15 de Abril

San Damián de Molokai

Joaquín Salinas
Mercabá, 15 abril 2024

         Los fieles cristianos, y casi todo el mundo, le han conocido durante muchos años como el padre Damián, el "apóstol de los leprosos" o el "mártir de la caridad". Hasta que Juan Pablo II lo beatificó en Bruselas el 4 junio 1995 (en la explanada frente a la Basílica del Sagrado Corazón, de Koeckelberg) y Benedicto XVI lo canonizó el 11 octubre 2009.

         Y eso tras las insistencias de una madre Teresa de Calcuta que no había parado de decir por carta, al propio Juan Pablo II: "Santo Padre, nuestros enfermos de lepra y todos los del mundo entero os piden un favor: un santo, un mártir del mayor amor, y para nosotros los religiosos un hermano de la mayor obediencia".

         Nació en 1840 en la granja de Ninde (Flandes) bajo nombre de José de Veuster, siendo bautizado a las pocas horas de nacer en la Parroquia de Trémelo. Era el benjamín de 8 hermanos, de unos padres agricultores que le matricularon en la escuela parroquial a los 12 años para que alternara los estudios con la granja familiar. En el ambiente cristiano y campesino del hogar, pues, fueron brotando las primeras costumbres de José, que se mantendrán firmes y aflorarán hasta el fin de su vida. Como recordará él mismo más tarde, a su hermano y desde la misión de Puna (Hawai):

"¿Cómo podría expresarte el afecto de mi corazón por ti? ¿Dónde están los tiempos felices en que vivíamos bajo la tutela de nuestros padres y nuestros superiores? Aquellos años en que íbamos a la escuela de Wechter. Pero ya pasó el tiempo feliz de la infancia y de la juventud" (Carta de 1866).

         En Lovaina, a 15 km de su granja, la Congregación de los Sagrados Corazones (fundada en 1800 en Poitiers) había abierto un Seminario de Misiones en 1840, del que fueron saliendo un buen número de religiosos hacia el Pacífico (donde la congregación tenía sus avanzadillas desde 1827). 

         Con 18 años, y estudiando en la región francófona de Walonia, tomó José la resolución de entrar en la vida religiosa de dicha congregación, hacia el mes de diciembre de 1858. Su hermano Augusto le había orientado hacia dicha congregación (en la que él ya era novicio), y en ella ingresa José el 2 febrero 1859 (bajo visto bueno para ser "hermano pero no sacerdote", dada su deficiente formación académica), bajo nombre de Damián.

         Su hermano le conoce bien, y comienza a enseñarle latín. El superior juzga que Damián va haciendo progresos y, tras 2 años de estudio conciuenzudo, accede a nominarlo como misionero para las islas Sandwich (hoy Hawai), para acompañar a su hermano Augusto (el verdadero misionero de la misión, y no él). Pero su hermano se contagia del tifus, y el superior pide inútilmente un relevo a París. Damián tiene 23 años, y ante él está por delante el mundo soñado.

         En un viaje de 5 meses sin escalas, llega Damián a Honolulú el 19 marzo 1962, y allí es destinado al distrito de Puna, de la gran isla de Hawai (en el extremo este del archipiélago, lleno de lavas volcánicas y maremotos, junto al temible y activo Kilahuea).

         Al cabo de un año, su compañero de viaje le propone cambiar aquel distrito por el de Kohala Amakua (en el noreste, y mucho mayor). Y allí se brega Damián como misionero, durante 8 años (1865-1873). A todo el que le pregunta dónde vive, él le señala la silla de su caballo: "Ésta es mi casa". Catequesis, nuevas capillas de madera y caminatas interminables. Y sobre todo, amar a sus cristianos tal como son, ayudándoles a superar su indolencia e inconstancia. Por variados caminos, el padre Damián llega a convertirse en un hawaiano más, y acaba entendiendo su estilo de vida.

         En 1865, y para frenar la propagación de la lepra, el gobierno hawaiano decide deportar a la isla de Molokai a todos los contagiados. Y su desdichada suerte preocupaba a toda la misión católica. El obispo Maigret convoca en la isla de Maui a todos los misioneros de Hawai, y propone voluntarios para ir a Molokai, no obligando a nadie y dando por descontado una muerte segura.

         Los 4 sacerdotes más jóvenes se ofrecen a cubrir el año por turnos, y también Damián (que es como ahora se llama, de misionero) siente que Dios le llama. Por ello, se adelanta y pide al obispo que le envíe en el 1º turno. ¿Por qué?

