12 de Agosto

Beato Isidoro Bakanja

Rafael López
Mercabá, 12 agosto 2024

         Nació el 1885 en Boangi (Congo), en el seno de una familia tradicional congoleña en que sus padres (Yonzwa e Inyuka) eran paganos, y su hermano mayor y hermana pequeña también.

         Con 20 años comienza a trabajar en una empresa de obras públicas de Mbandaka, al tiempo que asiste al catecumenado que los monjes trapenses tenían en aquella ciudad. Isidoro se deja alcanzar por el amor de Cristo, y toma la decisión de unirse al Señor y a la santa Iglesia Católica. Para ello, se aprendió de memoria el librito de catecismo que habían elaborado los padres trapenses expresamente para él, que daba gran importancia al testimonio y ofertaba toda una serie de preguntas y respuestas:

—¿Cómo se sabe que alguien es cristiano?

—Si lleva colgado del cuello un escapulario de María y un rosario. De ese modo, ese hombre es cristiano y es conveniente que muestre su fe ante los otros. Amigos míos, es bueno que el escapulario y el rosario estén siempre con nosotros. Dios es nuestro Padre, María es nuestra madre y ha demostrado frecuentemente que protege a sus hijos.

         El 6 mayo 1906 recibe el bautismo, y el amor por Madre del cielo arraiga profundamente en su corazón. Para marcar su pertenencia tan especial a la Virgen, ese mismo día recibe el escapulario del Carmen, el "hábito de María" según la lengua nativa de Isidoro. Recibe la confirmación el 25 noviembre 1906, y toma la 1ª comunión el 8 agosto 1907, con 23 años. 

         Terminado su contrato de trabajo en Mbandaka, cambió de domicilio y se estableció en Coquilhatville, como peón de una empresa de caucho que dirigía un belga blanco llamado Longange. Se trata de una etapa de su vida en que no tememos más que un testimonio directo: "Bakanja tenía un carácter muy dulce, y no discutía jamás. Era un cristiano buenísimo, afable con todos, que no discutía jamás y que rezaba siempre. Esto lo ostentaba valientemente, como signo de testimonio cristiano y de piedad hacia la madre de Dios".

         En la empresa para la que trabajaba, su gerente Longange tenía un odio declarado a todo lo que oliese a religioso o cristiano (a lo que despectivamente llamaba mompere), y había prohibido que se rezase y se llevasen signos externos de religión. Un día, mientras Bakanja sirve la mesa a Longange, éste nota el escapulario en el cuello de Isidoro. Le dice:

—Bakanja, quítate ese amuleto del cuello. Es una cosa desagradable. No quiero ver más esa especie de mompere aquí.

         Pero Bakanja no se lo quita. Por la noche se queda dormido después de haber rezado al escapulario que lleva al cuello. Algunos días más tarde, regresan al campo de trabajo. Durante el desayuno, Longange nota el cordón del escapulario, que sale de la camisa de Bakanja. Se enoja y grita:

—¿Qué significa esto? Te había dicho que te quitaras eso. ¿Por qué no lo has hecho? Por no haberlo hecho, ahora vas a ver las estrellas.

         Y mandó que le dieran 25 azotes con uno de los látigos del lugar. Con humilde sumisión, Bakanja soporta el castigo inmerecido. Pero poco le importa el látigo, mientras no tuviera que quitarse el escapulario, por el que está decidido a no separarse jamás, aunque por ello le azotaran.

         El mutismo de Bakanja saca de quicio a Longange, que se dice: "No hay nada que hacer con estos perros cristianos. Minan la autoridad de los blancos. Si este tipo continúa comportándose así, todo el personal se pondrá a rezar".

         En su trabajo es Bakanja diligente, íntegro y concienzudo. Es abiertamente católico y muchos, impresionados por su sensatez, lo eligen como catequista. Realiza sus ejercicios piadosos (oración diaria, rosario, confesión y comunión frecuentes) y su apostolado entre sus compañeros, pero sin que esto interfiera en su vida profesional.

         Aquella aversión de Longange aumenta a medida que Isidoro es respetado por sus superiores. Isidoro, irreprochable y muy valeroso, no se deja intimidar en lo referente a su fe.

         En febrero de 1909, el gerente de la SAB ordena por otra vez que Bakanja sea castigado con 25 golpes de cachiporra, por haberse negado a quitarse el escapulario. Longange decide acabar con Bakanja, y ordena que le maten. Bakanja, al enterarse, se presenta valientemente ante él y le dice:

—No te he robado, ni me he acercado a tu mujer ni concubinas. He hecho cuanto me has mandado. ¿Por qué quieres matarme?

         A lo que, malhumorado, Longange le constesta:

—Cierra el pico, animal. Voy a mandar que te azoten hasta matarte porque llevas esos trapos y enseñas oraciones a mis trabajadores.

