10 de Enero

San Gregorio de Nisa

Argimiro Velasco
Mercabá, 10 enero 2025

Semblanza

         Nació el 333 en Cesarea (Capadocia), de padre oriundo del Ponto que ejercía la abogacía. De familia profundamente cristiana, sus abuelos vivieron 7 años en el bosque durante la persecución de Diocleciano. Su madre (Enmelia) era hija de mártir, y hermana de un obispo. Fueron 10 hermanos, de ellos 3 obispos santos (Basilio Magno, Gregorio de Nisa, Pedro de Sebaste) y una monja santa (Macrina la Joven).

         Mientras su abuela Macrina (también santa) le educaba en la virtud y buenas costumbres, su padre (Basilio el Viejo) le enseñaba los elementos de las ciencias, que luego amplió con los maestros de Cesarea.

         Gregorio de Nisa era hermano menor de San Basilio Magno, separando en edad de él por otro hermano, Naucracio (futuro monje). Gregorio debió tener también su propia nodriza, como por él mismo sabemos que la tuvo su hermana Macrina y como Basilio cuenta de sí mismo y de Pedro. Pero las bases de su instrucción religiosa las recibió de su madre (Enmelia), que tuvo buen cuidado de educar en la fe a sus hijos, y también de su abuela (Macrina), depositaria y transmisora del legado cristiano de Capadocia. Es Basilio quien lo recuerda en su Carta a los Neocesarienses:

"¿Qué prueba de nuestra fe podría resultar más nítida que el hecho de haber sido educado por una abuela, una bienaventurada mujer que salió de entre vosotros? Estoy hablando de la ilustre Macrina, que nos enseñó las palabras del bienaventurado Gregorio, todas las que la tradición oral le había conservado y que ella guardaba y utilizaba para formar en la doctrina de la piedad a los niñitos que nosotros éramos".

         Pero también la hermana mayor (Macrina) debió de tener sobre la educación de Gregorio un gran influjo, particularmente en las cuestiones de práctica de la vida cristiana, según se puede ver al trasluz de sus confidencias recogidas precisamente en la Vida de Macrina, que con tanto amor y ternura escribió él cuando ella murió.

         El padre de todos ellos, rétor de Neocesarea, tenía empeño especial en dar a sus hijos, además de la educación religiosa, una excelente cultura profana, en contra de las tendencias entonces dominantes en muchas familias cristianas. Y facilitó que Basilio pudiera recorrer todos los grados de esa cultura, frecuentando las mejores escuelas, incluida la universidad de Atenas.

         Gregorio, en cambio, y quizás por la muerte prematura de su padre, el 341, no pudo pasar de la escuela de gramática, en la que comenzó a practicar la explicación de los textos de Homero, Eurípides, Menandro y Demóstenes, autores que, al decir del gran historiador Marrou, eran "los cuatro pilares de la cultura clásica". Con esto aprendió también "la tecnología del lenguaje", tanto en Retórica (que de tanta utilidad le será para desmontar las argucias y sutilezas sofísticas del dialéctico Eunomio) como Interpretación (que él aplicará al estudio de las Sagradas Escrituras, a forma de exégesis).

         E igual que aprendió la Retórica, aprendió el resto: leyendo a los grandes maestros. Posiblemente en la misma Cesarea tuvo algunos buenos profesores, pero sin renombre especial fuera de la localidad. En todo caso, si la familia no gastó con Gregorio (o no pudo gastar, por la muerte del padre) dinero en su formación, lo cierto es que Gregorio, con enorme talento, logró adquirir una cultura sin par.

         Así, pues, por su cuenta adquirió Gregorio una extensa y profunda cultura griega, como lo atestiguó el historiador Teodoreto y su amigo Gregorio de Nacianzo, según veremos. Y lo hizo desde el esfuerzo y constancia, y no desde la universidad como su hermano Basilio. Es lo que el propio Gregorio le hace saber al famoso rétor pagano, Libanio, en una de sus Cartas:

"En cuanto a mis maestros, si buscas saber de quién parece que hayamos aprendido algo, lo hallarás en Pablo, Juan y los demás apóstoles. Pero si hablas de vuestra sabiduría (la pagana), debes saber que por mi parte nada especial tengo que señalar al enumerar a mis maestros. Durante algún tiempo, poco, he sido el discípulo de mi hermano. Luego, empleando mi tiempo en leer con gran celo todas tus obras, cuando podía hacerlo, me enamoré de vuestra belleza, y todavía no he perdido este amor".

