15 de Junio

Santa Germana Cousin

Jacqueline Krynen
Mercabá, 15 junio 2024

         Nació en 1579 en Pibrac (Toulouse), en una de las vertientes por cuya falda pirenaica corre el arroyo Courbet y en una época en que se parecía señalar el tan deseado fin de las Guerras de Religión, que habían ensangrentado especialmente el Languedoc.

         A los 2 años de edad murió su madre (Marie Laroche) y cayó en manos de una madrastra desnaturalizada, que introdujo a la pequeña Germana en la escuela del dolor. A los 6 años fue separada del hogar paterno, y enviada a cuidar el rebaño familiar bajo pretexto de que podía ser un peligro para los hijos de este 3º matrimonio (pues su padre había casado y enviudado ya por 2 veces). Por su parte, su padre (Maitre Laurent) gozaba en el pueblo de cierta consideración, y la explotación de varias fincas le proporcionaba una renta decente.

         Al envejecer el padre, el hermanastro mayor de Germana (Hugo, nacido del 1º matrimonio y 30 años mayor que ella) quedó como amo de todas las posesiones familiares. Y su mujer (Armanda Rajols, despiadada y mandona) regentaba la casa con dura mano, tratando reciamente a la pobre Germana (que fue puesta a hilar el copo y guardar las ovejas) y manteniéndola arrinconada como si fuese una pestífera.

         Hacía las veces de madre de Germana una pobre sirvienta llamada Juana Aubian, quien lavaba y curaba sus llagas al amor de la lumbre, y compartía con ella su comida y cama (hasta que la juzgaron bastante crecida para que pudiera dormir sola, y la pusieron a vivir bajo las escaleras del establo).

         La bondadosa Juana Aubian era una mujer profundamente caritativa. No sabía leer ni escribir, pero poseía esa intuición de las cosas sobrenaturales que el Señor deposita en las almas sencillas. Ella fue quien instruyó a Germana en las verdades de la fe y abrió su corazón al amor de Dios, hablándole de las maravillas que el Salvador obra en favor de los desventurados. Por su parte, los vecinos de Pibrac sólo sabían de Germana que había quedado tullida por los duros tratos de su madrastra, al tiempo que la veían sonriente y bondadosa cuando iba a la iglesia.

         Mientras vigilaba el rebaño del campo, la gente veía a Germana postrarse de rodillas tan pronto como se oía el tañido del Angelus, así como ir varias veces corriendo a la iglesia sin que se le desmandaran las ovejas. Fue notorio el hecho de que sus ovejas nunca fueron atacadas por los lobos, y eso que la Selva de Bouconne era guarida de fuertes bandas que solían encarnizarse con los rebaños, niños y labradores.

         Era la vida de Germana siempre cuidadosa y silenciosa, vigilando su rebaño tanto en los fuertes calores del verano como en las recias heladas del invierno. Cuando se hacía de noche se recogía con él y pasaba las noches durmiendo bajo las escaleras del establo, junto a sus ovejas.

         Por la mañana, cuando salía a los pastos, se llevaba en el delantal una ración de pan (o mejor, los mendrugos, que es lo que dejaban para ella) y al mediodía lo repartía con los más pobres (vagabundos y peregrinos). Cuando Germana los veía acercarse, iba hacia ellos y, abriendo su delantal, compartía con ellos el consuelo del pan y de su sonrisa.

         Comenzaron pronto los carismas divinos en aquella pastorcita, que pasaba los días en coloquio continuo con el Dios del Cielo, desgranando Padrenuestros y Avemarías. Y así durante 20 años.

         Cierto día, Armanda (la mujer de su hermanastro) la vio marcharse de casa con una provisión que abultaba más de lo acostumbrado, y resolvió seguirla con un garrote en la mano, con ánimo de confundirla delante de testigos presenciales. Hasta que, delante de unos vecinos, le tiró bruscamente del delantal, y ocurrió lo no esperado: a los pies de la joven, y desparramadas en el suelo, iban cayendo un sinfín de flores silvestres, como llovidas del cielo.

         El párroco de Pibrac (padre Carné) oyó el suceso de las flores de Germana, y llamó a la joven y le dio permiso para que impartiera la doctrina a los niños. Fue Germana una maravillosa catequista, y acudían a ella las criaturas de los campos, para oírla hablar de Dios. Valiéndose de las cosas visibles, para poner al alcance de sus oyentes los misterios de Dios, Germana enseñaba a los niños a tener corazones puros y sencillos, a tener un ardiente amor a la eucaristía y a no faltar ningún domingo a la iglesia.

         Un día que se dirigía a la parroquia, y cuando se preparaba para vadear el arroyo, se encontró con que las aguas se habían salido de madre y le impedían el paso. Los jóvenes de la zona empezaron entonces a reírse de ella, hasta que Germana (medio tullida, desde la infancia) no lo dudó un instante, y puso su pie tullido en el agua.

         Y ocurrió lo inesperado: las aguas dejaron sus remolinos, y de golpe se amansaron. La noticia se difundió por toda la comarca, y cundió la voz de que la pequeña pastora del tío Lorenzo era una santa. Pero Germana lo llevó todo con paciencia, aguantando todo lo que decían de ella.

         Un sacerdote de Auch (que hacía de noche el viaje a Toulouse) y 2 monjes anacoretas (que habían encontrado asilo en las ruinas del antiguo Castillo de Pibrac), afirmaron poco después ante el párroco de Pibrac que, en plena noche, habían visto a una joven vestida de blanco y coronada de flores silvestres, que andaba sola por la llanura. Al día siguiente (15 junio 1601) todos descubrieron que, aquella madrugada, había fallecido Germana Cousin, con apenas 21 años de edad y como siempre había vivido: sola, debajo de las escaleras del establo y sin hacer ruido a nadie.

         Fue enterrada al día siguiente en la Iglesia de Pibrac, frente al púlpito y en la concesión que poseía su familia. Pero en 1644, al enterrar a una allegada de Germana, el sepulturero (Guillermo Cassé) descubre aterrorizado un cuerpo en perfecto estado de conservación, casi a ras del suelo. Era el cuerpo de la joven Germana Cousin, cuyo cuello llevaba todavía las señales de sus lamparones de infancia, y que a partir de entonces empezó a ser colocado sobre un cristal, y visitado por curiosos y penitentes.

         Los expedientes en los que constan los primeros milagros del incorrupto cuerpo de Germana fueron consultados en 1661 por el arcediano de la Catedral de Toulouse (Jean Dufour), y más tarde (ca. 1700) por el canónigo Dalbade. No obstante, tardaba en llegar el proceso de beatificación. Un legajo de documentos fue entregado en 1845 a la Congregación de Ritos de Roma. Gregorio XVI dio su firma a los trabajos de la Comisión Apostólica, y Pío IX proclamó beata a Germana (ca. 1854) y santa (ca. 1867).

         Cuando se celebra peregrinación anual a ver a Santa Germana, el 16 de junio, la muchedumbre no cabe en la pequeña parroquia de Pibrac. Todo resulta maravilloso en la historia de Santa Germana. Dios revistió la flor de los valles del Courbet con sus humildes y secretos misterios.

 Act: 15/06/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A