín de la virginidad.
¿Es acaso la pasión motivo de odio para las recién casadas? ¿No se burlan ellas
de las alegrías de sus padres con lágrimas falsas que derraman con abundancia tras el
umbral de la habitación nupcial? ¡Que los dioses me asistan!: no son de verdad sus
gemidos. Eso me lo enseñó mi reina con sus muchas quejas cuando su reciente marido
iba a iniciar fieros combates. ¿No es verdad que tú, abandonada, no lloraste por tu lecho
huérfano, sino por la lamentable partida de tu querido hermano
(270)? ¡Cómo devora la
preocupación hasta lo más profundo tus apesadumbradas entrañas! ¡Cómo entonces tú,
con la angustia dueña de toda tu alma, arrebatados los sentidos, perdiste la cordura!
Pero yo, bien es cierto, te sabía valiente desde que eras pequeña. ¿Te has olvidado acaso
de la brillante acción por la que conseguiste una boda real, y a la que no se ha atrevido
ninguno más fuerte? ¡Qué palabras tristes dijiste entonces al despedir a tu marido! ¡Por
Júpiter, cuántas veces te secaste los ojos con tus manos! ¿Qué dios tan grande te ha
cambiado? ¿Es porque los amantes no quieren estar lejos del cuerpo que adoran?
Y entonces me prometiste a todos los dioses por tu dulce esposo no sin el
sacrificio de un toro, si obtenía el regreso. Él, en no largo tiempo, había añadido el Asia
conquistada a los territorios de Egipto. Yo, entregada por esas acciones a la asamblea
celestial, cumplo los votos de antaño con el regalo reciente. De mala gana, oh reina, me
separé de tu cabeza, de mala gana: lo juro por ti y por tu cabeza, y todo el que jure en
vano que se lleve su merecido; pero, ¿quién pretenderá ser igual al hierro? También fue
derribado aquel famoso monte, el mayor en las tierras, sobre el que pasa la célebre
descendencia de Tía
(271), cuando los medos descubrieron un nuevo mar y cuando la
juventud extranjera navegó con su flota por en medio del Atos
(272). ¿Qué pueden
hacer unos bucles cuando cosas tales ceden ante el hierro? ¡Júpiter!, que perezca toda la
raza de los cálibes
(273) y el que primero se aplicó a buscar venas bajo tierra y a modelar la dureza del hierro.
Recién separadas, trenzas hermanas lloraban mi destino, cuando el hermano del
etíope Memnón
(274), impulsando el aire con el batir de sus alas, se presentó, caballo
volador de la locria Arsínoe
(275); y él, llevándome, alza su vuelo por las etéreas sombras
y me deposita en el casto regazo de Venus. La propia Cefirítide había enviado allí a su
criado, ella, habitante griega de las costas de Canopo. Para que en la divinidad del cielo
no sólo estuviera fija la corona de oro de las sienes de Ariadna
(276), sino que también
refulgiera yo, devotos despojos de una cabeza rubia, la diosa a mí, que llegaba a los
templos de los dioses algo humedecida por el llanto, me colocó como un nuevo astro
entre los antiguos. Pues tocando los luceros de la Virgen y del feroz León, junto a
Calisto, la hija de Licaón, me dirijo hacia el ocaso, como guía delante del lento
Boyero
(277), que con dificultad se sumerge tarde en el profundo Océano. Pero aunque
de noche me pisan las huellas de los dioses
(278), el día, sin embargo, me devuelve a la
canaTetís
(279) (con tu permiso se me consienta hablar ahora, virgen Ramnusia(280),
pues yo no ocultaré la verdad por ningún temor, ni siquiera aunque los astros me
desgarren con sus palabras hostiles para que no descubra yo los secretos de mi pecho).
No me alegro tanto por estas cosas como me atormento porque siempre estaré lejos,
estaré lejos de la cabeza de mi dueña, con la que yo, mientras fue doncella en otro
tiempo, desconocedora ella de toda clase de perfumes de una casada, bebí muchos vulgares
(281).
Ahora vosotras, a las que unió en el día deseado la antorcha nupcial, no
entreguéis vuestros cuerpos a los enamorados esposos desnudando vuestros pechos al
arrojar lejos el vestido, antes que el ónice
(282) derrame para mí gozosos dones, vuestro
ónice, vosotras que cultiváis vuestros derechos en casto lecho. Pero la que se ha
entregado a un deshonesto adulterio, ¡ay!, que el polvo ligero beba vanos sus regalos,
pues yo no busco, de las indignas, ningún premio. Más bien, recién casadas, quiero una
cosa: que siempre la armonía, siempre el amor habite todos los días vuestras casas.
Y tú, reina, cuando contemplando las estrellas aplaques a la diosa Venus los días
de fiesta, no permitas que yo, que soy tuya, me quede sin perfumes, sino hazme
participar de generosos regalos. Sigan su curso los astros, vuelva yo a ser cabellera real
(283).
¡Orión brillaría al lado del Acuario
(284)!

LXVII(285)

El poeta:
Oh agradable para un delicado marido, agradable para un padre, salud, y que
Júpiter te favorezca con su buena mano, puerta, que -dicen- has servido
beneficiosamente a Balbo
(286) antaño, cuando él mismo, anciano, poseyó la casa, y que
-cuentan, en cambio- has servido dañinamente a su hijo, después que te has convertido
en casada, una vez enterrado el anciano. ¡Anda!, dime por qué se cuenta que,
transformada, has abandonado la antigua lealtad hacia tu dueño.
La puerta:
Válgame Cecilio, a quien ahora se me ha entregado. No es culpa mía, aunque
se dice que lo es, ni nadie puede decir que yo he cometido falta alguna, pero para la
gente todo lo hace la puerta
(287) y, dondequiera que se encuentra algo no bien hecho,
todos gritan contra mí: puerta, la culpa es tuya.
El poeta:
En ese punto no es bastante que tú lo digas con sólo las palabras,
sino que hagas que cualquiera lo sienta y lo vea.
La puerta:
¿Cómo puedo? Nadie pregunta ni se molesta en saberlo.
El poeta:
Yo lo quiero: no dudes en decírmelo.
La puerta:
Primero, pues, eso que se cuenta de que se me ha entregado una doncella es
falso. A ella no la habrá tocado el primero su marido, cuyo puñalito, que le cuelga más
lacio que una acelga tierna, nunca se le levantó ni a la mitad de la túnica; dicen, en
cambio, que fue el padre quien violó el lecho de su hijo y mancilló la desgraciada casa,
bien sea porque su perverso corazón ardía de ciego amor, bien porque el hijo era
impotente y de semen estéril y se tuvo que buscar por donde fuera algo
con más garra que pudiera desatar el cinturón virginal.
El poeta:
Me hablas de un padre extaordinario por su admirable amor filial,
ya que él mismo ha meado en el regazo de su hijo.
La puerta:
Pero no sólo eso dice que tiene conocido Brixia, situada al pie de la atalaya
cicnea, por la que corre el dorado Mela con su suave corriente, Brixia, amada madre de
mi Verona, sino que habla de Postumio y del amor de Cornelio
(288), con los que ella
cometió un vil adulterio. A esto dirán una cosa: «¿Cómo? ¿Sabes tú esas cosas, puerta,
tú, que nunca has podido alejarte del umbral de tu dueño ni escuchar a la gente, sino
que aquí fijada a la viga no haces otra cosa que cerrar y abrir la casa?» A menudo la oí
contar entre cuchicheos, sola con sus esclavas, sus pecadillos y decir por su nombre a
los que he dicho, porque fiaba ella en que yo no tenía ni lengua ni oreja. Además, añadía
a otro de quien no quiero decir su nombre para que no levante el rojo entrecejo; es un
hombre alto a quien antaño el falso parto de un vientre mentiroso acarreó un gran proceso.

LXVIII(289)

El hecho de que me envíes esta pequeña carta, escrita con tus lágrimas,
abrumado tú por una suerte y una desgracia amarga, para que, como a un náufrago
zarandeado por las espumantes olas del mar, te salve y te arranque del umbral de la
muerte, pues ni la sagrada Venus te deja descansar con muelle sueño, abandonado en
lecho célibe, ni las Musas te deleitan con el dulce canto de los viejos escritores, cuando
tu corazón angustiado anda en vela: eso me es grato, porque me consideras amigo tuyo
y, en consecuencia, me pides los dones de las Musas y de Venus.
Pero, para que no te sean desconocidos mis pesares, mi querido Alio, ni creas
que yo aborrezco el deber de hospitalidad
(290), entérate en qué vaivenes de la fortuna
me debato yo mismo, para que no pidas en adelante de este desdichado que soy felices dádivas.
En el tiempo en que por primera vez se me entregó la vestidura blanca
(291),
cuando mi edad en flor disfrutaba de una primavera radiante, jugueteé bastante con el
amor. No me desconoce la diosa que mezcla con las cuitas una dulce amargura
(292);
pero la aflicción por la muerte de mi hermano me arrancó todo el empeño.
(¡Oh hermano, arrancado a mí, para mi desdicha!; tú con tu muerte has roto mi sosiego, tú,
hermano; al tiempo que tú ha quedado enterrada nuestra casa entera, al tiempo que tú
han perecido todas nuestras alegrías, que, en vida, alimentaba tu dulce amor
(293). Pues,
con tu desaparición, he ahuyentado yo de mi alma entera estas aficiones y todos los goces del espíritu).
Por ello, eso que escribes
(294) de que es humillante para Catulo estar
en Verona, porque, aquí, cualquiera de alcurnia puede entibiar sus helados miembros en
la habitación que ha abandonado, eso, mi querido Alio, no es humillante, es más una
desgracia. Me perdonarás, pues, si los dones que mi aflicción me arrancó, ésos, no te los
proporciono porque no puedo. Pues, el no tener conmigo una gran cantidad de libros se
debe a que vivimos en Roma: aquélla es mi casa, aquélla mi residencia, allí se consume
mi vida; hasta aquí me sigue, de mis muchos, un solo cofrecillo. Como esto es así, no
querría que te hicieras la idea de que yo obro con mala intención o con un espíritu no
demasiado noble, porque a ti, que me lo has pedido, no te he proporcionado ninguna de
las dos cosas: espontáneamente te las ofrecería si tuviera alguna posibilidad.
No puedo callar, diosas, en qué asunto me ayudó Alio ni con cuán grandes
servicios me ayudó, no sea que la fugacidad de la vida con el olvido de las generaciones
cubra con ciega noche estos desvelos suyos; sino que os lo diré a vosotros, vosotros
luego decídselo a muchos miles y haced que este papel, de viejo, hable, para que viva en
mis versos incluso después de la muerte
(295) y que, muerto él, se haga conocido más y
más, y la araña que teje en lo alto su tela transparente no cumpla su tarea sobre el
nombre, desconocido, de Alio. Pues sabéis qué preocupación me trajo la doble diosa de
Amatunte
(296) y en qué tipo de fuegos me abrasó cuando ardía yo tanto como la roca
Trinacria y el manantial del golfo Maliaco en las Termópilas del Eta
(297), y, afligidos,
mis ojos no dejaban de consumirse en un llanto continuo
ni mis mejillas de humedecerse con triste lluvia de lágrimas.
Como límpido en la cumbre de un elevado monte brota de una piedra musgosa
un arroyo, y, cuando ha rodado entre las peñas desde un valle inclinado, atraviesa por el
medio de un camino de frecuente gentío, dulce alivio para el fatigado viajero en su
sudor, cuando agobiante el verano agrieta los campos abrasados; o como, zarandeados
en negro remolino, en ese momento a los marinos les llega una brisa favorable que
sopla muy suavemente, implorada ya con preces a Pólux, ya a Cástor
(298): un socorro
tal fue para mí Alio. Él abrió con ancha linde un campo vallado, y él me dio una casa y
una dueña junto a la cual entregarme a amores recíprocos. Hacia allí se dirigió mi blanca
diosa
(299) con delicado pie y, apoyando su resplandeciente planta en el gastado umbral,
se detuvo sobre sus parlanchinas sandalias, como en otros tiempos, ardiendo de amor
por su esposo, llegó Laodamía
(300) a la casa de Protesilao, en vano comenzada, cuando
una víctima con su sagrada sangre aún no había apaciguado a los señores celestiales.
¡Que nada me agrade en absoluto, virgen Ramnusia
(301), lo que se emprende contra la voluntad de los dioses!
Hasta qué punto un altar ayuno puede desear una sangre
piadosa lo aprendió Laodamía, tras perder a su marido, obligada a dejar escapar el cuello
de su reciente esposo antes que la llegada de sucesivos inviernos hubiese saciado en sus
largas noches su ávido amor hasta el punto de poder vivir con su matrimonio roto:
porque las Parcas
(302) sabían que desaparecería en no largo tiempo, si se iba como
soldado a la muralla iliaca; pues entonces, por el rapto de Helena, Troya empezaba a
traer hacia sí a los principales varones de los argivos, Troya -nombre maldito-, sepulcro
común de Asia y Europa, Troya, amarga ceniza de varones y de todas las valentías, que
incluso acarreó a mi hermano una deplorable muerte. (¡Ay, hermano arrancado a mí,
para mi desdicha; ay, luz gozosa que te han arrancado, pobre hermano! Al tiempo que
tú ha quedado enterrada nuestra casa entera, al tiempo que tú han perecido todas
nuestras alegrías, que, en vida, alimentaba tu dulce amor
(303). A él ahora tan lejos, no
entre sepulcros conocidos ni cerca de cenizas de parientes enterrado, sino en la siniestra
Troya, en la funesta Troya, lo retiene sepultado en el confín del mundo una tierra
extraña). Cuentan que, por dirigirse entonces hacia ella desde todas partes en tropel, la
juventud griega abandonó los hogares familiares, para que Paris, ufano con el robo de la
adúltera, no pasara un pacífico descanso en un tálamo sosegado. Esta desgracia, a ti,
bellísima Laodamía, te arrebató entonces un marido más dulce que tu vida y tu alma: la
pasión del amor, tragándote en tan gran torbellino, te había arrastrado hasta un
desgarrado abismo, como el de Féneo, cerca de Cilene, que -dicen los griegos- seca el
fértil suelo, evaporado el pantano, y que -es fama- en otro tiempo excavó, horadando las
entrañas del monte, el falso hijo de Anfitrión, en la época en que, por mandato de un
amo inferior, mató con su certera saeta a los monstruos de Estinfalo, para que la puerta
del cielo fuese hollada por más dioses y Hebe no tuviera una larga soltería
(304). Pero tu
profundo amor fue más profundo que aquel abismo, amor que te enseñó a ti,
entonces indómita, a soportar el yugo.
Pues ni para un abuelo de avanzada edad tan querida es la presencia de un nieto
tardío que cría su única hija, nieto que, encontrado por fin para heredar las riquezas del
abuelo, apenas ha incluido su nombre en el registro del testamento, quita al pariente
burlado las perversas alegrías y hace alejarse al buitre de la cana cabeza. Ni tanto ha
gozado de un blanco palomo ninguna compañera que -dicen- le arranca siempre besos
con su mordiente pico con menos vergüenza que la que es mujer especialmente
insaciable. Pero tú sola has superado los grandes arrebatos de éstos, en cuanto te uniste
a tu rubio esposo. Digna rival entonces en todo o casi de ti, la luz de mis ojos
(305) se
refugió en mis brazos; y corriendo a menudo Cupido a su alrededor de acá para allá,
refulgía radiante, con su túnica de azafrán. Aunque ella no se contenta sólo con Catulo,
soportaremos las escasas traiciones de mi reservada dueña para no ser demasiado
enojosos a la manera de los necios: a menudo incluso Juno, la más grande de los
habitantes celestiales, cuece la ira encendida por los pecados de su esposo, sabedora de
los muchísimos amoríos del insaciable Júpiter
(306). Pero no es justo comparar a los
hombres con los dioses
(307). No vino, sin embargo, ella, guiada hasta mí por la diestra
paterna, a una casa que exhalaba perfume asirio, sino que me dio sus furtivos regalillos
una noche maravillosa, robados de los brazos mismos de su propio marido. Por lo cual,
ya es bastante si a mí solo se me concede ese día que ella señala con piedra más blanca
(308).
Este regalo, el que he podido, compuesto en verso, te lo ofrezco, Alio, en
agradecimiento a tus muchos favores, para que tu nombre no lo toque con sucia
herrumbre ni este día ni mañana ni otro ni ninguno. A esto que añadan los dioses los
presentes, cuantos más mejor, que Temis
(309) antaño solía conceder a los hombres
piadosos de antes. Que seáis felices tú y tu vida y tu casa, en la que hemos jugado al
amor mi dueña y yo, y el que desde el principio, como huésped, nos ofreció su
tierra
(310), de quien especialmente han nacido todas las cosas buenas, y, sobre todo, por
delante de todos la que me es más querida que yo mismo, mi lucero,
que, porque ella vive, me es dulce vivir.

