11 de Noviembre
San Martín de Tours
Lamberto
Echeverría
Mercabá, 11 noviembre 2024
Pocos libros habrán sido tan leídos como la Vida de San Martín de Sulpicio Severo, completada por 3 cartas sobre su muerte y por 2 diálogos (o más bien 3, porque el 1º se divide en 2) sobre las maravillas que el taumaturgo de Tours había realizado. Y lo hizo por 2 veces y en verso, en el 470 (por encargo de Paulino de Perigueux) y poco después (por encargo de Venancio Fortunato). Veamos qué nos dice Sulpicio sobre San Martín.
Nació el 316 en el campamento de Szombathely (Panonia), por encontrarse allí de guarnición su padre (tribuno militar), recibiendo poco después su crianza y educación en Pavía. Cuando soñaba con la vida anacorética, el joven Martín se vio obligado a enrolarse en el ejército, y empezó a servir en la guardia imperial a caballo.
Durante su etapa militar en Amiens (Galia) tiene lugar el conocido episodio de la limosna (de la mitad de su capa) entregada a un pobre. También se nos cuenta el hecho de que el soldado Martín limpiara el calzado al esclavo que le servía de ordenanza. Por fin, preparado con estas prácticas de caridad, recibe el bautismo y se ve libre de sus obligaciones militares.
Resuena entonces en Francia un nombre insigne: el de San Hilario de Poitiers. Atraído por esta noble e insigne figura, Martín acude a Poitiers y se une a los discípulos del obispo de Poitiers. Y pese a las invitaciones de éste, rehúsa el diaconado, aunque acepta ser ordenado de exorcista.
El año 356 San Hilario se ve obligado a exiliarse al Oriente, como consecuencia de las querellas teológicas suscitadas por los arrianos. Martín aprovecha este paréntesis para volver a visitar su Panonia natal, donde logra convertir a su madre. También allí ardían las controversias teológicas, y en alguna ocasión es azotado públicamente para castigar las actividades emprendidas por él contra el clero arriano.
Poco después encontramos a Martín en Milán, donde hace un ensayo de vida monástica cerca de la ciudad, hasta que el obispo arriano le expulsa. Durante algún tiempo se refugia en un islote de la costa ligur, con un sacerdote. Y allí le llega la noticia de que San Hilario ha vuelto a Poitiers. Inmediatamente vuela a su lado.
Pero en Milán y en la isla ligur había tomado Martín gusto a la vida monástica. Y por eso, apoyado por San Hilario, funda por su cuenta el Monasterio de Liguge. Se ha dicho con mucha razón que Martín fue "soldado por fuera, obispo por obligación, monje por gusto". Porque en Liguge realizó Martín su más hondo deseo.
Sin embargo, aquella vida tranquila, al margen de los afanes del cuidado pastoral y de las querellas teológicas, iba a durar bien poco tiempo. Porque la sede de Tours estaba vacante, y con el pretexto de curar a un enfermo (pues ya Martín curaba personas), se le hizo venir a la ciudad. Una vez en Tours, el 4 julio 370, Martín era consagrado obispo.
Desgraciadamente, el episcopado galo-romano había cedido en aquellos tiempos al espíritu del mundo, y resultaba necesario el contraste con la figura penitente del nuevo obispo de Tours. Para acentuar más la concepción que él tenía del episcopado, uno de sus primeros actos fue fundar el Monasterio de Marmoutiers, junto a su ciudad episcopal. Un monasterio que pasaría a constituir un auténtico semillero de obispos y sacerdotes reformadores, en medio del relajado clero de las Galias de entonces.
Se ha hecho notar que en Martín vienen a concurrir las características de los 3 tipos de santidad entonces conocidos: el de los ascetas (pues personalmente el santo aparece revestido de austeridad y penitencia), el de los pontífices (como obispo de Tours) y el de los misioneros (por la extraordinaria actividad que como tal desarrolla).
Al obispo Martín lo encontramos también inmerso en la lucha contra el paganismo, y no sólo en su diócesis sino incluso bien lejos de ella. Así, por ejemplo, una inscripción nos muestra a Martín bautizando a una cierta Foedula de Viennes.
Su método misionero estaba basado en la decisión y la valentía. Rodeado por sus discípulos se llegaba al pueblo, convocaba la multitud, y uniendo la autoridad a la persuasión, conseguía la demolición del templo pagano y el derribo de los árboles sagrados. Hay que decir que, en especial bajo el emperador Graciano, sincero amigo del cristianismo, Martín pudo contar en estas empresas con el apoyo de las autoridades civiles.
