15 de Noviembre

San Alberto Magno

Emilio Sauras
Mercabá, 15 noviembre 2025

Semblanza

         La historia tilda a San Alberto de magno y mago, haciendo un juego malabar que apenas distingue el ocultismo (que Alberto no tuvo) del conocimiento de lo oculto (que San Alberto sí tuvo). Pues Alberto Magno descubrió cosas desconocidas, pero lo hizo gracias a su espíritu de observación, y no a las malas artes de los ocultistas. Fue Alberto físico, químico, astrónomo y naturalista, y conoció las propiedades de los cuerpos y de la naturaleza. Pero lo hizo desde la observación, y a eso añadió su reflexión teológica.

         Es verdad que leyó Alberto libros de magia, pero no para aprender sus artes sino, como él mismo decía, "para no ser tentado por sus procedimientos, que juzgo inválidos e inadmisibles". Los sensatos y los sabios le llaman Magno, mientras los insensatos y los ignorantes siguen llamándole Mago. Y con este nombre le dedicaron una plaza en París, en aquel mismo sitio que sus alumnos universitarios se concentraban para oírle, cuando no cabían en las aulas de la facultad.

         Nació en 1206 en Lauingen (Suevia), en el seno de una familia militar que contaba con castillo propio (a orillas del Danubio) y había tenido una larga historia de servicio al emperador. En dicho Castillo de Lauingen pasó Alberto los primeros años de la infancia, hasta que pasó a la escuela catedralicia, y allí empezó a aprender las letras y a afianzar su corazón en la piedad.

         Pero la vida del joven necesitaba más horizonte. No le llamaba la milicia, y le atraía la observación de la naturaleza. Por eso se dirigió a la Universidad de Padua, porque allí se aprendían las artes liberales del Trivium y del Quatrivium. Sin embargo, la ciencia sola no le convenció nunca, y tampoco quiso dedicarse a ser un mero santo. Le atraían las 2 cosas, y por eso empezó a frecuentar una iglesia dirigida por unos frailes de reciente fundación: los dominicos.

         Se decía que dichos frailes (los dominicos) habían roto los moldes del monaquismo tradicional, y que acompasaban la institución monástica con las necesidades culturales y apostólicas de la época. El fundador había sido un español, Santo Domingo de Guzmán, que había pedido a sus seguidores que fueran predicadores y doctores. Un fundador que acababa de morir, y que había dejado la institución en manos de un compatriota de Alberto, Jordán de Sajonia.

         Dios había dado a Jordán un tacto especial para tratar y convencer a gentes de universidad, y más de 1.000 universitarios vistieron el hábito durante su gobierno, salidos de los claustros universitarios de Nápoles, Bolonia, Padua, París, Oxford y Colonia. Y no era infrecuente el caso en que, al frente de los estudiantes y capitaneando el grupo, lo vistiera también algún renombrado profesor.

         Alberto cayó en sus redes. Un sueño en el que la Virgen le invitaba a hacerse religioso, y el hecho de que Jordán le adivinara las indecisiones que le atormentaban, le indujeron a dar el paso. Con ello no abandonó los estudios de la universidad. Santo Domingo quería sabios a sus frailes, aunque también les pedía que a la sabiduría clásica le añadieran el conocimiento profundo de las verdades reveladas.

         El joven novicio dedicó 5 años a la formación que le daban los nuevos maestros, y el Chronicon de Helsford resume estos años diciendo que era "humilde, puro, afable, estudioso y muy entregado a Dios". La Leyenda de Rodolfo lo describe como "un alumno piadoso, que en breve tiempo llegó a superar de tal modo a sus compañeros y alcanzó con tal facilidad la meta de todos los conocimientos, que sus condiscípulos y sus maestros le llamaban el filósofo".

         Terminados los estudios, comenzó Alberto su docencia universitaria y la carrera de escritor, menesteres en que consumiría el resto de su vida (salvo 2 paréntesis administrativos, uno al frente de la provincia dominicana de Germania, y otro al frente de la diócesis de Ratisbona).

