18 de Enero
Santa Margarita de Hungría
Gabriel
Bornemisza
Mercabá, 18 enero 2025
Semblanza
Es el año 1241, año en que la primavera se presentó excepcionalmente temprana, y las hojas de los bosques de los Cárpatos empezaron a tomar un color verde pálido. Los valles transmitían los ecos de los cortes de hacha en 6 puertos carpatienses, y en ellos 15.000 hombres cortan el bosque y remueven las barricadas fronterizas para abrir el camino, delante de los ejércitos tártaros del kan Batu.
Aunque todo eso no sirvió de nada, pues una gigantesca turba tártara atravesó dichos diques, se echó con sus ejércitos sobre la desgraciada Hungría en 4 columnas, y destrozó al 5º ejército húngaro, tras haber avasallado Polonia y completado su cerco estratégico. En efecto, el sucio ejército tártaro incendió Cracovia el 9 de abril (en batalla sangrienta), batió en Liegnitz al ejército de Enrique II de Silesia (uno de los monarcas más poderosos de Polonia), y de allí se dirigió hacia Hungría.
El objetivo tártaro más importante era la conquista de Hungría, estado más poderoso de Europa oriental y llave de entrada a Europa, y desde allí invadir la contigua Alemania, según la idea de conquista universal del gran kan Ogotaj, hijo de Dsingis Khan.
Detrás del ejército tártaro, como reserva inmensa, había un Imperio gigantesco, hasta entonces nunca visto, cuyas fronteras se extendían en 1241 del Pacífico a los Cárpatos y al río Vístula, y de la zona glacial ártica al mar Negro, al golfo Pérsico y al Indico. Un inmenso territorio inmenso forjado por Dsingis Khan, que había tomado en herencia su hijo Ogotaj Khan, y que mantenía intactos todos sus objetivos militares.
Occidente ignoraba todos estos acontecimientos, y durante mucho tiempo tampoco quiso enterarse de ellos. Pues durante 140 años Europa no había conocido otro enemigo que el Imperio turco (poseedor de Tierra Santa), y no había percibido otro problema que pusiese en peligro el dominio papal en Europa.
Europa seguía su camino, y el asalto al poder mundial tártaro tuvo que ser soportado únicamente por Polonia y Hungría. A los 2 días de la derrota polaca en Liegnitz (el 11 abril 1241), Hungría fue desangrada por los tártaros junto río Sajó, bajo su rey Bela IV de Hungría (a cuya ayuda no acudió nadie de la Europa cristiana) y 32.000 muertos en el campo de batalla. Pereció en dicha batalla el tronco de la clase histórica húngara, y al frente de la misma (para su gloria imperecedera) los príncipes de la Iglesia húngara.
El arzobispo Ugrin de Kalocsa (descendiente del príncipe Szabolcs, que en el pasado se había distinguido en las luchas de Tierra Santa, y 3 veces había rechazado los ataques tártaros) fue destrozado por las hordas tártaras, y junto con él cayeron el primado del país, 5 obispos, 7 prebostes,4 abades y los caballeros templarios de Vrana (junto a su maestre, de origen francés).
De los altos cargos seculares casi ninguno quedó con vida, desde el príncipe Kolomán (hermano menor del rey, rey de Croacia y Eslavonia) hasta el condestable, incluyendo al juez supremo, al tesorero, al virrey de Croacia... Todos cayeron heroicamente, en el campo de batalla.
El kan Batu, a pesar de la victoria, no había quedado contento con el resultado, y por eso planificó el prendimiento del rey, con la idea de disponer del país a su antojo. Pero Bela IV de Hungría fue estrechamente rodeado de sus soldados, pudo atravesar el círculo de los tártaros y escapar de allí, huir a la costa dálmata del Adriático (adonde, con mucha antelación, había enviado a su mujer, que estaba encinta de Margarita).
Margarita nació el 1242 en el Castillo de Klissa, junto a la costa dálmata del Adriático. Perteneció a la casa de Arpad, pero desde aquel mismo momento quedó vinculada a la desangrada historia de su patria. Pues Margarita, 10ª hija de la familia real húngara, vino al mundo en el momento en que Hungría era exterminada al completo por los tártaros, y 1/3 de la población húngara caía bajo la espada tártara, incluida la totalidad de hombres con capacidad de tomar armas.