LXIX

No te extrañes, Rufo(311), de que ninguna mujer quiera tenerte sobre sus
delicados muslos, ni aunque la seduzcas con el regalo de un vestido especial o con el
capricho de una piedra preciosa. Te hace daño cierta mala habladuría, según la cual
dicen que un feroz macho cabrío habita bajo el valle de tus sobacos. A ése lo temen
todas, y no es extraño: pues es un animal muy malo, y con él una chica guapa no se
acostará. Por eso, o matas esa peste cruel para la nariz, o deja de extrañarte de que huyan.

LXX

La mujer mía(312) dice que prefiere no entregarse a nadie más que a mí, ni
aunque el propio Júpiter se lo pida. Lo dice: pero lo que una mujer dice a su amante
ansioso, debe escribirse en el viento y en una corriente de agua.

LXXI

Si a alguien, con razón, le ha sido una molestia el maldito macho cabrío de los
sobacos, o si a uno, merecidamente, un tardío mal de gota lo desgarra, ese rival tuyo,
que se trabaja sin descanso a tu amor, milagrosamente ha obtenido de ti uno y otro mal.
Pues, cuantas veces jode, tantas castiga a ambos: a ella la agobia con su olor y él muere de ataque de gota
(313).

LXXII

Decías tiempo atrás que tú conocías sólo a Catulo, Lesbia, y que no querías,
cambiándolo por mí, ser dueña de Júpiter. Te amé tanto entonces, no como uno a su
amiga, sino como ama un padre a sus hijos y yernos. Ahora te conozco: por eso, aunque
me quemo con más vehemencia, sin embargo me resultas mucho más despreciable y frívola. «¿Cómo puede ser?», dices.
Porque un engaño de esa clase obliga al amante a estar más enamorado pero a bienquerer menos.

LXXIII

Deja de querer merecer nada de nadie o de creer que alguien puede resultar leal.
Todo es ingratitud, nada aprovecha haber obrado buenamente; es más: incluso hastía y
perjudica más. Así me pasa a mí, a quien nadie atormenta más dura y amargamente que
el que hasta hace poco me tuvo como solo y único amigo
(314).

LXXIV

Gelio(315) había oído que su tío solía censurar a todo el que hablara de sus goces o se dedicara a ellos.
Para que eso no le pasara a él mismo, se dedicó a sobetear a la propia esposa
de su tío, y lo convirtió en un Harpócrates
(316).
Consiguió lo que quería: pues, aunque ahora se la dé a chupar a su propio tío, éste no dirá una palabra.

LXXV

A tal situación ha llegado mi alma por tu culpa, Lesbia mía, y de tal modo ella
misma se ha perdido por su fidelidad, que ya no es capaz de bienquererte, aunque te
vuelvas la mejor, ni de dejar de desearte, hagas lo que hagas.

LXXVI

Si algún placer tiene el hombre al recordar sus buenas acciones del pasado,
cuando piensa que él es íntegro, que no ha violado la sagrada lealtad, ni en ningún pacto
ha hecho mal uso de la divinidad de los dioses para engañar a los hombres, muchas
alegrías permanecen preparadas para ti a lo largo de tu vida, Catulo, por este amor desagradecido.
Pues todo lo que los hombres pueden decir o hacer en favor de alguien, eso tú
lo has dicho y lo has hecho. Todo ello pereció, confiado a un corazón desagradecido.
Por eso, ¿por qué vas a crucificarte ya más? ¿Por qué no te consolidas en tu espíritu y te
alejas de una vez de ahí y, ya que tienes a los dioses contra ti, dejas de ser desgraciado?
Difícil es dejar de repente un largo amor. Difícil es, pero consíguelo como sea:
ésa es tu única salvación, ésa debe ser tu victoria; hazlo, puedas o no puedas.
¡Dioses!, si es propio de vosotros sentir compasión, o si a alguno alguna vez en
el instante último, ya en el momento preciso de su muerte, le prestasteis ayuda, volved
los ojos a este desdichado que soy, y, si he pasado mi vida honradamente, arrancadme
esta peste y esta perdición: ¡ay!, penetrándome hasta lo más profundo de mis entrañas
como un letargo, expulsó de todo mi corazón las alegrías. Ya no deseo eso, que ella a su
vez me quiera, o, lo que no es posible, que quiera ser pudorosa: yo sólo deseo estar bien
y abandonar esta horrible enfermedad. ¡Dioses!, concedédmelo por mi amor a vosotros.

LXXVII

Rufo(317), a quien en vano e inútilmente he creído mi amigo (¿en vano? Mucho
peor: a un precio grande y doloroso), ¿así te infiltraste dentro de mí y, abrasándome
completamente las entrañas, arrancaste a este desdichado que soy toda nuestra dicha?
Me la arrancaste, ¡ay!, cruel veneno de nuestra vida, ¡ay!, peste de nuestra amistad.

LXXVIII

Galo(318) tiene dos hermanos, de los cuales uno tiene una esposa muy atractiva,
el otro un hijo atractivo. Galo es un hombre primoroso, pues une dulces amores,
cuando acuesta con el muchacho primoroso a la muchacha primorosa. Galo es un
idiota, y no cae en la cuenta de que él es un hombre casado que,
en su faceta de tío, llega a mostrar el adulterio a costa de un tío.

LXXVIIIa(319)

Pero ahora lamento esto: que tu sucia saliva haya meado los besos puros de
una muchacha pura. Pero eso no te lo vas a llevar sin castigo: pues todos los siglos te
conocerán y la vieja fama dirá qué clase de hombre eres.

LXXIX

Lesbio(320) es guapo. ¿Cómo no? A él Lesbia lo prefiere antes que a ti y a toda
tu familia, Catulo. Y, sin embargo, que ese guapo ponga en venta a Catulo con su
familia si ha encontrado tres besos de sus conocidos.

LXXX

¿Qué voy a decir, Gelio(321), de por qué esos rosados labios tuyos se vuelven
más blancos que la nieve de invierno, cuando de mañana sales de casa y cuando la hora
octava
(322) te saca de la muelle tranquilidad en los días largos?
No sé qué hay de cierto: ¿o es verdad lo que susurran las habladurías de que tú
devoras la crecida tiesura de la entrepierna de un hombre? Es cierto, sí: lo gritan los
costados, rotos, del pobrecito Víctor
(323) y tus labios marcados con suero ordeñado.

LXXXI

¿Es que entre tanta gente, Juvencio(324), no pudo haber ningún hombre guapo
del que te fueras tú a enamorar, en vez de este huésped tuyo, del moribundo lugar de
Pisauro
(325), más pálido que una estatua amarillenta? Ese que ahora es tu delirio, a
quien te atreves a anteponer a mí: no sabes lo que haces haciendo eso.

LXXXII

Quintio(326), si quieres que Catulo te deba sus ojos o algo, si lo hay, más
querido que sus ojos, no le arrebates lo que le es mucho más querido que sus ojos
o lo que pueda ser más querido que sus ojos.

LXXXIII

Lesbia, en presencia de su marido(327), echa un montón de pestes contra mí:
eso a ese insensato le produce la máxima alegría. ¡Mulo!, no te enteras de nada: si, por
haberse olvidado de mí, callase, estaría curada; en realidad, como gruñe e injuria, no
sólo se acuerda de mí, sino, lo que es mucho más revelador, está encolerizada: o sea, se quema y lo cuenta.

LXXXIV

Jarto(328) cuando quería decir harto y por hambre jambre, decía Arrio(329), y
pretendía que había hablado maravillosamente cuando había dicho jarto cuanto más podía.
Creo que así hablaba su madre, así su tío por parte de madre, así su abuelo materno y su abuela.
Desde el momento en que lo enviaron a Siria, los oídos de todo el mundo
habían descansado. Esas mismas palabras las oían suave y ligeramente pronunciadas y
no temían para sí tamañas barbaridades en adelante, cuando, de repente, se anuncia una
noticia horrible: el mar Jónico, tras haber ido Arrio hasta allí, ya no es Jónico sino Jojónico.

LXXXV

Odio y amo. Por qué hago eso acaso preguntas. No sé, pero siento que ocurre y me atormento.

LXXXVI

Quintia(330) es para muchos hermosa, para mí deslumbrante, alta, bien
plantada; eso es así cosa por cosa, yo lo confieso. Pero digo que en conjunto no es
hermosa: pues ningún encanto, ni una pizca de sal hay en un cuerpo tan grande.
Lesbia es hermosa y es, no sólo bellísima toda entera,
sino que, única como es, arrebató a todas todos los atractivos.

LXXXVII

Ninguna mujer puede decir que la han querido de verdad tanto como yo te he
querido a ti, Lesbia. No hubo nunca en ningún pacto una lealtad tan grande
como la que yo he puesto de mi parte en mi amor por ti.

LXXXVIII

¿Qué hace, Gelio(331), el que se quita los picores con su madre y su hermana y
pasa la noche en vela con la túnica quitada? ¿Qué hace el que no deja ser marido a su
tío? ¿Sabes qué gran delito precisamente comete? Comete uno tan grande, Gelio, que ni
la lejana Tetís ni Océano
(332), el padre de las Ninfas, pueden lavarlo: pues no hay delito
que vaya más lejos ni aun devorarse uno a sí mismo con la cabeza gacha.

LXXXIX

Gelio(333) está consumido: ¿cómo no? Si a él le vive una madre tan buena y tan
robusta, y una hermana tan atractiva, y un tío tan bueno, y todo su entorno está tan
lleno de primas mozas, ¿cómo va a dejar de estar demacrado? Aunque no atiente más
que lo que no está permitido tentar, encontrarás todas las razones que quieras de por qué está magro.

XC

Que nazca un mago de la nefanda unión de Gelio(334) y su madre y aprenda el
arte adivinatoria persa: pues es forzoso que se engendre un mago de una madre y su
hijo, si es verdad la sacrílega religión de los persas
(335), para que ese hijo(336) venere a
los dioses con plegarias rituales mientras derrite en las llamas un grasiento redaño.

XCI

Gelio(337), no esperaba que tú fueras a serme leal en este desgraciado amor
mío, en este perdido amor, porque te conociera bien o te considerara firme o capaz
de apartar tus pensamientos de un vergonzante ultraje, sino porque veía que no eran
ni tu madre ni tu hermana aquellas cuyo gran amor me comía; y, aunque me unía a ti
un trato profundo, había creído que eso no era para ti razón suficiente. Tú sí lo
consideraste suficiente: sólo encuentras satisfacción en cualquier clase de daño donde hay algo de crimen.

XCII

Lesbia siempre echa pestes contra mí y no calla nunca: ¡que me muera si Lesbia
no me quiere! ¿Por qué señal lo conozco? Porque otras tales son las mías: la maldigo todos los días,
pero ¡que me muera si no la quiero
(338)!

XCIII

No me afano nada en absoluto, César, en querer agradarte ni en saber si eres hombre blanco o negro(339).

XCIV

«Minga(340) se dedica a la jodienda». Claro, a la jodienda se dedica la minga,
porque como dice el dicho: «La propia olla escoge las legumbres»
(341).

XCV

La Esmirna(342) de mi Cina, por fin después de nueve siegas desde que la
comenzó y después de nueve inviernos, se ha publicado, mientras Hortensio
(343)
entretanto ha compuesto quinientos mil versos en uno solo.
La Esmirna llegará hasta lo más profundo de la honda corriente del Sátraco
(344);
por mucho tiempo los encanecidos siglos leerán la Esmirna. Pero los Anales de Volusio
morirán a las puertas mismas de Padua
(345) y con frecuencia servirán de flojas envolturas a las caballas.
Que me queden en mi corazón los pequeños monumentos de mi amigo
y que la gente disfrute del hinchado Antímaco
(346).

XCVI

Si a los mudos sepulcros puede llegar, Calvo, de nuestro dolor algo grato o
bienvenido, con qué añoranza recordamos los antiguos amores y lloramos las amistades
perdidas de antaño, con toda seguridad Quintilia no siente tanto dolor
por su muerte prematura como gozo por el amor que le muestras
(347).

