13 de Noviembre
San Leandro de Cartagena
Juan
Manuel Sánchez
Mercabá, 13 noviembre 2024
Nació el 535 en Cartagena (Murcia), en el seno de una familia greco-romana en la que él fue el mayor de 4 hermanos santos (San Leandro, San Isidoro, San Fulgencio y Santa Florentina), 3 de ellos obispos y la hermanita abadesa. Todos ellos bajo los dominios de la Spania bizantina (cristiana), o provincia del Imperio Bizantino afincada en el sureste de España (en la Cartaginense y la Bética) que rivalizada con la Toledo visigoda (arriana).
De sus primeros años sabemos que el joven Leandro abrazó la vida monástica, dedicándose al estudio y a la oración. También se dedicó a recibir jóvenes con ganas de aprender, tanto de la España bizantina como de la España visigoda, y a todos ellos entregó lo mejor de su sabiduría y personalidad.
Pero la Providencia enredó las cosas, y su padre se vio obligado a marchar de Cartagena a Sevilla (por asuntos comerciales), teniendo que acompañar Leandro al resto de su familia, y establecerse en Sevilla.
En Sevilla fue nombrado Leandro arzobispo de la diócesis hispalense, y como 1ª medida decidió crear una escuela que propagase la fe ortodoxa, así como sirviera de estímulo para el estudio de las artes y ciencias conocidas. Él mismo llevó muy entre manos los quehaceres escolares, y entre los alumnos contó con la presencia de los 2 hijos del rey visigodo de Toledo (Leovigildo I), llamados Hermenegildo y Recaredo (que hasta entonces eran arrianos, como su padre).
Hermenegildo empezó a sentirse atraído por la fe católica según avanzaba su trato con Leandro. Y junto a los consejos de su joven esposa Ingunda (cristiana franca) comenzó a despreciar la herejía arriana. Hasta que su padre se percata de ello, decide elegir a Recaredo como su sucesor a la Corona de Toledo (la capital de España), y a Hermenegildo lo recluye en Sevilla, sin dejarle salir de la Bética.
La persecución arriana estalló bien pronto contra el catolicismo, y Leovigildo I de Toledo empezó a estimular la herejía arriana como elemento de unificación y grandeza de España. Y todo ello a través de la sangre y del fuego, con penas de prisión o exilio para cualquier recalcitrante católico.
Leandro fue expulsado de su diócesis de Sevilla y obligado a dejar su patria madre, no sin antes animar al joven Hermenegildo a resistir el asedio de su padre Leovigildo. Tras lo cual, marchó Leandro a Constantinopla.
En Constantinopla imploró Leandro el socorro del emperador bizantino para la Spania española. E incluso conoció a un monje que hacía de apocrisario del papa Pelagio II en aquellas tierras. Se trataba de Gregorio I Magno, un antiguo magistrado romano que se había hecho monje, y que en no muchos años quedaría convertido en papa de la Iglesia universal.
Con San Gregorio Magno trabó Leandro una íntima amistad en Constantinopla, en criterios teológicos y afecto personal (que durará hasta el fin de sus días). De hecho, las cartas escritas por Gregorio a Leandro no sólo mostrarán una fuerte y perenne amistad entre los dos, sino también una continua petición de consejos de Gregorio al prelado español (Epístolas, 1,41; 5,49; 9,121). E incluso cuando Gregorio Magno escriba las Morales (trascendental para la moral del Medioevo), citará a San Leandro como su gran mentor e inspirador.
Elevado a la cátedra del papado, Gregorio I Magno se apresura a devolver a su amigo Leandro al palio arzobispal de Sevilla, con unas letras que revelan la alta estima que tenía de su virtud: "Os envío el palio que debe servir para las misas solemnes. Al mismo tiempo debería prescribiros las normas de vivir santamente; pero mis palabras se ven reducidas al silencio por vuestras virtuosas acciones". Según la tradición, el papa donó al arzobispo de Sevilla una venerada imagen de N. Sra. de Guadalupe (s. VI), la 1ª de la historia.
Leandro regresó de Constantinopla cuando ya amainaba la persecución suscitada por Leovigildo I de Toledo. Presenció el final del monarca visigodo y empezó a aconsejar a su sucesor Recaredo I de Toledo, sin duda influenciado por su hermano y mártir Hermenegildo (asesinado en la contienda anti-católica).
Una nueva era amaneció para España cuando Recaredo I accedió al trono de Toledo. Leandro pudo volver a su diócesis sevillana y el nuevo rey, aconsejado por los francos (católicos), convocó el histórico Concilio III de Toledo (ca. 589).