El Castillo de Klissa no pudo acoger el crecido acompañamiento real y el tropel de mujeres refugiadas. Por esto la familia real trasladó su residencia a la isla de Trau, dispuesta a seguir su huida si los tártaros, acercándose, hubieran conseguido asediar la isla.
La ceremonia del bautizo la efectuó al aire libre, en presencia de todos los refugiados, el obispo Bartolomé de Pecs. Este fue uno de los pocos jerarcas eclesiásticos húngaros que sobrevivieron. Se libró de la muerte debido al hecho de acudir desde gran distancia, llegando tarde a la batalla que se desarrolló al lado del Sajó, y sí pudo alcanzar al cortejo del rey en la isla de Trau.
La multitud, dispuesta a morir, cayó de rodillas en oración; solamente el rey y el obispo quedaron de pie. Y entonces Bela IV de Hungría, elevando sus ojos al cielo, abriendo los brazos y con la cabeza descubierta, hizo un voto. Repitió aquel voto formulado por el matrimonio real antes del nacimiento de la niña, a la cual, recién nacida, ofrecen a Dios y la consagran a su servicio:
"Señor Jesús, te consagro esta niña; haz, Señor, que vuelva a existir Hungría; vuelve a ser misericordioso y salva a tu pueblo, y jamás nuestros labios y nuestro corazón dejarán de darte las gracias".
Así suplicó el rey, completamente abatido, y la multitud sollozaba. Pero después todo el mundo se fue para armarse, seguros de que los tártaros vendrían a atacar bajo el velo de la noche. Así se desarrolló el bautizo dramático que imprimió su sello a toda la vida de esta niña sacrificada. Vino la noche y, en espera ansiosa, la medianoche, y después la aurora. Pero. con la mayor sorpresa de los habitantes de la isla, el ataque esperado no se presentó; al contrario, en la costa marítima opuesta el silencio persistió de hora en hora.
Los defensores de la isla sospecharon algún ardid, y pasaron días hasta que el enigma se aclaró y se conoció la retirada de los tártaros. Pues en los primeros días de abril de 1242 la mano de Dios barrió definitivamente de la Hungría huérfana las huestes del kan Batu. Los tártaros, lo mismo que llegaron como una tormenta, se volvieron de repente en pocos días, dejando atrás un país ensangrentado con miles de cadáveres sin enterrar.
El rey Bela IV de Hungría María Laszkaris (de origen griego y muy piadosa, hija del emperador Teodoro Laszkaris), no se olvidaron del voto formulado en los días de ansiedad y desgracia, y enviaron el año 1246 a Margarita, niña de 4 años, a las monjas dominicas. El matrimonio real obró así por consejo de sus confesores dominicos, los que obtuvieron de este modo para su Orden la gloria de la educación y dirección espiritual de la niña.
Desde Veszprem se trasladó Margarita, en 1252 y a sus 10 años de edad, al monasterio fundado y construido en la isla del Danubio por su padre para acoger a la comunidad dominica, a la que ayudó también abundantemente con donativos. En la isla que entre los dos brazos del Danubio está situada, por decirlo así, en el corazón de la capital húngara, al mismo tiempo se construyó un castillo real para que los reyes pudieran estar lo más cerca posible de su querida hija menor.
Así se convirtió la llamada "isla de las liebres" en la isla de Santa Margarita, lugar sagrado y aún notable desde el punto de vista histórico, donde en los años del porvenir se desarrollaron no pocas veces acontecimientos y se adoptaron decisiones graves.
Margarita fue una figura histórica, en cuya persona se concentraba toda la confianza y esperanza de la Hungría aterrada bajo los horrores del paso de los tártaros, a quienes aún temía, y que sintió y cumplió esta misión con absoluta conciencia.
Aún en el texto del documento fundacional del convento se transparente el temor del rey fundador por los horrores de una nueva invasión. Pero aquí está Margarita, la fiadora ofrecida a Dios. En ella se confía el país y también sus propios padres, y no se puede arrebatar al pueblo húngaro la creencia de que la santidad de su vida y sus oraciones son la fuerza que aleja a los tártaros. Y ella acepta esta misión: se ofrece decidida, con pleno conocimiento, a Dios en holocausto de su pueblo sufrido, ensangrentado y menguado, y por su padre, que se enfrenta con la tarea titánica de una nueva fundación de la patria.
