13 de Marzo

San Nicéforo de Constantinopla

Francisco Martín
Mercabá, 13 marzo 2024

         Nació el 750 en Constantinopla, en el seno de una noble familia bizantina. Su padre Teodoro era secretario del emperador Constantino V de Bizancio (llamado el Coprónimo), hombre caprichoso y sectario, que, siguiendo la política iniciada por su padre (León III de Bizancio) iba llevando hasta sus últimas consecuencias (de crueldad y de tiranía) la lucha iconoclasta contra la ortodoxia católica.

         En efecto, la oposición a las imágenes, nacida en un ambiente de cesaropapismo oriental y en la manía dogmatizante de sus emperadores, llevaba en su misma raíz otras influencias no menos peligrosas. Pues no se trataba ya tanto de una lucha contra una representación iconográfica (de la divinidad o de los santos), sino que el conflicto llevaba consigo uno de los peligros más importantes de aquella época: la separación definitiva entre Oriente y Occidente.

         Así, en cada asunto social o religioso que tomaba el Imperio Bizantino, siempre se acababa con una encendida oposición contra las directrices que llegaban de Roma. Y eso daba popularidad a sus emperadores bizantinos, a costa de minar la unidad cristiana y religiosa.

         En este contexto, eran necesarios en Bizancio grandes hombres de fe, de fortaleza y de prudente serenidad, para tratar de detener el terrible mal que se avecinaba. Y uno de ellos vino a ser nuestro santo (Nicéforo de Constantinopla), así como su padre.

         En efecto, el padre de Nicéforo, siendo éste todavía niño, fue despojado de su cargo y desterrado de por vida al exilio (donde morirá) por no doblegarse ante las órdenes imperativas de Constantino V. Y confortado por ese heroísmo de fe, y bajo la tutela en Constantinopla de su madre Eudoxia, fue educado el pequeño Nicéforo. Con los mejores maestros de la ciudad, fue recibiendo el joven Nicéforo una formación sobresaliente, tanto en lo religioso como en lo intelectual.

         Con los años, Nicéforo se fue haciendo conocido como hombre bueno y prudente, amigo del bien y acérrimo defensor de la ortodoxia romana. En el período de paz que se inicia con la emperatriz Irene y su hijo Constantino VI de Bizancio (ca. 780), es llamado Nicéforo a la corte, y allí se le restituyen los honores familiares usurpados a su padre, otorgándosele a él el cargo de secretario imperial que había desempeñado su padre. Desde este momento, Nicéforo va a poner toda su influencia en desarraigar del Imperio Bizantino los antiguos resabios de la herejía.

         Como legado de Constantino VI de Bizancio asiste el Nicéforo (todavía lego) al Concilio II de Nicea (ca. 787), donde brilla por su sólida formación literaria, un conocimiento profundo de las cuestiones eclesiásticas, y una gran elocuencia.

         A pesar de su cargo y elocuencia, hay en Nicéforo unas tendencias más señaladas, que le llevan al retiro y a la oración del claustro, donde parece encontrar el medio más adecuado para una vida contemplativa. Con este fin se retira a las orillas del Bósforo, donde construye por su cuenta un monasterio para entregarse al estudio, a la austeridad y a la oración, sin que por ello reciba el hábito de religioso.

         El emperador, por su parte, trató de seguir aprovechando las buenas cualidades de Nicéforo, y le seguirá llamando de cuando en cuando a la corte (a la que asistirá Nicéforo con aspecto solitario, alejado de todo boato imperial).

         Modelo de virtud, se dedica Nicéforo a hacer la caridad entre los necesitados. Por designación del príncipe se hace cargo del Hospital General de Constantinopla, y por su cuenta recorre las casas de los pobres, dejando en ellos su dinero y su hacienda, así como llenando a todos de la suavidad de su trato y de una abnegada solicitud.