         En su misión de Kohala, Damián ha estado viendo leprosos, los ha estado confesando, y ha contemplado su caza por parte de la policía. Pero no podía alejar de su mente de aquellas gentes de Molokai. Cuando montaba a caballo para ir a la reunión de Maui, ya había oído una voz en su corazón que le decía que "no volvería a ver a mis queridos cristianos, ni mis cuatro capillas", y llorando había echado una "última mirada sobre su querida cristiandad de Kohala".

         Además, y como escribe al superior general en carta posterior: "Aquellos pobres cristianos, la mitad moribundos, pedían a gritos tener un sacerdote con ellos. Muchos de ellos morían desgraciados y sin el bautismo, y los ya bautizados sin los últimos sacramentos que habrían deseado recibir" (Carta de 1873). Antes que físicamente, el padre Damián estuvo en Molokai con el corazón.

         Con la misma fecha, escribe también escribió otra larga carta a su hermano, donde le expresa la razón última de su vital decisión: "Por haber estado postrado bajo el paño mortuorio el día de mis votos, he considerado que era mi deber ofrecerme a su excelencia, que no quería tener la crueldad de ordenar un sacrificio semejante".

         Explica así lo que para él significaba el deber. Entre todo el rito de la profesión religiosa, símbolo de muerte y resurrección, se fija en su valor de la muerte, en razón de las circunstancias. Quien ya ha muerto con Cristo, puede muy bien entrar para acompañar, y consolar a quienes ya no viven más que esperando la muerte.

         Viajando toda la noche y junto a 50 leprosos, el 10 mayo 1873, a las 05.00 horas y acompañado de su obispo, llega Damián a la leprosería de Molokai, su "cárcel estatal". Acaba de cumplir 33 años, y el lugar es una pequeña lengua triangular de tierra, sobresaliente en el centro de la larga y recta costa norte, cerrada en sus costados por las aguas y a la espalda por acantilados de hasta 500 m. de profundidad. En la costa este, (Kalawao), el estado había comprado un tercio de la península (ca. 1865) para residencia de los leprosos. En la costa oeste (Kalaupapa), un lugar más sano, habitaban tan sólo unos pocos nativos.

         Damián llegaba para 3 meses, pero allí se quedó 16 años, los 4 últimos de ellos totalmente leproso. Así resume él la situación:

"El obispo recibía parabienes de la alta sociedad a su vuelta a Honolulú, por haber sacrificado a uno de sus misioneros para consolar a los pobres desechados de la sociedad. La prensa aireaba sus elogios, y una colecta reunió 600 francos para el cuidado del misionero en la leprosería. Hasta que una petición de no sé cuántos leprosos, y otras razones graves, le determinaron a dejarme definitivamente en Molokai. ¡Adiós, mi querida Kohala!".

         Damián se encuentra con un panorama desolador. Sólo ha traído su Breviario y una cruz. Un árbol pandano, con sus raíces al aire, le cobija durante semanas. Hay enfermos que le conocen de Kohala, y un buen grupo de cristianos (que pronto llegan a ser la mitad de la colonia).

         Pero todo tenía tintes de sociedad entregada en manos de la desesperación. "Aquí no hay ley", decía un letrero y corría la voz. En el terreno de lo inhumano, los más poderosos explotaban a los más débiles, a las chicas y a los niños, que salían corriendo hasta que una tapia les frenaba el paso, quedando abandonados irreversiblemente a la muerte.

         Nada le dolió tanto a Damián como eso, por lo que decide crear un orfanato. En Molokai había una ley, por desgracia, la ley del más fuerte. Nunca habían tenido un médico o enfermero residente en el lazareto, y en un pabellón que llamaban hospital yacían los casos más desesperados, bajo una manta que daba miedo levantar.

         Una carretilla arrojaba al basurero los bultos atados entre trapos, del que salían leves gemidos. Denunciado ante los agentes, éstos ni se inmutaban. El estado hawaiano había votado un magro presupuesto para alimentos y ropas, pero se puede imaginar la influencia de intereses en la distribución. Era el destino de los más pobres.

         Damián comienza su actividad recorriendo cada día las chozas, buscando a los cristianos que ya no pueden valerse. Más tarde crea un grupo de visitadores, un enfermo que consuela al otro, que a la vez le mantienen al tanto de los casos más urgentes.

         Va conociendo lo que significa ser sacerdote confesor de moribundos en Molokai, escuchando una voz de ronquido ininteligible, por lo que ha de pegarse a su cara, de tal modo que al salir, alguna vez, camina dando tumbos. Tendrá que recargar su pipa para envolverse en una nube de humo protector. Al fin acabará acostumbrándose. En esta gran labor diaria, junto con los santos óleos de los moribundos, lleva los frascos de medicinas y calmantes en los bolsos de su sotana. Irá aprendiendo también lo que significa ser médico.

