13 de Agosto
Santa Radegunda de Francia
Lamberto
Echeverría
Mercabá, 13 agosto 2024
Nació el 519 en Erfurt (Alemania), hija del merovingio rey Bertario I de Turingia y de la princesa ostrogoda Amalaberga. Con 10 años experimentó la muerte de su padre (a manos de su hermano), y la pequeña Radegunda pasó a vivir, con sus hermanos, en casa del verdugo de su padre (su tío Hermenefrido).
Los reyes francos se quejaron de no haber recibido lo que se les había prometido, y estalló la guerra. Los turingios fueron subyugados por el rey de Francia (Clotario I), y Radegunda y sus hermanos fueron llevados cautivos a Francia.
Esto iba a cambiar por completo la vida de Radegunda. La niña era muy bella, y después de disputársela ásperamente a su hermano Thierry, el rey Clotario I de Francia la envió a su villa de Athies. Allí recibió una sólida formación moral y cultural, al tiempo que Clotario enviudaba. Así que, cumplidos los 17 años, Clotario obliga a Radegunda a contraer matrimonio con él.
La princesa cautiva Radegunda se resiste, pues Clotario I había sido el avasallador de su propia patria, era mucho mayor que ella en edad, y era poco dado a la monogamia. La joven princesa escapó, pero fue encontrada y llevada con buena escolta a Soissons, donde se celebró el matrimonio.
Se ha pretendido que Radegunda consiguió guardar su virginidad después de casada. Lo cual parece bastante inviable, conociendo el temperamento brutal de Clotario. Lo que sí es cierto es que la reina continuó en palacio viviendo una intensa vida espiritual, rezando el oficio y pasando noches enteras en la oración.
Cierto día, la convivencia con el rey se volvió peligrosa, pues su patria (Turingia) se había sublevado. El hermano de Radegunda, que vivía en la Corte de Clotario I, fue ejecutado en represalias. Y la propia Radegunda fue expulsada del palacio real.
Encontramos entonces a Radegunda en la hermosa región del valle del Loira, que ya entonces iniciaba un papel extraordinario en la historia de Francia. La reina va al encuentro de San Medardo, y le pide consagrrse a Dios. El anciano obispo duda, los señores francos se oponen, pero la reina consigue, con un apóstrofe de grandeza soberana, impresionar al obispo, quien le impone las manos y la constituye en religiosa.
Radegunda marcha entonces a Tours (donde venera la Tumba de San Martín), y de allí a Saix, villa real de extraordinaria belleza natural, y rincón admirable para la vida contemplativa. Y así, religiosa en su propia casa, se dedica Radegunda a las tareas propias de su estado: lectura espiritual, oración y ejercicio de la caridad con los enfermos.
Todo parecía marchar bien cuando llega la noticia de que Clotario I de Francia quiere reclamarla otra vez. Huye entonces Radegunda a Poitiers, y se refugia junto al Sepulcro de San Hilario. Al encontrarla allí, el monarca y esposo de Radegunda decide no sobresaltarla más, y construye allí para ella el Monasterio en Poitiers, terminando pacíficamente sus días el año 562.
Las religiosas, atraídas por la fama de santidad de Radegunda, afluyen al monasterio de Poitiers, y sólo la reina está a disgusto entre aquellas muestras de veneración que recibe por todas partes. Por eso un día consigue dejar el gobierno de la comunidad en manos de Inés (su hija preferida) y pasa a dedicarse únicamente a los trabajos más humildes y costosos del monasterio, y a trabajar discretamente al servicio del reino de Francia.
El año 567 llega a su Monasterio de Poitiers un poeta originario de Italia, de vida trovadora errante y devota. Radegunda e Inés logran sujetar con dulzura a aquel raro peregrino, le inician en la vida espiritual y lo constituyen en consejero del monasterio. Un personaje que será quien, años después, escribirá aquella maravillosa Vida de Santa Radegunda, con todo tipo de detalles.
Hay, sin embargo, un episodio en la vida del monasterio que iba a tener repercusión en la liturgia universal. Radegunda era hija de su propio tiempo, y compartía gran pasión por las reliquias. La recomendación del rey Sigeberto I de Austrasia (su hijo político) y el apoyo de los príncipes de Turingia (sus primos, refugiados en Constantinopla), le consiguieron del emperador Justino II de Bizancio un fragmento considerable de la verdadera cruz. Era el año 569.