         Ordena entonces Longange a un compañero negro que le azote con un látigo especial, lleno de clavos sobre el cuero y empleado para domar a elefantes. Viendo que su compañero no lo hace, él mismo se arroja sobre él, lo tira al suelo y empieza a golpearle bárbaramente, gritando:

—Hoy va a terminar todo este teatro. No quiero ver más aquí a estos trastos de mompere.

         Longange arranca el escapulario del cuello de Isidoro y lo tira a su perro, que lo agarra y lo destroza en el campo de boniatos. Tras lo cual le golpea con sus botas y, a base de latigazos, lo deja casi muerto. Bakanja, chorreando sangre por todo el cuerpo, gime:

—Blanco, estoy muriendo... piedad... mamá, me muero.

         Longange se entera que ha llegado un inspector de la empresa que él dirige, y teme que todo se sepa. Para evitar que Bakanja le cuente nada, lo encierra en un calabozo, donde le roen las ratas y recibe nuevos golpes y maltratos de Longange.

         Un día dejan la puerta abierta, y Bakanja logra huir arrastrándose por el suelo. En la huida, se encuentra con Moyá Mptsu, que es un criado del inspector Potama, quien queda profundamente impresionado al verlo hecho una calamidad. Bakanja le dice:

—Si ves a mi madre, o si vas a casa del juez, o si vas a la residencia del padre, diles que muero porque soy cristiano.

         Tras recuperarse de las heridas, Isidoro sigue con regularidad su vida de plegaria, de trabajo y de catecismo. Pero Longange ordena la búsqueda y captura de Bakanja, hasta que dan con él y lo llevan ante su presencia, tendiéndolo sobre el suelo. El propio Longange es quien coge una correa de piel de elefante, con 2 clavos en el extremo, y empieza a golpear a su víctima, hasta que vuelve a chorrear sangre por todas partes.

         Sin embargo, Bakanja no muere, y es conducido a un local que le servirá de calabozo. Su perseguidor en persona le ata ambos pies con 2 argollas metálicas, cerradas con candado y unidas a un enorme peso. Es el trato que Longange solía emplear con los condenados a muerte.

         No obstante, los planes de Longange de que Isidoro muriera en aquel lóbrego calabozo, no van a cumplirse, porque al poco se anuncia una visita del inspector de la SAB para dentro de 2 días, y hay que evitar que vea el cuerpo de Bakanja cubierto de heridas (según los testigos oculares, de hasta 200 latigazos). 

         Cuando están llevando a Bakanja a Isako, para que el inspector no descubra el crimen, Bakanja consigue escaparse de sus guardianes, y deslizarse en la orilla de un pantano (cerca del camino que conducía al embarcadero). En adelante, sobrevive como puede, entre el pus y los gusanos, y con el vientre pegado a tierra a causa de las heridas.

         El 24 julio 1909 es encontrado en el suelo por unos misioneros. Bakanja se confiesa, recibe la unción de los enfermos y la eucaristía. Y a las preguntas de los misioneros, les da cuenta de lo ocurrido:

—El blanco no amaba a los cristianos, y no quería que yo llevara el escapulario de María. Me insultaba cuando rezaba.

         El misionero trata de consolar a Bakanja, pero éste le contesta:

—No tiene importancia que yo muera. Si Dios quiere que viva, viviré; si Dios quiere que muera, moriré. Me da igual.

         El padre exhorta a Bakanja a que no nutra con odio su corazón, sino que perdone al blanco que lo ha maltratado, devolviéndole bien por mal. Ante lo cual, responde Isidoro:

—No estoy enojado contra el blanco, y el que me haya flagelado es asunto suyo, no mío. Si muero, pediré por él en el cielo.

         La mañana del domingo 15 agosto 1909, Bakanja escupe sangre y pus. Se levanta y hasta llega a tomar parte en la oración. Pero poco después muere. Los cristianos le entierran con el rosario que tenía en las manos y con el escapulario del Carmen sobre su pecho y espalda llagada. Aquel día la Iglesia celebraba la entrada triunfal de María a los cielos. Aquel mismo día atravesaba la puerta del paraíso este mártir del rosario y del escapulario del Carmen.

         El 25 abril 1994 fue beatificado por Juan Pablo II, que presentó su figura al mundo como modelo de santidad:

"Tú, Isidoro, sufriste la flagelación como tu Maestro porque quisiste permanecer fiel a la fe de tu bautismo a toda costa. Igual que tu Maestro en la cruz, perdonaste a tus perseguidores, mostrándote artífice y modelo de reconciliación. Revestido con el hábito de María, avanzaste como ella y caminaste en tu peregrinación de la fe. Ayúdanos a nosotros, que debemos recorrer el arduo camino, a elevar los ojos hacia María y tomarla como guía".

 Act: 12/08/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A