         Obras son amores, y las que hizo el padre Damián se pueden rastrear perfectamente en el Informe sobre la Leprosería que escribió en 1886, a petición del presidente del gobierno (Gibson). A los 13 años de estar en Molokai, ya enfermo, se le pide este informe, porque nadie mejor que él lo podía escribir.

         Y en dicho informe no habla para nada Damián de lo que él ha realizado, ni mete en canción a la misión católica, sino que es prudentemente implacable en la descripción de las variadas situaciones que se dieron, las necesidades que se habían cubierto y cuáles quedaban por atajar: la alimentación, las telas y ropas contra el frío, la falta de agua y sus conducciones, las viviendas, el trabajo de cultivos, la carretera entre los dos pueblos, el nuevo embarcadero, las distracciones... Sólo hacia el final concentra en una frase el talante de su comportamiento:

"Una gran bondad con todos, una tierna caridad con los necesitados, una delicada compasión con los enfermos y los moribundos, con una sola instrucción de mis oyentes. Tal ha sido el proceder permanente de que me he servido para introducir las buenas costumbres entre los leprosos".

         Damián vive en el reino de la muerte, en el mejor de los casos. En los 16 años de su estancia, ingresaron 3.137 enfermos y fallecieron 2.312. En los 7 años anteriores, calcula él al llegar, reingresaron más de 2.000 leprosos, de los que sobrevivieron 800. ¿Y como era la espera de la muerte, mientras tanto? Como escribe a un obispo:

"Cuando la enfermedad no es más que exterior, se pueden realizar las ocupaciones. El día que alcanza a verse afectado el interior, llegamos a quedarnos generalmente impotentes. Entonces, envueltos en mantas durante meses y hasta años, nuestra sola espera y única esperanza no es otra que la liberación de nuestras miserias mediante una muerte feliz" (10 enero 1888).

         Damián estuvo en pie y activo hasta el último día, identificándose permanentemente con la suerte de los leprosos. Si quisiéramos trazar un boceto de su proceso, del Damián que fue surgiendo en Molokai, él quería ser y ejercer de sacerdote, como imagen viva de Jesucristo entre los enfermos. A este respecto, a los 3 meses de su entrada en Molokai, hace esta alusión:

"Están rescatados a precio de la sangre de nuestro Divino Salvador. Y si no puedo curarlos como él, al menos puedo consolarlos y por el santo ministerio que en su bondad me ha confiado, espero que muchos de ellos, purificados de la lepra del alma, irán a presentarse ante su tribunal de modo que puedan entrar en la comunidad de los bienaventurados" (10 agosto 1873).

         Las consecuencias fueron las que pueden llamarse "realizaciones espirituales", comenzando por sí mismo. Pasan por su corazón, antes de enfrentarlas, porque cada mañana que amanece le encuentra en la capilla durante su media hora de meditación, seguida de la celebración de la eucaristía, continuada ésta en la media hora de adoración. Es lo que había aprendido desde novicio en su congregación.

         Providencialmente, el encierro en Molokai le va a ayudar a Damián a redescubrir a su Señor eucaristizado, misteriosamente encerrado con los leprosos y como uno de ellos, para que nadie se sienta abandonado. Como escribe a un viejo compañero de Molokai sobre el padre Montitón, que sirvió el otro poblado leproso:

"Después de haber perdido un buen compañero en esta triste leprosería, no he vuelto a tener más que de paso la visita de un hermano cada 2 ó 3 meses. La terrible enfermedad con que ya me vio, hace progresos espantosos y amenaza con dejarme irregular y quizás incapacitado para celebrar la santa misa, y no teniendo otro sacerdote, me veré privado de la santa comunión y del Santísimo Sacramento. Esta privación es lo que más me costaría y haría insostenible mi situación. No serán la enfermedad y los sufrimientos los que me desazonarán, a buen seguro. Hasta el momento me siento feliz y contento y si se me diera la posibilidad de salir de aquí curado, respondería sin dudarlo: Me quedo para toda la vida con mis leprosos" (4 mayo 1886).

         Un texto que encierra toda su mística. La presencia del Jesús cercano en su iglesia vecina, le hace sentirse cada día más próximo y semejante al Jesús en su misterio eucarístico, sacrificio de cuerpo entregado y de sangre derramada por todos, a la vez que presencia permanente y acogedora del amor. Al Señor Jesús en la eucaristía, se debe el sacrificio renovado y la presencia continua de Damián entre su pueblo sufriente. Tan ligado por su destino al de Jesús y al de los leprosos, no concibe otra situación distinta.