En dicho concilio, Recaredo I abjura de la herejía arriana, hace profesión de fe nicena (católica), declara que todo el pueblo español (de hispanos, romanos, godos y suevos) se unifique en la fe verdadera, y manda que todos sus súbditos sean instruidos en la ortodoxia de la fe católica. El alma de aquel gran concilio fue la misma que la de su presidente: Leandro. Y ésta fue su mayor gloria. Pues en medio de aquellas intrigas visigóticas, había sabido intrigar sagazmente Leandro en la corte real toledana, con el exuberante fruto de la conversión de su rey.
Al arzobispo de Sevilla se le debe, pues, la conversión en masa del Reino de España a la fe católica, y el paso del último reducto arriano (visigodo) a la senda de Roma. Y eso originó un florecimiento de una vida religiosa muy activa en todo el territorio español, con la fundación de miles de parroquias rurales y cientos de monasterios de montaña y ciudad.
La Iglesia española alcanzó, en los sucesivos 12 Concilios de Toledo, una importancia de 1º orden mundial, llegando a competir con la misma Constantinopla. La legislación visigótica empezó a impregnarse de cristianismo radical (como su Fuero Juzgo), y siempre de la mano de Leandro y de su hermano carnal San Isidoro (gran lumbrera de la Iglesia Alto Medieval). Con razón podía gloriarse y exteriorizar su gozo Leandro en aquella clausura del Concilio III de Toledo, con estas palabras:
"Alégrate y regocíjate, Iglesia de Dios; alégrate y levántate formando un sólo cuerpo con Cristo. Vístete de fortaleza y llénate de júbilo, porque tus tristezas se han convertido en gozo, y en paños de alegría tus hábitos de dolor. He aquí que, olvidada de tu esterilidad y pobreza, y en un sólo parto, engendraste pueblos innumerables para tu Cristo. Tú no predicas sino la unión de las naciones, no aspiras sino a la unidad de los pueblos, y no siembras más que los bienes de la paz y de la caridad. Alégrate, pues, en el Señor, porque no has sido defraudada en tus deseos. Puesto que aquellos que concebiste, después de tanto tiempo de gemidos y oración continua, ahora han superado el hielo del invierno, la dureza del frío y la austeridad de la nieve. Repentinamente, Iglesia de Dios, tú los has dado a luz en gozo, como fruto delicioso de los campos, como flores alegres de primavera y como risueños sarmientos de vides".
"La novedad de la presente fiesta indica que ha de ser la más solemne de todas. Porque nueva es la conversión de tantas gentes, y si en las demás festividades nos regocijamos por los bienes ya adquiridos, aquí celebramos el tesoro inestimable que acabamos de adquirir. Nuevos pueblos han nacido de repente para la Iglesia, y los que antes nos atribulaban con su rudeza, ahora nos consuelan con su fe. Ocasión de nuestro gozo actual fue la calamidad pasada. Gemíamos cuando nos oprimían y afrentaban, pero aquellos gemidos lograron que lo que antes era un yugo para nuestros hombros, se hayan trocado, por su conversión, en corona nuestra".
Poco después de este acontecimiento, de los más grandes en la historia del cristianismo español (pues la conversión de los visigodos fue real y sincera), el papa Gregorio I Magno felicitaba efusivamente a su amigo y consejero Leandro. Era el año 590.
El metropolitano de Sevilla consagró el resto de su vida a edificar España con la práctica de la virtud (luz que ilumina) y con el trabajo de sus escritos (sal que condimenta). Entre sus obras escritas (casi todas perdidas), destaca la carta que dirigió a su hermana Florentina (primada de las vírgenes, según San Braulio), por el encanto y doctrina evangélica que contiene.
Se trata de un bello Tratado sobre la Virginidad, sobre el desprecio del mundo y la entrega a Dios de las vírgenes consagradas. Un escrito que influyó sobremanera en la posteridad mundial, por lo inédito que suponía el estilo propuesto de vida monástica femenina. Comúnmente se llama a esta carta la Regla de San Leandro.
Los últimos años de la vida de Leandro, retirado de la política, fueron fecundos en obras santas, dignas del mejor obispo: penitencias, ayunos, estudio de las Escrituras, obligaciones pastorales... Afligido por la enfermedad de la gota (la misma enfermedad que sufría por entonces su amigo Gregorio Magno), supo recibir sus últimos momentos como un favor del cielo y una gran gracia, para expiar sus faltas.
Moría Leandro el 13 noviembre 601, el mismo año que también moría su neófito Recaredo I de Toledo (ca. 601). Había dejado este mundo un verdadero hombre de estado, el padre de la España católica y el gran arzobispo que hizo grande a su gran amigo, Gregorio I Magno.
Act: 13/11/24 @santoral mercabá E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A