19 de Abril

San León IX papa

Bernardino Llorca
Mercabá, 19 abril 2024

         Se trata de uno de los más insignes papas de la Iglesia, pese a la discreta fama que ha gozado por dentro y por fuera. Y su gloria principal consiste en ser el 1º en decidir sacar, y empezar a sacar a la Iglesia, del pozo de lodo en que se había metido del 950 al año 1000 (la peor etapa eclesial de la historia), que en 1020 olía a putrefacción. Su labor discurrió de 1026 a 1048 (reforma románica), se apoyo en la Orden de Cluny (base cluniacense) y fue el precedente de la labor de Gregorio VI y Gregorio VII (reforma gregoriana).

         Nació el 1002 en Egisheim (Alsacia) con el nombre de Bruno, en el seno de una familia condal alsacia (emparentada con los emperadores Conrado II de Alemania y Enrique III de Alemania) que de muy niño lo llevó a estudiar a la Escuela Episcopal de Toul, al lado de su primo Adalberon (futuro obispo de Metz).

         Ya en su juventud dio pruebas de las excelentes cualidades de su espíritu, y después de una enfermedad, cuya curación atribuyeron todos a un milagro de San Benito, decidió entregarse de lleno al servicio de Dios en el estado eclesiástico. Cursados brillantemente y con extraordinario fruto los estudios eclesiásticos, bien pronto se ganó la confianza del nuevo obispo Herman de Toul, y ya desde entonces comenzó a manifestar la gran estima que tenía de la obra reformadora realizada por los cluniacenses y las órdenes monásticas.

         Con el ascendiente de su familia ante el emperador Conrado II de Alemania se obtuvo sin dificultad para él un alto cargo eclesiástico en la corte imperial. Pero él por su parte, lejos de dejarse llevar de ninguna clase de ambiciones, encontraba su complacencia en los empleos más humildes y ansiaba ponerse al servicio de la iglesia más pobre. Su sencillez, amabilidad y virtud le conquistaron rápidamente una gran popularidad, por lo cual era comúnmente llamado el buen Bruno.

         Pero Dios le tenía destinado para las más elevadas dignidades. Al morir poco después el obispo Herman, los eclesiásticos y el pueblo reclamaron a Bruno para sucederle. Así, pues, sin dificultad ninguna fue nombrado obispo de Toul, dignidad que él aceptó por tratarse de una iglesia pobre, donde él podía ejercitar su celo apostólico. Así lo hizo, en efecto, desde un principio, entregándose con su alma joven y ardiente amor de Dios a fomentar en todas partes la reforma eclesiástica.

         Siendo, como era, hombre de acción y con las excelentes cualidades que le adornaban, se ganó rápidamente Bruno las simpatías de todos. Su humildad y paciencia, unidas a su energía de carácter y decisión en sus empresas, se manifestaron en multitud de ocasiones. Así supo defender con firmeza, pero sin herir susceptibilidades, los derechos de su Iglesia frente a su metropolitano de Worms. Vencer el mal por medio del bien: tal era el secreto que aprendió del divino Maestro, y que él tomó como lema de toda su actuación.

         Sobre estas bases se fue desarrollando su gobierno desde 1026 (en que fue consagrado obispo) hasta 1048 (en que fue elevado al solio pontificio, bajo nombre de León). Sabemos que celebró con gran fruto diversos sínodos diocesanos, que se mantuvo en íntima unión con los obispos vecinos, que asistió a los provinciales Concilios de Tréveris (ca. 1030 y 1037), que promovió con energía los estudios eclesiásticos, y que fue en todas partes el más decidido impulsor de la reforma eclesiástica.

         En íntima relación con esto debe ponerse el interés que mostró siempre en mantener buenas relaciones con las Ordenes monásticas. Así, ya desde el principio de su gobierno, manifestó sus sentimientos favorables a la Orden de Cluny, procurando que se le agregaran la Abadía de Saint Mansuy y la Abadía de Moyenmontier.

         De este modo, ya durante estos años mantenía relaciones y trabajaba en íntima colaboración con los prohombres del movimiento reformador de la Iglesia, por lo cual se había conquistado un renombre de gran prelado y gran amigo de la reforma. Por esto no es de sorprender que en 1048, en momentos tan decisivos para la Iglesia, fuera él escogido para gobernarla desde Roma.

         En efecto, después de resuelto el cisma que desgarraba a la Iglesia el año 1046, Clemente II (1046-1047) apenas tuvo tiempo para iniciar la obra reformadora que entonces se necesitaba, y su sucesor Dámaso II (1047-1048) fue rápidamente arrebatado por la muerte. En estas circunstancias se presentó ante el emperador Enrique III de Alemania una embajada de Roma con la súplica de que fuera elevado al solio pontificio el arzobispo Halinard de Lyon, pero éste rechazó decididamente la propuesta.

