13 de Febrero

San Gregorio II papa

Bernardino Llorca
Mercabá, 13 febrero 2024

         Nació el 669 en Roma, en el seno de una ilustre familia patricia que le aportó la educación propia de su nobleza, en el Palacio de Letrán. De este modo, se apropió ya desde pequeño de aquella erudición eclesiástica, con que más tarde se distinguiría, y tan excelentes servicios prestaría a la Iglesia. Algunos autores suponen que fue monje benedictino, pero los bolandistas lo desmienten. En realidad, no aparece como tal en todo el desarrollo de su actividad eclesiástica.

         Bien pronto entró en servicio directo de la Iglesia, pues el papa Sergio I lo puso al frente de la tesorería pontificia, y luego lo ordenó de diácono. En medio de todas estas ocupaciones y honores eclesiásticos, distinguióse Gregorio ya desde entonces por la sencillez y humildad de su conducta, así como también por su absoluta fidelidad al servicio de la Iglesia.

         Pero Dios lo tenía destinado para altas empresas y para defender a su Iglesia en problemas y momentos difíciles, por lo cual quiso introducirlo pronto en los asuntos más trascendentales que entonces se debatían. El papa Constantino I (a quien él sucedería en el solio pontificio) tuvo que hacer un viaje a Oriente, con el objeto de terminar las discusiones que habían surgido después del célebre Concilio II Trullano, del año 692. Y decidió tomar consigo, como asesor y técnico, al diácono Gregorio.

         Notan los historiadores del tiempo que, gracias a su profundo conocimiento de Gregorio en las cuestiones eclesiásticas, fueron resolviéndose pacíficamente las dificultades que surgieron en la controversia. Por lo demás, la acogida de que fueron objeto el papa y su acompañante fue realmente tan grandiosa, que en nada presagiaba las turbulencias que debían seguirse poco después. Pues no mucho después, el 19 mayo 715, y a la muerte de Constantino I, Gregorio fue elegido papa.

         Como papa, Gregorio II tuvo que intervenir rápidamente en ciertos asuntos de la Iglesia, en los cuales resuelve la situación con extraordinaria virtud y esfuerzo constante, poniendo a salvo los derechos eclesiásticos y pontificios.

         Siguiendo el ejemplo de su gran predecesor y modelo (Gregorio I Magno), afianzó Gregorio II el prestigio y posición del papa, tanto en Roma como en toda Italia. Y es que desde la invasión de los lombardos en Italia (ca. 570), 2 poderes se disputaban la posesión de los territorios: los lombardos (que poseían el norte con su capital en Pavía) y los bizantinos (que dominaban el sur y centro peninsular).

         Y en medio de estas 2 fuerzas se hallaba el papa, quien era súbdito del emperador bizantino (territorial y civilmente) mas, por un conjunto de circunstancias, se fue desligando de él, e independizando cada vez más.

         Precisamente en esto consiste el mérito especial de Gregorio II, en haber sabido aprovechar las circunstancias para aumentar el prestigio del papa. De hecho, ya de antiguo poseían los papas, en Roma y en sus cercanías, en Sicilia y aun en Oriente, algunas posesiones, fruto de donativos personales de algunos príncipes. Esto los constituía en señores feudales, como tantos otros de su tiempo y formaba lo que se llamó "patrimonio de San Pedro".

         Pues bien, Gregorio II se propuso, desde un principio, dar la mayor consistencia posible a la posición en que se encontraba el papa. Y para eso, uno de sus primeros cuidados fue reparar y consolidar los muros de Roma, para poderse defender contra las incursiones de los lombardos. Al mismo tiempo, restauró las iglesias y monasterios de la ciudad, y del entorno.

         Es célebre, sobre todo, la restauración que realizó del Monasterio de Montecasino, derruido por los lombardos 140 años atrás. Para ello, envió el 718 algunos monjes de Letrán, al mando del abad Petronax. De este modo surgió el gran complejo monástico de Montecasino, cuna de la Orden benedictina. Así mismo, Gregorio II reconstruyó los monasterios adyacentes a San Pablo y a Santa María la Mayor, y a la muerte de su madre transformó su propia casa en el Monasterio de Santa Agueda.

         Al mismo tiempo, procuró Gregorio II fomentar la vida eclesiástica y la disciplina interior de la Iglesia, para lo cual celebró el 5 abril 721 un sínodo, al que asistieron los obispos y clero de Roma, así como otros 21 prelados venidos de fuera. El prestigio de Roma fue aumentando a través de Gregorio II, y a medida que los emperadores bizantinos se iban impopularizando en Italia.

         En efecto, empeñado León III de Bizancio (717-741) en reformar la administración del Imperio bizantino, había iniciado una serie de impuestos y exacciones sobre todas las provincias imperiales, y muy particularmente sobre Italia, a través de unos exarcas que exigían el pago bajo la mayor brutalidad. A lo que había que añadir la violenta campaña contra las imágenes religiosas, que quiso extender a la zona bizantina de Italia. De esa manera, la antipatía hacia el emperador bizantino crecía en el pueblo italiano, y el cariño por el Romano Pontífice también.