XCVII

¡Que los dioses me asistan! No creí que tuviese importancia alguna distinguir
entre oler la boca o el culo de Emilio
(348). No más limpio éste, no más sucia aquélla,
pero acaso el culo es más limpio y mejor, pues no tiene dientes; y la boca
(349) tiene
unos dientes de pie y medio, unas encías de carro viejo y además una abertura tan ancha
como suele tener el coño una mula cuando mea en la calorina. ¿Y éste se folla a muchas
y se hace el guapo, y no se le manda al molino ni de asno
(350)? Y la mujer que lo
atienta, ¿no vamos a creer que ésa es capaz de lamer el culo de un verdugo enfermo?

XCVIII

Contra ti, si contra alguien, podrido Victio(351), puede decirse eso que se dice a
los charlatanes y a los fatuos: que con esa lengua, si se te llegara el caso, podrías lamer
culos y sandalias de cuero basto. Si quieres perdernos totalmente a todos nosotros,
Victio, abre la boca: lograrás completamente lo que deseas.

XCIX

Te robé, mientras jugabas, Juvencio(352) de miel, un besito más dulce que la
dulce ambrosía
(353). Pero no me lo llevé impunemente, pues, más de una hora,
recuerdo haber estado clavado en lo alto de una cruz mientras me justifico ante ti sin
poder, con mis lágrimas, amenguar un poquito tu crueldad. Pues, en cuanto te besé, te
enjugaste con todos los dedos los labios anegados de gotas, para que no quedara rastro
alguno de mi boca, como si fuera la sucia saliva de una sucia puta.
Además, no tardaste en entregarme, pobre de mí, a las torturas de Amor y de
atormentarme por todos los medios, para que, de ambrosía, se me transformara
inmediatamente aquel besito en más amargo que el eléboro
(354) amargo.
Ya que ofreces este castigo a mi amor desdichado, nunca ya en adelante te robaré besos.

C

Celio(355) y Quintio(356), la flor de la juventud de Verona, mueren uno por
Aufileno, el otro por Aufilena
(357); el primero por el hermano, el segundo por la
hermana. O sea, lo que se dice en verdad «una dulce cofradía fraternal». ¿Por quién me
interesaré más? Por ti, Celio, pues tu amistad hacia mí ha dado pruebas, por tus
actos
(358), de ser única cuando una llama de locura me abrasaba las entrañas.
¡Que seas feliz, Celio, que tengas buena mano en tus amores!

CI(359)

Tras recorrer muchos pueblos y muchos mares, me acerco a estas desdichadas
exequias tuyas, hermano, para obsequiarte con el postrer regalo que se debe a los
muertos y dirigir, aunque sea en vano, mis palabras a tus mudas cenizas, puesto que la
fortuna me ha arrebatado tu presencia, ¡ay!, pobre hermano indignamente arrancado a
mí. Pero ahora, entretanto, esto, que según la antigua costumbre de los antepasados he
traído como triste regalo para tus exequias, recíbelo empapado en el llanto de tu hermano.
¡Y para siempre, hermano, recibe mi saludo y adiós!

CII

Si algo se ha confiado por parte de un amigo a alguien callado y leal, cuya lealtad
de intención se ha conocido a fondo, encontrarás, Cornelio
(360), que yo me he
consagrado con ese tipo de conducta, y piensa que me he convertido en un Harpócrates
(361).

CIII

O devuélveme, por favor, los diez mil sestercios, Silón(362), y luego sé, cuanto
quieras, cruel e insufrible, o, si te gusta el dinero,
deja -te lo ruego- de ser un alcahuete y al tiempo cruel e insufrible.

CIV

¿Crees que yo he podido maldecir de mi vida, que me es más querida que mis
propios ojos? No he podido, y, si pudiese, no la querría tan perdidamente.
Pero tú y Tapón
(363) de todo hacéis prodigio.

CV

Minga(364) trata de escalar el monte de Pipla(365): las Musas lo arrojan monte abajo empujándolo con garios.

CVI

Quien ve al pregonero con un chico guapo, ¿qué otra cosa puede creer,
excepto que desea con todas sus ganas venderse
(366)?

CVII

Si a quien desea algo ardientemente le ha cabido en suerte sin esperarlo, eso le es
especialmente grato a su corazón. Por eso es grato también para mí, más precioso que el
oro, que vuelvas otra vez, Lesbia, a mí que te anhelo. Vuelves otra vez a mí que te
anhelo y no lo esperaba, vuelves a mí por tu propia voluntad. ¡Oh día de señal más blanca
(367)!
¿Quién vive más feliz que yo y sólo yo, quién podría decir que hay algo más deseable que esta mi vida
(368)?

CVIII

Cominio(369), si por sentencia del pueblo tu canosa vejez, ensuciada con
viciosas costumbres, acabase en la muerte, no me cabe la menor duda de que, lo
primero, esa enemiga de los honrados, tu lengua, cortada, sería echada a un buitre
devorador; tus ojos, arrancados, los devoraría con su negra garganta un cuervo;
tus entrañas los perros; el resto de tus miembros los lobos.

CIX(370)

Gozoso, vida mía, me haces ver que será este amor nuestro e imperecedero.
¡Grandes dioses!, haced que pueda ella prometerlo de verdad y que lo diga sinceramente
y de corazón, para que nos esté permitido mantener durante la vida entera este eterno pacto de sagrada amistad.

CX

Aufilena(371), siempre se elogia a las buenas amigas: reciben su paga por lo que
deciden hacer. Tú, como prometiste y has faltado a tu palabra, eres mi enemiga:
cometes un atropello porque no das pero a menudo recibes. Es de mujer noble cumplir,
de decente pudo ser no haber prometido, Aufilena; pero apoderarse de lo que te den
engañando es una acción peor que la de una prostituta avara que se prostituye con su cuerpo entero.

CXI

Aufilena(372), vivir contenta con un solo hombre, de las casadas es gloria de
privilegiada distinción; pero acostarse con cualquiera y cuanto se quiera es mejor
que el que tú, como madre, engendres primos de tu tío.

CXII

Muy hombre eres, Nasón(373), pero no es contigo muy hombre el que se te agacha:
Nasón, eres también un gran mamón
(374).

CXIII

En el primer consulado de Pompeyo(375), dos, Cina(376), frecuentaban a
Mecilia
(377); ahora, en su segundo consulado, siguen los dos,
pero han crecido en mil por cabeza. ¡Fecunda en adulterio la semilla!

CXIV

A tu fronda de Firmo(378), Minga(379), se la tiene, no sin razón, por rica,
porque hay en ella tantas cosas magníficas: caza, toda clase de peces, prados, sembrados
y animales salvajes. En vano: con los gastos sobrepasa las ganancias. Por eso, que sea
rica, lo admito, si todo le falta. Elogiemos la fronda, con tal de el dueño sea un indigente.

CXV

Minga(380) tiene unas treinta yugadas(381) de prado, cuarenta de sembrados, el
resto son aguas. ¿Cómo no va a poder superar a Creso
(382) en riquezas él, que posee en
un solo terreno tantas cosas buenas: prados, sembrados, enormes bosques y sotos y
pantanos que llegan hasta los hiperbóreos
(383) y el mar Océano(384)?
Grande es todo esto; pero mucho más grande es el dueño: no es un hombre, sino una gran minga amenazante.

CXVI

A pesar de buscar una y otra vez para ti, con empeñado ánimo de cazador,
versos que poder enviarte del Batíada
(385), con los que te ablandaras conmigo y no
trataras de lanzar contra mi cabeza constantemente dardos hostiles, ahora veo que me
tomé ese trabajo en vano, Gelio
(386), y que desde ese momento no han servido mis
ruegos. Por contra, evito esos dardos tuyos con el manto, pero tú, atravesado por los míos, llevarás tu castigo.

________

(1) Normalmente los libros eran de papiro, en su escritura se utilizaba la tinta, y se arrollaban (de ahí el nombre uolumen, de la misma raíz que el verbo uoluere) alrededor de una varilla de madera o marfil (umbilicus). Con la piedra pómez se alisaban los extremos del papiro. El título se escribía en el extremo de una cinta o correa (lorum). A veces la varilla de madera o marfil iba rematada en sus extremos con una especie de borlas (cornua).

(2) Cornelio Nepote, compatriota y amigo de Catulo, nacido alrededor del año 100 a.C, a quien el poeta dedica su libro. Aquí se alude a su 1ª obra, hoy perdida, titulada Chronica, obra de cronología general griega y romana cuyas noticias llegaban incluso hasta la época de Nepote.

(3) La invocación "oh patrona uirgo" (lit. ¡oh doncella protectora!) la hace el poeta como encomienda del libro a las musas. Esta invocación, en la época literaria, es una mera fórmula (cf. Virgilio, Eneida, I, 8) que recuerda la que usaban los cantores de la poesía épica cuando se disponían a recordar y cantar miles de versos.

(4) cf. Safo, Himno a Afrodita, I, en que aparecen los gorriones tirando del carro de la diosa. Parece ser que los antiguos relacionaban el gorrión con el amor.

(5) Alexander Guarinus (Venecia, 1521) escribió al lado del último verso del poema II y antes del poema IIa. Detrás de este poema, en un manuscrito muy antiguo y escrito a mano, sigue un enorme fragmento. Friedrich (1908) y Schmid (1974) creen que deben unirse el poema XIVa y el poema IIa. La mayor parte de los filólogos cree que deben separarse el poema II y el poema IIa. Los manuscritos no aclaran si van juntos o separados.

(6) Atalanta, joven que se mantuvo virgen y se dedicó a cazar en los bosques, y participó además en importantes hazañas. Como no quería casarse, para alejar a sus pretendientes, anunció que sería su esposo el que fuera capaz de vencerla en la carrera, con la condición de que, si resultaba ella vencedora, mataría a su rival. Tras la muerte de varios de sus pretendientes, apareció Hipómenes (según Melanión), que traía unas manzanas de oro que le había dado Afrodita; éste, cada vez que iba a ser alcanzado por Atalanta, arrojaba una manzana, y de esta manera la venció.

(7) Platón habla de dos afroditas, una Urania (Celeste’) y otra Pandemo (Vulgar) a las que corresponden dos amores (cf. Pausanias, Banquete, 180-181). Pero quizás aquí Catulo simplemente aluda a todo lo que está relacionado con el amor, representado por el nombre de sus dioses.

(8) En las creencias populares, es el demonio de la muerte, apenas diferenciado de los infiernos. Poco a poco se identificó con el griego Plutón.

(9) El poema entero contrasta totalmente con el poema II. En aquél, juegos y alegría; en éste, muerte y llanto.

(10) En latín, phaselus, especie de bajel que no se aventuraba a viajes largos más que en buen tiempo. Los barcos de uso exclusivo de viajeros eran, además de los phaseli, las uictoriae y las orariae (estos últimos así llamados porque hacían viajes costeros). Catulo dedica a Cástor y a Pólux la barca en que hizo la travesía desde Bitinia a Italia.

(11) Los lugares que se citan son las etapas del viaje de Catulo enumeradas al revés: el Adriático (este de Italia), las islas Cícladas y Rodas (en el Egeo), la Propóntide Tracia (mar de Mármara), el golfo del Ponto (mar Negro), el Citoro (monte de la región de Paflagonia, al este de Bitinia), Amastris (ciudad a los pies del Citoro, en la frontera misma con Bitinia).

(12) Aparecen aquí Cástor y Pólux, los dioscuros, el 1º de ellos hijo de Tindáreo y el 2º de Zeus, ambos, hijos de Leda. Son hermanos de Helena y Clitemnestra, y protectores de la navegación.

(13) Aparece por vez 1ª el sobrenombre de la amada de Catulo. Con este sobrenombre parece, muy probablemente, que el poeta alude a Clodia, hermana del tribuno Publio Clodio Pulcro y casada con Quinto Metelo Céler (pretor en el 63 a.C, gobernador de la Galia Cisalpina en el 62, cónsul en el 60, y muerto en el 59). Esta mujer pertenecía a la gens Claudia, y por consiguiente era de una familia de rancio abolengo.

(14) El as de bronce era la moneda de valor más bajo. Las expresiones como "valorar en un as" equivalen a las nuestras del tipo "importar un bledo".

(15) Es la traducción del latino inuidere. Los romanos creían en el mal de ojo, y si alguien conocía el número de las cosas (como aquí el de los besos), podía, por envidia, causar dicho mal.

(16) Personaje sin identificar, amigo de Catulo.

(17) La mayor parte de los perfumes que llegaban a Roma procedían de Oriente (sobre todo, de Siria y de Arabia).

(18) Elijo la variante textual nam nilstu praualet.

(19) El laserpicio es una planta utilizada en medicina y perfumería, y, al parecer, bastante apreciada. Esta planta es de la región de la Cirenaica; de allí se exportaba a Roma. Actualmente ha desaparecido.

(20) Provincia de África al oeste de Egipto. El oráculo de Júpiter hace referencia al templo de Júpiter-Amón (en el oasis de Siwah) entre Egipto y Cirene. El sepulcro de Bato está en Cirene. Bato, que pertenece al grupo de los descendientes de los argonautas, fue el fundador de dicha ciudad.

(21) Vuelve a aparecer el mal de ojo, en este caso con la palabra propia para ello (fascinare), y por la misma circunstancia que en el poema V: el número de besos.

(22) Poema de desencanto respecto al amor que Catulo siente; lleno de dudas, al final resuelve desistir del amor por Lesbia. Todos los poemas dedicados a esta mujer señalan los vaivenes entre la exaltación y el desencanto.

(23) El poeta se dirige a sí mismo con el , pero aparece abruptamente el yo enamorado y dolido.

(24) Veranio, junto con Fabulo (que aparece también en poemas posteriores), había estado en Hispania, al parecer formando parte del séquito de Pisón. De estos amigos de Catulo no se tienen más referencias que las de los poemas.

(25) Uso hiperbólico de un numeral, cosa corriente también entre nosotros.

(26) En latín mihi nuntii beati. Merece que lo destaquemos por tratarse de un genitivo exclamativo, cuyo uso en latín es muy reducido y que quizá se dé por influencia del griego.

(27) Alfeno Varo (cf. XXI y XXX), jurisconsulto y político; y también con Quintilio Varo, amigo de Virgilio y de Horacio.

(28) Catulo regresó de Bitinia (situada en Asia Menor, lindando con el estrecho del Helesponto) en el 56 a.C. Allí estuvo a las órdenes del pretor Memio.

(29) La compra de una litera y de porteadores en Bitinia debía de ser muy barata.

