18 de Mayo

San Félix de Cantalicio

Javier Martín
Mercabá, 18 mayo 2025

Semblanza

         Nació el 1513 Cantalicio (Umbría), en el seno de una familia pobre y temerosa de Dios. Pasó su niñez dedicada al pastoreo para diversos labradores de la zona, y en dicho oficio se dedicó el pequeño Félix a grabar cruces en las encinas, rezando ante ellas muchos rosarios y uniendo así a su trabajo de campo el empenachado de las plegarias, como si las avemarías fuesen salpicando las jornadas de su vigilancia del ganado.

         Años más tarde, en que el joven Félix estaba en casa de uno de aquellos amos, vio que allí se leían las vidas de los santos. Y al querer imitar a aquellos penitentes del desierto, preguntó al amo que dónde podría hallar la fórmula de los anacoretas. A lo que éste le respondió: "En los capuchinos". Es entonces cuando se decide a pedir el hábito en el Convento de Ducale.

         Cuando el joven Félix llamó a la puerta de Ducale, parece ser que el padre guardián, para probar la vocación del aspirante, recargó las tintas en la penitencia que llevaban los frailes, mientras le mostraba un crucifijo: "Este es el modelo a que debe conformar su vida un capuchino". Félix, enamorado del sacrificio, se arroja a los pies del padre guardián y le manifiesta que no desea sino una vida del todo crucificada.

         Enviado al Noviciado de Ascoli, a sus 28 años, cae allí enfermo, y unas pesadas calenturas le sobrevienen. Pero un día se levanta de la cama y le dice al padre guardián que ya no tiene nada. Destinado a Roma, ejerce allí durante 40 años, con el cargo de limosnero.

         A su compañero de fatigas y de alegrías a lo divino le decía: "Buen animo, hermano: los ojos en la tierra, el espíritu en el cielo y en la mano el santísimo rosario". Jamás condescendió con su gusto, y toda su vida fue una constante renunciación a los pequeños muchos por el gran todo. Solía exclamar, recordando una frase que había leído: "O césar o nada". Y explicaba que sólo hay una tristeza: la de no ser santo, la de no ser césar de la santidad. Y a cierto que llegó a césar de Dios, por el camino de la simplicidad.

         Pero ¿en qué consistía la ciencia de este simpático lego? Como él mismo afirmaba, "toda mi ciencia está encerrada en un librito de 6 letras, 5 rojas (las llagas de Cristo) y 1 blanca (la Virgen Inmaculada)". Ayunaba a pan y agua las 3 cuaresmas de San Francisco, comía los mendrugos de pan que dejaban los frailes y dormía 3 horas en un lecho de tarima. Pero, como si esto fuera poco (y lo era para sus aspiraciones), no se quitaba el cilicio.

         A pesar de todo, tenía Cantalicio una contagiosa felicidad, y un buen humor delicioso. Bromeaba a lo divino con su amigo Felipe de Neri, y uno y otro se saludaban de esta manera:

—Buenos días, fray Félix. ¡Ojalá te quemen por amor de tu Dios!

—Salud, Felipe. ¡Ojalá te apaleen y te descuarticen en el nombre de Cristo!

         Un fraile que le acompañaba en cierta ocasión, en visita al cardenal de Santa Severina, dijo a éste que mandase a fray Félix descargar la limosna. A lo que éste respondió: "Señor, el soldado ha de morir con la espada en la mano y el asno con la carga a cuestas. No permita Dios que yo alivie jamás a un cuerpo que sólo es de provecho para que se le mortifique". Cuando alguien le insultaba, replicaba: "Que Dios te haga un santo".

         Son muchas las anécdotas con trascendencia de eternidad que se cuentan de Félix de Cantalicio. Su hermano en religión, el padre Salvatierra, recoge algunas verdaderamente entrañables.

         En cierta ocasión iba pidiendo limosna, que era su oficio cotidiano. Y de pronto, siente un cansancio extraordinario. ¿Por qué le pesaba tanto el morralillo que llevaba a la espalda? Porque alguien había depositado una moneda de plata en la alforja del santo mendigo, moneda que le pareció la sonrisa burlona del demonio. "Este es el peso maldito que no me deja caminar", respondió Félix, que sacudiendo la alforja hizo que la moneda cayese al suelo, para seguir tan sólo con los regojos a cuestas.

         Durante las jornadas frías, algunos religiosos se acercaban al fuego para confortar un poquillo sus cuerpos ateridos. Mas fray Félix huía del grato calor, a la vez que decía a su cuerpo: "Lejos, lejos del fuego, hermano asno, porque San Pedro, estando junto a una hoguera, negó a su Maestro". Venerable y al mismo tiempo jovial figura, por las calles de Roma dejaba que los chiquillos le tiraran de las barbas y curiosearan sus alforjas. Y él, sonriente y hasta riente, enseñaba el catecismo a los niños y les daba consejos, embelesándolos con su palabra dulce y sencilla.

         Inventaba coplas religiosas, que en seguida se hacían populares en la ciudad. Tenía buen oído y voz de barítono, y lo debía pasar bien cantando. Aunque dentro del convento sabía unir esa alegría con el silencio, y el trabajo con la oración. Su hermano fray Domingo decía: "Félix es avaro en sus palabras, pero lo poco que dice es siempre bueno".

