1 de Octubre

Santa Teresa de Lisieux

Baldomero Jiménez
Mercabá, 1 octubre 2024

         Nació en 1873 en Alençon (Normandía), como menor de los 9 hijos que tuvieron unos padres (Luis Martin y Celia Guerin, ambos canonizados) que regentaban una relojería, y que vieron cómo 4 de ellos fallecían en su edad infantil (quedando tan sólo María, Paulina, Leona y Celina) y la propia Teresa, que tuvo que ser criada por la vecina Rosa Taillé y no por su madre, dada la falta de salud de ésta.

         Pasó su infancia en la intimidad y encanto del hogar, en un ambiente de intensa piedad y preocupación cultural relativa, adaptada a los ritmos del colegio y de los tiempos. Y pronto empezó a manifestar la 1ª de sus cualidades: el nerviosismo, que se volvía exagerado a ratos, y con pródromos acentuados de amor propio (que tendrá que ir superando, con el cuidado de los suyos).

         A los 4 años vio Teresa cómo moría su madre a causa del cáncer, y cómo su padre quedaba viudo y al cuidado de todas sus hijas. Por supuesto, su sensibilidad quedó afectada, y durante los próximos 10 años se volverá tímida y llorosa, ante cualquier pequeñez que le acaeciera.

         En 1878 la familia Martin se traslada a Lisieux, donde vive un hermano de la difunta madre (Luis), con su esposa e hijas, en una casa con jardín en las afueras de Lisieux (en los Buissonnets). Un lugar donde transcurrirán los siguientes 10 años de Teresa, hasta su entrada en el Carmen con 15 años.

         Fueron los años de ir al colegio, de dar paseos con su padre y de compartir cualquier anécdota con su hermana Celina. También intima mucho con su prima María, y realiza algunos viajes con sus tíos a Trouville, a Alençon, a Deauville... En 1879 recibe la 1ª confesión, y desde 1881 empieza a frecuentar la Abadía Benedictina de Lisieux, donde se apunta a las conferencias formativas que las benedictinas dispensaban a las jóvenes de la zona.

         En 1880 su hermana Paulina entra en el Carmelo de Lisieux, y surge en Teresa una extraña enfermedad, en principio reducida a continuos dolores de cabeza. En 1883 la virulencia del mal se obceca en Teresa, y ésta empieza a tener obsesiones, ataques violentos, dolores y otros trastornos de la personalidad, hasta que su padre la encomienda a Dios el día de Pentecostés, y repentinamente se le empieza a pasar y olvidar todo aquello.

         El 8 mayo 1884 recibe Teresa su 1ª comunión (en el colegio de Lisieux), y el 14 junio 1884 la confirmación (en la parroquia de Lisieux) de manos de mons. Hugonin, obispo de Bayeux.

         Entre 1885 y 1886 sufre Teresa un nuevo síntoma enfermizo: los escrúpulos. Y esta vez es su hermana María la que se encarga de su sostén. Pero ésta entra también en el Carmelo de Lisieux (ca. 1887), y de nuevo se queda Teresa a la intemperie. Hasta que las oraciones de su padre y hermanas por ella da de nuevo resultado, y en 1887 empieza a superar los desequilibrios de la hipersensibilidad, o por lo menos a saberlos dominar.

         A partir de 1887, y ya para siempre, va a vivir Teresa en la más absoluta normalidad. Y esa liberación de males hace que la pobre Teresa (de 14 años) exulte de gozo, y así se lo manifieste a una estampa del Crucificado. Se despierta entonces en ella un vivo deseo de salvar a los hombres de todos sus males, empezando por la salvación del criminal Prancini, por aquel entonces condenado a la pena capital, y que morirá besando el crucifijo.

         Cumplidos los 15 años, la llamada de Dios es en ella apremiante, y siente que debe enclaustrarse para dedicarse a la contemplación, y ganar almas para Dios desde el Carmelo de Santa Teresa de Jesús. Sin que ella se percatase de ello, Teresa estaba destinada a encarnar el ideal de la Santa Teresa, como nadie después de ella lo hubiera realizado. "He venido al Carmen para salvar almas y rogar por los sacerdotes", dirá a su entrada la candidata Teresa.

         El 29 mayo 1887 pide permiso a su padre, que se lo concede. Sin embargo, los superiores eclesiásticos de Bayeux se resisten, y esto hace que padre e hija tengan que marchar a Roma (2 de diciembre) para pedir permiso al papa. El día 20 de diciembre fue recibida en audiencia papal por León XIII, y la joven Teresa (de 15 años) se echa a los pies del pontífice, y no se separa de ellos mientras le suplica llorando. Finalmente, el 28 de diciembre recibía la familia Martin la deseada autorización, sellada por mons. Hugonin.

         La estancia de Teresa en el Carmelo de Lisieux se limitó a 9 años, desde su entrada como postulante (2 abril 1888), toma de hábito (10 enero 1889, bajo gran nevada), profesión religiosa (8 septiembre 1890) y toma de velo (24 septiembre 1890).