Pero la verdad es que, independientemente de esto, su ascendiente personal debía de ser extraordinario. Prueba de ello está en el atractivo que ejerció Martín sobre personajes de la talla de San Paulino de Nola, Sulpicio Severo y otros tantos que fueron saliendo de su Abadía de Marmoutiers.
Si frente al paganismo su labor fue espléndida, y puede decirse que salió Martín triunfante en todas las ocasiones, tampoco le faltaron sinsabores, en lo que se refiere a su actividad dentro de la Iglesia. Dos obispos españoles intrigantes y crueles habían llevado el caso de Prisciliano al emperador, quien decidió, impulsado por ellos, dar muerte al heresiarca y a todos sus adeptos.
Martín se conmovió ante la noticia y se dirigió a Tréveris, donde se encontraba la corte imperial, a fin de salvar la vida de los que aún sobrevivían (pues entendía que no es la violencia el mejor medio de combatir a los herejes). Lo consiguió, pero teniendo que pagar un precio que toda la vida le amargara el haber pagado: comulgar con los obispos perseguidores, en el momento en que ellos consagraban al nuevo obispo de Tréveris (Félix).
Este compromiso de Martín con los obispos indignos fue despreciado por San Ambrosio y por el papa, cosa que le dolió profundamente, pues él entendía que sólo la caridad hacia los condenados a muerte podía servir para dar un paso adelante en la reconciliación.
Hay un aspecto de la vida de Martín digno de ser subrayado: sus relaciones con los funcionarios importantes, y con el mismo emperador. Condescendiente en lo que podía, supo mantenerse. sin embargo, enteramente firme cuando debía. Si un día llama a las puertas de Marmoutiers un importantísimo personaje con la pretensión de sentarse a la mesa de los monjes, tendrá ocasión de ver que se le niega ese gusto, porque sus costumbres le hacían indigno de aquella compañía.
Es más, el mismo emperador Máximo, en Tréveris, verá cómo Martín da preferencia a un sacerdote, a la hora de sentarse a la mesa, sobre el mismo emperador. Juntamente con San Ambrosio contribuyó Martín a establecer la libertad de la Iglesia, oponiéndose frontalmente a los abusos de la autoridad civil.
Esta firmeza le atrajo enemigos. Aquellos prelados aristócratas, amigos del lujo, tibios en su fe y aseglarados en sus costumbres, no podían sufrir los ejemplos que del santo les venían. Por todas partes ve el santo cómo su obra es discutida y atacada. Se le reprochan sus orígenes, se le acusa de haber estado contagiado por el priscilianismo, se le trata de hipócrita.
Pronto ve con pena cómo los obispos reformadores, formados en su escuela, son relegados a un rincón, mientras los demás se entregan a inútiles y dañosas querellas de precedencia. Luchas mezquinas, triste herencia de antiguas rivalidades entre las ciudades, prefiguración de los conflictos feudales. Los concilios de las Galias se hacen tumultuosos y vanos. Al igual que San Ambrosio, Martín se mantiene al margen de ellos, y ya octogenario, se dedica a prepararse para su muerte.
Esta le llegó en uno de los sitios más bellos de Francia, en Candes. Se trata de un pueblecito en la confluencia de los ríos Viena y Loira. Edificado sobre una colina, el paisaje que desde allí se divisa es realmente maravilloso. La iglesia está en lo alto, y aún hoy, al entrar en ella, se ve, a la izquierda, una capilla, que señala el lugar exacto en que ocurrió la muerte del santo. Había acudido allí para apaciguar ciertas diferencias que habían surgido entre los clérigos. Se sintió desfallecer y se acostó.
Tuvo entonces lugar la escena que todo el mundo conoce, y que recoge y subraya con tanta fuerza el oficio divino en la fiesta del santo. Sus discípulos, que le rodeaban, le pedían que continuara viviendo, porque si no su rebaño quedaría expuesto a grandes peligros. Él, entonces, contestó: "Señor, si aún soy necesario, no rehúso continuar viviendo. Que tu voluntad se realice plenamente".
