17 de Febrero

Los 7 fundadores Servitas

Lamberto Echeverría
Mercabá, 17 febrero 2024

         Se ha hablado alguna vez de constelaciones de santos, que no brillan aisladamente sino que se influyen mutuamente, y brillan en común. Pues bien, eso es lo que ocurrió con el caso de los 7 fundadores servitas, un grupo de 7 almas que llegó a fundirse en el único ideal de servir a su Señora, y servirla de tal manera que sus peculiaridades personales apenas tuvieran relevancia. Oigamos a los propios cronistas de la época:

"Hubo siete hombres de tanta perfección, que Nuestra Señora estimó cosa digna dar origen a su Orden por medio de ellos. No encontré que ninguno sobreviviera de ellos, cuando ingresé en la Orden, a excepción de uno que se llamaba fray Alejo. La vida de dicho fray Alejo, como yo mismo pude comprobar con mis ojos, era tal, que no sólo, conmovía con su ejemplo, sino que también demostraba la perfección de sus compañeros y su santidad".

         Nos encontramos en la Italia del s. XIII. Y he aquí que entonces va a producirse un fenómeno que ya antes se había producido muchas veces en la Iglesia, que hemos visto repetirse ante nuestros propios ojos en los días que vivimos, y que, sin duda, ha de continuar produciéndose también hasta el fin de los siglos. La fundación de una Orden o Congregación religiosa sin que, quienes intervienen en ella, tuvieran al principio la más remota idea de emprenderla.

         No sabemos si fueron estos siete jóvenes nobles de Florencia quienes, por sus relaciones comerciales, trajeron a la ciudad toscana la idea de aquella nueva cofradía. Acaso estuviera ya fundada y llevase unos años funcionando. Poco importa para nuestro intento. Lo cierto es que en Florencia, al comienzo del s. XIII, encontramos una hermandad, llamada oficialmente Sociedad de Santa María, pero más conocida por su nombre vulgar de los Laudesi (o Alabadores de la Santísima Virgen), a la que pertenecían 7 mercaderes de las mejores familias de Toscana.

         Las crónicas nos han conservado su nombre: Bonfilio Monaldi, Bonayunto Manetti, Manetto de l´Antella, Amidio, Ugoccio, Sostenio y Alejo Falconieri. Tengamos en cuenta, sin embargo, que alguno de ellos cambió su nombre al hacer la profesión religiosa. Los 7 formaban parte de lo que hoy llamaríamos la junta directiva, es decir, el elemento más vivo y entusiasta de la cofradía. No sabemos la fecha de su nacimiento, pero ciertamente eran todavía jóvenes cuando, en 1233, comenzaron los acontecimientos que vamos a narrar.

         Fue el día 15 de agosto, un día en que aquellos 7 gentilhombres florentinos sintieron una común inspiración. Oigamos, una vez más, las crónicas de la época:

"Teniendo su propia imperfección, pensaron rectamente ponerse a sí mismos y a sus propios corazones, con toda devoción, a los pies de la Reina del cielo, la gloriosísima Virgen María, a fin de que, como mediadora y abogada, les reconciliara y les recomendase a su Hijo, y supliendo con su plenísima caridad sus propias imperfecciones, impetrase misericordiosamente para ellos la fecundidad de los méritos. Por eso, para honor de Dios, poniéndose al servicio de la Virgen Madre, quisieron, desde entonces, ser llamados siervos de María".

         Para ello, pidieron la bendición de su obispo, que se la otorgó contento. Tras lo cual, se despidieron de sus familias y, el 8 septiembre 1233, se recogieron en una casita en Villa Camarzia (un suburbio de Florencia), no lejos del convento de los franciscanos, y en las inmediaciones de la antigua Iglesia de Santa Cruz.

         Sin embargo, aquella casita (que ni siquiera era propiedad de ellos, sino de otro miembro de la cofradía) resultó pronto demasiado visible para sus deseos de oscuridad, olvido y renunciamiento. Y se mudaron a otra casa que la cofradía tenía en el Cafaggio, de forma temporal y hasta que finalmente encontraron una sede adecuada y definitiva.