         El Carmelo de Lisieux era en aquel momento un monasterio mediocre, y poco más. No era relajado, pero tampoco modélicamente fervoroso. Y en él vivía aún una de las fundadoras (la madre Genoveva, alma santa pero ya retirada) y la priora (la madre María de Gonzaga, mujer corriente y vulgar).

         Teresa fue tratada desde su entrada con cierta severidad, sobre todo por parte de la priora. Y se hizo bien, para que no resultase la niña bonita de la comunidad. En los últimos años de Teresa sabrán estimarla y hasta poner en ella su confianza. Y Teresa se dejaba envolver por la animosidad que un grupo de religiosas (las de la madre Gonzaga) que, por sus cualidades, la ayudaron a desenvolverse en la comunidad.

         La vida externa de Teresa en el convento se resume en pocas líneas: 1º observancia perfecta y amorosa de las reglas de la Orden; 2º generosidad, hasta en los más mínimos detalles, en la caridad con sus hermanas religiosas; 3º pobreza silenciosa y delicada y minuciosa; 4º igualdad de trato con todas, con iguales sonrisas para todas, en la recreación.

         Allí estaban 3 de sus hermanas carnales (pues Celina entrará más tarde, en 1894). Pero Teresa no concederá ni lo más mínimo a su naturaleza, y hasta sus hermanas llegarán a extrañarse de la aparente indiferencia de Teresa. Es más, cuando su hermana Paulina (ahora sor Inés) sea priora (1893-1896), Teresa será la religiosa que menos disfrute del trato y conversación de la misma.

         A poco de la entrada en el monasterio, sufre de nuevo Teresa un nuevo shock: la pérdida de facultades mentales de su padre Luis Martin, que morirá el 29 julio 1894 entre sus cuñados (y atendido por Celina, que se ha quedado siempre con él). Una enfermedad del padre que Teresa llevó dolorosamente, recordando todos sus cariños y desvelos de su infancia y juventud.

         En 1893 fue elegida priora su hermana Inés, y ésta nombró maestra de novicias a la madre Gonzaga, y como ayudanta a sor Teresa. En 1896 volverá la madre Gonzaga a ser priora, y de nuevo volverá a ser Teresa ayudanta del noviciado. Fue así, sin título, como vivió sor Teresa en el Carmelo, hasta morir. No obstante, cumplió siempre con su tarea con absoluta fidelidad, y la mayor de sus entregas.

         El 2 abril 1896 sufre Teresa las primeras hemoptisis, que denunciaban una tuberculosis pulmonar. Y lentamente avanzará ésta hasta quitarle la vida, el 30 septiembre 1897. Pero luego volveremos sobre ello. Pues según estos datos, ¿en qué consistió la santidad de Teresa de Lisieux?

         En 1º lugar, porque la santidad se trata de un misterio de lo sobrenatural. Pues esta monja fue enviada por Dios al mundo trayendo en sus manos un mensaje del cielo. Así, por este medio tan humanamente humilde. Un mensaje de ello nos ha llegado de las manos de la madre Inés de Jesús y la madre María de Gonzaga, que durante su vida en el monasterio le habían hecho escribir.

         Se trata de algunas cartas, algunos dichos y unas cuantas poesías para los recreos y fiestas de las monjas. Y todo ello hecho vida en su vida, encarnación de su propio mensaje, la idealidad pura del mismo hecho en ella realidad transparente y maravillosa. Resumirlo aquí y ahora es de una extrema dificultad.

         En una de esas cartas, Teresa había trazado sin saberlo la más sublime y llameante aspiración del amor, fruto de lo más profundo de su alma. Por su vocación de carmelita, ella se siente esposa de Jesucristo y madre de las almas (dice en la carta), pero no por eso puede dejar de pensar en una multitud de vocaciones que también le queman el alma: vocación de guerrera, de sacerdote, de apóstol, de doctora, de mártir. Era imposible vivirlo todo para ella, y eso le atormentaba. Hasta que caen en sus manos los cap. 12 y 13 de la 1ª Carta a los Corintios y, como ella misma escribe:

"Por fin encontré el descanso. Analizando el cuerpo místico de la Iglesia, no me veía incluida en ninguno de los miembros citados por San Pablo, o más bien pretendía reconocerme en todos. La caridad me dio la clave de mi vocación. Entendía yo que, si la Iglesia posee un cuerpo compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más excelente de todos los órganos: pensaba que ella tenía un corazón y que este corazón ardía en llamas de amor. Veía claro que sólo el amor pone en movimiento sus miembros, porque, si el amor se apagaba, los apóstoles no anunciarían el evangelio, los mártires rehusarían verter su sangre... Comprendí que el amor abarca todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que el amor trasciende todos los tiempos y lugares porque es eterno. Entonces, delirante de gozo, exclamé: mi vocación es el amor. Sí, he encontrado mi lugar en el seno de la Iglesia, y este lugar, oh Dios mío, es el que Vos me habéis señalado: en el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor. Así serán realizados mis ensueños".

