16 de Noviembre

Santa Margarita de Escocia

José Munera
Mercabá, 16 noviembre 2024

         A principios del s. XI, y cuando la razón de estado unía en enlace matrimonial a los vástagos de las familias regias de los países más distantes, una joven doncella nacida en Hungría, hermosa de cuerpo y más aún de alma, fue llevada a Inglaterra, donde la Providencia le preparaba el camino de la santidad mediante su enlace con el rey de Escocia: Margarita, reina de Escocia de 1070 a 1093.

         Había nacido el 1045 en el Castillo de Reka (Hungría), en el seno de una estirpe regia y como bisnieta del rey Eduardo de Inglaterra (llamado el Confesor), nieta del príncipe Edmundo (llamado el Costado de Hierro, por su valor en batalla), hija del príncipe Eduardo (llamado el Desterrado, ya que por las intrigas del intruso rey Knut de Inglaterra no llegó a reinar) y hermana del rey Edgaro (que llegó a ocupar el trono por la ayuda que le prestó el rey Malcolm de Escocia, consorte de Margarita).

         Por parte de madre fue igualmente Margarita regia de estirpe, ya que su madre Agata era sobrina de Enrique III de Alemania (emperador del Sacro Imperio Romano) y hermana de Gisela (esposa del rey Esteban I de Hungría). Margarita recibió, pues, el influjo de su doble patria Inglaterra (la de los 2 reyes santos, Eduardo el Mártir y Eduardo el Confesor, ambos sus progenitores) y Hungría (la del santo rey Esteban I, y familia piadosa de su madre). 

         Hay que apuntar aquí algo de historia para darse bien cuenta de cómo aquella planta en el jardín de la Iglesia crecía y respondía a los cuidados del divino Jardinero. Según dijimos al tratar de su regia estirpe, su padre Eduardo había sido enviado con un hermano suyo (Edmundo) al rey Salomón I de Hungría, a fin de librarlos del intento de asesinato que contra ellos se tramaba en Inglaterra. El rey húngaro recibió a los príncipes ingleses, y se encargó de su educación e instrucción (conforme a su regia estirpe). Y llegados ambos a la edad viril, dio a Edmundo a su propia hija, y a Eduardo a la hija de su hermano (Agata, de cuyo enlace nació Margarita).

         Volviendo a la vida de Margarita, ya desde pequeña fue forjando un alma que, como dice la Escritura, sortita est animam bonam (Sab 8,10). O como diríamos en nuestro lenguaje, "a quien la virtud parecía connatural". Así la describen los autores más antiguos, casi contemporáneos, reproducidos por los jesuitas bolandistas: una niña inteligente, prudente, inclinada a la piedad y a la misericordia con los desvalidos.

          Fácilmente se comprende lo que sucedió: que la pequeña Margarita se asimiló al punto a la piedad y virtud, y que en ese camino recibió una instrucción particular, viniendo a completar así su desarrollo físico y moral.

         Pero pronto cambiaron las circunstancias, pues a las repentinas muertes de los hermanos Edmundo y Eduardo (príncipes de Inglaterra, y éste último padre de Margarita) se sucedió la subitánea invasión del normando Guillermo el Conquistador, que se ciñó la corona real inglesa (como Guillermo I de Inglaterra) y empezó a exigir a los ingleses un juramento de fidelidad.

         La madre de Margarita pensó en irse con sus 3 hijos al continente. Pero prefirió refugiarse en la corte del rey Malcolm de Escocia, de forma casi providencial (por una tormenta en los puertos de Escocia).

         Ésta fue la ocasión de que Margarita abrazara el estado del matrimonio, porque el rey Malcolm III de Escocia "quedó cautivado por las egregias dotes de Margarita" (según apunta el Breviario Romano) y porque a Margarita "así se lo mandó su madre".

         Esas bodas, humanamente consideradas, llenaban cuantas aspiraciones puede alentar el corazón de una joven. Verse hecha reina de un reino floreciente, esposa de un varón prudente, piadoso y recto, que la amaba de veras y la asociaba a su regia dignidad, de modo que tomaba ella parte en las más importantes deliberaciones del gobierno del estado.

         Pero la prosperidad no fue para Margarita un obstáculo para la santidad, pues nunca hizo mal uso de esa prosperidad, sino todo lo contrario. Margarita, ya reina de Escocia, fue un ejemplo insigne en muchos respectos.

         En 1º lugar como esposa, que supo ganarse el corazón de su marido. En 2º lugar como madre, que atendió a la crianza y educación cristiana de sus hijos (de los cuales, dice el Breviario Romano, la mayor parte abrazaron el estado de perfección, así como su propia madre y su hermana Cristina). En 3º lugar como reina, que procuró ahincadamente el bien y la felicidad de sus súbditos.

