12 de Noviembre
San Josafat de Polotsk
Santiago
Morillo
Mercabá, 12 noviembre 2024
Nació en 1580 en Vlodimir (Volinia) bajo nombre de Juan Kuncewicz, hijo del cónsul de la ciudad (Gabriel) y de una noble local (Marina). Perteneció, por tanto, a una familia piadosa y cristiana ucraniana, pero de la ortodoxia separada de Roma. Una familia que, al poco de nacer Juan, se trasladó de Vlodimir a Vilna, creciendo en ella Juan y empezando a aprender en ella una profesión comercial.
A la edad de 15 años, escuchó Juan cómo los rutenos habían firmado su unión con Roma (ca. 1595), y empezó a interesarse por los libros religiosos. Así vino Juan al conocimiento de la verdad católica, y valientemente se adhirió a ella (pues en Vilna no abundaban los romanos).
Su alma juvenil empezó a bullir con la idea de que su pueblo abrazase la unión con Roma, heredera de la fe y autoridad de Pedro, y sobre la que Cristo había asentado su Iglesia. En esta época frecuentaba ya la Iglesia Santísima Trinidad de Vilna, donde asistía píamente a los divinos oficios.
Juan recordará siempre la veneración que entonces concibiera por los padres basilianos de la Santísima Trinidad y por aquellos padres jesuitas, que en Polonia y Ucrania sostenían la fe del pueblo contra los disidentes, y defendían acérrimamente el papado.
En esta atmósfera unionista, y por inspiración del cielo, Juan renunció al porvenir de la carrera comercial, se retiró del mundo y decidió vestir el hábito monacal, en el pobre Monasterio San Basilio de Vilna. Siguiendo la tradición monacal del Oriente cristiano, Juan cambió su nombre por el de Josafat (que comenzaba con la misma letra), y conservó en el ingreso a la Orden basiliana su rito eslavo. Tenía 20 años y, terminado el período del noviciado, hizo su profesión a manos del arzobispo metropolitano Pociej.
Un compañero de Josafat (Velamin Rutsky), más tarde superior en el mismo convento que Josafat, escribió sobre la vida monástica de su compañero en Vilna, elogiando "las magníficas cualidades de inteligencia, memoria y voluntad de Josafat, lo mismo para las ciencias que para la virtud". En efecto, su progreso en ciencias y virtud iba armónicamente sincronizado, creando en él cada día más arraigado el ideal apostólico de consagrarse por completo a trabajar por la unión con los disidentes.
Por otro lado, sus ayunos, cilicios, disciplinas y mortificaciones, sustentados por la vida de oración, eran ya notables durante el tiempo de sus estudios. Y de éstos fue libando con preferencia lo que pudiera servirle para confutar los errores de herejes y cismáticos. En esto adquirió Josafat tanta pericia, que ni los teólogos más doctos podían compararse con él.
Ordenado diácono y sacerdote, comenzó Josafat a desplegar su celo apostólico. Tal fue la eficacia de la labor inicial en el terreno de la unión, que los católicos le llamaban "azote de herejes y cismáticos", y éstos "raptor de almas".
Su actividad era incesante. Se levantaba sobre las dos de la madrugada, comenzaba el día con una disciplina sangrienta, despertaba luego a sus hermanos para el oficio divino y después trabajaba todo el día sin descanso hasta la noche. El celo devoraba su corazón y aprovechaba toda ocasión para hacer bien al prójimo, lo mismo dentro del monasterio que en la calle y en los viajes.
Estos triunfos suscitaron, como era de suponer, el odio de los disidentes fanáticos, que comenzaron a urdir conjura tras conjura, capitaneados por el clero disidente de Vilna. En cierta ocasión, rabiosos de que no cayera en sus redes, le abofetearon, cosa que Josafat sufrió tan humilde y calladamente, que sólo 3 años después se tuvo noticia de ello. En medio de la tormenta practicaba el santo la caridad más exquisita con sus mismos enemigos, consciente de que ella es el arma más eficaz en el apostolado de la unión.
Dios lo confortaba en sus penitencias y trabajos con consuelos y favores espirituales. Los buenos le profesaban inmenso amor, y sus superiores, haciendo confianza de él, lo destinaron sucesivamente a diversas poblaciones, como Zyrowiecz, Byten y Pinsk, donde en íntima colaboración con sus monjes reanimó las casas de la Orden y dejó sólidamente establecidos los conventos de los padres y los monasterios de las religiosas basilianas.