Esta aceptación voluntaria, este ofrecimiento a Dios es el fundamento y el sentido de su vida. Bajo este aspecto tenemos que juzgar su santidad, y todas las fases de su existencia y sus actos son únicamente función y consecuencia lógica de esta vocación suya al servicio constante del gran objetivo. El temor por la suerte de su país, de su pueblo, eleva la causa húngara a ser causa de la cristiandad universal: "Pido a Dios en interés de los cristianos, para que no vengan los tártaros".
Así reza Margarita, pero no teme por causa suya a los tártaros, sino todo lo contrario. De hecho, no tendría otro deseo más ferviente que morir mártir por Cristo, si esto no perjudicara la gran finalidad de su vida (que consistía en la salvación de su pueblo húngaro).
Para que su súplica fuese escuchada por Dios, Margarita procura llegar en el camino de la santidad hasta la eficiencia máxima. Por eso disciplina su débil cuerpo "hasta que alrededor suyo brilla la habitación". Por eso reza hasta que su meditación, su unión con Dios, se convierte en un estado de éxtasis Y por eso lleva la humildad hasta tales extremos que inclusive a la superiora de la Orden le parece excesiva y quiere prohibir a Margarita los más humildes y ásperos trabajos serviles.
Merece un juicio y mención muy especial la manera de orar de Margarita, que no lo hace según textos fijados de antemano, sino que es un aleteo del alma hacia la Divinidad infinita; unión con Cristo ya en esta vida terrena. Semejante oración es éxtasis; es un desprenderse de la vida terrena, incluyendo nuestro cuerpo: un separarse de todo lo que nos rodea, y no repite un texto en forma fija y determinada.
Es a modo de una disolución de todo nuestro ser en la Divinidad, que no está y no puede encerrarse en la cárcel de las palabras. El alma como una nube amorfa, de color rosa, sobrepasando todos los records de velocidad, según el concepto terreno, en segundos se sitúa a los pies del Hacedor, produciendo un aturdimiento dulce a la persona afortunada y feliz a quien se ha concedido la gracia de semejante estado de delicia espiritual. ¿Quien pudiera describirlo? ¿Con qué palabras expresarlo?
Así aconteció a Margarita. No podía explicar a los que la interrogaban, cómo eran sus oraciones y aún mucho menos lo que sentía cuando oraba. Sus actos de devoción los acompaña, según las indicaciones de Santo Domingo de Guzmán, con oración activa: genuflexión, venia y postración con los brazos extendidos, aumentando así la intensidad de la devoción.
El convento de las dominicas de Isla de las liebres, después de su terminación en 1252, fue objetivo del interés del pueblo y un lugar de peregrinación. Desde comarcas lejanas del país venían para ver a la Margarita de 10 años pobres y ricos, siervos y nobles, y aquí residían con el mayor gusto, cerca de su querida hija y en su castillo construido, el rey Bela IV de Hungría y su mujer. Aquí descansaban de los trabajos y preocupaciones por la reconstrucción de un país en ruinas y se reponían de tantos dolores y amarguras como sufrieron durante su reinado de treinta y cinco años.
A su vez Margarita, a medida que progresaba en edad, avanza en sabiduría, y paulatinamente se convierte en autoridad, cuya opinión se pide, y los asuntos litigiosos se someten a su juicio. Y la isla y el convento dominicano es el lugar donde buscan y encuentran, el justo y el pecador, fuerza, salud, descanso, lenitivo, corrección y consejo.
Tenía 16 años Margarita cuando hizo sus votos, y entró definitivamente en la Orden de las Dominicas. Esto sucedió (independientemente de las instituciones de la Orden) siguiendo los deseos de sus reales padres, y con una motivación muy profunda. En parte, porque los miembros de la familia real (según costumbre jurídica plurisecular) se consideraban siempre mayores de edad desde los 16 años, y sólo se exceptuaban de esta norma aquellos miembros femeninos que se habían casado antes de llegar a este limite de edad.
Pero también jugó un papel en la decisión real otra razón diferente, mucho mas grave. Los reales padres querían mitigar su grave responsabilidad moral y deseaban hacer posible que Margarita, ya adulta y con juicio maduro, decidiera por sí sobre su destino y porvenir.
Para que no se considerase forzada e influida, el arzobispo Felipe de Esztergom (primado del país) no demoró la comunicación a Margarita de que tenía autorización del papa Alejandro III de relevarla del voto hecho por sus padres en la isla de Trau, si esto convenía a los intereses del país o bien si Margarita no sentía vocación. Toda esta preocupación se mostró superflua y quebró en la decisión firme de Margarita. "Nunca seré novia sino de Cristo", dijo, e hizo suyo el voto hecho en su día por sus padres, y así quedó ahora ya definitivamente habitando el claustro insular y siendo su flor más bella.