         Todo esto aumentó extraordinariamente cuando, en diversas ocasiones, ante las incursiones de los lombardos, no obstante las reiteradas instancias del papa, los exarcas bizantinos no acudían en su ayuda y en defensa del pueblo, y entonces el mismo papa, con los recursos que le proporcionaba su patrimonio, se defendía a sí y al pueblo frente a las violentas acometidas lombardas. De este modo, Gregorio II mejoró notablemente la posición de los papas, con lo cual se sintió con fuerzas para otras grandes empresas que iba acometiendo.

         Efectivamente, el celo por la gloria de Dios y el ansia de extender su reino por todo el mundo, dieron principio a una serie de obras que constituyen una de las principales glorias del pontificado de Gregorio II. La primera es la de la evangelización del centro de Europa, sobre todo de Alemania, y en particular la protección de San Bonifacio, apóstol del gran imperio de los francos.

         Igual que Gregorio I Magno tuvo el mérito de haber enviado a Inglaterra a San Agustín de Canterbury (con sus 39 compañeros), y con ellos haber iniciado la conversión de los anglosajones, de la misma manera Gregorio II tuvo el mérito de haber enviado a San Bonifacio a Alemania, y con él haber comenzado la evangelización de los sajones y tribus germanas.

         A este respecto, el 716 envió Gregorio II envío a Baviera 3 legados papales, con el objeto de erigir allí una provincia eclesiástica y fomentar el movimiento iniciado de conversiones al cristianismo. Al mismo tiempo, sostenía en la parte noroeste de Alemania la obra apostólica de San Wilibrordo.

         Hasta que el 718 compareció en Roma un monje sajón (llamado Winfrido, a quien Gregorio II impuso el nombre de Bonifacio), que sería el encargado de completar la tarea papal. Unos 4 años más tarde, y después de haber iniciado su obra en Frisia y Hesse (con la conversión de millares de paganos), se presentó de nuevo Bonifacio en Roma. Gregorio II recibe el informe de la situación, y dota al sajón de facultades papales, reliquias romanas y cartas de recomendación, para seguir fomentando la evangelización germana, no parando de animar y sostener la evangelización de Germania.

         Al mismo tiempo, Roma se iba convirtiendo en centro de afluencia de miles de peregrinos de toda la cristiandad, y seguía creciendo sin parar la obra papal en las Islas Británicas, a través de la obra de Teodoro de Tarso (arzobispo de Canterbury) y sus grandes monasterios (exuberantes de vocaciones, y ansiosos de expansión).

         Gregorio II no paraba de mantener correspondencia con todos esos misioneros y monjes, sobre todo con el abad Ceolfrido (quien presentó en Roma su famoso Códice Amiatinus) y el rey Ina (y su esposa Ethelburga, que fundaron en Roma la Schola Anglorum). Así mismo, recibió Gregorio II las visitas y homenajes del duque de Baviera, y otros muchos príncipes de la cristiandad.

         Otro problema muy diverso dio ocasión a Gregorio II a manifestar claramente su ardiente celo por la gloria de Dios y la defensa de los principios cristianos, sin detenerse ante la más horrible persecución y la misma muerte. Nos referimos a la tristemente célebre cuestión iconoclasta, es decir, la horrible persecución de las imágenes y de sus defensores, desencadenada en Oriente desde el año 726 por el emperador León III de Bizancio.

         Las causas que motivaron esta violenta persecución de las imágenes son muy diversas.

         Por una parte, la posición del AT, poco simpatizante con el culto de las imágenes; la aversión de algunas sectas contra este culto; el influjo especial del Islam, que ya en un Edicto (ca. 723) no permitía ninguna clase de imágenes en las iglesias cristianas de los territorios sometidos a los mahometanos.

         Por otra parte, algunos excesos y abusos ocurridos en la veneración de las imágenes, particularmente fomentadas en la Iglesia griega y promovidas por el monacato oriental; todas estas causas habían ocasionado, hacía ya tiempo, en el seno de la Iglesia griega la formación de un poderoso partido enemigo del culto de las imágenes, cuyo principal sostén era el obispo Constantino de Nacoleo, en Frigia.

         Este partido consiguió finalmente mover al emperador León III de Bizancio a publicar en 726 el 1º decreto iconoclasta. Indudablemente, León III trataba de afianzarse definitivamente en el trono, y perseguía fines políticos. Pero por otra parte esperaba atraerse la simpatía de sus vecinos musulmanes (hacia el exterior), y en su propia casa implantar una política de absoluto dominio en lo civil y religioso (que deshiciera el predominio del monacato y de la jerarquía eclesiástica).

         E incluso no se contentó León III con envolver a todo el Oriente en aquella violenta persecución. Pues mientras ésta se desarrollaba en todo el Oriente con todo rigor, también se dirigió al Occidente para exigir los territorios italianos sometidos a su dominio, así como la admisión y aplicación del edicto iconoclasta.