         Alrededor del 6 enero 1234, iban de 2 en 2 recorriendo las calles de Florencia (y solicitando humildemente la caridad, por amor de Dios) cuando se oyó exclamar a unos niños, señalándoles con el dedo: "Esos son los servidores de la Virgen; dadles una limosna". Entre aquellos inocentes niños (que sirvieron para proclamar a la nueva Orden) estaba uno que todavía no había cumplido los 5 meses, y que con el tiempo habría de ser una de sus más preciadas joyas: Felipe Benicio.

         El milagro de aquellos niños vino a agravar la situación, pues las gentes empezaron a fijarse en aquel humilde grupo, y para ellos se hizo más urgente la necesidad de alejarse de la ciudad. Para ello, recurrieron al obispo de Florencia (que tan acogedor se había mostrado desde el 1º momento), el cual les ofreció una porción de terreno en el monte Senario. Y allí se instalaron definitivamente, el día de la Ascensión de 1234.

         Es aquí, en el monte Senario, donde se inicia propiamente la vida religiosa de los Servitas, pues hasta entonces sólo había habido una especie de tentativa. En el monte Senario construyen una iglesia, edifican unos míseros eremitorios de madera (separados unos de otros) e inician observancia con todo rigor. Reciben la visita del cardenal Chatillon (legado de Gregorio IX en Toscana y Lombardía), y reciben de parte del papa ánimos para continuar su estilo de vida, si bien moderando sus excesivas austeridades.

         Pero la mejor confirmación a su Orden la tuvieron el Viernes Santo de 1239, de la misma Virgen Santísima, cuando ésta se les apareció para encargarles que llevaran un hábito negro (en memoria de la pasión de su Hijo) y siguieran la Regla de San Agustín. Después de la aparición, ya no había lugar a dudas. Acudieron al obispo de Florencia y con él, sustancialmente, regularizaron su situación canónica.

         El obispo impuso a los 7 monjes el hábito que les había mostrado la Virgen, recibió sus votos y les dio las sagradas órdenes. Fue precisamente en esta ocasión cuando algunos de ellos cambiaron de nombre. Y fue también en esta ocasión cuando Alejo Falconieri mostró sus deseos de no ser ordenado sacerdote (lo que consiguió, muriendo como hermano).

         La obra estaba ya, en cierto modo, encauzada. Quienes sólo habían pensado en vivir con mayor entusiasmo los ideales de su piadosa confraternidad, encontraban ya ordenados sacerdotes, con unos votos emitidos y con una Regla (la de San Agustín), recibida al par de la Santísima Virgen y de la autoridad eclesiástica.

         Faltaba, sin embargo, dar un último paso para que naciera una nueva Orden religiosa: la admisión de novicios. Hubo sus discusiones, y mientras unos se inclinaban a admitirlos, contando con el favor del obispo, siempre inclinado en este sentido, otros preferían mantener su vida en el cuadro de la primitiva sencillez.

         El hecho es que en el huerto en el que trabajaban para huir del demonio de la ociosidad, se habían producido, en la noche que precedió al domingo III de cuaresma de 1239, un significativo milagro. Una viña, mientras todo el resto del terreno estaba endurecido por la helada, se cubrió de frutos sin haber tenido previamente flores, y extendió de manera maravillosa sus brazos fecundos. Ya no cabía duda: todos vieron en el prodigio una señal de la voluntad de Dios y un presagio de los futuros destinos de la naciente familia religiosa.

         Y en efecto, los novicios empezaron a llegar en gran número. El fervor se mantuvo y atrajo las simpatías de toda la región. No faltaron tampoco insignes aprobaciones. San Pedro de Verona visita el monte Senario y alienta a los servitas en su vida religiosa. Poco después, en 1249, el cardenal Capocci (legado del papa en Toscana) aprueba la Orden, y la coloca bajo la jurisdicción de la Santa Sede.