         Su vida docente empezó en la Universidad de Colonia, y de allí pasó a regentar las cátedras de Hildesheim, Friburgo, Estrasburgo y París. Simultaneó la labor de cátedra con la de escritor, y así comentó los libros de Aristóteles, los del maestro de las Sentencias y la Sagrada Escritura. Pedro de Prusia escribió este elogio de la obra de Alberto:

"Cunctis luxisti, scriptis praeclarus fuisti, mundo luxisti, quia totum scibile scisti (lit. ilustraste a todos, fuiste preclaro por tus escritos, iluminaste al mundo al escribir de todo cuanto se podía saber)".

         Para desarrollar su labor docente y escrita, había dotado Dios a Alberto de un fino espíritu de observación. Estudió las propiedades de los minerales y de las hierbas, montando en su convento lo que hoy llamaríamos un laboratorio de química.

         Estudió también las costumbres de los animales y las leyes de la naturaleza y del universo. Movilizó un equipo de ayudantes, hizo con ellos excursiones audaces y peligrosas a lugares difíciles, viajó mucho, gastando lo que pudo y más de lo que pudo, todo con el fin de robar sus secretos a la obra de la creación.

         A la observación añadió la habilidad, y al laboratorio conventual de química sumó lo que llamaríamos gabinete de física y taller mecánico. Dice la leyenda que construyó una cabeza parlante, destruida a golpes por su discípulo Tomás de Aquino al creerla obra del demonio.

         La anécdota, que no es histórica, ilustra el espíritu positivo y práctico del Santo, que sí lo es. Por todo ello entre los elementos formadores del carácter alemán, sentimental, artista, práctico y exacto, cuenta Ozanam a los Nibelungos, al Parsifal, a la obra poética de Gualter de Vogelweide y a las obras de Alberto Magno.

         Su labor no terminó con el estudio de las criaturas, pues además de naturalista fue teólogo y santo. Y precisamente por eso se decidió en Padua a simultanear la Escritura con el Trivium y el Quadrivium, y a frecuentar a la vez la universidad y el convento de dominicos. No es extraño, pues, que, cuando se puso a escribir sus 20 volúmenes en folio, lo hiciera señalándose a sí mismo una meta clara: "Et intentionem nostram in scientiis divinis finiemus (lit. terminaremos todos hablando de las cosas de Dios)".

         Y así, a la Summa de Creaturis siguieron los Comentarios a las Sentencias, los Comentarios a la Biblia y una serie de opúsculos de muy subida espiritualidad. Nada tenía interés para él si no terminaba en Dios. De estudiante lo vimos ya piadoso y sobrenaturalizador de su vida estudiantil. Tomás de Cantimprano describe así su vida de maestro:

"Lo vi con mis ojos durante mucho tiempo, y observé cómo diariamente, terminada la cátedra, decía el Salterio de David y se entregaba con mucha dedicación a contemplar lo divino y a meditar".

         Se dijo más arriba que su paso por la vida no fue sólo el de un maestro y un escritor, fue también el de un gobernante. Metido en la barahúnda de la administración, se distinguió como árbitro, como pacificador, como reformador.

         Acaeció su muerte el 15 noviembre 1280, cuando tenía 74 años. Le precedieron unos meses de obnubilación, como si esto fuera privilegio de los genios. También la sufrieron Tomás de Aquino, Galileo y Newton. En realidad la ciencia de aquí era nada para el conocimiento que con la muerte le iba a sobrevenir en la contemplación de Dios.

         Quedan aquí señalados algunos de sus muchos merecimientos. Recordaremos otro singular. Alberto descubrió a Tomás de Aquino entre sus muchos alumnos de Colonia. Lo formó con mimo y con amor, porque adivinó las inmensas posibilidades de este napolitano. Luego influyó para que, joven aún, ocupara en París la cátedra más alta de la cristiandad. Curiosamente, su discípulo y doctor angélico (Santo Tomás de Aquino) murió antes que él.

         Algunos doctores parisinos quisieron proscribir sus doctrinas, y era preciso defenderlas. El santo, ya viejo, cubre a pie las largas etapas que separan Colonia de París para defender a su discípulo. Su intervención fue eficaz y decisiva. La Iglesia y el mundo, que le deben mucho por lo que fue y por lo que hizo, le son deudores también en gran parte de lo que fue y de lo que hizo Santo Tomás de Aquino.

 Act: 15/11/25     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A