11 de Septiembre

Mártires de París

Pierre Jobit
Mercabá, 11 septiembre 2024

         Más de 114 sacerdotes fueron asesinados por el odio antirreligioso de la atea Ilustración, en la matanza del 2 septiembre 1792 que llevó a cabo la Revolución Francesa contra el Convento Carmelita de París, por el simple hecho de no jurar el juramento exigido por la Asamblea Legislativa y su Constitución Civil del Clero, condenada el 12 julio 1790 por el papa Pío VI. Efectivamente, fue el caso de los sacerdotes no juramentados.

         Pero vayamos por partes, porque una serie de medidas vejatorias ya habían sido tomadas previamente contra ellos, por el simple hecho de ser ciudadanos religiosos: pérdida de su cargo, prohibición de cumplir su ministerio, degradación social, deportación obligatoria... Ante lo cual, muchos de ellos no habían podido refugiarse en países hospitalarios, y los arrestos masivos fueron llevados a cabo por la masonería y grupos ilustrados, con la intención de desembarazarse definitivamente de ellos.

         La Comuna de París, particularmente violenta contra la Iglesia, encarceló a 160 de estos sacerdotes en el Convento de Carmelitas, vacío de sus huéspedes habituales. Los primeros detenidos llegaron el 11 agosto 1792, y tenían por delante 22 días para "reflexionar y cambiar de actitud". Pero convendría hacer, antes que nada, una composición de lugar, sobre la forma y manera en que se desarrollaron las atroces escenas que tuvieron lugar.

         El Convento de Carmelitas, que subsiste todavía englobado en el conjunto de edificios de la Universidad Católica de París, había sido construido en 1611 en una casa de campo del noble Nicolás Vivian, jefe de la Cámara de Cuentas, tras haber sido comprada esa finca por su padres. Estaba situada en la esquina de la c/ Vaugirard con la c/ Cassett, no lejos de la Iglesia de San Sulpicio.

         Los padres carmelitas llegados a París pertenecían a la admirable reforma española de la Orden llevada a cabo por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. En 1613 comenzaron a construir el convento y la iglesia, y en 1620 estaba abierta al culto. Llegado el 1789, el convento contaba con 64 religiosos, y en 1790 el convento fue desalojado por el Comité del Distrito, que lo convirtió sucesivamente en salón de baile y prisión.

         Volviendo a los sacerdotes no juramentados, estos fueron arrestados y alojados miserablemente en dicha prisión revolucionaria, en la iglesia del Convento de Carmelitas. Tenían derecho a pasear una hora al día por los jardines del monasterio, y fue allí donde, según mons. Cussac (que pudo hacerse con las Actas del martirio), se empezaron a preparar para la muerte. Recitaban el breviario, oraban constantemente, y cuando el Comité quitó todo objeto de culto, hicieron una cruz de madera hacia la cual volvían sus miradas.

         El 1 septiembre 1792 volvieron a rehusar el juramento revolucionario ante el procurador síndico de la Comuna (Manuel), y se confesaron los unos a los otros, esperando la voluntad y la hora de Dios.

         Ese mismo día, y por la tarde, llegó la orden directa de la Coriune sobre el caso: la ejecución, que el propio ministro de justicia (Danton) hizo llegar a los rehenes encarcelados. Los sicarios de Maillard, bandidos de los cuales muchos no eran franceses, serían los encargados de hacerla ejecutar.

         El 2 de septiembre, habiendo sido cambiada la guarda de los prisioneros, y eliminados los honrados guardas nacionales, una atmósfera de muerte posó sobre los prisioneros. Después de la comida fueron autorizados a dar su paseo habitual por el claustro. Eran las 15.30 h, y habían comenzado ya las matanzas en otras prisiones de París.

         Apenas franqueada la pequeña escalinata que comunicaba a los jardines del claustro, una 1ª banda de asesinos, armados de pistolas, picos y sables, penetró en el convento, seguida de cerca por los saqueadores que Maillard acababa de utilizar en la prisión de la Abadía. Rápidamente fue forzada la guardia, y los asesinos desplegaron sus olas rugientes por los jardines.

         Varios sacerdotes cayeron a los primeros golpes, y una estela señala todavía, cerca de un pequeño estanque rodeado de bancos de piedra (testigos del drama), el lugar donde cayó el abate Giraud, dispuesto a recitar su breviario. Otros se refugiaron en el antiguo oratorio, y allí se habían puesto a rezar. Un cierto número de ellos fueron detenidos, mientras buscaban refugiarse como podían.

         Tres obispos se encontraban encerrados con los sacerdotes no juramentados. Mons. Rochefoucauld (obispo de Beauvais) fue gravemente herido, y conducido con su hermano (mons. Pedro Luis, obispo de Saintes) a la capilla. Los 2 perecieron al fluir de los disparos. Mons. Du Lau (obispo de Arlés) hizo frente a los asaltantes, después de haber "agradecido a Dios el morir por una tan bella causa" (como dijo a su vicario general), y avanzó hacia los asesinos: "Yo soy el que buscáis: el arzobispo de Arlés". Y cayó acribillado a golpes.

         Detrás de él perecieron los sacerdotes refugiados en el oratorio. La sangre corría e inundaba los pasillos carmelitanos, y los cuerpos sacerdotales empezaron a sembrar de cadáveres el apacible jardín, testigo de tantas angustias y oraciones.

         Entonces es cuando interviene Maillard, porque la 1ª matanza no había seguido el plan que se había trazado, para enmascarar la iniquidad. Y desde lo alto de una ventana dio la orden de llevar a los sanos y a los heridos a la iglesia, a fin de proceder a un simulacro de tribunal, o a una hipócrita parodia de justicia.

         En el pequeño corredor que une hoy el salón de actos del Instituto Católico y los jardines carmelitanos, se preparó una mesa y se colocaron unas listas. Y Maillard y el comisario Violette hicieron desfilar de 2 en 2 a los que ya habían condenado a morir. La pregunta era para todos la misma ("¿Acatáis?"), y la respuesta también. Entonces fueron todos empujados hacia un pabellón, y allí fueron todos acribillados a golpes y blasfemias.

         Sobre las gradas de ese pabellón fueron cayendo, todos a una y chorreando de sangre, aquellos 95 sacerdotes parisinos. Como dice la escritura que allí todavía hoy se conserva: Hic ceciderunt. Lección de fidelidad y de perseverancia en grado heroico, que dieron aquellos sacerdotes como sucesores de los mártires.

         Eran las 18.00 h. de aquel 2 de septiembre, y la matanza había terminado. Las largas huellas de sangre están esparcidas por todas partes, y los ignorantes pistoleros de la Comuna salen del convento carmelitano como nuevos héroes de la patria. Días después, algunos cadáveres fueron arrojados a una fosa común en el Cementerio de Vaugirard, y el resto fueron amontonados en un pozo situado detrás del oratorio, donde tantos habían perecido.

         Sus huesos están hoy piadosamente conservados en la cripta de la Iglesia de los Carmelitas, donde se les puede venerar al lado de una estatua de la Virgen (llamada hoy Nuestra Señora de los Mártires), que debía encontrarse en el oratorio antes que llegasen los milicianos ilustrados.

         Es allí donde el peregrino gustará retirarse y recogerse ante los restos de aquellos 114 confesores de la ciudad de París, caídos por la defensa de la fe el 2 septiembre 1792. Varias diócesis de Francia han puesto en esta fecha, en su propio calendario, la fiesta y el oficio de los Mártires de París, pues 95 de ellos fueron beatificados el 17 octubre 1926.

 Act: 11/09/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A