         Dos años más tarde, el 2 octubre 1251, Inocencio IV nombra al cardenal Fiechi 1º protector de los servitas. En 1255, un rescripto de Alejandro IV daba la aprobación definitiva a la Orden y la autorización para nombrar un superior general. Nuevas aprobaciones llegaron de los papas Urbano IV y Clemente IV.

         ¿Será necesario decir algo de cada uno? En realidad las vidas corren casi paralelas y resulta difícil separarlas. El más anciano de ellos, Bonfilio Monaldi, fue el 1º superior que gobernó la comunidad durante los 16 primeros años de tentativas. En 1251 fue nombrado superior general de la Orden, de manera provisional. Cuando en 1225, Alejandro IV aprueba solemnemente la Orden, convocó un capítulo general y dimitió su cargo. Ya desde entonces sólo se dedicó a la oración y a la penitencia en el retiro. En 1262, volviendo de visitar los conventos de la Orden, acompañando a Felipe Benicio, devolvió dulcemente su alma a Dios después de maitines, encontrándose en el oratorio.

         Le había sucedido, como general de la Orden, 1º en el sentido canónico, Juan Magnetti. Pero por poco tiempo, pues de los 7, fue éste el primero en volar a Dios, el 31 agosto 1257. Con una muerte hermosísima: celebró la santa misa en presencia de sus hermanos, anunció su próximo fin, dio a conocer algunos detalles de la vida futura de la Orden que le habían sido revelados por Dios, Después, como era viernes, quiso, según era uso entre ellos, comentar la narración de la Pasión. Y al llegar a las palabras "en tus manos Señor, encomiendo mi espíritu", expiró.

         También al 3º de los 3 compañeros, Manetto de l´Antella, le correspondió gobernar toda la Orden. Elegido superior general en 1265, contribuyó extraordinariamente al desenvolvimiento de la Orden por su actividad y el resplandor de su virtud. Dos años después renunció a su oficio y consiguió que fuera elegido para sucederle Felipe Benicio. A los pocos meses, el 20 agosto 1268, moría asistido por su propio sucesor.

         Mucho más sencilla es la vida del 4º, Amideo Amidei. Había nacido en 1204 en el seno de una familia dividida por violentas enemistades. Era de un candor tal, que su misma familia evitó siempre mezclarle para nada en aquellas animosidades. Su vida religiosa fue también sencilla, limpia, retirada, humilde. Fue elegido prior de Monte Senario, y después de Cafaggio. Pero no pudo decirse que tales dignidades llegasen a cambiar el humilde curso de su vida. El 18 abril 1266 entregaba su alma a Dios. Todo el convento se sintió envuelto por un perfume celestial, mientras una resplandeciente llama volaba desde su celda hasta el cielo.

         Pero acaso sea todavía más encantadora la vida de otros 2 de los 7 compañeros: Ugoccio Ugoccioni y Sostenio de Sostegni. Eran amigos desde su misma juventud. Juntos entraron a formar parte del grupo. Juntos se santificaron en los largos años de preparación de la Orden. Cuando ésta empezó a extenderse, les fue, sin embargo, forzoso separarse. Sostegni fue elegido vicario general de Francia, y Ugoccini de Alemania. Los 2 trabajaron con todas sus fuerzas en la difusión de la Orden en sus respectivas provincias. Ya ancianos, Felipe Benicio les llamó a Viterbo para la celebración de un capítulo general, que habría de reunirse en mayo de 1282.

         En Monte Senario, al que tantos y tan dulces recuerdos les ligaban, se encontraron los 2 ancianos, y allí hablaron largamente de todas las cosas que habían ocurrido en los últimos 50 años, y de lo que habían hecho por la propagación de la Orden. Hablando estaban cuando se dejó oír una voz que decía: "Servidores de Dios y de María, no lloréis más la prolongación de vuestro destierro: vuestros trabajos tocan ya a su fin".

         En efecto, llegados al convento, el agotamiento y la fatiga les obligaron a acostarse. Y al mismo tiempo murieron, el 3 mayo 1282. Felipe Benicio vio aquella noche 2 lirios de una blancura deslumbrante que eran cortados en la tierra e inmediatamente presentados a la Virgen en el cielo. Comprendió que los 2 ancianos habían dejado este mundo, y así se lo anunció a los religiosos que estaban con él en Viterbo.