(30) Se trata de una divinidad egipcia cuyo culto fue introducido en Grecia en tiempo de los Ptolomeos, y en Roma a la vez que el de Isis. Poseía todas las atribuciones de Zeus y, en sus relaciones con los hombres, los libraba de sus dolencias por medio de oráculos; de ahí que se le confunda con Asclepio.

(31) Se refiere a Helvio Cina, del grupo de los poetae noui, autor del epilio Zmyrna (cf. XCV).

(32) El poema se divide en 2 mitades que aparecen comparadas: en la 1ª Catulo habla de las dificultades que entrañan los viajes a lugares tan lejanos como los que cita; en la 2ª, de la empresa imposible de su amor por Lesbia.

(33) Personajes conocidos sólo por la poesía de Catulo, que no debían de ser precisamente muy apreciados por el poeta (por eso les hace un encargo desagradable).

(34) Los lugares mencionados están en los confines mismos del mundo conocido por los romanos (India al este, y Britania al oeste) o entre esos confines: hircanos, habitantes de la costa meridional del mar Caspio, vecinos de los partos; sagas, nombre que se daba a los escitas, pueblo situado al sur del mar de Aral; el Rin, límite de la Galia.

(35) El calificativo gran que Catulo dedica a César puede entenderse como irónico, puesto que César fue muy criticado por Catulo (cf. XXIX y LVII); o como sincero, si el poema está escrito después de la reconciliación que César intentó con el poeta.

(36) El numeral está usado de forma hiperbólica (cf. IX).

(37) Hermano de Asinio Polión (a quien se alude un poco más adelante), y amigo y protector de Virgilio. Marrucino es el apodo de este individuo; con dicho apodo Catulo indica que Asinio no procedía de la urbe (pues los marrucinos eran de la región del Samnio oriental) y, de paso, señala el carácter grosero de este hombre.

(38) He traducido lintea como servilletas, y sudaria como telas. Parece ser que las palabras linteum y sudarium aluden a la misma cosa (servilleta o pañuelo), pero la 1ª hace referencia al tipo de tela (de lino), mientras que la 2ª alude a la utilización de dicha tela (secar, enjugar). Los romanos trajeron de Egipto, Siria y Cilicia materias para confeccionar los vestidos: una era el lino, que se apropiaron las mujeres para sus vestidos interiores y que, en la última época de la República, también usaban algunos jóvenes. Los romanos de la alta sociedad lo usaban únicamente para sus pañuelos de bolsillo (sudariola). Linteolum y linteum son palabras genéricas que, según el contexto, pueden significar servilleta, trapo, moquero... También se usan los términos sudariolum y orarium.

(39) La moneda de más alto valor.

(40) Número en uso hiperbólico (cf. IX y XI).

(41) Traduzco mnemosynum por souvenir, para poder mantener una cierta equiparación entre una palabra griega usada en el latín con una palabra francesa usada en el castellano.

(42) Actual Játiva, famosa en la antigüedad por sus tejidos.

(43) Ver nota 24.

(44) Ver nota 24.

(45) Los romanos hacían 3 ó 4 comidas al día:

-ientaculum. Tomado como desayuno, consistía en un poco de pan mojado en vino o rociado de aceite y sal y untado de ajo; a veces tomaban miel, leche, huevos, fruta fresca o seca;
-prandium. Se hacía al mediodía; consistía en una colación ligera de cualquier cosa que hubiera sobrado del día anterior;
-merenda. Solían tomarla los trabajadores del campo para hacer una parada en mitad de la tarde;
-cena. Era la comida principal; tenía lugar al final de la jornada, sobre las cuatro de la tarde; podía alargarse mucho porque durante ella, además de comer y beber, los comensales charlaban, escuchaban lecturas o se enteraban de las novedades y los acontecimientos públicos.

(46) Ver nota 7.

(47) Licinio Calvo, famoso orador, del mismo círculo literario que Catulo y amigo íntimo suyo.

(48) Ver nota 144.

(49) Cliente de Calvo. Como durante las Saturnales los romanos tenían la costumbre de hacerse regalos, parece que Sila, por quedar bien con Calvo, le envía una antología de poetas malos; y Calvo, a su vez, se la envía a Catulo.

(50) Fiestas en honor de Saturno. Primero se celebraban un solo día (el 19 de diciembre), luego los días de celebración fueron en aumento. En esos días los romanos solían felicitarse y hacerse regalos (como se hace hoy en la época de navidad); eran fiestas de continua alegría y de buenas comidas; se gozaba de gran libertad, hasta el punto de que los esclavos se sentaban a la mesa para que sus amos les sirvieran.

(51) Poetastros.

(52) Pie métrico.

(53) El Manuscrito V lo une con el poema anterior. Los filólogos Guarinus y Avantius (s. XVI) lo consideraron ya como fragmento. Schmid (1974) pone el poema IIa detrás de éste.

(54) Ver nota 33.

(55) Juvencio, joven amado por Catulo, que aparece en varios poemas.

(56) En la antigüedad se aplicaba a los adúlteros diversos castigos para reprimir a los homosexuales pasivos, entre ellos el de:

-la raphanidosis: "Y ¿qué tal si por hacerte caso le meten un rábano por el culo y lo afeitan con ceniza?" (cf. Aristófanes, Nubes, 1083),
-los mújoles: "El mújol, pez de cabeza grande y cola fina, que solía introducirse por el ano de los cogidos en adulterio" (cf. Juvenal, Escolios, X, 317).

(57) Emplea aquí Catulo por 1ª vez 4 términos (todos ellos en los 2 primeros versos del poema) que aparecerán después en bastantes ocasiones en otros poemas y que merecen un breve comentario. Dos de ellos son los verbos pedicare e irrumare, los otros dos los calificativos pathicus y cinaedus (este último, por cierto, en la forma cinaediorem, aparece en el poema X aplicado a una mujer, con un significado diferente al de este poema, concretamente el de sinvergüenza).

(58) Ver nota 33.

(59) Clarísima alusión a los poemas de besos a Lesbia.

(60) Colonia puede hacer referencia a la ciudad donde nació Catulo (Verona), que quizás en el 89 a.C, cuando se concede a la Galia Cisalpina el derecho latino, recibiera el título de colonia romana; de hecho, más adelante, el poeta habla de un paisano suyo. Pero también puede referirse con este término a alguna otra ciudad de la región.

(61) Sacerdotes cuyo nombre está emparentado con salire y salitare (saltar, danzar), pertenecientes a una antigua cofradía consagrada al dios Marte. Celebraban sus ritos en marzo, se vestían con túnicas bordadas o de púrpura, y llevaban un protector de bronce y en la cabeza unos gorros redondos, rematados en una borla (apex). Ceñían espada, y en la mano derecha llevaban una lanza o una vara con la que golpeaban los escudos. Con este atavío iban por la ciudad, cantando sus poemas y alabando al dios Marte en medio de saltos solemnes. Su rito parece que tenía el fin mágico de alejar a los espíritus malignos, enemigos de la ciudad, del pueblo y de los rebaños.

(62) Los lígures habitaban la parte de la Galia Cisalpina lindante con el Tirreno y quizá también una gran parte del valle superior del Po. Según se desprende del texto, debían de fabricar hachas o de ser buenos leñadores.

(63) La laguna que hay entre este poema y el siguiente (entre el poema XVII y el XXI) ha recibido entre los filólogos diversas soluciones.

(64) Para el muchacho al que se alude en el poema y el término irrumatio.

(65) Ver nota 51.

(66) Ver nota 27.

(67) Términos sobre los tipos de libros y su composición, tales como:

-palimpseston, pergamino o papiro en que se ha borrado lo escrito para volver a escribir encima;
-cartae, hojas de papiro o pergamino;
-libri, no eran como los de ahora, sino, generalmente, rollos de papiro;
-umbilici, cilindros de madera o marfil sobre los que se arrollaba el papiro, terminados a veces en borlas;
-lora, correas o cintas para atar el rollo, en las que se escribía el título; membranae pergaminos;
-plumbum, plomo;
-pumex, piedra pómez para alisar los extremos del papiro.

(68) La traducción refinado corresponde a la variante tersius.

(69) Alusión a la conocidísima fábula de las alforjas de Esopo, que luego retomaría Fedro (IV, 10).

(70) Ver nota 33.

(71) Elemento de amplio simbolismo, que representa el cambio tanto físico como moral y espiritual; el alimento espiritual (como se evoca en la liturgia del bautismo); el valor de comunión, de lazo de fraternidad, de incorruptibilidad (que se encuentra entre los hebreos). Entre los antiguos griegos y romanos, como también entre hebreos y árabes, la sal es el símbolo de la amistad, de la hospitalidad, porque se comparte, y de la palabra dada, porque su sabor es indestructible

Entre los romanos debía de ser muy importante el cuidado de la sal y de los saleros. Así, Horacio (Odas, II, XVI, 13-14) decía: "Vive bien con poca cosa aquel en cuya sobria mesa brilla el salero de sus padres", y Plauto (Persa, 266-267) decía: "Porque no deja de tener gracia, al fin y al cabo, hincarles bien el diente a esos requeteavaros, vejestorios, roñosos, de penosa vida, que guardan bajo llave el salero con la sal a buen recaudo de los esclavos".

(72) Moneda de plata equivalente a 2,5 ases.

(73) Familia vieja y distinguida que procedía de Túsculo y quizás también de Verona. Aquí el poeta hace referencia a un joven amado por él (Juvencio), que aparece en varios poemas: en unos, al parecer, como muchacho (cf. XV y XXI); y en otros con su nombre (cf. XLVIII, LXXXI y XCIX).

(74) Rey de Frigia, héroe de varias leyendas populares (la más conocida de las cuales es la del don que le concedió Dioniso, como recompensa por haber reintegrado a Sileno a su séquito, que consistía en convertir todo lo que tocase en oro).

(75) Clarísima alusión a Furio.

(76) Personaje desconocido, que por la forma en que Catulo se dirige a él, parece de baja condición social (cf. XII).

(77) El texto, no seguro, es de difícil interpretación. He elegido la variante diua mulierarios ostendit oscitantes, a la que corresponde la traducción y que puede entenderse como que Talo se dedica a robar cuando la diosa de la Luna le señala con su luz a los que andan por la noche en busca de mujeres.

(78) Pallium (manto) es el himation griego; se ponía sobre la túnica y era más sencillo y corto que la toga. Es un vestido griego, pero parece que los romanos lo usaban habitualmente; era de lana. También lo usaban las mujeres.

(79) Furio sigue con sus problemas económicos (cf. XXIII y XXIV).

(80) El austro (viento del sur), el favonio (viento del oeste), el bóreas (viento del norte) y el afeliota (viento del este) señalan los 4 puntos cardinales.

(81) Vino muy famoso, procedente de la Campania.

(82) Esposa de Servio Sulpicio Rufo (cónsul en el 51 a.C). Fue amante de César y famosa por su forma de vida. Como las matronas romanas no tomaban parte en un banquete de hombres jóvenes, el hecho de que Postumia sí participe viene a reforzar el carácter independiente de esta mujer.

En los banquetes romanos, la sobremesa o velada nocturna (comissatio), que se hacía a veces después de la cena propiamente dicha, era un 2º banquete en el que había cabida para juegos, discursos, lecturas, recitaciones, conversaciones, música, bailes... Los comensales se ceñían la cabeza con guirnaldas de flores, hiedra o laurel, en la creencia de que con el olor de estas plantas neutralizaban los efectos del vino. Se nombraba un director del banquete (rex o magister conuiuii) que ejercía de árbitro en el reparto de la bebida (arbiter bibendi) y que tenía la delicada labor de conocer las condiciones de resistencia de los convidados ante el vino y, según éstas, indicaba las veces que debían beber y la proporción de agua para el vino.

(83) Epíteto de Dioniso, procedente de Tione, nombre que también se le daba a su madre Sémele. Al decir tioniano puro Catulo quiere decir vino sin mezcla de agua.

(84) Calpurnio Pisón Cesonino, suegro de César, procónsul de Macedonia del 57 al 55 a.C.

(85) Ver nota 24.

(86) Propretor de Bitinia entre el 57 y 56 a.C. Catulo sirvió en su séquito, y es el mismo a quien Lucrecio dedica su De Rerum Natura.

(87) Comandante de ingenieros (praefectus fabrum) de César en las campañas de las Galias, y su protegido y amante. También sirvió a las órdenes de Pompeyo en la guerra contra Mitrídates en el 63 a.C, hecho al que se alude con su "botín del Ponto". Contra este personaje van dirigidos muchos poemas de Catulo: en unos (éste y LVII) aparece con su nombre Mamurra; en otros (éste, XCIV, CV, CXIV y CXV) con el apodo de Mentula (o Minga); y en otros (XLI, XLIII y LVII) con el gentilicio Formianus (de Formias) por ser Formias donde había nacido.

(88) De aquí en adelante se hace mención de los lugares donde Mamurra cometió abusos:

-la Galia Cabelluda, nombre que se daba a la Galia Transalpina;
-Britania,
-el Ponto, donde parece que estuvo en la guerra contra Mitrídates a las órdenes de Pompeyo;
-el Tajo, con cuya mención se hace referencia a la 1ª campaña de César en Hispania contra los lusitanos (61-60 a.C).

(89) Alusión a la degeneración de lo romano. Pero además, bien puede dirigírsela a César, al que un poco más adelante llama "general sin igual" (imperator unice), epíteto que probablemente usaban los partidarios de César y con el que Catulo busca la ironía (cf. LIV).

(90) Representante de la juventud y la belleza.

(91) Respectivamente, César y Pompeyo, quienes habían emparentado por el matrimonio de Julia, hija de César, con Pompeyo. Para la traducción "dueños y señores" he utilizado la variante potissimei.

(92) Hay que entender que ha tenido una relación amorosa con Catulo y que la ha roto.

(93) En latín Fides, que es la personificación de la palabra Dada. Se la representa como una anciana con cabello blanco, más vieja que el propio Júpiter, con lo que se pretende indicar que el respeto a la palabra dada es el fundamento de todo orden social y político.

(94) Pequeña localidad situada en una península que se adentra en el lago de Garda, donde Catulo tenía una quinta. Está muy cerca de Verona.

(95) Dios del elemento húmedo. En la tradición romana, Neptuno tenía una páredro llamada Salacia (personificación del agua salada) o Venilia (madre de Turno, divinidad que representa el agua que llega a la orilla). Puede ser que al decir "los dos Neptunos" el poeta quiera hacer referencia al agua salada y a la dulce.

