16 de Junio

Santa Lutgarda de Tongres

Damián Yáñez
Mercabá, 16 junio 2024

         Nació en 1183 en Tongres (Bélgica), en el seno de una familia media a cuyo padre no le interesaba nada la piedad, y cuyo afán primordial era unir a su hija en matrimonio con un mercader inglés, dotado de grandes cantidades de dinero. Ella, por su parte, procuraba ataviarse lo mejor posible, cuanto le sugería su vanidad.

         La madre pensaba muy distinto sobre el porvenir de Lutgarda, y toda su ilusión era que se mantuviera fiel a Cristo. Y cuando empezó a ver que varios jóvenes la asediaban (y que Lutgarda se dejaba asediar), decidió ingresarla en un internado, que tenían las benedictinas en su Monasterio de Saint Troud. Lutgarda aceptó a regañadientes y tras muchas disputas con su madre, pues la joven prefería su inclinación natural a la vida social.

         En Saint Troud Lutgarda no lograba sujetarse al rigor de la clausura, sino que aprovechaba todas las oportunidades para seguir alternando con jóvenes de la zona. Y llegada a los 18 años, los síntomas que mostraba eran los de una chica de mundo sin afecto al pecado, y cuya piedad brillaba por su ausencia.

         Un día decidió Lutgarda escaparse del internado, para irse con uno de aquellos jóvenes pretendientes. Parece ser que el muchacho se propasó más de la cuenta, y ella empezó a darse cuenta de los peligros de ese estilo de vida. Fue entonces cuando se dio cuenta de que ese camino no llenaba su alma, y provocaba en ella un gran vacío interior. Entonces resolvió volver de nuevo a las benedictinas, pero no en plan de internado (como antes) sino para aspirar a ser verdadera religiosa, solicitando el ingreso.

         La madre se alegró al ver que se iban a cumplir sus buenos deseos, de tener una hija consagrada a Dios. Las religiosas le abrieron la puerta, pero recordándole la frivolidad de sus años de internado y dudando de su perseverancia. Sin embargo, la conducta de Lutgarda fue, desde el 1º día, de conversión sincera, llamando la atención de las religiosas. Como describe un biógrafo suyo, "su fervor de novicia fue tan extraordinario, que suscitó la envidia de sus compañeras, que lo calificaron de fuego de paja y de efímera duración".

         Poco a poco se fue integrando Lutgarda en el ambiente de la comunidad, hasta que llegó el momento de la profesión religiosa. De entre los sacerdotes presentes al acto, se hallaba uno que al llegar a las palabras del ceremonial ("ven esposa de Cristo, recibe la corona que el Señor te tiene preparada desde toda la eternidad") notó con singular estupor que todas las candidatas recibían (según costumbre) una corona de lino, menos Lutgarda.

         Admirado de esta novedad, preguntó al sacerdote que tenía al lado qué significaba aquello, juzgando que todos habían notado la diferencia. Pero el interpelado parece que no había notado nada anormal, y se burló de él considerando que soñaba despierto.

         La vida de Lutgarda resplandecía silenciosamente en la vida de comunidad, y con 24 años fue elegida por las demás como prelada de la abadía. A ella no le agradó nada aquella decisión, y sólo accedió cuando sus superiores la interpelaron a asumir la responsabilidad.

         Su gobierno en el Monasterio Santa Catalina de Saint Troud estuvo marcado por el signo de la suavidad, mezclado con una condescendencia maternal que arrastraba a las almas hacia el bien. Sólo para sí se mostró austera y exigente, y tal modo de actuar fue la mejor predicación y el medio más eficaz para obtener efectos saludables en sus hijas.

         Varios años rigió la comunidad benedictina de Santa Catalina con el mayor acierto, pero su alma no hallaba paz, y seguía mostrando una repugnancia total al cargo, a la vez que añoraba una vida oculta, sometida a obediencia. Y como sus superiores no se lo permitían, trató ella de dar un paso por su cuenta, tras exponer sus ansiedades a un sacerdote (el cual aprobó un cambio de orden).

         Renunció Lutgarda, pues, al cargo de abadesa, y se encaminó a Aywieres (monasterio del Císter que atrajo sus predilecciones) para disfrutar de una vida escondida entre el común de sus hermanas. Éstas la recibieron como a un ángel bajado del cielo (por su aureola de virtud), y allí pasó Lutgarda algún tiempo entregada a la vida de sacrificio, confundida entre las demás.

         Llegado el momento, Lutgarda presintió que las religiosas de Aywieres querían colocarla al frente de la comunidad, y entonces pidió a la Virgen que le impidiera de por vida hablar francés (que era el idioma hablado en el monasterio). Y así, sin hablar francés, mantuvo alejado Lutgarda el peligro del priorato, a lo largo de 40 años (en que se comunicaba con sus hermanas con una hermana intérprete).

         Una vez alejado el peligro de tener que presidir a sus hermanas, no pensó Lutgarda más que darse sin descanso a una vida de oración, y a la práctica de una piedad sólida.

         Eran los días en que la herejía albigense estaba ocasionando grandes estragos en la Iglesia de Francia, y como una de las virtudes favoritas de la santa era trabajar y sacrificarse por la gloria de Dios, sin cesar elevaba Lutgarda sus brazos a lo alto, implorando remedio eficaz para tantos males.