En 1614 fue nombrado metropolitano de Kiev el archimandrita del Monasterio Santísima Trinidad de Vilna (Velamin Rutsky), y Josafat pasó a ocupar su puesto vacante en el Monasterio de Vilna. El nuevo archimandrita Josafat encarnaba así, a imitación de San Basilio, toda la tradición monástica de la ascesis oriental.
Pletórico de vida espiritual y dinámico en sus actividades, dicen sus biógrafos que no sólo se limitaba al buen gobierno del monasterio, sino que desempeñaba a la vez, ante la escasez de vocaciones religiosas, el cargo de predicador, confesor, salmista en los divinos oficios, ecónomo y visitador de religiosas.
Josafat conservó inviolable la flor de su castidad, arremetiendo enérgicamente en cierta ocasión contra una joven lasciva que se acercó a tentarle al monasterio. Desde su más tierna edad ofrendó su pureza a la Santísima Virgen.
Celoso de su Orden y de su Regla basiliana, fomentaba entre los jóvenes el ideal de la vida monacal. Logró conquistar vocaciones, levantando así moral y espiritualmente el humilde monasterio vilnense. A los monjes jóvenes inculcaba el ideal unionista, preparando así una falange de monjes santos y batalladores con la mira puesta en conquistar para la Iglesia católica las regiones cismáticas de Rusia.
En el oír confesiones era incansable. Había días en que confesaba, sin levantarse, seis horas seguidas, y su predilección la constituían las confesiones de los hombres. Era dadivoso con los indigentes, dando cuanto le permitían sus módicas disponibilidades monacales. Afabilísimo con los de dentro y con los de fuera del monasterio, era, sin embargo, intransigente con el error y con el cisma.
Durante un viaje a Kiev acompañando a su metropolita Rutsky, supo que había allí un monasterio cismático muy mal dispuesto hacia Roma. Josafat no duda en presentarse en él, y fue hostilmente recibido por superiores y súbditos. Pero Josafat, suplicando le escuchasen, habló con tanto fervor y ciencia a los monjes rebeldes sobre la unión con Roma, que el adversario, deponiendo su terquedad anti-romana, se trocó en amigo. Lo que más admiró a los monjes disidentes era la maestría con que manejaba la patrística, la liturgia oriental, los libros paleoslavos y los anales rutenos.
Dios bendecía copiosamente sus campañas unionistas, y pudo así incorporar a la Iglesia Católica multitud de cismáticos de toda condición, contando entre ellos monjes, sacerdotes, nobles y plebeyos.
Cargado de méritos ante Dios y ante la Iglesia, la santidad de Pablo V le obligó, contra su voluntad, a través de su metropolita Rutsky, a aceptar el nombramiento de coadjutor con derecho de sucesión al arzobispo de Polotsk (Gedeón Brolnycky). Éste murió éste un año más tarde, y Josafat quedó constituido en arzobispo de Polotsk.
El arzobispado de Polostk formaba parte de Ucrania y no contaba diócesis sufragáneas, pero ostentaba el rango por ser el más importante tras la sede metropolitana de Kiev. Polotsk era una vasta archidiócesis, que contaba con importantes ciudades, incluidas Polotsk, Vitebsk y Mstislavia.
Josafat encontró la archidiócesis infestada por el cisma. Su ánimo apostólico se crece ante la necesidad; insiste en prolongada oración, en pureza de vida, en abstinencias y mortificaciones; a pesar de ser la primera autoridad religiosa, sobresale en la pobreza monacal, y se cuenta que en cierta ocasión, no teniendo cómo socorrer a una viuda necesitada, llegó hasta hipotecar su manto episcopal.
Como arzobispo de Polotsk, Josafat hizo a los cismáticos de Polotsk deponer su actitud, y volver al redil de la catolicidad. Rehuyó inmiscuirse en política, a pesar de haber sido incitado varias veces a ello. Reformó el clero, restauró la catedral, edificó iglesias, erigió monasterios, defendió el patrimonio de la Iglesia.