(96) El poema lo escribe Catulo, a su regreso de Bitinia.

(97) La lectura Lydiae (como limpidae o cristalinas) puede tener el sentido de que la región del lago de Garda perteneció al imperio etrusco, pueblo al que se atribuía un origen en Lidia.

(98) Sobre este nombre hay muchas conjeturas, la más aceptada de las cuales es Ipsitilla, que podría ser un diminutivo afectivo de ipsa en el sentido de dueña y señora (al parecer, los esclavos llamaban al amo ipsimus o ipsisimus.

(99) Vestido interior de hombres y de mujeres; al principio sin mangas, luego con ellas hasta el codo y después hasta las manos. Sólo tenía aberturas para meter la cabeza y los brazos.

(100) Personajes desconocidos.

(101) En el amor homosexual (que en Grecia se realizaba entre un hombre mayor y un muchacho libre, y en Roma estaba bien visto sólo con esclavos o prostitutos), el muchacho, cuando empezaba a hacerse hombre, dejaba de interesar. Aquí se indica que el hijo de Vibenio es un prostituto.

La homosexualidad con prostitutos parece ser que era habitual en la Roma republicana; de hecho, el 25 de abril se celebraba la fiesta de los prostitutos (y el 26 la de las prostitutas). Eran un producto de lujo por el que se llegaba a pagar mucho dinero. Al decir aquí Catulo que los servicios del hijo de Vibenio no valen ni un as, el desprecio por este sujeto es todavía mayor.

(102) Esta composición es un himno a Diana, no se sabe si para cantar en público o como mero ejercicio poético.

(103) Poeta neotérico, sobre el que no hay más datos.

(104) Verona es la patria de Catulo, y pertenecía a la Galia Traspadana. La ciudad de Como la Nueva estaba junto al lago Lario, que actualmente se llama lago de Como.

(105) El poema de Cecilio quizás tuviera ese título o el de Gran Madre. La Señora de Díndimo es Cibeles.

(106) Mujer culta, muy conocida y apreciada en la antigüedad, y especialmente querida por los poetae noui. Recuérdese que Catulo hace una traducción en el LI de un poema de Safo.

(107) Del que no se tienen más datos que los de aquí y los del poema XCV. Al parecer escribió unos Anales cuyo precedente literario sería Ennio.

(108) Dios del fuego, identificado con el griego Hefesto, dios cojo de nacimiento. Según otra versión, Zeus lo arrojó desde el Olimpo porque, en una disputa con Hera, Hefesto salió en defensa de su madre. Es el dios del fuego, y por eso Lesbia le ofrece los escritos del peor de los poetas: para que ardan.

(109) Diosa nacida en el mar, e identificada con Afrodita. Aquí Catulo utiliza la versión hesiódica, según la cual Afrodita nació en el mar de la espuma surgida alrededor de los genitales de Urano tras la castración que éste sufrió por mano de su hijo Crono. Se hace enumeración de los santuarios más importantes del culto a Venus: Idalio (cf. LXI y LXIV), Amatunte y Golgos (en Chipre), Urio y Ancona (en Italia), Cnido (en Asia Menor) y Dirraquio (en Iliria).

(110) Gorro o casquete más o menos alto y redondeado en la punta. El de los sacerdotes se confeccionaba con la piel de la víctima inmolada; los esclavos lo toman en el momento de su liberación, con lo cual pasa por ser un símbolo de libertad. A Cástor y Pólux se los representaba armados de lanza y tocados con el píleo; en Roma su templo estaba en el foro, y la taberna de que trata el poema está situada nueve columnas más allá de dicho templo.

(111) En este poema Catulo hace un juego de palabras con sedetis (estáis sentados), sessores (espectadores) y consedit (se sienta); términos todos que, tanto en la literatura latina como en la lengua popular, señalan la postura erótica de "montar a otro". Respecto a la palabra sopio (pichas), no se ha precisado definitivamente su significado, y se interpreta como penis y la prosapia (descendencia, generación). La frase donde aparece esta palabra podría ser una amenaza: hacer representaciones de falos como señal de desprecio, o como un signo apotropaico usado de forma hostil contra alguien.

(112) De España, tierra muy abundante en conejos, procedía este tal Egnacio, que debió de ser un rival de Catulo en su relación con Lesbia. Contra él y sus costumbres (la de lavarse los dientes con orina, medida terapéutica entre los íberos) reaccionarán Diodoro Sículo (V, XXXIII, 5) y Estrabón (Iberia, III, IV, 16), y también dirige Catulo furibundos ataques.

(113) Amigo de Catulo y poeta de su mismo círculo literario.

(114) Simónides de Ceos (556-468 a.C) desarrolló su labor poética en su isla natal, en la corte del tirano Hipias de Atenas y en la de Hierón de Siracusa, ejerciendo la poesía como profesión. Cultivó muchos géneros, pero es famoso por los epigramas destinados a conmemorar acciones bélicas de los griegos y por sus trenos (como el fragmento de la composición de Dánae y Perseo en el mar).

(115) Ver nota 112.

(116) Enumeración geográfica bastante detallada, que parte de Roma, pasa por:

-los sabinos y los tiburtinos, ambos muy próximos a Roma;
-los umbros, cuya región se sitúa al norte del Lacio, entre Etruria y el Piceno;
-los etruscos, al noroeste del Lacio; los lanuvinos, del Lacio;
-los galos traspadanos, llamados así por estar al otro lado del Po (Padus), que dividía en dos la Galia Cisalpina.

A todos estos habitantes de la península Itálica, de buenas e higiénicas costumbres (según el poeta), se opone uno solo con las suyas: Egnacio, de la península Ibérica (cf. XXXVII).

(117) Personaje desconocido, del que sólo se sabe de su rivalidad con Catulo, aunque no está claro si por el amor de Juvencio o por el de Lesbia.

(118) Alusión a cualquier clase de poesía satírica (cf. XXXVI).

(119) Prostituta amante de Mamurra.

(120) Si comparamos esta cantidad con la que pedían las prostitutas en Pompeya (de 2 a 5 ases, según testimonian los graffiti), la suma que pide Ameana es desorbitada.

(121) Ciudad del Lacio que perteneció a los volscos. Es la patria de Mamurra.

(122) He elegido la variante propuesta por Friedrich.

(123) Este poema, de hecho, está escrito en endecasílabos falecios, versos que, como bastantes otros de la métrica eolia, se utilizan por 1ª vez en latín en la poesía de Catulo.

(124) Expresión de que esta mujer se ríe exageradamente, abriendo mucho la boca, y que es de la Galia.

(125) Alusiones a Ameana y de Mamurra (cf. XLI).

(126) Los romanos llamaban la provincia a la parte de la Galia que actualmente es Provenza, aunque aquí puede querer decir, simplemente, "tu tierra".

(127) La Sabina es una antigua comarca de la Italia central, al noreste de Roma, comprendida entre los Abruzos, la Umbría, el Tíber y el Anio, que la separaba de la Etruria y del Lacio. Tíbur (actual Tívoli), en el Lacio, estaba situada al noreste de Roma y a orillas del río Anio. La finca de Catulo estaba en Tíbur, pero, seguramente, en el límite con la Sabina; como en Tíbur pasaban el verano las familias nobles romanas, llamar a la finca tiburtina es como llamarla aristocrática, mientras que con sabina lo que hacen es desdeñarla.

(128) Se menciona aquí a Publio Sestio, tribuno de la plebe en el 57 a.C. y defendido por Cicerón en el Pro Sestio del 56 a.C. Y también a Ancio, quizá Gayo Ancio, autor de la ley Antia contra los gastos suntuarios en los banquetes.

(129) La infusión de ortigas se usaba como remedio contra los catarros (cf. Celso, IV, X, 4; Plinio el Viejo, Historia natural, XXII, 33).

(130) Los nombres de Septimio y Acme pueden ser ficticios o no. Acme está tomado del griego akmé, palabra que se utiliza para designar "la flor de la vida".

(131) Amor, representación del dios Cupido, bendice con su aprobación las palabras de los amantes. En general, y también entre los antiguos, el estornudo es un signo agorero. Entre los lapones se da la creencia de que el estornudo puede expulsar el alma del cuerpo, y por eso tienen la costumbre de desear buena suerte al que acaba de estornudar. En ciertas tribus africanas estornudar cuando alguien habla significa que la divinidad aprueba; estornudar de repente, en medio de un silencio general, es una señal de buen augurio. El estornudo simboliza una manifestación de lo sagrado para aprobar o castigar, a través de su brusquedad, que marca una ruptura del continuum temporal.

(132) Por lo que dice el poeta, las sirias y las britanas debían de ser muy guapas, o tal vez se las apreciaba por su exotismo.

(133) Es el viento del oeste, suave y tibio, que anuncia la primavera. También se le llama favonio (cf. XXVI).

(134) Frigia, región de Asia Menor donde estaba Troya, limitaba con Bitinia, cuya capital era Nicea.

(135) En recuerdo de los poetas que en ellas nacieron o vivieron, Catulo alude a ciudades como Éfeso, Mileto y Colofón (en el continente), a Mitilene (en la isla de Lesbos) y a Rodas (en la isla de Rodas).

(136) Dos subordinados de Pisón, como también lo fueron Fabulo y Veranio (los amigos de Catulo). Algunos comentaristas han señalado que Porcio es Porcio Catón, tribuno en el 56 a.C. El hecho de llamarlos "manos izquierdas de Pisón" es porque éste los utilizaba para sus robos.

(137) El término uerpus (despellejado), aplicado aquí a Pisón, puede sugerir la imagen de éste como figura itifálica que amenaza metafóricamente a sus subordinados con la pedicatio o la irrumatio (cf. XVI). Verpus parece reunir tres significados: el de circuncidado, el de pene con el pellejo hacia atrás como resultado de la erección y el de alguien con una excesiva actividad sexual.

(138) Ver nota 73.

(139) Cicerón. Puede ser que Catulo le dé sinceramente las gracias por algún favor recibido de él; pero, además, se puede sentir la ironía del poeta cuando dice de sí mismo "el peor", pues Catulo, como representante de los poetae noui y de la poesía de corte alejandrino, no era del agrado de Cicerón (pues en Tusculanas III, 19, por ejemplo, los llama despectivamente "cantores de Euforión", poeta éste perteneciente a la escuela alejandrina).

(140) Ver nota 47.

(141 Personificación de la venganza divina. Es, normalmente, el poder encargado de suprimir toda desmesura. En otros poemas (LXIV, LXVI , LXVIII) aparece bajo el epíteto de Ramnusia.

(142) Traducción del poema XXXI de Safo.

(143) La silla curul (sella curulis) es una de las atribuciones de los magistrados superiores (edil curul, pretor, dictador, cónsul...), y representaba el poder judicial. Era fija o plegable, cuadrada y con las patas curvadas, y su armazón era de marfil. La mayor parte de los comentaristas señala que este Nonio es Nonio Asprenas, protegido de César, que en este momento ostentaba alguna magistratura curul.

(144) Otro de los protegidos de César, muy atacado por Cicerón y por Licinio Calvo. Había ostentado varios cargos, pero el consulado sólo lo consiguió en el 47 a.C, año en que Catulo ya había muerto. Por consiguiente, lo que aquí dice el poeta es que Vatinio jura en falso por un consulado que no tiene, jactándose de conseguirlo inmediatamente.

(145) Para Calvo, ver nota 47. Para Vatinio, ver nota 144.

(146) He traducido el término salaputium como "pichita brava", basándome en la interpretación que hacen algunos en el sentido de que procede de salax putium y putium praeputium. Esta interpretación, sin embargo, no es del todo clara.

(147) El texto de este poema presenta, en su transmisión, muchas dificultades. El filólogo Ellis supone, tras los 3 primeros versos (el pedo de Libón liviano y flojo), una laguna de 2 versos, después de la cual coloca el fragmento 3 de Catulo, que dice at non effugies meos iambos ("no escaparás de mis yambos"); luego supone otra laguna de 2 versos, coloca detrás los 2 versos referidos a Suficio, otra laguna de 1 verso y, finalmente, los 2 últimos. Por su parte, Mazzoni coloca el fragmento 3 detrás del último verso.

(148) Personajes desconocidos, al parecer protegidos de César (a quien claramente se refiere el apelativo irónico "general sin igual"). La expresión "viejo recocido" debió de ser proverbial en Roma (por influencia de la cultura griega), y alude a las artes mágicas de Medea (la cual prometió rejuvenecer a Pelias cociéndolo en una caldera).

(149) Ver nota 118.

(150) En la colina del Celio. El circo puede referirse al circo Máximo. El templo de Júpiter estaba en la colina del Capitolio. El paseo del Grande alude al que había detrás del teatro de Pompeyo (el Grande), inaugurado en el 55 a.C, un paseo era frecuentado por prostitutas y su clientela.

(151) De este hombre sólo se sabe que era amigo de Catulo.

(152) Se menciona a Hércules (Heracles) como paradigma de sufrimiento y penalidades por los 12 trabajos que tuvo que llevar a cabo por encargo de la diosa Hera. Justamente detrás de esta frase muchas ediciones intercalan el poema (aquí numerado como LVIIIa). Otras lo intercalan más adelante.

(153) En general los comentaristas dicen que puede ser Valerio Catón, del círculo de los poetae noui y amigo de Catulo.

(154) Identificada con Venus (Afrodita), pues, según algunas tradiciones, Afrodita es hija de ella.

(155) Ver nota 87.

(156) Celio Rufo, rival y sucesor de Catulo en el amor de Lesbia. Cicerón lo defendió en su Pro Caelio de las acusaciones de su ex-amante Clodia (Lesbia).

(157) Respecto a los problemas filológicos que plantea este poema, ver nota 152.

(158) Gigante de bronce llamado Talo. Todos los días daba 3 veces la vuelta a la isla para que no saliese de ella ningún habitante ni entrase ningún extranjero sin autorización de Minos.

(159) Ver nota 151.

(160) Personajes desconocidos.

(161) Al quemar un cadáver también se quemaban con él los manjares que se ofrecían a los manes de los difuntos. En los cementerios trabajaban como incineradores esclavos que iban con la cabeza medio rapada, en señal del castigo al que se les sometía por estar acusados de graves delitos.

(162) Monstruo marino, oculto en el estrecho de Mesina. La mitad superior de su cuerpo era de mujer, pero de ingles abajo su cuerpo lo formaban 6 perros feroces que devoraban cuanto encontraban a su alcance (cf. Homero, Odisea, XII, 80-100).