Es comprensible y natural que la fama de esta flor hermosísima atravesara las fronteras del país y llegara muy lejos al extranjero. Tantas cualidades excelsas: santidad de vida, sabiduría y belleza excepcional, no pudo quedarse en secreto, y la fama llegó a los oídos de Ottokar II de Bohemia y Moravia. Al principio de la primavera de 1261 se presentó una embajada brillante en la isla y pidió la mano de la virgen real para el rey, en la cumbre de su poderío.
Los reales padres y el primado del país no pusieron obstáculos. Como 3 años antes, así también entonces confiaron a Dios y a Margarita la decisión. El primado se contentó con repetir delante de Margarita el punto de vista inalterable de la sede apostólica, regentada ya entonces por el papa Urbano IV, que le abrió vía libre para elegir su carrera futura.
El encuentro histórico, el gran acto de petición de mano, tuvo lugar en el castillo real de la isla. Una espera tensa y atenta llenaba la sala del palacio real cuando entró allí Margarita, acompañada de la priora del convento. Con la cabeza inclinada escuchó hasta el final las palabras de homenaje de Ottokar II, que avanzó hacia ella e hizo su petición de mano profundamente inclinado, con la mano puesta en el corazón. Después, con noble sencillez contestó tranquilamente:
"Me honras mucho, rey valiente y poderoso, al desear que sea tu mujer, y está muy lejos de mí despreciar la vocación de esposa. ¿Cómo pudiera hacerlo, teniendo presente el ejemplo de la bienaventurada Virgen Madre, como también de mi propia madre querida, de quien soy décima hija? Pero yo no he nacido para ser esposa y madre. Mi tarea es completamente diferente. Por eso te pido que te vayas en paz y sin enojarte, y busca para ti una esposa que pueda hacerte dichoso. Yo, rey, no podría hacerte feliz".
Ottokar II de Bohemia, a su vez, quedó pesaroso y aún dos veces más intentó, por medio de embajadores, convencer a Margarita, pero en vano.
También Carlos de Anjou, que buscaba a través de Hungría el camino de la realización de sus proyectos, para lo cual consideraba lo más a propósito el casarse con la hija del rey de los húngaros, envió una embajada en 1269 a la corte del anciano Bela IV de Hungría, y le pidió para su señor la mano de la princesa Margarita. Tampoco se realizó este matrimonio.
Uno de los hijos de Carlos de Anjou, Carlos el Cojo (príncipe de Salerno), se comprometió con la princesa María, e Isabel con el príncipe (que después se convirtió en Ladislao IV de Hungría), enderezando así el camino para el próximo y brillante reinado de la familia de Anjou en Hungría, familia que convirtió a dicho país en uno de los estados más poderosos de la Europa oriental de entonces.
Mientras todo esto ocurría se marchitaban las rosas en el semblante de la bella Margarita. El ascetismo exagerado, el disciplinar su cuerpo, los azotes, los ayunos, la oración prolongada durante horas, hasta perder el conocimiento, la quebrantaron la salud. En el momento de la segunda petición de mano ya fue una persona envejecida prematuramente, encogida, pequeña, dispuesta para la muerte, sobre cuya cabeza ya brillaba hacía tiempo la gloría ultraterrena.
Contribuyeron a su muerte prematura el sufrimiento y las luchas de su patria y su familia, todo lo cual supo sentir y sufrir, centuplicado, el corazón de tan gran patriota y buena hija. Porque fue ella húngara con todas las gotas de su sangre; digna hija del gran rey que sentía con su pueblo y reconstruyó su país. En 1301 se extinguió esta dinastía noble, llena de buenas cualidades, grande y nacional.
Fue un gran golpe y una pérdida irreparable para el pueblo húngaro, y la bella Margarita (casi al mismo tiempo que sus padres) dejó los espacios terrenos, lugar de su vida sacrificada y de renunciación, el día de Santa Prisca (18 enero 1270). Cumplió su gran cometido, de acuerdo con la convicción firmísima de todo el pueblo húngaro, y salvó a su patria. Subió a su Esposo divino, por cuya gracia rechazó el homenaje de brillantes y poderosos reyes de esta tierra.
Act:
18/01/25
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A L
M
E
R C A B A
M U R C I A