Publicó también Josafat abundantes escritos, acomodados al genio popular para ilustrar sobre todo el primado de Pedro y de los romanos pontífices, el bautismo de San Vladimir de Kiev y temas similares, negados o discutidos por los disidentes separados de Roma.
Durante todo el tiempo que fue arzobispo de Polotsk, arreciaron contra él las calumnias de los cismáticos, con amenazas de muerte. No podían tolerar el exterminio del cisma y el rejuvenecimiento de la Iglesia católica en Rusia Blanca. Pero de todo salía siempre airoso con la ayuda de Dios.
En su odio contra él, llegaron los disidentes hasta nombrar un obispo cismático en Polotsk frente al prelado católico. Teófanes, patriarca disidente de Jerusalén, de vuelta de Moscú, se detuvo en Kiev y consagró clandestinamente obispos cismáticos para ocupar las sillas rutenas unidas ya a Roma.
A Polotsk le tocó un tal Melecio Smotricio, expresamente encargado de liquidar la obra unionista de Josafat. Este no se arredra, antes por el contrario, presenta batalla al intruso arzobispo con las armas de su humildad, de su caridad sin límites y de renovado celo.
Recorrió Josafat todas las ciudades, alentó a los pusilánimes, deshizo con su elocuencia los argumentos de Melecio, frenó los ímpetus de sus adversarios y limitó el mal a la ciudad de Polotsk.
En el fragor de esta lucha a vida o muerte por la Iglesia católica, el arzobispo intensificó sus visitas pastorales, empezando por la ciudad de Vitebsk. Aquí se dan cita grupos de eclesiásticos vendidos al cisma de Melecio, que tienen por misión amotinar la plebe contra Josafat. Presintiendo su martirio, predica así valientemente a sus enemigos:
"Me buscáis para matarme, y en los ríos, en los puentes, en los caminos y en las ciudades me ponéis asechanzas. He venido espontáneamente a vosotros para que sepáis que soy vuestro pastor, y ojalá el Señor me conceda entregar mi alma por la santa unión, por la sede de Pedro y sus sucesores los pontífices de Roma".
Un tal Elías, sacerdote cismático, fue elegido para tramar y poner en ejecución la conjura contra el arzobispo católico. El plan consistiría primeramente en vejar a los servidores de Josafat, en la creencia de que éstos se vengarían en la persona de Elías y darían aparente motivo para asaltar el palacio episcopal. Hicieron vela, en espera de poder perpetrar su crimen, toda la noche del sábado al domingo 12 de noviembre, en que Josafat debía celebrar de pontifical.
Por la mañana temprano, cuando ya el prelado marchaba a la iglesia para el oficio de maitines, Elías se acerca a la casa del arzobispo y comienza a gritar escandalosamente contra él y la servidumbre; éstos callaron momentáneamente, pero, no pudiendo tolerar más las injurias contra el santo prelado, terminaron por capturarlo y encerrarlo en la cocina de la casa.
Era el momento buscado por los cismáticos. Echan a vuelo las campanas, como señal de sedición y tumulto popular; los forajidos irrumpen en la residencia de Josafat, hieren y asesinan a parte de la servidumbre. Sabedor el arzobispo, que oraba en la iglesia, de la captura del sacerdote disidente Elías, ordena su inmediata liberación, pasa sin que lo toquen por medio de sus enemigos y dentro ya de la casa abre libremente sus habitaciones e increpa sereno a los sicarios: "Hijitos, ¿por qué matáis a la servidumbre inocente? Si queréis mi vida, aquí me tenéis".
Impresionados por la entereza del santo pastor, permanecieron inmóviles. Pero dos de ellos, abriéndose camino por entre la turba al grito de "Muera el papista, muera el latino", se abalanzan sobre él, lo hieren primeramente con un látigo debajo del ojo hasta dejarlo sin sentido, y luego lo derriban en tierra con un hachazo.
Ya en el suelo, de tal forma destrozaron a Josafat con palos y puñales, que apenas se podía reconocer su figura humana, y para ensañarse aún más en el santo arzobispo, descuartizaron el perro de la casa y mezclaron sus pedazos con la carne maltrecha del cuerpo episcopal. Agonizante ya, levanta su mano el mártir Josafat para bendecir a los parricidas, pronunciado la jaculatoria: "¡Oh Dios mío!". Y con ella selló, inmerso en sangre, su vida terrenal.