         En sus obras, especialmente en su tratado Sobre la Virginidad, se refleja un gran influjo de la Segunda Sofística, así como un profundo conocimiento de diversas escuelas y corrientes de pensamiento profano: platonismo, aristotelismo, estoicismo y neoplatonismo. Su curiosidad intelectual y su afán de saber le lleva incluso a estudiar medicina y meteorología, de las que hace frecuente uso para ilustrar su pensamiento. En retórica, baste recordar lo que dice a Libanio, el universal maestro antioqueno de elocuencia.

         El ideal estético griego le sedujo algún tiempo, incluso en demasía, desoyendo las llamadas de su madre y de su hermana Macrina para que se apartase de ese camino, y se retirase con ellas a la finca familiar de Anisa (junto al Iris, en el Ponto), para dedicarse como ellas a una vida diferente.

         La época coincide con el renacimiento de la cultura griega que había impulsado el emperador Juliano (quien prohibió a los cristianos aprenderla y enseñarla, en un decreto no quedó derogado hasta el 11 enero 364). Las circunstancias de Capadocia (por su lejanía de los grandes centros) permitieron a Gregorio continuar su estudio y su magisterio, incluso como reacción contra el decreto.

         Pasado el peligro, debió tomarle Gregorio tanto gusto a sus estudios, que descuidó otros aspectos importantes, para él y su ambiente familiar y social. De ahí que su amigo Gregorio de Nacianzo le reprendiera en una de sus cartas:

"¿Qué te ha pasado, a ti, hombre sapientísimo? ¡Has arrojado lejos los libros santos y deliciosos que antes leías al pueblo! ¡Y has preferido el nombre de rétor al de cristiano! No, excelente amigo, no sigas más tiempo así, sal de tu embriaguez, aunque sea tarde, y vuelve en ti".

         Las recriminaciones del amigo, los ejemplos de su madre y hermanos, y sobre todo el de su admirado Basilio, fueron efectivos, según los resultados. Basilio había puesto en marcha, junto con el Nacianceno y bajo el impulso de Eustacio de Sebaste, una organización propia de vida monástica, cerca del lugar que Enmelia y Macrina habían escogido para ellas. Y enseguida había comenzado a redactar unas Reglas en las que, andando el tiempo, también Gregorio tendrá intervenciones determinantes para su desarrollo.

         Cabe, sin embargo, pensar que no debieron de escasear sus visitas, incluso estancias más prolongadas, al complejo monástico de Anisa. Y sin duda, por lo que deja entrever en sus escritos, desde su conversión ajustó lo más posible su vida al ideal monástico que allí se vivía, con tan alto y ferviente espíritu.

         Y si antes había "rechazado los libros santos" para empaparse de los libros profanos, ahora dedicó todas sus energías y todo su talento al estudio de esos libros santos y de sus mejores intérpretes. Bien lo prueba su amplio y profundo conocimiento de la Biblia y de autores como Filón de Alejandría y Orígenes (con su exégesis alegórica), Metodio de Olimpo, Basilio de Ancira...

         Entre tanto, en la vida de su hermano y maestro (Basilio) habían sucedido acontecimientos que serían decisivos para el futuro del mismo Gregorio. Ordenado presbítero el año 364, y resueltas algunas desavenencias con su obispo, Basilio se enfrenta ya con los herejes (a los que ataca con su Refutación a la Apología de Eunomio), continúa su labor de fundador monástico (escribiendo su Pequeño Ascéticon, especie de catecismo monástico) y despliega una actividad admirable en favor de los pobres y peregrinos (sobre todo con ocasión de la hambruna que se abatió sobre Capadocia el 368).

         En ese mismo año muere su madre (Enmelia, a la que enterraron junto a su marido en la Capilla de los Mártires de Sebaste, que ella misma había hecho construir, cerca de Ibora). Y todos estos hechos quedaron muy grabados en el recuerdo de Gregorio.

         El año 370 Basilio sucedió a Eusebio como obispo de Cesarea, aunque no sin dificultades. Y precisamente para solucionarlas, Gregorio intervino como mediador. Esta intervención puso bien de manifiesto su enorme buena voluntad, pero también sus escasas dotes como diplomático. De hecho, su hermano habla de "ingenuidad y torpeza".