         A nadie pues podía extrañar, fuera de algunos monjes que no veían con buenos ojos la elevación de un lego al pontificado, el que Nicéforo, a la muerte del patriarca Tarasio, fuera designado por el pueblo y por el emperador para sucederle. De este modo, el 12 abril 806, y tras haber sido revestido antes con el hábito de monje, y recibido las órdenes menores, el humilde funcionario de la curia imperial se sentaba en el trono patriarcal de Santa Sofía.

         Bien sabía Nicéforo a lo que le destinaría su dignidad. Y para prevenir todo eso, durante su consagración patriarcal mantuvo siempre aferrado entre las manos un Memorial, que él mismo había compuesto en defensa del culto a las imágenes, y en el que hacía juramento de defenderlo en el mismo acto de la posesión. Cuando fue a depositar dicho Memorial tras el altar mayor, manifestó allí mismo en público sus intenciones, y pidió a todos que le ayudasen en ese cometido.

         Dicho gesto no agradó para nada a las diversas tendencias religiosas que allí se hallaban presentes. Algunos empezaron a criticar una nueva intromisión del emperador en los asuntos privados de la Iglesia, y otros (como Teodoro Studita) un nuevo servilismo del patriarca a todas las iniciativas de la corte.

         A fuerza de mansedumbre y paciencia, el nuevo patriarca Nicéforo fue ganándose la confianza de todas las facciones y evitando sus divergencias, aun a costa de tener que renunciar a muchas prerrogativas de su dignidad. El mismo Nicéforo dio cuenta de ello al papa León III, en una carta en la que admite humildemente que, "si es cierto que he tenido que ceder en algunas cuestiones transitorias ante el emperador, no lo he hecho sino llevado del bien de la paz, y aun de la misma libertad de la Iglesia".

         Con todo, dicha paz buscada por Nicéforo no iba a ser, por desgracia, muy duradera. Y es ahora, cuando ya entran en juego no solamente los principios vitales de la fe, sino los derechos inviolables de la misma Iglesia, cuando Nicéforo será el 1º que se inmolará a la cabeza del pueblo, para defender la verdad ante la insolencia y sectarismo de sus perseguidores. Pero mientras llega el momento, él sigue trabajando como buen pastor de su grey, en la mudanza y total reforma de las costumbres y preceptos de vida.

         Durante este tiempo empieza Nicéforo el copioso apostolado de su pluma, que le colocará entre uno de los más prestigiosos escritores de la Iglesia de Oriente. Sus obras, y más aún las que escribe en el destierro, dan noticia de su espíritu elevado, un conocimiento profundo de las Escrituras y de los Santos Padres, una dialéctica sutil y una fina observación.

         El 10 julio 813 el patriarca Nicéforo coronaba emperador a un buen soldado, gobernador de la provincia de Natolia: León V de Bizancio (llamado el Armenio), que hubiera sido un excelente monarca de no haberse dado a resolver cuestiones de teología. Pues por seguir el ejemplo de sus predecesores Coprónimos, o por creer que con ello iba a robustecer más su poderío, ya desde el principio de su reinado empezó a declararse contrario a lo que él llamaba "la herejía de las imágenes", rechazando todo lo decretado en el Concilio II de Nicea (ca. 787).

         Con su conducta consiguió León V nuevos adeptos entre algunos obispos y hombres de influencia, como el gramático Hylilas. Pero pronto se da cuenta de que el patriarca Nicéforo está en contra de esa postura iconoclasta, así como de la intervención civil en materia religiosa.

         El emperador trata con ruegos y concesiones de atraer al pontífice, pero éste permanece inflexible, llegando a decirle en una ocasión: "Nosotros no podemos mudar las antiguas tradiciones, y respetamos las imágenes santas, como lo hacemos con la cruz y con los libros del evangelio" (notemos que los iconoclastas rechazaban las imágenes religiosas, pero no la adoración de la cruz y de los evangelios).

         El emperador no se aviene a ello, y empieza a debilitar la autoridad de Nicéforo. Una noche anima a unos soldados a que se mofen de una imagen de Cristo (que estaba sobre la puerta de la ciudad), y ante el tumulto provocado (por él, de forma nocturna) ordena que se quiten todas las imágenes de los crucifijos, con el pretexto de evitar nuevas profanaciones. El patriarca prevé lo que se avecina, y con sus obispos y abades se entrega al silencio de la oración y la penitencia.