         Entonces, Enrique III convocó la Dieta en Worms (ca. 1048) y allí hizo proclamar a Bruno de Toul, que había acudido a la misma. Sorprendido y profundamente contrariado ante esta elección, pidió Bruno que se le concedieran 3 días para dar su respuesta definitiva. Una vez transcurridos éstos, y viendo en ello claramente expresada la voluntad de Dios, aceptó Bruno aquella dignidad, pero añadiendo como expresa condición que no consideraría como válida aquella elección hasta que fuera confirmada por el clero y pueblo de Roma.

         En efecto, llegado a Roma y presentado en la Basílica de San Pedro por el metropolitano de Tréveris como el candidato del emperador, fue aclamado de nuevo por el clero y pueblo allí presentes. Ante una manifestación tan evidente de la voluntad divina Bruno se inclinó humildemente y tomó el nombre de León IX.

         Fue León IX hombre de eminentes cualidades personales, dotado de gran energía de voluntad, partidario decidido de la reforma e inflamado en todos sus actos del más vivo amor de Dios y de la Iglesia. Era, indudablemente, el papa que la Iglesia necesitaba en aquellos momentos. Uno de sus principales méritos fue el haberse mantenido desde el principio en contacto con los más insignes promotores de la reforma y haber llamado junto a sí a los más significados entre ellos.

         Así mismo, se mantuvo siempre unido León IX con San Hugo de Cluny (que puso a su disposición el vigoroso movimiento cluniacense), con el poderoso arzobispo Halinard de Lyon (uno de los mejores representantes de las corrientes reformadoras de Francia) y con San Pedro Damiano (de retiro de Fonte Avellana, pero que ya había comenzado a llamar la atención por sus valientes escritos y sus exhortaciones a la reforma, dirigidas a Clemente II).

         Pero no contento con esto, teniendo presente que en la curia romana hacían falta hombres eminentes y decididos, rodeóse rápidamente de los que con más eficacia le podían servir. Así, llamó ante todo al valiente y decidido Hildebrando (futuro Gregorio VII), quien desde la muerte de Gregorio VI (cuyo secretario había sido) quedaba enteramente libre.

         León IX consagró a Hildebrando como archidiácono, y le elevó al rango de secretario pontificio. Igualmente, creó cardenal al monje borgoñón Humberto, y al monje Hugo Cándido (procedente del Monasterio de Remiremont, de la Lorena). De este modo, el colegio cardenalicio alcanzó un carácter universal, y fue en adelante un instrumento eficaz y dócil en manos del papa.

         Apoyado en estas fuerzas y en estos hombres eminentes, desarrolló León IX una maravillosa actividad, enderezada a sanar a la Iglesia de las 2 llagas que la corroían: la simonía y el concubinato de los eclesiásticos. Y lo hizo a través del mejor medio que se le ofrecía entonces: los sínodos y concilios.

         Comenzando por la Pascua de 1049, empezó a celebrar León IX en Roma los sínodos regionales, y rápidamente procuró que se celebraran otros semejantes en diversas provincias eclesiásticas. En todos ellos se renovaban y proclamaban con la mayor decisión las disposiciones contra la simonía y el concubinato de los eclesiásticos, señalándolos como los abusos fundamentales, de los que dependían los demás.

         Movido del mas ardiente celo de la gloria de Dios y del bien de las almas, emprendió una vida de peregrinación de un territorio a otro, por Italia, Alemania y Francia, celebrando sínodos y alentando en todas partes a las fuerzas de reforma. De esta manera se ha podido afirmar que León IX llegó a hacer comprender prácticamente a todo el mundo cristiano que el papa era quien gobernaba la Iglesia. El papado, que hasta entonces era sólo un concepto más o menos elevado, se convirtió en una fuerza eficaz y tangible.

         Particularmente significativa fue la 1ª campaña reformista emprendida por León IX, el 1º año de su pontificado (ca. 1049), y que tuvo como coronamiento los 2 grandes concilios presididos por él: el Concilio de Reims y el Concilio de Maguncia. Tras celebrar el Sínodo de Roma (en la dominica de Quasimodo) y el Sínodo de Pavía (donde proclamó las bases de la Gran Reforma Eclesial, en ese Pentecostés), atravesó los Alpes y se reunió con el emperador Enrique III de Alemania, pariente e íntimo amigo suyo. Y junto con él se dirigió a Colonia, donde celebró la fiesta de San Pedro y San Pablo.

         De allí pasó, con el mismo Enrique III de Alemania, a Aquisgrán y Maguncia, y luego se detuvo en su amada diócesis de Toul, donde fue objeto de la más cariñosa acogida, en la celebración de la Santa Cruz del 14 de septiembre.

         Entre tanto, se había anunciado el gran sínodo que debía celebrarse próximamente en Reims. Por ello, y ante las dificultades que fue oponiendo Enrique I de Francia, aquel 14 septiembre 1049 publicaba desde Toul una encíclica, por la que convocaba un gran concilio. El 29 de septiembre llegaba el papa a Reims, consagrando el 1 de octubre la abacial Iglesia de San Remigio, y comenzando al día siguiente el gran Concilio de Reims, uno de los más célebres en la historia de Europa.