         Y en 4º lugar como cristiana, que amaba de corazón a Dios, y por Dios a los pobrecitos de su reino (a los que alimentaba diariamente en su palacio, lavándoles los pies y hallando satisfacción en aplicar sus labios a las úlceras que les afligían, proveyendo al sostenimiento de centenares de familias necesitadas). Para ello, en alguna ocasión, vendió sus joyas y sus ropas más preciosas, y a veces hasta llegó a agotar el tesoro regio.

         Edificó la reina Margarita varias iglesias, entre ellas la Abadía de Dunferline, dedicada a la Santísima Trinidad, para custodiar la más preciosa reliquia: la de la Vera Cruz. Su libro de rezos, primorosamente decorado, se conserva al presente en la Biblioteca Boldleiana de Oxford.

         Sobrevivió sólo algunos días a su marido (Malcolm III de Escocia), que pereció en el asedio del normando Guillermo el Conquistador al Castillo de Aluwick (Northumberland). La reina Margarita, que había mirado siempre aquella expedición como fatídica, al llegar de allí su hijo Edgaro, y estando ya ella para expirar, hizo que le relatara todo lo sucedido, y al oírlo exclamó: "Gracias, Dios mío, porque me dais paciencia para soportar tantas desgracias juntas". Y poco después, expiró.

         Así murió Margarita, el 16 noviembre 1093, en el Palacio de Edimburgo. Su cuerpo fue enterrado en una urna que quedaba frente al altar mayor de la Iglesia de Dunferline. Fue canonizada por Inocencio IV en 1250, y en 1259 se trasladó su cuerpo a un nuevo y rico altar en Dunferline.

         Su cráneo pasó a ser propiedad de la reina de Escocia (María Estuardo) y más tarde a los jesuitas de Douai, perdiéndose su noticia durante las turbulencias de la Revolución Francesa. Su cuerpo, por empeño de Felipe II de España, fue trasladado a España.

         Y consta que este rey (Felipe II de España) mandó tallar, para colocar los restos de Santa Margarita y su esposo (el rey Malcom III de Escocia) un sepulcro en una capilla del Monasterio del Escorial. No obstante, cuando Gelliers (arzobispo de Edimburgo) pidió a Pío XI que sus reliquias fuesen trasladadas a Edimburgo (por ser dicha santa la patrona de Escocia), parece ser que éstas no pudieron ser halladas.

         En la vida que acabamos de escuchar de Santa Margarita faltan, como se ha podido apreciar, sus hechos milagrosos. No obstante, su confesor Teodorico (monje de San Cuberto) hizo una relación de dichos hechos, que entregó a la hija de Santa Margarita, la reina Matilde de Inglaterra. De dicha relación, nos dice el padre Papebroch que "son más dignos de admiración los hechos normales que hacía la santa, que los hechos sobrenaturales que la llevaron a ser santa. Porque lo importante de su vida fue el estilo religioso que imprimió a todos los hechos de su vida".

         Según lo aprobado por la Iglesia en su Proceso de canonización, también se puede saber de Santa Margarita de Escocia que:

"Tenía un libro de los cuatro evangelios, decorado con oro y joyas, cuyas mayúsculas brillaban con el oro. Este códice, que, más que los otros, acostumbraba a leer y meditar, lo estimaba ella mucho. El cual libro, trasladándoselo uno cierto día, al atravesar el vado de un río, el libro, que había sido envuelto menos cuidadosamente, vino a caer en medio de las aguas; ignorando lo cual el portador prosiguió con resolución el viaje emprendido; mas cuando luego quiso entregar el libro echó de ver, por vez primera, que lo había perdido. Lo buscó mucho, pero inútilmente. Por fin lo descubrieron abierto en el mismo lecho del río, de tal manera que sus hojas se agitaban con el incesante ímpetu de las aguas, y los paños de seda que llevaba para evitar que las letras de oro se oscureciesen con el roce, ahora, con la violencia del río, se desprendieron. ¿Quién diría que aquel libro podría ya servir? ¿Quién creería que pudiera ya leerse una sola letra? Pues, ciertamente, íntegro, incorrupto, es extraído de en medio del río, de tal modo que parecía no haber tenido contacto alguno con el agua. La limpieza de las hojas y la íntegra configuración de todas las letras permaneció tal cual estaban antes de que cayesen en el río; sólo en las últimas hojas podía percibirse la señal del líquido. El libro, y con él el milagro, se transmitió a la reina, la cual, rendidas las gracias a Cristo, tuvo mucho más estima que antes del códice. Con esto, otros vean qué sienten del caso; yo opino, por el venerable aprecio de la reina, que fue un milagro del Señor".

 Act: 16/11/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A