         Sus plegarias fueron escuchadas. Cierta noche, en el fervor de su oración, se le apareció la Virgen con rostro un tanto melancólico, cosa ajena del semblante mariano lleno de dulzura. Extrañada de ello, Lutgarda logró indagar la causa, oyendo de labios de la Virgen que se debía al proceder indigno de los albigenses, que intentaban crucificar de nuevo a Cristo. Para contrarrestar los estragos de la herejía, le rogaba que practicase un ayuno riguroso con objeto de volver a las almas al buen camino y dejaran de ofender a su divino Hijo. Como escribe un biógrafo suyo:

"No fue necesario más para que nuestra santa soltase las riendas a su llanto, y observase con el más exacto rigor el precepto de la Virgen. No ha habido hija en este mundo que así haya sentido la aflicción de su madre, ni esposa que tanto haya llorado la falta de su esposo, como sintió Lutgarda las afrentas de Cristo su Esposo, y la aflicción y tristeza de su Santísima Madre. Por espacio de siete años se mantuvo con sólo pan y cerveza, sin que hubiesen podido obligarla a que tomase otro alimento; y si alguna vez, en fuerza de la obediencia, se veía precisada a condescender con el gusto y mandato de sus superiores, no le era posible masticarlo y pasarlo por fauces".

         No es menor prodigio que en todos esos 7 años, a pesar de un ayuno tan riguroso, no decayó en las fuerzas, antes desarrollaba todos sus trabajos como la religiosa más robusta. Dios la recompensó con la conversión de no pocos pecadores.

         Lutgarda no nació santa, sino inclinada al mal, pero halló una gracia especial del Señor, correspondió a ella, comenzó a trabajar con denodado empeño y logró escalar las más altas cimas de la perfección. A partir de su conversión a Dios, todo cambió, por lo menos en la voluntad y en el deseo de superarse, porque la naturaleza humana no dejó de mostrar deficiencias en ella.

         Como religiosa de vida contemplativa, utilizó los grandes medios santificadores que facilita. Su vida interior era tan intensa, su trato con Dios tan íntimo, que sobrecoge a quien se acerca a ella y contempla el grado al que se rebaja la omnipotencia divina, al someterse a su criatura. Escuchemos las palabras de su biógrafo: "Ni es menos maravillosa aquella llaneza y sinceridad grande con que hablando con Dios le decía: Señor, esto quiero y esto no quiero, y esto me habéis de conceder, aunque no queráis".

         Cierta madrugada, y sintiéndose ya indispuesta Lutgarda por sus achaques, se había propuesto no acudir a los maitines, ante el temor de empeorar. Pero habiendo oído una voz muy clara que le ponía delante las grandes necesidades de la Iglesia y los muchos pecados que se cometían en el mundo, le faltó tiempo para arrojarse del lecho y correr a su sitial del coro, olvidándose de los achaques. Y tal esfuerzo le mereció un singular favor:

"Al entrar por las puertas del coro se le apareció Cristo crucificado vertiendo sangre por las cinco llagas, el cual, desclavando un brazo, la estrechó dulcemente contra su corazón, haciendo que sus labios se acercaran a la llaga preciosa de su costado".

         Como buena hija de San Bernardo, trató Lutgarda desde el 1º día de asimilar en su alma la devoción mariana. De ahí que, deseando cierto verse libre del cargo de abadesa, se encomendó a la Santísima Virgen, depositando a sus pies esta oración:

"Madre y señora mía: ya sabéis el desconsuelo que lleva mi alma al dejar solas a estas mis hermanas e hijas vuestras. Yo no tengo a quién volver los ojos sino a vos, ni otro arrimo y amparo sino la piedad de vuestras entrañas con que acudís a todos los desamparados. Os suplico humildemente, Madre mía, que toméis debajo de vuestro amparo este convento y a todas estas vuestras hijas las miréis con ojos de misericordia con que soléis mirar a los que amáis".

         Dicen los biógrafos que se le hacía cada día más penoso vivir en la tierra, lejos de la presencia del Amado que llevaba prendido en la ternura de su pecho enamorado. Suspiraba de continuo como el apóstol por verse desatado de las cadenas del destierro para estar con Cristo, lejos de tantas miserias como estaba presenciando en el mundo.

         Finalmente, las duras penitencias a las que se sometía Lurgarda, para obtener la conversión de los herejes albigenses y de los pecadores, unidas a los achaques propios de la naturaleza, minaron por completo su salud (de suyo endeble), empezando ésta a flaquear de forma alarmante en la primavera de 1246.

         En esta situación, la enfermera le dice a Lutgarda: "Su padre espiritual no lo sabe, y sería bueno avisarle". A lo que le replicó: "No se preocupe, hermana, que no estamos para consuelos". Pero aquel mismo día, y sin que hubiese ningún motivo que lo hubiese llamado, llamaba a las puertas de Aywieres el confesor de Lutgarda, a quien de inmediato se puso a confesar.

         Poco tiempo después moría Lutgarda, el 16 junio 1246. Fue inhumada en un sepulcro de la capilla mayor del Monasterio de Aywieres, colocándose sobre ella un epitafio en versos latinos que resumía lo más saliente de su vida. Es abogada especial de las mujeres gestantes.

 Act: 16/06/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A