(163) Canción de boda en honor de Manlio Torcuato y de Vinia Aurunculeya. Este género de canción fue muy cultivado en la poesía alejandrina, y Catulo y los poetas de su círculo lo rescatan y renuevan. Contiene todos los tópicos del género: alabanza de Himeneo, felicitación a los novios, elogios a la novia por su belleza y al novio por sus virtudes, deseos de que tengan una pronta y feliz descendencia... Además, presenta algunas características particularmente romanas: el lanzamiento de nueces (de variada simbología), el rapto de la novia (deductio), las canciones de tono desenfadado y obsceno (fescen nina iocatio) y la perpetuación de la gens.

(164) Dios que preside el cortejo nupcial. Aquí aparece como hijo de Apolo (que habitaba con las musas el monte Helicón, en Beocia) y de Urania (una de las musas). "Oh Himeneo Himen, oh Himen Himeneo" es un estribillo de invocación que se repite al final de bastantes estrofas.

(165) Himeneo viene vestido como una novia (el flameum nuptiale era un velo de color azafrán con el que la desposada se cubría) y entona las canciones de boda.

(166) La antorcha nupcial es símbolo del matrimonio. En el cortejo nupcial, acompañaban a la novia 3 muchachos vestidos con la toga propia de la infancia (praetexta), a los que se llamaba praetextati: uno llevaba el huso, otro la rueca (símbolos del trabajo doméstico) y el tercero una antorcha.

(167) Paris, quien, en la disputa entre Hera (Juno), Atenea (Minerva) y Afrodita (Venus) por el título de la belleza, dio el premio a Afrodita (Venus). Idalio es una ciudad de Chipre, isla en la que Venus era muy venerada.

(168) Ninfas de los árboles, que nacen con el árbol y comparten su destino.

(169) Nombre mítico por Beocia, donde está el monte Helicón. Tespias es una ciudad vecina a dicho monte. Aganipe es la ninfa de una fuente del Helicón que lleva su mismo nombre.

(170) Vuelve a referirse a Himeneo.

(171) La traducción, que va desde "¿por qué te entretienes?" hasta "ni a tus pies", responde a la conjetura de Goold, en una laguna de 4 versos que aparece en las ediciones.

(172) Sobre los nombres de la novia, hay variantes. Aurunculeya aparece también como Arunculeya, y Vinia como Junia.

(173) La traducción "digna... marfileño" responde a una nueva conjetura de Goold (a la laguna de 3 versos en las ediciones).

(174) La fescen ninaiocatio, compuesta en versos amebeos (sin metro determinado), parece que pudo tener en el ritual nupcial romano la función de alejar el mal de ojo. Pero también puede simplemente haber sido una manifestación jocosa, muy punzante y licenciosa, de felicidad y buen augurio para los esposos.

(175) Dios del matrimonio. Realmente, es un grito ritual, de significación oscura, que se profería en el momento en que la joven desposada era conducida al umbral de la casa del novio. El reparto de nueces simboliza varias cosas: señal de buen agüero (próspera boda, fecundidad); abandono de la niñez; y abandono de la relación sexual entre el amo y sus esclavos, concretamente su esclavo concubino, que es el encargado del reparto.

(176) Se insiste en lo anterior: el favorito deberá cortarse el pelo (como los demás esclavos) y empezar a trabajar; el amo tiene que abandonar a sus depilados esclavos.

(177) Los viejos, por enfermedad o por costumbre, suelen mover la cabeza como si estuvieran afirmando algo. En cualquier caso, lo que dice aquí Catulo puede que haya sido entre los romanos una expresión proverbial.

(178) Al llegar la novia y el cortejo a la casa del novio, él entregaba a la mujer aceite para ungir los goznes de la puerta y un copo de lana, símbolo del trabajo doméstico. Luego él le hacía la pregunta: "¿Quién eres tú?", y ella respondía con la fórmula: "Donde tú eres Gayo, yo soy Gaya" (ubi tu Caius, ego Caia). Entonces los que la acompañaban, generalmente, la levantaban en peso para que no tocase el umbral con los pies, pues tocarlo se consideraba de mal agüero. El marido la recibía en un sitial recubierto de púrpura, colocado en el atrio, y allí entregaba a su esposa el agua y el fuego.

(179) Normalmente en el cortejo acompañaban a la novia 3 muchachos (vestidos con la toga praetexta) que actuaban a modo de padrinos. Estos jóvenes eran considerados como protegidos y favoritos de los dioses; para su elección se tenía en cuenta sus cualidades personales, su hermosura, su pureza y el hecho de ser libres. También acompañaban a la novia matronas que, casadas o viudas, sólo hubiesen tenido un esposo y fuesen de reconocida reputación (uniuirae). Ellas eran las encargadas de llevar a los esposos a la habitación nupcial.

(180) Este tipo de hipérboles es muy del gusto de Catulo (cf. V, VII, XVI y XLVIII).

(181) La función principal del matrimonio romano es la perpetuación de la especie, pero, sobre todo, el mantenimiento de la gens y de la casta. Los Torcuatos eran una de las familias patricias de más rancio abolengo.

(182) Se menciona aquí la fama de Telémaco, no por sí mismo, sino por la excelencia de su madre Penélope, quien, como es sabido, esperó fielmente el regreso de su esposo Ulises desde Troya.

(183) Con esto se indica la despedida del cortejo.

(184) Canción de boda sin destinatario especial. Se enfrentan un coro de muchachos y otro de muchachas.

(185) Personificación de la estrella de la tarde. La leyenda lo hace hijo de Eos (Aurora). Los autores helenísticos confundieron a Héspero (Véspero) con la estrella de la mañana, llamada por los griegos Eósforo y por los romanos Lucifer. Hay que observar que Catulo lo nombra con diversos nombres: Véspero (Vesper), Lucero de la noche (Noctifer), Héspero (Hesperus) y Lucero de la mañana (Eous).

(186) Estribillo semejante al del poema LXI.

(187) Como si la escena se desarrollase en Grecia, se mencionan 2 montes de Tesalia: el Olimpo y el Eta.

(188) Los esponsales los pactan los patres familias. Durante la República, el pater familias contrataba la esposa para sus hijos, muchas veces contra el parecer de éstos. Los esponsales, que precedían al matrimonio, eran la mención o promesa de las nupcias futuras, de donde venía a los prometidos el nombre de sponsus y sponsa. Para los esponsales no se necesitaba la presencia de los prometidos, cuya edad para esta ceremonia no está definida, aunque no deben tener menos de 7 años.

(189) Goold suple una laguna de 7 versos, cuyo texto, en la traducción, va desde "con su llegada" (parlamento de las muchachas) hasta "con falsas imputaciones" (primera frase de los muchachos).

(190) Ver nota 185.

(191) Sobre el reparto tripartito de la virginidad, al parecer no hay otros testimonios.

(192) Sobre la figura de Atis hay varias leyendas. Una de ellas, la que nos transmite Ovidio, dice que era un hermoso joven de los montes de Frigia del que se enamoró Cibeles. La diosa decidió hacerlo guardián de su templo con la condición de que él se mantuviese virgen; pero Atis tuvo relaciones sexuales con una ninfa. Cibeles lo volvió loco y él, en medio de una crisis violenta, se castró; después de su emasculación, Cibeles volvió a aceptarlo como servidor suyo.

En el poema de Catulo la leyenda varía un poco: Atis no es frigio sino extranjero (concretamente griego), como se comprueba en las quejas que éste proferirá más adelante: "Yo, efebo, del gimnasio he sido la flor y era yo entonces la gloria de la palestra". Además, se castran él y los sacerdotes de Cibeles no por amor a la diosa, sino por odio a Venus.

(193) Monte Ida, en Creta.

(194) La diosa es Cibeles, quien a lo largo del poema recibe este nombre y también los de madre y diosa de Díndimo (monte de la parte este de Frigia).
Cibeles es la gran diosa de Frigia, y con frecuencia se la llama madre de los dioses o gran madre (cf. XXXV). Su poder se extiende sobre la naturaleza toda, cuya potencia vegetativa personifica. Es honrada en las montañas de Asia Menor, y desde allí su culto se difundió por todo el mundo helénico y luego por el romano, cuando, en 204 a.C. el Senado romano decidió traer de Pesinunte la piedra negra (símbolo de la diosa) y erigirle un templo en el Palatino. La importancia de Cibeles se debe sobre todo al culto de tipo orgiástico desarrollado en torno a su divinidad, y mantenido hasta época tardía bajo el Imperio Romano.

(195) Atis aparecerá por todo el poema como masculino, mientras sea o se sienta hombre (antes de la castración y cuando vuelve en sí de la posesión divina); y como femenino, tras castrarse y cuando se sienta poseído por la diosa.

(196) Los sacerdotes de Cibeles se castraban, y recibían el nombre de galas.

(197) Cortesanas de Dioniso, que personifican los espíritus orgiásticos de la naturaleza. Aquí Catulo las hace pertenecer al cortejo de Cibeles.

(198) Diosa de la agricultura. "Un sueño sin Ceres" significa un sueño sin trigo, sin haber probado bocado.

(199) El Sol (Helio) es hijo del titán Hiperión y de la titánide Tía, hermano de Aurora (Eos) y de la Luna (Selene). Se le representa como un joven de gran belleza, y su cabeza está rodeada de rayos que forman una cabellera de oro. Recorre el cielo montado en un carro que arrastran unos velocísimos corceles; camina durante todo el día y, al anochecer, llega al océano; bajo tierra o bien en una barca sobre el océano, que rodea el mundo, hace el trayecto entre Occidente y Oriente para volver a montar en su carro y recorrer el cielo durante el día.

(200) Antiguo Hipno, una de las divinidades más antiguas. Es hijo de Noche y Érebo, y hermano gemelo de Tánato. Pasítea es una Cárite que Hera entrega como esposa a Hipno por un favor prestado por él.

(201) Algunos han interpretado "los oídos gemelos de los dioses" como que éstos tienen uno para el bien y otro para el mal.

(202) Como es bien conocido, Cibeles va en un carro tirado por leones.

(203) Este poema es un epilio (nombre que se da a las composiciones de épica mitológica), género muy practicado por los alejandrinos y los poetae noui. El tema central es el de las bodas de Tetis y Peleo, pero dentro de él se engarza, como descripción del cobertor del sitial nupcial, el tema del abandono de Ariadna por Teseo. La estructura del poema es la que se conoce como en anillo, de tal manera que se comienza con el tema principal (las bodas de Tetis y Peleo). entre medias aparece el tema del abandono de Ariadna, continuado con la narración del viaje de Teseo a Creta y la muerte del Minotauro, y cerrado de nuevo con el abandono de Ariadna; se vuelve otra vez a las bodas. Hay, por último, como remate, una reflexión final sobre el olvido en el que los hombres han dejado caer a los dioses y la religión en general.

(204) En la región de Tesalia. Los pinos de ese monte sirvieron para fabricar la nave Argo, en la que Jasón y sus compañeros hicieron la travesía hasta la Cólquide.
Fasis es un río de la Cólquide que desemboca en el mar Negro. En Eea, cuya capital era Fasis, a orillas del río del mismo nombre, reinaba Eetes, hijo del Sol y de la oceánide Perseis. Hermanas de este rey eran la maga Circe y Pasífae, esposa de Minos. Hasta Cólquide, región situada al pie del Cáucaso, a orillas del mar Negro, navegaron Jasón y sus compañeros en la nave Argo en busca de la piel de oro de un carnero propiedad del rey Eetes.

(205) Atenea, que tenía su templo en la acrópolis de Atenas.

(206) Una de las nereidas, reina del mar por ser esposa de Poseidón.

(207) Divinidades marinas, hijas de Nereo y Dóride. Aquí Catulo las llama también ninfas marinas, aunque en realidad se entendía por ninfas a muchachas pobladoras de los bosques y las aguas dulces (que, generalmente, tenían como amantes a los espíritus masculinos de la naturaleza, como Pan, los Sátiros y Príapo).

(208) Júpiter (Zeus), quien se disputaba con Poseidón a Tetis (hija de Nereo y de Dóride);. Temis les predijo que el vástago que naciera de la unión con Tetis sería más poderoso que su padre; entonces, los dos dioses renunciaron a su pretensión y buscaron a un mortal con quien casar a la diosa. Hay otra versión que cuenta que Tetis se niega a unirse a Zeus por respeto a Hera, que la había criado. Sea como fuere, los dioses resolvieron darle por marido a Peleo (rey de Ptía, en Tesalia); ella trató de escapar pasando por distintas transformaciones, pues tenía ese don por ser divinidad marina, pero no lo consiguió; la boda se celebró en el monte Pelión; de esta unión nació Aquiles.

(209) Una de las divinidades primordiales, que personifica la fecundidad femenina del mar. Es la más joven de las hijas de Urano y Gea, y crió a Hera. Océano es la personificación del agua, que según las concepciones helénicas primitivas rodea la Tierra como un río. Es el mayor de los titanes, y forma pareja con su hermana Tetís, con quien engendró los Ríos y las Oceánides. Más tarde se reservó el nombre de Océano para el Atlántico, límite occidental del mundo antiguo.

(210) Todos estos lugares son de la región de Tesalia. Recuérdese que Peleo era rey de Ptía.

(211) Día es el nombre antiguo de la isla de Naxos.

(212) A partir de aquí se cuenta, empezando por el final, la historia de Ariadna y Teseo. Ariadna, hija de Minos y Pasífae, cuando, con intención de matar al Minotauro, llegó a Creta Teseo, se enamoró locamente de él y lo ayudó a no perderse en los recovecos del laberinto entregándole un ovillo de un hilo transparente. Luego huyeron juntos, pero Teseo, en una escala en la isla de Naxos, abandonó a Ariadna. Pronto llegaron a la isla Dioniso y su cortejo, y, fascinado el dios por la belleza de Ariadna, se casó con ella y la llevó al Olimpo.

Teseo, héroe del Ática, hijo de Egeo y Etra, se embarcó hacia Creta para matar al minotauro, pues tiempo atrás Atenas, asolada por una peste que le enviaron los dioses como castigo por la muerte de Androgeón (hijo de Minos), no pudo defenderse ante el ataque del propio Minos. Éste, tras vencer a los atenienses, les exigió como tributo la entrega de 7 muchachos y 7 muchachas cada 9 años. Al partir Teseo, su padre Egeo le había dado un juego de velas negras para el funesto viaje y otro de velas blancas para que las izase en caso de haber cumplido con éxito la empresa. Después de matar al minotauro gracias a la ayuda de Ariadna, de huir con ella y de, al final, abandonarla, Teseo se olvidó del encargo de su padre, y éste, al avistar desde lo alto de la acrópolis las velas negras, se arrojó de cabeza y se mató.