         Sin embargo, esto no afectó para nada a la estima de Basilio por Gregorio. Efectivamente, cuando en el 372 reorganiza la Iglesia de Cesarea, conforme lo exigía la nueva situación creada por el emperador Valente (al dividir en dos la antigua Capadocia), Basilio no tiene inconveniente en consagrar a Gregorio como obispo de Nisa, consciente de sus talentos y preparación, como había demostrado el año anterior en su elogio a la vida consagrada a Dios, en la virginidad.

         Pero si en este encargo Gregorio incluso sobrepasó las esperanzas de Basilio, pues escribía sobre algo que seducía profundamente a su alma contemplativa, pero que ya, por estar casado, no podía hacer suyo (y de ello se lamenta amargamente), como obispo, en cambio, no supo o no pudo estar a la altura de las expectativas de Basilio sobre él, para sus planes de política eclesiástica y de defensa de la ortodoxia frente a las pretensiones del emperador Valente y de sus corifeos arrianos.

         Gregorio se muestra poco más que negado para la dimensión práctica de su ministerio, y Basilio lamenta su ingenuidad y su falta de sentido práctico. Cuando el 376 busca embajadores capaces, para enviarlos a Roma y tratar asuntos muy delicados con el papa Dámaso I, primero piensa en él, pero luego desiste. Y escribe al presbítero Doroteo:

"Si hay que ir por mar, éste es el momento. Y que el obispo amadísimo de Dios, mi hermano Gregorio, quiera hacer la travesía y hacer de embajador para asuntos de esta índole; por mi parte, efectivamente, no veo quiénes puedan marchar con él, y conozco su total inexperiencia de los asuntos eclesiásticos".

         Esto se puso bien de manifiesto en los dramáticos acontecimientos que comenzaron el 375. Apoyados en la política antinicena del emperador Valente, un sínodo de obispos arrianos reunido en Ancira hizo que el vicario o gobernador del Ponto (Demóstenes) mandara detener a Gregorio, pero éste logró escapar de sus guardianes y se refugió en algún lugar discreto, quizás alguna propiedad familiar.

         En su ausencia, a comienzos del año siguiente, otro sínodo arriano reunido en Nisa mismo le acusó de malversación y derroche de fondos, así como de irregularidades canónicas en su ordenación, y el vicario le condenó a destierro fuera de las fronteras de Capadocia, sin que sepamos dónde, aunque, según parece, pudo disfrutar de bastante libertad de movimientos.

         Regresó a Nisa el año 377, cuando Valente, antes de partir de Antioquía en campaña contra los godos rebelados en Tracia, revocó todas las sentencias de destierro de los eclesiásticos, para dar a los ortodoxos nicenos una muestra de su benevolencia. Gregorio mismo, en carta al obispo Ablavio, describe su viaje de regreso y el cálido y entusiasta recibimiento con que le acogieron sus fieles de Nisa.

         De por sí, este pequeño rebaño que le habían encomendado, no debía de presentar muchas y grandes dificultades. Gregorio podía disponer de tiempo para cultivar más intensamente su vida espiritual, animado y asistido por su hermana Macrina, con la que seguía manteniendo constante y estrecha relación. Por algo la llama su "maestra espiritual".

         Pero también el ejemplo y la incitación de su "hermano y maestro" Basilio influyeron, sin duda, para que desde estas fechas Gregorio tomase conciencia plena de la necesidad que la Iglesia tenía de hacer frente a las diversas herejías y pusiese en servicio suyo los mejores talentos de que podía disponer. Gregorio comprendió que su hermano no podía ya más y que era llegado su propio momento.

         El 9 agosto 378 moría el emperador Valente en la Batalla de Adrianópolis contra los godos. Y los asuntos de la Iglesia cambiaron radicalmente, al sucederle Graciano y Teodosio, ambos fervientes ortodoxos. Los trabajos de Basilio, tanto en política eclesiástica como en el campo doctrinal, comenzaron a dar sus frutos en dirección a la unidad. Basilio, sin embargo, no vería más que los comienzos, pues moría el 1 enero 379.

         Este acontecimiento significó un cambio decisivo en la manifestación de la personalidad de Gregorio. Hasta ese momento, se diría que la fuerte y rica personalidad de su hermano mayor, que tanto influyó en su 1ª educación, había creado en él, a fuerza de quererlo y admirarlo, una especie de complejo de inferioridad, que le bloqueaba la exteriorización de su propio inmenso caudal de todo tipo de cualidades.

         El hecho es que, desde entonces, parece otro. Se considera el legítimo heredero de la obra de su hermano en todos los campos, particularmente en el eclesiástico, el teológico y el monástico, y fue consecuente con la conciencia de responsabilidad que eso suponía para él. Desde el 379, la actividad de Gregorio parece desbordante, sobre todo la intelectual.