         En nombre del papa, su canciller Hildebrando (futuro Gregorio VII) anunciaba a Francia y al mundo que la intención del papa era procurar un remedio eficaz a los males de la Iglesia: "a la simonía, a la usurpación por los laicos de los cargos y rentas eclesiásticas, y al desprecio de las más sagradas leyes del matrimonio". E invitaba a todos a reflexionar acerca de los diversos artículos del programa que les proponía.

         El efecto de esta intimación pontificia fue grandioso. Naturalmente, ya en el concilio, y sobre todo después de él, tropezó León IX con la enconada oposición de muchos, que no se avenían a entrar por el camino de la reforma. Pero el papa, uniendo la energía con la habilidad y prudencia, y contando siempre con la ayuda de Dios (cuya causa sostenía), logró en este concilio innumerables éxitos.

         Terminado el Concilio de Reims, se encaminó de nuevo a Alemania, pasando por Verdún y Metz (donde consagró sendas iglesias) y llegando a Maguncia (donde celebró otro gran sínodo, en que renovó la proclamación realizada en Reims). Hecho esto, y atravesando de nuevo la Alsacia, llegó a Ausburgo y Constanza, celebrando las Navidades en Verona. A principios de 1050 se hallaba de vuelta en Roma.

         Semejantes peregrinaciones, por el sur y norte de Italia y por todo el centro de Europa, las fue repitiendo León IX durante los años siguientes de su pontificado, bajo la idea obsesiva de la Reforma eclesial.

         Indudablemente, la actividad eclesiástica de León IX fue beneficiosa y muy significativa para la Iglesia, y en ella se observa un principio de resurgimiento eclesial (pues en 1048, la Iglesia estaba en el más profundo agujero del pecado). Y, aunque es verdad que parte importante del cambio iniciado se debe a su archidiácono Hildebrando, y a los demás colaboradores del papa, debe reconocerse que el mérito principal recae sobre la egregia figura de León IX.

         Sin embargo, León no fue tan afortunado en los asuntos temporales, ni en el desarrollo de la cuestión oriental. Efectivamente, a principios del s. XI, los normandos se habían fijado en el sur de Italia, y en sus luchas contra los griegos y musulmanes habían ido extendiendo progresivamente el área de sus dominios, destruyendo en su avance iglesias y monasterios, así como devastando los territorios eclesiásticos.

         El papa intentó primero entenderse con los griegos para oponerse al avance de tan terribles enemigos. Mas como fracasó en este intento, acudió a Enrique III de Alemania en demanda de socorro. Éste exigió algunas concesiones del papa, y a cambio le envió un fuerte socorro de tropas auxiliares (que, por diversas circunstancias, se vieron obligadas a retirarse, y volver a Alemania).

         El papa no cejó en su empeño de frenar a los normando, y el 18 junio 1053 envía sus fuerzas contra ellos en la Batalla de Civitate, quedando su ejército eclesial aniquilado y el propio León IX hecho prisionero. Para resolver tan delicada situación, el papa entregó a los normandos aquellos territorios en calidad de feudos, y obtuvo su libertad. Tras lo cual, consumido en tantos trabajos y emociones, murió poco después en Roma, en abril de 1054.

         No fue más afortunado León IX en el asunto de las Iglesias orientales, pues en su tiempo se maduró y realizó la separación definitiva de Roma de aquellas Iglesias, mediante el Cisma de Oriente (ca. 1054). Indudablemente, el odio a los occidentales del patriarca de Constantinopla (Miguel Cerulario) y la falta de táctica de los legados pontificios (sobre todo del cardenal Humberto) tuvieron una culpa decisiva en la separación de Oriente y Occidente, pero la debilidad y falta de acierto del papa estuvo detrás.

         Además, a la eterna oposición de la Iglesia oriental frente a la occidental (que fue siempre en aumento) se sumó la Reforma que Occidente había puesto en marcha, cuya vitalidad impulsada por León IX aumentó la oposición de Miguel Cerulario (o le dio más excusas para la oposición, para decir verdad). León IX no pudo impedir el curso de los acontecimientos, que entristecieron los últimos momentos de su vida y que, 3 meses después de su muerte, consumó la separación definitiva, el 16 julio 1054.

         Durante los últimos meses de su vida, dio León IX los más insignes ejemplos de piedad y resignación cristiana. El pueblo romano, que le profesaba un amor entrañable, sintió profundamente su muerte, ocurrida en la plenitud de su edad viril, contando 52 años. Sobre su tumba se esculpió este epitafio:

"Roma vencedora está dolida al quedar viuda de León IX, segura de que, entre muchos, no tendrá un padre como él. Su pontificado fue realmente lleno. Por su celo infatigable y su incesante actividad, movida por el más puro amor de Dios, inició eficazmente aquel movimiento de reforma que luego continuó hasta llegar a su más perfecto desarrollo".

 Act: 19/04/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A