(213) Ariadna, que recibe este nombre por ser hija de Minos.

(214) Venus, que tenía un santuario en el monte Érix, en Sicilia.

(215) Catulo sitúa el palacio de Minos en la ciudad cretense de Gortina, en lugar de situarlo en Cnosos.

(216) Según una antigua tradición, Atenas había sido fundada por Cécrope. De ahí este nombre.

(217) Ver nota 212.

(218) Monstruo con cabeza de hombre y cuerpo de toro, hijo de Pasífae (la esposa de Minos) y de un toro. Minos encargó a Dédalo la construcción de un laberinto para encerrar allí al minotauro. El monstruo devoraba a los jóvenes que Atenas pagaba como tributo.

(219) Río de Laconia, región del sureste del Peloponeso, cuya capital es Esparta.

(220) Cupido (Eros).

(221) Ver nota 109.

(222) Monte de Licia, antigua comarca de Asia Menor, situada entre Caria, Frigia, Pisidia, Panfilia y el Mediterráneo; las ciudades principales de esta comarca son Telmiso, Janto, Patara, etc.

(223) Fedra.

(224) El minotauro.

(225) Arenas del golfo de Sidra (norte de África, actualmente Libia). Escila es una roca del estrecho de Mesina. Caribdis es el remolino de dicho estrecho. Además, en la mitología, Escila y Caribdis son dos monstruos de gran voracidad que vivían en el mencionado estrecho (cf. LX).

(226) Personificación del azar o la casualidad. Forma pareja con Fortuna.

(227) Tal vez a Teseo se le llame huésped en su calidad de príncipe o porque hubiera ido, ocultando sus planes, como embajador de los jóvenes que iban a ser devorados por el minotauro.

(228) Monte Ida, de Creta.

(229) Sobrenombre de Erinias, sobrenombre que significa bondadosas, con el que se las invocaba para no reclamar su cólera (pues los romanos las identificaron con las Furias). Nacieron de las gotas de sangre caídas en la tierra tras la castración que sufrió Urano a manos de su hijo Crono. Son análogas a las Parcas, y a ellas obedece incluso el propio Zeus. Se las representa como genios alados con serpientes entremezcladas en su cabellera; llevan en su mano antorchas o látigos. Su misión esencial es la venganza del crimen y del perjurio.

(230) Rey mítico de Atenas. Egeo es el padre de Teseo. Atenea es la diosa protectora de Atenas.

(231) Egeo sólo supo que Teseo era hijo suyo cuando ya era viejo.

(232) Monte de Beocia, donde Atenea tenía un templo.

(233) Uno de los nombres de Dioniso. En el cortejo de este dios van los sátiros (genios de la naturaleza), a los que suele representarse con la parte inferior del cuerpo como la de un macho cabrío y la superior como la de un hombre; llevan una larga cola, muy poblada, semejante a la de un caballo, y tienen un miembro viril de gran tamaño, siempre en erección. Aparecen bailando en el campo, bebiendo con Dioniso, persiguiendo a las ménades y a las ninfas. Generalmente, los silenos se identifican con los sátiros en su vejez, pero aquí Catulo los pone como grupo aparte.

En la mitología hay un personaje llamado Sileno, que pasa por haber sido educado por Dioniso. Tenía una gran sabiduría, pero no la revelaba a los humanos más que por la fuerza. Era muy feo, tenía la nariz chata y la mirada de toro y una gran barriga; acostumbraba a estar borracho; se le solía representar cabalgando sobre un asno.

El lugar originario del culto a Baco es Nisa, situado según los autores en Tracia, en Arabia, en Etiopía o en la India. En el cortejo de Dioniso están también las bacantes, a las cuales se representa desnudas o vestidas con ligeros velos; llevan coronas de hiedra y en la mano un tirso, a veces un cántaro; tocan la doble flauta o un tamboril y se entregan a una violenta danza; representan los espíritus orgiásticos de la naturaleza.

(234) Ver nota 133.

(235) Ver nota 199.

(236) El más célebre, juicioso y sabio de los centauros. Vivía en una caverna del monte Pelión. Era buen amigo de los hombres, prudente y benévolo. Educó a Aquiles, a Jasón, a Asclepio y a otros. Su enseñanza comprendía la música, el arte de la guerra, el de la caza, la moral y la medicina.

(237) Ver nota 80.

(238) Dios y río de Tesalia, hijo de Océano y Tetís.

(239) Hay tras esto un verso de muy difícil interpretación, que aquí no está traducido. Para "y no de vacío" he utilizado la variante non uacuos.

(240) El chopo. Faetonte, hijo del Sol (Helio), pidió en cierta ocasión a su padre que le dejara conducir su carro; como lo manejaba mal y estaba a punto de quemar la tierra, Zeus lo fulminó y Faetonte cayó al río Erídano. Sus hermanas, las helíades, recogieron su cuerpo, le rindieron honores fúnebres y lo lloraron a orillas del río; luego fueron convertidas en chopos.

(241) Hijo del titán Jápeto, y bienhechor de la humanidad. Engañó una vez a Zeus, quien como castigo decidió no entregar el fuego a los hombres. Prometeo robó el fuego y se lo dio a los humanos. Zeus lo castigó, y lo encadenó en el Cáucaso y envió un águila para que le devorara el hígado (que, en contrapartida, no dejaba de crecer). Heracles lo liberó.

(242) Febo es Apolo, y su hermana gemela es Ártemis (Diana). El Idro que aquí se menciona se trata quizá de un monte cercano a la ciudad de Idrias, en la región de Caria (Asia Menor).

(243) Nombre romano dado a las moiras griegas, divinidades del destino. Se las representa como hilanderas que tejen la vida de los hombres: una preside el nacimiento, otra el matrimonio y la otra la muerte.

(244) Región de Macedonia cuyo nombre se usa a veces para designar a Tesalia. La "defensa de Ematia" es Peleo.

(245) Diosa romana de la abundancia, y páredro de Saturno (por lo que se la identifica con Rea). El "hijo de Ops" es, por tanto, Júpiter.

(246) Ver nota 185.

(247) Hijo de Peleo y Tetis, y héroe griego por antonomasia. Debe su celebridad, sobre todo, a la Ilíada, de la que es protagonista. Otros poetas y leyendas populares se apoderaron de su renombre y se las ingeniaron para completar la narración de su vida, inventado episodios que faltaban en los relatos homéricos.

(248) Agamenón, caudillo del ejército griego en la guerra de Troya. A Pélope se le llama perjuro porque, para casarse con Hipodamía, tenía que vencer en una carrera de carros a Enómao, el padre de ella. Consiguió vencerlo sobornando a Mirtilo, quien quitó la clavija de la rueda del carro de Enómao. Cuando Mirtilo fue a pedir a Pélope su recompensa, éste lo mató.

(249) Río que corría junto a Troya, y desembocaba en el estrecho del Helesponto.

(250) Ver nota 226.

(251) Se llama así a Troya porque su fundador fue Dárdano (hijo de Zeus y Electra). Uno de los constructores de las murallas de Troya fue Poseidón (Neptuno).

(252) Una de las hijas de Príamo y Hécuba. En leyendas posteriores a Ilíada se cuenta que fue sacrificada sobre el sepulcro de Aquiles (como 2 párrafos antes se ha indicado con "doncella inmolada"). Dichas leyendas las siguen los trágicos, especialmente Eurípides.

(253) Según la creencia popular de que, tras la pérdida de la virginidad, el cuello de las mujeres ensancha.

(254) Antiguo dios itálico, que aparece identificado con Baco (y las tíades con las ménades). Según una tradición de Delfos, Tía es una ninfa de allí que fue amada por Apolo (quien le dio un hijo, Delfo, epónimo de la ciudad). Tía fue la 1ª en celebrar el culto de Dioniso en las laderas del Parnaso, y en memoria de este hecho, se cuenta que las ménades llevan el nombre de tíades.

(255) Antiguo nombre de Marte, dios de la guerra e identificado con el Ares helénico. Pero el Marte itálico es muy antiguo y es, además de dios de la guerra, dios de la vegetación. Los romanos lo tienen por fundador de su pueblo, pues es padre de Rómulo y Remo.

(256) Atenea, quien (según algunas versiones) había nacido a orillas del lago Tritón, en Libia. Atenea (Minerva) es diosa de la guerra.

(257) Epíteto procedente de Ramnunte, pequeña ciudad del Ática donde Némesis tenía un santuario famoso.

(258) Carta que Catulo envía a Órtalo, como introducción del poema LXVI (versión de la Cabellera de Berenice de Calímaco).

(259) Las musas (nombre que el poeta utiliza un poco más adelante). Según unas tradiciones, las musas son hijas de Zeus y de la titánide Mnemósine; según otras, son hijas de Zeus y de Harmonía o de Urano y Gea. Hay 2 grupos principales:

-las musas de Tracia, vecinas del Olimpo, que son las piérides;
-las musas de Beocia, ocupantes de las laderas del Helicón.

Generalmente, se considera que son 9 las musas. Son las cantoras divinas y, además, presiden el pensamiento en todas sus formas. Los poetas las invocan al comienzo de su obra para que la protejan.

(260) Hortensio Órtalo, famoso orador rival de Cicerón, que escribió un poema sobre la guerra contra los marsos.

(261) Río del infierno, de cuyas aguas bebían los muertos para olvidar su vida terrestre.

(262) Promontorio de Tróade, sobre el Helesponto.

(263) El hermano de Catulo murió en Troya, y su pérdida afectó bastante al poeta, que vuelve a tratar de él en el poema LXVIII y le dirige el CI.

(264) Ciudad de la Fócide donde reinó Tereo. La "de Dáulide" es Procne, e Ítilo es su hijo.

Según la leyenda, Filomela y Procne son hermanas. Su padre, Pandión (rey de Atenas), obtuvo la victoria frente al tebano Lábdaco gracias a Tereo; en recompensa, le dio en matrimonio a su hija Procne. De este matrimonio nació un hijo: Ítilo. Pero Tereo se enamoró de Filomela, la violó y, para que no pudiera contar nada, le cortó la lengua; pero ella se las arregló para poner al corriente a su hermana Procne. Esta última, para castigar a Tereo, mató a su propio hijo, cocinó su carne y se la sirvió a su esposo. Tereo, cuando al fin se enteró de todo lo sucedido, persiguió a las dos hermanas y las alcanzó en Dáulide. Ellas rogaron a los dioses que las salvaran: los dioses transformaron a Procne en ruiseñor y a Filomela en golondrina.

(265) Referencia a Calímaco, quien tenía el apelativo de "el Batíada" por haber nacido en Cirene, ciudad cuyo 1º rey fue Bato. Calímaco fue profesor de gramática, estudió filosofía en Atenas, y en Alejandría realizó una ingente catalogación por géneros literarios de la gran biblioteca. Se le atribuyen muchísimas obras, de las que las escritas en prosa se han perdido, pero se conserva una buena parte de su poesía (himnos, causas, epigramas), poesía que fue muy celebrada y que ejerció un influjo notable en la generación de Catulo y los poetae noui.

(266) La manzana la enviaba el enamorado como prueba de su amor (cf. Virgilio, Bucólicas, III, 70-71; Propercio, Elegías, I, III, 24).

(267) Versión del poema compuesto por Calímaco en homenaje a Berenice, hija de Maga, rey de Cirene.

Berenice contrajo matrimonio el 247 a.C. con Ptolomeo III de Egipto, quien poco después de la boda marchó a la guerra contra Seleuco II de Siria. Al volver de la guerra su esposo sano y salvo, Berenice, en cumplimiento de un voto, dedicó su cabellera en el templo de Arsínoe. La cabellera desapareció y Conón, el astrónomo real, para consolar a la reina declaró que se había transformado en constelación: la Cabellera de Berenice, situada al lado de Virgo, Leo, Calisto (Osa Mayor) y el Boyero.

(268) Desde pronto quedan asimiladas como una misma divinidad Luna y Diana (Artemis). Además, el epíteto Trivia aplicado a Diana (Artemis) procede de la confusión de ésta con Hécate.

Según la mitología, la Luna (Selene) se enamoró apasionadamente del joven Endimión (que, como don de Zeus dormía un sueño eterno), e iba todas las noches a verlo al pie de las rocas del monte Latmo (en Caria), donde él dormía.

(269) Famoso astrónomo en su época, que trabajó en la corte de Ptolomeo III de Egipto y era amigo de Calímaco.

(270) Desde la época faraónica era costumbre que, a imitación de Osiris y de su hermana Isis, los soberanos se casaran con sus hermanas. Ptolomeo y Berenice eran primos hermanos, pero oficialmente se llamaban hermanos.

(271) Titánide que tuvo con Hiperión tres hijos: Helio (Sol), Eos (Aurora) y Selene (Luna).

(272) Monte situado en el extremo de la más oriental de las 3 penínsulas de la Calcídica. Por el istmo que la une al continente abrió Jerjes de Persia un canal cuando invadió Grecia en la II Guerra Médica.

(273) Pueblo del Ponto Euxino, famoso por sus minas y por la fabricación de acero.

(274) Legendario rey de Etiopía, hijo de Eos (Aurora) y Titono. El hermano al que aquí se menciona es Céfiro (viento del oeste), hijo también de Eos y de Astreo; Catulo lo llama "caballo volador", denominación frecuente para los vientos (cf. Homero, Ilíada, XX, 221).

(275) A Arsínoe, esposa de Ptolomeo II de Egipto, después de su muerte, se la divinizó y se la identificó con Venus. Quizás se la llame locria porque los locrios antiguamente habían conquistado la región del norte de Egipto. En honor de Arsínoe (Venus) se construyó un templo en el promontorio del Cefirio, cerca de la ciudad de Canopo (norte de Egipto). Por eso se la llama la Cefirítide.

(276) La corona de oro que Dioniso regaló a Ariadna cuando la hizo su esposa fue convertida en constelación.

(277) Descripción de la situación en el cielo de la Cabellera de Berenice: entre 2 constelaciones zodiacales (Virgo y Leo), Calisto (Osa Mayor) y el Boyero (o Bootes). Calisto, hija de un héroe arcadio llamado Licaón, fue transformada en osa por Hera, celosa de sus amoríos con Zeus; luego Zeus la transformó en constelación.

(278) La morada de los dioses está en lo más alto del centro del universo.