         No tarda mucho en reunir el emperador en su palacio a todos los obispos (ortodoxos y herejes), para que discutan en su presencia las diversas cuestiones. Entre ellos están los partidarios de Nicéforo, que piden al emperador que deje el gobierno de la Iglesia a sus pastores, y no se entrometa. Ante lo cual León V, enfurecido, les arroja de su presencia, se rodea de la otra facción de obispos, y a éstos los constituye, allí mismo, en jefes de la Iglesia bizantina.

         Pronto se reúnen los obispos díscolos en conciliábulo, y citan al patriarca para que dé razón, ante ellos, de sus hechos. Nicéforo se presenta, y movido de santa indignación les increpa: "¿Quién os ha dado esa autoridad? ¿Ha sido el papa o alguno de los patriarcas? Yo os excomulgo, ya que en mi diócesis no tenéis jurisdicción, y la habéis usurpado". Los obispos díscolos le quieren deponer, pero esperan a que se decida el emperador.

         La ocasión llega pronto, con motivo de las fiestas de Navidad del 814. León V, siguiendo la costumbre tradicional, se presenta en este día al lado del patriarca en la Basílica de Santa Sofía para venerar los sagrados iconos, pero, instigado por los suyos, se niega a hacer lo mismo en la Iglesia de la Epifanía.

         Enseguida, y ya sin miramientos, empieza una tremenda persecución contra todos los adictos a la ortodoxia católica. Pronto el patriarca se ve abandonado por la mayoría de los obispos. Estos quieren hacerle comparecer de nuevo ante ellos y, como se negara, prohíben que se hiciera conmemoración de su nombre en los oficios divinos, instando a la vez al emperador para que, deponiéndole, le condenara definitivamente al destierro.

         No mirando a que el venerable anciano estaba retenido en el lecho por una enfermedad, deciden su deposición al principio de la cuaresma. Llevándole en unas angarillas en la noche del 13 marzo 815, le arrojan en una barca, que le había de conducir a la orilla asiática del Bósforo (a Scutari) para ser internado en el Monasterio de San Teodoro, que él mismo había construido a poca distancia de la ciudad.

         Desamparado de todos y ultrajado, manda en seguida Nicéforo su abdicación a los de Constantinopla, y se dispone a pasar sus últimos días en la soledad y el recogimiento, que tanto añorara en la juventud. En su destierro Nicéforo sufre y ora, se consuela con los libros santos y escribe a su vez, siempre con el propósito de desarraigar de su pueblo la herejía y el error.

         Con el advenimiento al trono de Miguel II de Bizancio (ca. 820) los ortodoxos quieren reivindicar de nuevo a su patriarca. Pero el nuevo emperador es también hereje y pretende ganarse al santo varón, haciendo que rechace de plano la doctrina que la Iglesia y los concilios habían sostenido sobre las imágenes. San Nicéforo prefiere seguir padeciendo por la verdad y de este modo, lleno de fatigas y de trabajos, en su pobre celda del destierro y a los setenta años de edad, muere gloriosamente el 2 junio 829.

         Cuando más tarde, en la paz que dan a la Iglesia de Oriente San Metodio y la emperatriz Teodora, vuelve a sonar con gloria el nombre de Nicéforo, sus reliquias son trasladadas con todo esplendor a la Basílica de los Apóstoles de Constantinopla, el día 13 marzo 847. De nuevo se iba a encontrar el pastor entre su pueblo, martirizado pero con la luz de la gloria, y también con la humildad y mansedumbre en que siempre había vivido.

         La Iglesia griega da a San Nicéforo el título de "confesor de la fe", y celebra su fiesta el 2 de junio, aniversario de su muerte. La Iglesia latina lo hace el 13 de marzo, aniversario a su vez de la traslación de sus reliquias.

 Act: 13/03/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A