Sus discípulos le ofrecían una cama un poco mejor preparada, pero él prefería continuar acostado sobre la ceniza y recubierto de su cilicio. "No conviene a un cristiano morir de otra suerte", respondía siempre. Y fijaba su vista en el cielo, levantando sus manos para la oración y exclamando: "Dejadme, hermanos, mirar al cielo más que a la tierra, para dirigir desde ahora mi alma por el camino que conduce al Señor".
Llegó el momento culminante. Aquel grupito de hombres fieles que le rodeaba no podía ocultar sus sollozos. Él continuaba imperturbable, fijos sus ojos en el cielo, cuando se apercibió de que el demonio llegaba tratando de arrebatar su alma: "¿Qué haces tú aquí, bestia sanguinaria? No encontrarás más en mí que te pertenezca, maldito. El seno de Abraham me va a recoger". Y al decir esto, Martín expiró santamente. Era el 8 noviembre 397, y en la localidad de Candes entregaba Martín su alma a Dios.
Una muchedumbre de monjes y de vírgenes concurrió a sus funerales, señalando la prodigiosa vitalidad de la institución nacida en Liguge. E inmediatamente se elevó una modesta capilla sobre su tumba, que San Perpet (s. V), sucesor suyo en Tours, transformó en una importante basílica, cuyo calendario, importantísimo en la historia de la hagiografía, conocemos por San Gregorio de Tours.
En el invierno de 1952 se realizaron excavaciones en Liguge, con resultados sumamente interesantes. En el terreno próximo a la iglesia renacentista, han aparecido restos de 2 edificios que existieron antes en aquel lugar: una pequeña villa galorromana de los s. II (desaparecida el año 275, cuando la 1ª invasión bárbara).
El 2º monumento, que parece datar del s. IV y fue devastado a mediados del s. V, es único en Francia, y totalmente diferente de lo que hasta ahora se conocía en tipos de villae. ¿Se trata del mausoleo de una gran familia, único en Francia? Los técnicos se inclinan a ver una iglesia votiva dedicada a San Martín, posiblemente la 1ª iglesia occidental de peregrinación.
A su popularidad contribuyó también la fama de los milagros. Su sucesor, San Gregorio (+594), se dedicó incansablemente a reunir cuantos pudo. Nada menos que 4 libros, escritos a lo largo de su vida, y dejando amplios márgenes de tiempo entre uno y otro, dedicó a contarlos.
La fisonomía del obispo Martín se nos ofrece firme y bien definida, pese al transcurso de tantos siglos. Fue un asceta y un apóstol, pero fue sobre todo hombre de oración. Ni aun entre las tareas, ciertamente agobiadoras, de su episcopado, dejó de estar en continua comunicación con Dios. "Como el herrero, en el curso de su trabajo, encuentra un cierto descanso en golpear de vez en cuando el yunque (nos dice uno de sus biógrafos), así Martín, cuando parecía hacer otra cosa, estaba siempre en oración".
Mortificado y penitente, sereno entre las adversidades y los triunfos, pobre y humilde, apartado por completo de las vanidades de este mundo, verdadero discípulo de Jesucristo. San Martín tuvo una gran influencia en toda la espiritualidad medieval. La misma historia del Derecho Canónico reconoce, en el desarrollo del instituto de los obispos religiosos, una influencia decisiva de su ejemplo y su actividad a la hora de construir la figura jurídica de esta clase de obispos.
Pero su gran lección ha sido siempre la de la caridad. Su gesto en Amiens, dando la mitad de la capa (siendo militar) fue superado más tarde (siendo ya obispo): al punto de celebrar la misa, dio su túnica entera a un mendigo. Anécdotas como éstas nos reflejan una bondad profunda, un amor ardiente al prójimo. Sus mismos milagros, como los de Cristo, son milagros de caridad. Martín pasó haciendo el bien, entregado en cuerpo y alma a su pueblo.
Tras más de 25 años viajando por las regiones de Turena, Chartres, París, Autum, Sens y Vienne, Martín murió el 8 noviembre 397 en la localidad de Candes, localidad en que para su funeral ya fue empezada a ser levantada una capilla sobre su tumba (destruida por los normandos en el s. V).
Su fiesta empezó a ser celebrada desde el comienzo el día 11 de noviembre, y no sólo en Tours sino en toda la Iglesia, a la que había llegado el reconocimiento de sus virtudes. El año 2005 la Unión Europea aprobó la Ruta de San Martín, a través de los diversos lugares europeos vinculados con su vida y obra.
Act: 11/11/24 @santoral mercabá E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A