         Otro día enferma un fraile, a quien los médicos desahucian. Pero entra fray Félix en su celda y profiere unas palabras como mojadas de humor y frescura celestiales: "Vamos, perezoso, levántate; lo que a ti te conviene es un poco de ejercicio y el aire puro del huerto". En efecto, el fraileicico había sanado.

         Mas no pensemos que las que pudiéramos llamar personalidades importantes de aquel tiempo dejaban de acudir a la ciencia del ignorante lego. El arzobispo de Milán (San Carlos Borromeo) solicita de fray Felix algunos consejos para la reforma del clero diocesano, y ¿qué consejos iba a dar un pobre lego mendicante a un obispo intelectual? Pues sí; le da este consejo: "Eminencia: que los curas recen devotamente el oficio divino. No hay nada más eficaz que la oración para la reforma del espíritu".

         Con empuje de alma inspirada por Dios, dice al franciscano cardenal Montalto, en vísperas de ser elegido para el solio pontificio: "Cuando seas papa, pórtate como tal para la gloria de Dios y bien de la Iglesia; porque si no, sería mejor que te quedaras en simple fraile". Efectivamente, una vez convertido en Sixto V, el papa Montalto pidió un día al lego un poco de pan. Y cuando fray Félix va a buscar para el Santo Padre el mejor panecillo, el papa le replica: "No haga distinción, hermano: deme lo primero que salga".

         Lo 1º que salió fue un mendrugo negro, y el lego se lo entrega al papa con estas palabras: "Tenga paciencia, Santo Padre; también Vuestra Santidad ha sido fraile". Siempre el humor junto al amor, siempre la gracia junto a la gracia. En actitud poéticamente franciscana, el lego Félix repartía pedacitos de pan a los pobres, a los perros y a los pájaros. Y a fuerza de oración consigue librarse de una epidemia, para poder seguir asistiendo a numerosos enfermos.

         Con una fidelidad exacta cumple los 3 votos monásticos de su vida religiosa: obediencia, pobreza y castidad, o como dice su cronista: "Respetaba al sacerdote y rendía homenaje a la dignidad más sublime de la tierra".

         También fue fray Félix un amador esforzado de nuestra Señora, y cuando en la calle sus ojos se encontraban con una imagen de la Virgen, prorrumpía de este modo: "Querida Madre: os recomiendo que os acordéis del pobre fray Félix. Yo deseo amaros como buen hijo, pero vos, como buena Madre, no apartéis de mí vuestra mano piadosa, porque soy como los niños pequeños, que no puede andar un paso sin la ayuda de su madre".

         Uno se acuerda de las Dudas del Lego de Pemán: "Y apretando el paso, con simple alegría, corre que te corre... ¿Qué más oración que el ir mansamente, por la veredica, con el cantarillo, bendiciendo a Dios?". Fray Félix no iba con el cantarillo, sino con el talego del pan. Y con las alforjas de su caridad franciscana.

         ¿Cómo era en lo físico fray Félix de Cantalicio? He aquí una semblanza popular: "Fue bajo de cuerpo, pero grueso decentemente y robusto. Su frente era frente espaciosa y arrugada, las narices abiertas, la cabeza algo grande, los ojos vivos y de color que tiraba a negro; la boca, no afeminada, sino grave y viril; el rostro alegre y lleno de arrugas; la barba no larga, sino inculta y espesa; la voz apacible y sonora; el lenguaje de tal calidad que, aunque rústico, por ser simple y humilde, convertía en hermosura la rusticidad".

         Cargado de trabajos y dolores, pero con una alegría desbordante, presiente su muerte. Y dice: "El pobre jumento ya no caminará más". Pretende ir a la iglesia desde el lecho, arrastrándose, mas se le prohíbe el superior. Recibe los sacramentos, se queda en éxtasis y, tras volver en sí, pide que le dejen solo. Los frailes le preguntan: "¿Qué ves?". Y él responde: "Veo a mi Señora rodeada de ángeles, que vienen a llevar mi alma al paraíso".

         Sin haber entrado en agonía, muere el 18 mayo 1587, a los 72 años: de edad. Toda la ciudad corre al convento para besar el cadáver del santo lego y obtener reliquias. El papa Sixto V, que testificó 18 milagros, quiso beatificar a fray Félix, pero no tuvo tiempo. Hasta que Pablo V inicia su proceso de beatificación, que solemnemente culminará Urbano VIII. En 1712, Clemente XI canonizó a fray Félix de Cantalicio.

         He aquí una vida colmada hasta los bordes de la santa simplicidad, una vida clara y sencilla, alegre por sacrificada y sublime por humilde, cuyo perfume llega hasta nuestros días con la fragancia de las más puras esencias de la virtud. La vida de San Félix de Cantalicio es como un regatillo de agua clara al servicio de Dios. Hubo en su existencia un exponente de un alma transparente, purificada día tras día por la caridad, que es la forma más pura de la virtud.

 Act: 18/05/25     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A