No terminó aquí la saña de los verdugos. Sacando el sagrado cuerpo a la calle, le asestaron aún dos tiros de bombarda en la cabeza y lo dejaron expuesto al ludibrio de la plebe. Los hombres, ebrios de vino y de furor; las mujerzuelas y niños impíos, tras despojar el cadáver de sus vestiduras episcopales, lo escupieron, lo pisotearon, le arrancaron los cabellos, le mesaron la barba y organizaron en su derredor danzas macabras.
Se dice que una nube negra, subiendo del pequeño río Vidbla, cubrió el cuerpo del santo mártir, y que en medio de ella, por donde estaba el cadáver, surgió un rayo luminoso; fue ésta la primera señal maravillosa en torno al cuerpo del arzobispo Josafat.
Mientras unos se arrepentían y estremecidos confesaban su pecado, otros arrastraron los despojos del santo arzobispo por las calles y plazas de la ciudad hasta el punto más alto de ella; desde allí, después de insultos y de befas, lo bajaron al río Duna, que es una de las mayores arterias fluviales de Ucrania, y, atándole piedras a los pies y a la cabeza, lo arrojaron a la corriente.
Dios veló por su sepultura. Los magistrados y las personas buenas de la ciudad buscaron afanosos el santo cuerpo durante 5 días enteros. En lo humano el hallazgo era imposible, pues se ignoraba dónde lo habían arrojado los verdugos. Pero al 6º día una luz y en forma de rayo descubrió el sitio; los cismáticos quedaron confusos; los católicos exultaron de alegría, y, sacando las reliquias del santo mártir, las colocaron en la iglesia de la fortaleza de la ciudad.
Ocho días más tarde, el clero catedralicio de la archidiócesis de Polotsk y la nobleza, acompañados de ingente multitud de hombres, entre los que iban algunos de los mismos sicarios, condujeron el sagrado cadáver a la capital de la archidiócesis. Cortejo fúnebre y procesión de triunfo, ya que, lo que el santo arzobispo no consiguió en vida, lo recababa ahora con la efusión de su sangre por sus hermanos.
Los primeros en reconocer su error fueron los ministros calvinistas, que acompañaron el cadáver desde la iglesia hasta el navío fúnebre; los judíos manifestaron juntamente su condolencia y condenaban el crimen de los cristianos; los cismáticos empezaron a sentir honda compunción. Los contemporáneos se hacen eco de innumerables sucesos sobrenaturales ocurridos con ocasión del martirio; milagros físicos y de orden moral.
Los funerales por la muerte del arzobispo mártir no se celebraron hasta un año después. Durante todo ese tiempo, su sepulcro fue cátedra de unión con Roma. El santo seguía predicando muerto la austeridad de vida, el fervor de la religión y, sobre todo, la reconciliación de los disidentes con la Iglesia Católica. Terminados los funerales, las sagradas reliquias de San Josafat continuaban obrando innumerables milagros físicos y morales.
Entre los milagros morales está la conversión de sus verdugos. Algunos de ellos escribieron más tarde a la Congregación Propaganda Fidei de Roma confesando su participación en el martirio de su pastor, y declarándose dispuestos a dar su sangre y su vida por la confesión de la fe romana.
El mismo Melecio, arzobispo rival de Josafat en Polotsk, viajó a Roma, donde a los pies del romano pontífice hizo profesión de fe católica el día 23 febrero 1627, convirtiéndose desde entonces en fervoroso propulsor de la unión con los católicos.
Ello movió a las autoridades eclesiásticas a introducir en Roma el proceso de sus virtudes heroicas, de su beatificación y canonización. Urbano VIII lo beatificó, Pío IX lo elevó al honor de los santos. El 27 junio 1867 León XIII extendió su culto a la Iglesia universal.
Pío XI, con motivo del tercer centenario de su muerte, publicó en 1923 una encíclica ponderando la heroicidad de sus virtudes y la trascendencia de su intercesión, a la vez que lo brindaba como ejemplo a las Iglesias orientales y como modelo a cuantos se esfuerzan por conseguir la unión a Roma de las iglesias separadas.
Act: 12/11/24 @santoral mercabá E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A