         Nos queda Alejo Falconieri. Es el que más vivió, pues alcanzó los 110 años de edad. Nacido en Florencia en 1200, murió el 17 febrero 1310. Entró el más joven de todos en la Orden, rehusó siempre ser sacerdote y vivió con gran humildad, dedicado, como hermano lego, a recoger limosnas y a trabajar en las más humildes tareas. Fue el instrumento de que Dios se sirvió para la santificación de su sobrina (Santa Juliana Falconieri), y quien le animó a abrazar la vida religiosa. Su larga vida le hizo presenciar un episodio harto doloroso que se produjo en 1276... y su feliz solución.

         En efecto, en ese 1276 Inocencio V comunicó a la Orden de los servitas que la Iglesia la consideraba como extinguida, a causa del canon 223 del segundo concilio de Lyon. Habían desaparecido ya de la tierra 4 de los 7 fundadores. Otros 2 de ellos estaban ausentes de Italia. La tempestad parecía amenazante y hubo momentos en que todo estuvo a punto de perderse. Hay quien dice que de hecho se hubiese perdido si no hubiera mediado la fortaleza y el ánimo de Felipe Benicio.

         Fue él quien levantó la bandera mariana y alegó que la Orden había sido aprobada repetidas veces por los Romanos Pontífices. Sólo Alejo llegó a ver la victoria. Felipe Benicio, y los otros dos fundadores supervivientes murieron antes de que el 11 febrero 1304 Benedicto XI la confirmara de nuevo. Todavía había de vivir 6 años gozando de la admirable expansión que tras esta confirmación tuvo la Orden.

         En efecto, y como si el triunfo después de tan deshecha tempestad hubiera sido la señal que se esperaba para lanzarse por todo el mundo, la Orden se extendió desde entonces con particular fuerza, y en el s. XIV contaba con más de 100 conventos y con misiones en Creta y en las Indias.

         La Reforma Protestante le hizo perder un buen número de conventos en Alemania, pero la Orden prosperó en el mediodía de Francia. El final del s. XVIII le fue funesto, como a todas las Ordenes religiosas. Pero en el s. XIX se extendió a Inglaterra, y después a América. Muy recientemente se ha implantado también en España, y e la actualidad consta de 1.550 religiosos.

         Como hemos dicho, desde el 1º momento y al poco tiempo de morir Alejo, la historia nos habla del culto colectivo a los 7 fundadores. Sin embargo, habría de pasar mucho tiempo antes de que este culto obtuviera la plena aprobación canónica. Todos ellos habían muerto en el Monte Senario, salvo San Alejo, cuyo cadáver fue prontamente transportado allí.

         Benedicto XIV atestiguaba que en sus tiempos los cuerpos estaban conservados en la Iglesia de Monte Senario, bajo el altar de la capilla situado bajo el coro. Sin embargo, este papa creó una seria dificultad para su posible canonización, exigiendo que para cada uno de los 7 fueran presentados 4 milagros, y que, por consiguiente, las 7 causas se vieran independientemente. De hecho, los primeros bolandistas no los mencionaban, con la única excepción de San Alejo.

         En 1717, Clemente XI aprobaba el culto del beato Alejo, y en 1725, el de los otros 6. Sólo en tiempo de León XIII, y como consecuencia de un clamoroso milagro ocurrido en Viareggio (como consecuencia de la invocación colectiva a los 7 fundadores), se pudo volver al primitivo procedimiento: estudiar simultáneamente y en una sola causa la santidad de los 7.

         La causa tuvo éxito feliz, y el 15 enero 1888 fueron solemnemente canonizados. El 28 diciembre 1588 se fijaba su fiesta para el 11 de febrero. Años después, la fiesta fue pasada al 12, para dar lugar a la celebración de la aparición de la Inmaculada en Lourdes. Así sus fieles siervos cedieron, por medio de la Orden Servita por ellos fundada, a la Santísima Virgen el lugar que venían ocupando en el calendario.

 Act: 17/02/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A