(279) En el seno de Tetís, la esposa de Océano, se sumergen los astros durante el día.

(280) Ver nota 257.

(281) Esta parte presenta muchas dificultades textuales. Parece que lo que quiere decir es que Berenice, antes de casarse, no era muy aficionada a los perfumes finos y caros.

(282) En frascos de ónice solían guardarse los perfumes y ungüentos.

(283) Ante la dificultad del texto, he optado por la variante de Bardon.

(284) Orión y Acuario son 2 constelaciones muy distantes entre sí.

(285) Diálogo en tono difamatorio entre Catulo y la puerta de una casa cuyo dueño acaba de casarse.

(286) Padre de Cecilio (que aparece más adelante), personajes ambos desconocidos, aunque algunos comentaristas creen que Cecilio puede ser el mismo del poema XXXV.

(287) He utilizado la variante de Bardon: uerumistis populis ianua quidque facit.

(288) Actual Brescia, ciudad de la Galia Citerior y (según Catulo) fundadora de Verona. El calificativo cicnea (conjetura en un pasaje de difícil interpretación) puede aludir a Cicno, hijo de un rey de los lígures (pueblo que ocupó la región de Brixia), que estaba enamorado de Faetonte, cuya muerte lloró, y que fue transformado en cisne. El río Mela no atraviesa precisamente la ciudad, pero corre muy próximo. Postumio y Cornelio son personajes desconocidos.

(289) La discusión que a la crítica plantea este poema es doble: su unidad y el destinatario. El problema del destinatario estriba en el hecho de que en unos versos aparece con el vocativo Malli y en otros con Alli; pero bastantes filólogos han corregido Malli por mi Alli, lo cual significaría un único e idéntico destinatario. Si se admite esta solución, la unidad del poema no presenta realmente problemas, porque se puede entender esta composición como una elegía en honor de un amigo encerrada entre un comienzo y un final de tipo epistolar.

(290) Por todas partes puede encontrarse que entre los antiguos el deber de hospitalidad es cosa sagrada. Se conoce que Alio y Catulo han sido huéspedes en el pasado.

(291) La toga viril (totalmente blanca), frente a la toga de la infancia (que llevaba orla de púrpura), la tomaban los romanos a los 17 años aproximadamente.

(292) Venus.

(293) La muerte de su hermano (cf. CI) es una de las cosas que impide escribir a Catulo.

(294) Catulo está contestando a una carta anterior de Alio, escrita desde Roma (de ahí el hic en alusión a Roma). Le pide excusas por no mandarle consuelo con sus poemas, porque el poeta está en Verona y ha dejado en Roma la mayor parte de su material.

(295) Desde "para que viva" hasta "después de la muerte" es la traducción conjeturada por Goold.

(296) Ver nota 109.

(297) Sicilia. Por tanto, la roca Trinacria es el Etna. El golfo Maliaco está al sur de Tesalia, y aquí se hace alusión a una fuente termal de las Termópilas, entre dicho golfo y el monte Eta.

(298) Ver nota 12.

(299) Una de las maneras de nombrar a Lesbia.

(300) Laodamía se casó con Protesilao (héroe de la ciudad tesalia de Fílacas) antes de que él partiera hacia Troya. Parece ser que en la ceremonia nupcial no se habían realizado los sacrificios exigidos por el ritual y, como castigo por este sacrilegio, Protesilao murió en Troya a manos de Héctor. Laodamía sufrió enormemente por la pérdida de su esposo, hasta el punto de que (según una leyenda), habiendo vuelto Protesilao del Hades por unas horas, ella, como no podía resistir perderlo de nuevo, se suicidó para poder seguirlo; otra leyenda narra que Laodamía había mandado fabricar una estatua de cera, reproducción de Protesilao, a la que besaba y abrazaba a ocultas, pero el padre de ella, habiendo descubierto su secreto, arrojó la estatua al fuego y Laodamía, por seguirla, pereció abrasada.

(301) Ver nota 257.

(302) Ver nota 243.

(303) Catulo repite exactamente las palabras que ha escrito un poco antes.

(304) Hércules (Heracles). El poeta dice falso porque en realidad era hijo de Alcmena (esposa de Anfitrión) y de Júpiter, que había suplantado al marido. Una de las hazañas atribuidas a Hércules fue la de desecar el pantano próximo a Féneo, ciudad de la Arcadia, cercana al monte Cilene. Dicha hazaña la llevó a cabo mientras realizaba el 5º trabajo impuesto por Euristeo (mencionado aquí como un "amo inferior"): matar las aves de Estinfalo, en Arcadia, bien porque dichas aves estaban arrasando la región, o bien porque se alimentaban de carne humana. Tras la realización de los 12 trabajos, Hércules, en recompensa, fue recibido en el Olimpo, donde se le entregó como esposa a Hebe, diosa de la juventud.

(305) Lesbia, quien, como si se tratase de la mismísima Venus, va acompañada por Cupido. Anteriormente, en este mismo poema, Catulo ha hablado de Lesbia como "mi blanca diosa".

(306) Catulo disculpa las traiciones de Lesbia que él tiene que soportar, haciendo un paralelismo con las que Juno tuvo que soportar por los amoríos de Júpiter.

(307) Detrás de estas palabras la edición utilizada incluye una laguna de 2 versos, y pone el verso 142 entre cruces. Dicho verso no está incluido en la traducción. Sin embargo, generalmente se cree que es un inciso que Catulo se dirige a sí mismo, y cuya traducción podría ser: quítate la ingrata tarea propia de un padre tembloroso.

(308) Los días felices se señalaban con una marca blanca (cf. CVII).

(309) Hija de Urano y Gea, que pertenece a la raza de los titanes. Figura entre las esposas divinas de Zeus, con quien engendró a las horas, a las parcas, a la virgen Astrea y a las ninfas del Erídano. Es la personificación de la justicia. Es consejera de Zeus y tiene el honor de vivir entre los olímpicos por haber inventado los oráculos, los ritos y las leyes.

(310) Para la traducción "y el... su tierra" he utilizado la conjetura de Ellis y de Bardon: et qui principio nobis terram dedit hospes. Este verso y el siguiente, en cualquier caso, son de difícil interpretación. Se puede pensar que se trata de una 3ª persona o del propio Alio, quien, como se ha dicho anteriormente, ha ofrecido hospitalidad a Catulo. Se puede pensar también (como señalan algunos comentaristas) en una imagen del náufrago que por fin llega a tierra.

(311) Celio Rufo.

(312) Lesbia.

(313) Puede entenderse que en el poema se hace alusión a 3 personajes: Rufo (a quien aquí Catulo caracteriza de la misma manera que en el LXIX); el propio Catulo (a quien se refiere el tuyo y que es rival del anterior en amores) y Lesbia (es decir, ella, que es contra quien de hecho va dirigido el ataque del poema por soportar al insoportable Rufo).

(314) Poema sobre la amistad traicionada, que aparece también en el XXX (dirigido a Alfeno) y en el LXXVII (dirigido a Rufo).

(315) Lucio Gelio Publícola, del círculo de Clodio, cuya madre se llamaba Pala, su hermana Valeria, y cuyo tío era quizá el Gelio atacado por Cicerón en el Pro Sestio.

(316) Horus niño, representado como un muchacho con el dedo índice junto a los labios, a quien los griegos consideraban como el dios del silencio y la discreción (cf. Varrón, De lingua Latina, V, 57).

(317) Ver nota 311.

(318) Personaje desconocido.

(319) Poema que en los códices aparece unido al anterior, pero es de todo punto imposible que formen una unidad. Los filólogos lo han colocado detrás del poema LXXVII o del LXXIX, o dentro del LXXXVIII. Pero lo más probable es que sea un poema independiente al que le falta el comienzo.

(320) Sobrenombre que Catulo da al hermano de Lesbia, y que tiene el cognomen de Pulcer, palabra que en latín significa guapo. El juego de palabras y la alusión son clarísimos. Publio Clodio Pulcro fue tribuno y enemigo de Cicerón, que mantuvo relaciones incestuosas con su hermana (relaciones de las que lo acusa Cicerón en el Pro Caelio y en el Pro Domo).

(321) Ver nota 315.

(322) La hora 8ª se correspondía aproximadamente con las 13.00 o 14.00 horas. A esa hora solía terminar para los romanos un descanso que equivalía más o menos a lo que nosotros llamamos siesta.

(323) Personaje desconocido.

(324) Ver nota 73.

(325) Actual Pésaro, ciudad de la Umbría, junto al mar Adriático.

(326) Podría ser el mismo que aparece en el poema C, pero no contamos con otras referencias.

(327) Metelo Céler.

(328) He utilizado en la traducción los términos en parejas jarto (harto), jambre (hambre) y jónico (jojónico), que, aunque no traducen los latinos chommoda (commoda), hinsidias (insidias) e ionios (hionios), permiten reproducir aproximadamente el juego fónico que el poeta pretende. Con este juego Catulo quiere ridiculizar a un personaje que se las da de culto (pues el latín incorpora las consonantes aspiradas procedentes del griego) pronunciando h incluso en palabras que no tienen grafía h, y mostrando la pronunciación dialectal y no romana de Arrio.

(329) Quinto Arrio, pretor en el 63 a.C. gracias al favor de Craso. En este poema se menciona un viaje de este personaje a Asia; en este viaje quizá iba acompañando a Craso, que estuvo allí en el 55 a.C.

(330) Hermana del Quintio de los poemas LXXXII y C. Personaje, por otra parte, desconocido.

(331) Ver nota 315.

(332) Ver nota 209.

(333) Ver nota 315.

(334) Ver nota 315.

(335) Al parecer, en la religión persa los magos se unían sexualmente a sus madres, hermanas e hijas (cf. Estrabón, XV, 735).

(336) He utilizado la variante gnatus en lugar de gratus.

(337) Poema que trata sobre Gelio, que por el puro placer de hacer daño, le ha quitado a Lesbia.

(338) Ver poema LXXXIII.

(339) César (según Suetonio, Julio César, LXXIII) había intentado reconciliarse con Catulo, tras los ataques que el poeta le dirigió personalmente y a través de Mamurra, amigo del dictador. Catulo muestra aquí su indiferencia. Sobre los adjetivos blanco y negro se han hecho diversas interpretaciones, que entienden el poema como un ataque a César. Si se acepta que albus es traducción de leukós y niger de mélas, se está señalando, respectivamente, al homosexual pasivo y al activo.

(340) Apodo de Mamurra.

(341) El dicho parece querer indicar que "a cada cual le corresponde lo suyo, lo que le es propio".

(342) Epilio de Helvio Cina, que trata de los amores de Esmirna (o Mirra) con su padre Cíniras (o Tías). De estos amores nació Adonis, después que Esmirna fuera convertida, por su ruego a los dioses, en el árbol de la mirra.

(343) Hortensio Órtalo, a quien Catulo dedica el poema de la Cabellera de Berenice.

(344) Río de Chipre en el que, según la leyenda, murió y resucitó Adonis.

(345) Padua.

(346) Antímaco de Colofón (s. V a.C) escribió un largo poema épico, la Tebaida, que no era precisamente del gusto de Calímaco y sus seguidores posteriores (los poetae noui).

(347) Calvo escribió unas elegías, hoy perdidas, a la muerte de su mujer Quintilia.

(348) Personaje desconocido.

(349) Elijo la variante est os dentis.

(350) En el molino trabajaban los esclavos, especialmente los que tenían que cumplir algún castigo.

(351) Personaje desconocido.

(352) Ver nota 73.

(353) Alimento de los dioses.

(354) Planta empleada en la antigüedad contra diversas enfermedades, sobre todo contra la locura.

(355) Celio, rival de Catulo en el amor de Lesbia. De ahí que el final del poema haya que interpretarlo como un sarcasmo por parte del poeta.

(356) El mismo del poema LXXXII.

(357) Personaje desconocido, al igual que su hermano.

(358) La traducción "ha dado pruebas, por sus actos" corresponde a la variante textual per facta exhibita est.

(359) Epigrama funerario. Catulo visita la tumba de su hermano, que murió en Troya, para cumplir con los ritos. El tema de la muerte de su hermano aparece también en el poema LXV y en el poema LXVIII.

(360) Cornelio Nepote.

(361) Ver nota 316.

(362) Alcahuete que, en esta ocasión, actúa como tal. La suma que Catulo le ha proporcionado es elevadísima, y debía de ser el precio por el que se vendían, en la época del poeta, las prostitutas muy caras (cf. XLI).

(363) No se sabe a quién va dirigido el poema, ni quién es este Tapón. Algunos comentaristas señalan que se trata del nombre de un personaje de la farsa, prototipo del hombre que se asombra de todo y que todo lo exagera.

(364) Ver nota 340.

(365) Pieria, lugar consagrado a las musas. De ahí que "escalar el monte de Pipla" signifique alcanzar la gloria literaria.

(366) No está claro si en este poema se alude a la venta de homosexuales en general o si, además, se hace referencia a alguno de los jovencitos del entorno de Catulo, como Juvencio.

(367) Ver nota 308.

(368) La interrogación final "¿quién... vida?" corresponde en parte al texto conjeturado por Bardon.

(369) Uno de los hermanos Cominios, destacados oradores del partido aristocrático, conocidos sobre todo por su persecución judicial al tribuno de la plebe Cornelio, quien finalmente fue absuelto gracias a la defensa de Cicerón.

(370) Último poema a Lesbia.

(371) Ver nota 356.

(372) La misma del C y del CX.

(373) Personaje desconocido.

(374) Se da en esta breve composición un complicado juego de palabras por la homonimia del término multus (muy). Hay un multus adjetivo (mucho), un multus participio del verbo molere (moler, aquí con la resonancia de joder), y otro participio del verbo mulgere (ordeñar), que corrientemente se escribe mulctus, aunque esa c es puramente gráfica.

(375) El 1º consulado de Pompeyo fue en el 70 a.C, y el 2º en el 55 a.C.

(376) Ver nota 31.

(377) 3ª esposa de Pompeyo, divorciada de él en el 62 a.C.

(378) Ciudad del Piceno.

(379) Ver nota 87.

(380) Ver nota 87.

(381) Medida agraria que correspondía a un rectángulo de 28.800 pedes quadrati, aproximadamente 25 áreas.

(382) Rey de Lidia (Asia Menor), famoso por sus riquezas.

(383) Pueblo mítico, ubicado en el extremo septentrional, como su nombre indica: "más allá del Bóreas" (más allá del viento del norte).

(384) Ver nota 209.

(385) Ver nota 265.

(386) Ver nota 315.