Al acercarse la sagrada reliquia a Poitiers, toda la ciudad vibró de entusiasmo. Y al entrar en el monasterio se cantan por 1ª vez los s célebres himnos compuestos por aquel rarito trovador (Venancio Fortunato): el Pange Lingua Gloriosi y el Vexilla Regis Prodeunt.
Tres afanes iban a centrar la vida de Radegunda. El 1º de ellos era consolidar su fundación. Ya con ocasión de la entrada de la verdadera cruz el obispo había mostrado su desdén hacia el monasterio, marchándose ostensiblemente de la ciudad, sin querer intervenir en la ceremonia. Apuntaba, por consiguiente, un peligro al que Radegunda quiso poner remedio oportunamente.
No vaciló para ello en abandonar su convento (que había tomado el nombre de Santa Cruz después de la llegada de la reliquia) y hacer un viaje a Arlés, para estudiar sobre el terreno la Regla que 50 años antes había escrito San Cesáreo para las Religiosas de San Juan (agrupadas en torno a su hermana mayor Cesárea).
La abadesa recibió a Radegunda y a Inés con encantadora caridad, y les proporcionó todos los datos que querían. Y al volver a Poitiers, Radegunda puso por obra su plan: sustraer el monasterio a la autoridad del obispo diocesano, colocándole bajo otro que fuese superior.
Así, sometió Radegunda las reglas del monasterio a la firma de 7 obispos, de los que 5 de ellos pertenecían a la provincia de Tours. Basándose en el valor personal que entonces solían tener las leyes, y teniendo en cuenta que cada uno de estos obispos tenía religiosas que eran súbditas suyas en el monasterio, la Regla aparecía como obligatoria para cada una de ellas en virtud del mandato de su propio obispo. Como esa Regla era la de San Cesáreo de Arlés, e Inés había recibido la bendición de San Germán (obispo de París), nadie podía alegar una jurisdicción exclusiva sobre el monasterio, y éste podía considerarse exento.
Quedaba un 2º afán: consolidar la vida interna del monasterio. Los testimonios contemporáneos son elocuentes. Santa Cruz reunía entonces dentro de sus muros 200 monjas que llevaban una vida ejemplar y santa: salmodia, trabajo de la lana, copia de manuscritos, lectura, meditación... Radegunda miraba aquel cuadro complacida, pues como ella misma no paraba de decirles: "Yo os he escogido, hijas mías, y vosotras sois mi luz, mi vida, mi reposo, toda mi felicidad. Vosotras sois mi planta predilecta".
Bien es verdad que esto no se logró únicamente con leyes, sino muy principalmente con la ejemplaridad de su vida. Venancio Fortunato nos ha apuntado la humildad con que Radegunda se dedicaba a las tareas más repugnantes del monasterio, las horas que pasaba en la cocina, y el rigor con que observaba la clausura.
Faltaba el cuidado de una 3ª tarea, la perteneciente a los quehaceres políticos de Francia, al seguir siendo Radegunda la reina viuda y al no desentenderse ella de la suerte de su pueblo. En este sentido, conservó siempre Radegunda una influencia grande en las familias reinantes. "La paz entre los reyes, ésa es mi victoria", declaraba ella con sencillez. Y con ello empujaba fuerte y suavemente hacia la fusión de los diversos reinos francos.
Radegunda murió en Poitiers el 13 agosto 587, oficiando sus funerales el propio San Gregorio de Tours, y apuntándonos el propio padre de la Iglesia francesa que:
"Al salir del monasterio su cuerpo para ser llevado a la sepultura, las religiosas se apretujaban en las ventanas y en las saeteras de la muralla, rindiendo su último homenaje a su madre con sus gritos, sus lamentaciones y sus sollozos. Los mismos clérigos encargados del canto apenas conseguían sobreponerse a su propia pena, y les era difícil cantar oprimidos por las lágrimas. Fue un día inolvidable".
Act: 13/08/24 @santoral mercabá E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A