         A esta intimación de León III de Bizancio respondió Gregorio II con la entereza de un mártir, sin amedrentarse por el peligro a que con ello se exponía. Ante todo, y según refieren algunas crónicas, convocó el Sínodo de Roma, en el que se rebatieron todas las razones que oponían los orientales al culto de las imágenes y se probó con toda suficiencia su licitud.

         Tras lo cual, el papa se dirigió personalmente (por medio de una carta) al emperador bizantino, protestando contra estas intromisiones en el terreno dogmático. E hizo un llamamiento a la cristiandad occidental, para que estuviera alerta frente a los enemigos de Dios, que trataban de levantar cabeza.

         Los acontecimientos que siguieron prueban una vez más, por un lado, la santidad, celo y entereza de Gregorio II en defensa de los intereses divinos, y por otra, la ceguera de León III de Bizancio, con lo que fue aumentando cada vez más su impopularidad en Italia, que fue la ocasión de la pérdida de estos territorios para el imperio bizantino.

         En efecto, ciego de furor por la oposición que encontraba en Italia, amenazó a sus habitantes con las más horribles represalias. Entonces, pues, levantáronse en manifiesta rebelión contra los bizantinos, y aprovechándose del desorden reinante, el rey lombardo Luitprando, en un golpe de mano, se apoderó de Rávena.

         La situación era verdaderamente comprometida para Gregorio II. Pues si se ponía de parte de los revoltosos de Luitprando, comprometía su porvenir (pues los bizantinos, como los más fuertes, podían luego volver con mas fuerzas y aplastarlos a todos). Por esto, no obstante los atropellos de que había sido víctima de parte de los bizantinos, pidió auxilio a Venecia en favor de Rávena, y gracias a su intercesión, los bizantinos volvieron a recuperarla.

         Pero la conducta de los bizantinos acabó de exasperar al pueblo, que amaba sinceramente a los papas. En lugar de agradecer a Gregorio II su generosidad para con ellos, el nuevo exarca de Rávena se dirigió a Roma el 728 con el objeto de apoderarse por la fuerza de la ciudad si no se publicaba en Roma y en toda la Italia bizantina el decreto iconoclasta. El papa, con heroísmo de mártir, contestó excomulgando al exarca Paulo. Este intentó entonces aplicar por la fuerza el edicto, pero murió en la refriega contra los insurrectos.

         El nuevo exarca Eutimio fue excomulgado igualmente, pero este no obstante, con el intento de apoderarse de la persona del papa, intentó unirse con su enemigo Luitprando. Pero Gregorio II se le adelantó, y con el único objetivo de salvar al pueblo romano, acudió personalmente al rey lombardo para ponerse a sí mismo, y al pueblo romano, en sus manos.

         Conmovido Luitprando I de Lombardía por la actitud humilde y caritativa del papa, se arrojó a sus pies, y entrando en Roma junto con el papa, depositó ante San Pedro su espada e insignias reales. Y para que todo terminara felizmente, pidió perdón para sí y para el exarca Eutimio, que Gregorio II concedió generosamente.

         Todo parecía terminar favorablemente, pero entonces se inició una revuelta más peligrosa en Toscana, que puso en verdadero peligro al exarca bizantino. Dando de nuevo las más elocuentes pruebas de magnanimidad, Gregorio II se constituyó en defensor de los bizantinos, induciendo a los romanos a prestarle auxilio (con el que se logró dominar a los rebeldes). Pero ni con esas consiguió Gregorio II desarmar a León III de Bizancio, quien continuó en su ciega campaña contra las imágenes y contra el papa, aunque eso llevara a la ruina de los bizantinos en Italia.

         En otro tipo de asuntos, el Liber Pontificalis atribuye a Gregorio II obras importantes de restauración en la Basílica de San Pablo Extramuros, la Basílica de la Santa Cruz y la Basílica de San Juan de Letrán. Así mismo, testifica que dejó "una suma de 260 sueldos de oro para distribuir entre el clero y los monasterios, otros 260 sueldos para las diaconías y los mansionarios, y otro legado de 1.000 sueldos para la iluminación del sepulcro de San Pedro". Todo esto, además de las innumerables limosnas y obras de caridad, que constantemente practicaba.

         Finalmente, Gregorio II murió consumido por sus trabajos, el 11 febrero 731. Durante su vida, y sobre todo durante todo su pontificado, había dado las más claras pruebas de virtud cristiana, de elevación de espíritu (inflamado amor de Dios y de la Iglesia), de fortaleza y constancia (frente a las mayores dificultades) y de magnanimidad y mansedumbre (frente a sus enemigos).

         Gregorio II ejerció un pontificado que, según muchos historiadores, entroncó directamente con el pontificado de Gregorio I Magno (150 años atrás), tanto en alteza de miras como en acciones y magnitud de empresas en las que se tuvo que intervenir.

 Act: 13/02/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A