         Es a partir de entonces cuando escribe sus grandes obras, comenzando por las que quieren ser la profundización complementaria de las ya iniciadas por su hermano. Tal es el caso del tratado Sobre la Creación del Hombre (en que intenta completar las homilías de Basilio sobre el Hexaemeron) y la Explicación apologética del Hexaemeron (donde corrige algunas falsas interpolaciones del texto bíblico, y de la exégesis de Basilio).

         Ya en el 379 escribe Gregorio el 1º de sus tratados Contra Eunomio, en respuesta a la réplica de Eunomio al ataque de Basilio (pues éste ya no podía defender su postura). Gregorio leerá en el Concilio de Constantinopla este 1º tratado y el 2º, que compondrá poco después.

         También en el 379 toma parte Gregorio en el Sínodo de Antioquía, compuesto de obispos nicenos que habían sufrido el destierro decretado por Valente. De este sínodo apenas se sabe más que redactó un Símbolo (o credo) en que reconocía la única divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y que se ocupó de buscar el modo de poner de acuerdo a Melecio (cabeza de los neonicenos) y a Paulino (jefe de los viejo-nicenos), en Antioquía. De ello encargaron a Gregorio, según cuenta él mismo en una carta, aunque sin éxito.

         Se conoce que su larga ausencia había dejado demasiado libres las manos de los herejes eunomianos para entremeterse en la sede nisena, y algo parecido debía de ocurrir en Ibora y en Sebaste (donde se planteaba la elección de obispo ortodoxo) donde los fieles apelaron a Gregorio. Éste acudió a la llamada, y parece que también en la solución de estos casos seguía las huellas de Basilio, pues para obispo de Sebaste eligió a su hermano Pedro, asegurando así esta sede frente a las pretensiones de los herejes, que seguían con sus ambiciones.

         El 1 enero 381, 2º aniversario de la muerte de Basilio, Gregorio pronuncia su Elogio Fúnebre en Cesarea. Seis días más tarde, el 7 de enero, predicó el sermón Sobre el Bautismo, y el 7 de febrero su Panegírico de San Teodoro, con alusiones a la invasión de los godos.

         Pero el momento cimero de la carrera de Gregorio lo constituye, sin lugar a dudas, la celebración del Concilio II de Constantinopla, en la primavera del 381. En él vio Gregorio triunfar sus ideas teológicas y las de su hermano Basilio. Por las indicaciones y alusiones que se hallan en uno de sus sermones, parece que fue él quien pronunció el discurso de apertura del concilio. Y bien comprobado está que, en los funerales del obispo Melecio de Antioquía (presidente del concilio, y muerto durante las sesiones), los padres encargaron a Gregorio pronunciar el elogio fúnebre.

         Si en el concilio triunfaron las ideas teológicas de Basilio, también se impusieron sus orientaciones y medidas en cuestiones de política eclesiástica. Por eso los padres, con anuencia del emperador, encomendaron a Gregorio (junto con Otreyo de Melitene y Eladio de Cesarea) el control de la ortodoxia en las Iglesias de Capadocia y del Ponto. Y al terminar el concilio, le encargaron también de una delicada misión en Arabia, para restablecer el orden en Bosra, donde hacía estragos la herejía y 2 obispos se disputaban la sede.

         Cumplida la misión en Arabia, acude Gregorio a Jerusalén, requerido también por "los presidentes de las santas iglesias de Jerusalén", que posiblemente ponían en duda la legitimidad del obispo (Cirilo, que había asistido al concilio). Sin duda, se trataba de un problema doctrinal (cristológico), puesto que Gregorio se vio, a su vez, acusado de apolinarismo.

         En todo caso, de Jerusalén volvió Gregorio decepcionado a Capadocia, pues si bien en lo personal había gozado espiritualmente de la visita a los santos lugares, la organización en torno a las peregrinaciones, y la vida misma de las gentes, le habían repugnado y hasta escandalizado:

"Además, si la gracia de Dios fuera en los lugares de Jerusalén mayor que en otras partes, el pecado no sería tan habitual entre sus habitantes, y sin embargo, hoy no hay especie alguna de incontinencia que ellos no se atrevan a cometer: fornicaciones, adulterios, robos, idolatría, envenenamientos, intrigas y asesinatos. Por lo tanto, querido, aconseja a los hermanos que dejen el cuerpo para ir al Señor, pero que no dejen Capadocia para ir a Jerusalén".