         El padre Damián regala la vida eucarística a sus pobres enfermos. Un texto para leerlo de rodillas, y que era toda una noticia consoladora, la dirigió Damián a su superior general:

"Hemos establecido la adoración perpetua en nuestras dos iglesias de la leprosería. Es bastante difícil mantener las horas regulares, a causa de las enfermedades de los miembros de la adoración. Si no pueden venir a hacer su media hora de adoración en la iglesia, a menudo me siento edificado al verles en adoración, durante la hora fijada, acostados sobre su esterilla del dolor en sus miserables chozas. Espero que nuestros hermanos y hermanas de nuestra querida congregación no se enfadarán" (4 febrero 1879).

         La situación personal de Damián lleva el sello de 2 realidades paralelas, entre las que camina su vida y la singularizan. Se trata de la soledad (que padeció durante todo su quehacer misionero) y la enfermedad (del final de su vida).

         En cuanto a la soledad, no se trata de eso para lo que ya estaba bien preparado por temperamento, sino de "no poder tener a mano un compañero con quien desahogar mis ideas negras" en confesión, algo que se puede atribuir a su excesiva delicadeza de conciencia. En cuanto a la enfermedad, la supo llevar adelante siempre Damián con maestría singular, y ejemplo de vida espiritual. Como él mismo decía:

"No sé bien en qué acabará todo esto. Me resigno sin embargo a la Divina Providencia y encuentro mi consuelo en mi único compañero que no me abandona, quiero decir nuestro divino Salvador en la santa eucaristía. Al pie del altar es donde me confieso a menudo y busco alivio a las penas interiores. Delante de él, así como ante la imagen de nuestra Santa Madre, oro a veces entre murmullos, suplicando la conservación de mi salud" (26 noviembre 1885).

"A medida que la enfermedad avanza, me encuentro feliz y contento en Kalawao. El verme privado de un buen confesor, tan deseado en ciertos momentos, me resulta más penoso que todo lo demás. Vos lo sabéis, el párroco de Kalawao no está confirmado en gracia" (29 octubre 1885).

"Seguro como estoy de la realidad de mi enfermedad, permanezco tranquilo y resignado e incluso me siento más feliz entre mi gente. Dios sabe lo que más puede contribuir a mi santificación y con este convencimiento digo todos los días: Hágase tu voluntad" (5 octubre 1885).

"Espero permanecer eternamente agradecido a Dios por este favor. Creo que esta enfermedad abreviará un poco y hasta hará más estrecho el camino que me conducirá a nuestra querida patria. En esta esperanza he aceptado esta enfermedad como mi cruz especial; trato de llevarla como Simón Cireneo, siguiendo las huellas de nuestro divino Maestro. Te ruego me ayudes con tus oraciones para que obtengan la fuerza de la perseverancia, hasta que llegue a la cima del calvario" (9 noviembre 1887).

"Sin la presencia continua de nuestro divino Maestro en el altar de mis pobres capillas, jamás hubiera podido perseverar compartiendo mi destino con los leprosos. Por ser la santa comunión el pan de todos los días del sacerdote, me siento feliz, bien contento y resignado en el ambiente un tanto excepcional en que la Divina Providencia se ha complacido en colocarme" (26 agosto 1886).

         Un par de meses después, una indisposición le obligó a guardar cama. Y envió entonces al dr. Swift una nota: "Joho Puhuna arroja sangre desde ayer por la mañana. Tenga la bondad de encontrar un momento para ir a verlo a la segunda casa, detrás de la de Jack Lewis y haga este favor a su amigo. En la misma casa encontrará a la mujer moribunda de la que le hablé ayer tarde".

         El "nosotros, los leprosos", con que Damián se dirigía a ellos desde el principio de su llegada, alcanza ahora su plena identificación, al encontrarse él también en la cima del Gólgota. Empieza a morir con los que se están muriendo, lo que había hecho desde el 1º día.

         Como se aprecia, a la eucaristía se añaden su apoyo en la Providencia. Un pastor anglicano de Londres, llamado Chapman, le escribió: "Me habéis enseñado mucho más con la historia de vuestra vida que todos los comerciantes que hasta hoy he leído, y el Santo Sacramento tiene más valor para mí después de haber leído la historia de un leproso voluntario" (4 febrero 1886). Convierte así a Damián en imagen de la palabra y del amor que da la vida. Es Jesús viviente.

         El día de Lunes Santo, un 15 abril 1889, se iba a vivir al cielo con el Varón de dolores glorificado. Cientos de leprosos lloraban la ausencia del padre, y el mundo entero se conmovió al conocer la hazaña de este misionero católico, consumada en Molokai (la isla maldita) de 1873 a 1889.

 Act: 15/04/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A