         A finales del 381, Gregorio regresa a sus sede de Nisa, donde compone (durante el invierno) el 3º libro Contra Eunomio y el tratado Contra Apolinar, en respuesta a las acusaciones de que había sido objeto en Jerusalén. A ello alude en la misma obra. Más tarde, sin que pueda señalarse fecha, escribe su otra obra antiapolinarista (el Antirrético), en la que replica con todo tipo de detalle a una obra de Apolinar sobre la encarnación de Dios en la imagen del hombre.

         Desde su estancia en Constantinopla (con motivo del concilio II ecuménico), Gregorio se había ganado el favor de la corte imperial (allí establecida). De ahí que años después fuese llamado desde la sede imperial a la muerte de la princesa (Pulqueria) y de la misma emperatriz (Flacila), para la pronunciación de los sendos elogios fúnebres.

         Los últimos años de Gregorio son los menos conocidos, pese a que son muy fecundos. Completa su obra Contra Eunomio (refutando una confesión de fe presentada por Eunomio al emperador Teodosio, el 383), y publica su folleto Contra el Destino, más otros opúsculos que completan su doctrina sobre la Trinidad. Hacia mediados de la década, compuso su importante obra dogmática (la Gran Catequesis), que resume la doctrina cristiana, pero no a los catecúmenos sino a los pastores y maestros, para que éstos dispusieran de una buena sistematización doctrinal.

         Indudablemente, el grueso de la producción gregoriana de esta época (de madurez y plenitud, en todos los sentidos), corresponde a sus obras de espiritualidad, y muy especialmente de espiritualidad monástica. Y a medida que avanza en la composición de estas obras, se va poniendo de manifiesto que Gregorio no es un tratadista meramente especulativo (frío y lejano del tema), sino que expresa una experiencia personal vivida en la gracia del Espíritu divino.

         Bien se ha dicho que Basilio encauzó y organizó el movimiento monástico, y que Gregorio lo dotó de teología y de mística, ambas producto de su personal talento y de su personal vivencia de la gracia, en constante y profunda evolución interior.

         Es lo que reflejan su tratadito Sobre la Perfección (en que prueba cómo la perfección es resultado de la acción de Cristo en el alma), sus homilías Sobre el Cantar de los Cantares (interpretado, en la línea de Orígenes, la unión amorosa de Dios con el alma, en matrimonio místico y como itinerario del alma en constante ascensión hacia Dios), el tratadito Sobre la Profesión Cristiana (en que presenta ésta como una imitación de la naturaleza divina, posible para el hombre porque está hecho a imagen y semejanza de Dios) y la Vida de Moisés (en que, después de exponer la vida literal de Moisés, la interpreta alegóricamente y la convierte en símbolo de la ascensión mística).

         En cuanto a su obrita Sobre el Proyecto Cristiano, felizmente rescatada por el investigador Jaeger, se trata del último pensamiento de Gregorio sobre la naturaleza del ascetismo y la espiritualidad de la vida monástica, ya que fue compuesta hacia el final de su vida.

         Precisamente, en estos últimos años parece que las circunstancias le ayudaron a centrarse enteramente en el estudio, la producción literaria y el ejercicio de su vida interior. Quedaban lejos las tareas administrativas del postconcilio, y ya había podido responder a las acusaciones de tender demasiado hacia una cristología antioquena, o a su contraria (la apolinarista).

         El emperador Teodosio había trasladado su corte a Milán (lejos de Constantinopla), y ya no le retenía en su entorno. Por otra parte, y a consecuencia de los cánones del concilio, los obispos se veáin obligados a permanecer en sus sedes y a ocuparse exclusivamente de ellas. Todo, en fin, parece combinarse para que Gregorio se recoja y centre toda su actividad en su Iglesia de Nisa. Por esta época, en Constantinopla solía celebrarse un sínodo cada año, y sabemos que el último al que asistió Gregorio fue el de 394. A partir de ahí, todo es silencio alrededor suyo, a nivel de documentos.

         Generalmente, se sitúa su muerte en el 395. Y justamente por esta carencia de precisión, sobre la fecha de su muerte, fue causa de la variedad de fechas que de su festividad, en los calendarios litúrgicos. No fue un santo de rápido culto popular, y tampoco sus reliquias recibieron el honor de traslados conocidos. Pero en todos los sinaxarios bizantinos, incluso en los más antiguos, aparece fijada su fiesta el 10 de enero.

 Act: 10/01/25     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A