         A ese amor, a esa caridad misericordiosa del Señor, se había ella consagrado como víctima. Fue el 9 junio 1895. Fue una verdadera inspiración: consagrarse no precisamente a la justicia, como otras almas han hecho, sino al amor... Pocos días después (el 14 de junio), al hacer el ejercicio del vía crucis en el coro, sintió su alma herida, abrasada, sumergida totalmente en el amor. Fue una gracia mística de valor inestimable.

         Pero esta vocación Teresa la ha vivido según una fórmula que ella ha hecho universalmente famosa: la de la infancia espiritual. El secreto es viejo como el evangelio. Pero Teresa ha recibido la misión de llamar la atención en nuestros días sobre ese caminito, que es, en definitiva, el de todos. Reconocernos como niños ante Dios, nuestro Padre. Y por tanto, ser humildísimos, sencillos, y confiar sin límites en su bondad y misericordia infinitas. Esa infancia espiritual es la pobreza de espíritu de la Sagrada Escritura: es la doctrina de las nadas de San Juan de la Cruz.

         En el evangelio y en San Juan de la Cruz (su padre y su maestro preferido) bebió ella a raudales su doctrina del amor y de la humildad perfecta, que con su gracia personal ha ofrecido a nuestro siglo, el cual, con razón ha reconocido allí la quintaesencia de la perfección cristiana en su más pura y exquisita sencillez. Sin accidentalidades, ni extraordinarios, ni nada raro. Solamente lo substancialmente sobrenatural a secas, con toda su belleza y enorme fuerza vital.

         Teresa recibió esa misión, y la vivió en su vida. Su entrega de amor la hizo víctima de amor. Su marco externo será maravillosamente sencillo, humilde, desconocido y nazaretano: un pobre monasterio carmelita sin relieve especial. Allí será ella una monjita perfecta, ideal, que hará por amor purísimo de Dios todas sus acciones sencillas, pero así maravillosamente valiosas. Sufrirá siempre mucho, porque su rica sensibilidad de alma y de cuerpo la han hecho apta para sufrir.

         Sin embargo, los últimos años serán terribles de dolor siempre envolvente. Tenía que sufrir para hacer fecundo su mensaje. Tenía que morir el grano para que diese mucho fruto. Tenía que ser corredentora de millares y millares de almas. La tuberculosis apareció en abril de 1896. Poco a poco, todo lo invadió. Sufrió calladamente cuanto pudo. Llegó en los últimos meses al último extremo. Todo estaba herido: pulmones e intestinos. Las curas de botones de fuego, la sed abrasadora, la fiebre asfixiante... La consumación llegó al término de perforar los huesos la piel hecha llagas.

         Pero, además, pocos días después de las primeras hemoptisis su alma se vio sumergida en una prueba mística atroz: desapareció de ella todo sentimiento de fe y surgió avasallador el contrario.

         Fueron 18 meses (hasta morir) de un verdadero martirio. La santa de la confianza sin medida se sentía como si tal realidad no existiera. Lo sentía porque su fe y su confianza fueron cada día más grandes y esforzadas. En su angustia la sonrisa florecía en su rostro. Y la intención apostólica de tal prueba la alentaba a sufrir. Las páginas en que ella describe su tormento son realmente impresionantes. Y la finalidad heroica expresada del mismo:

"Señor, vuestra hija ha comprendido vuestra divina luz, ella os pide perdón por sus hermanos, ella acepta comer todo el largo tiempo que Vos queráis el pan del dolor y no quiere levantarse de esta mesa llena de amargura donde comen los pobres pecadores antes del día que Vos habéis señalado. Oh Jesús, si es necesario que la mesa manchada por ellos sea purificada por un alma que os ame, yo quiero comer sola el pan de la prueba hasta que os plazca introducirme en vuestro reino luminoso. La sola gracia que os pido es la de no ofenderos jamás".

         Así, deshecha, crucificada en cuerpo y alma, pero rebosando amor y paz, la encontró la muerte. Su alma vivía y comulgaba al misterio de la santa faz, su devoción predilecta. Y se abría proféticamente a los inmensos horizontes de su fecunda futura misión:

"Yo no he dado a Dios más que amor, y él me devolverá amor. Después de mi muerte, haré caer una lluvia de rosas. Amar, ser amada, y volver a la tierra para hacer amar al Amor. Presiento que mi misión va a comenzar: la misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de enseñar mi caminito a las almas. Quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra".

         En el repecho del Calvario ella había dicho que "allí estaba toda mi alma". Pero ahora le toca recorrerlo hasta el final. El día 29 de septiembre sólo pudo exclamar: "Lo he dicho todo, todo está cumplido. Sólo cuenta el amor". El día 30 fue una larga agonía, y a duras penas dijo: "No me explico cómo puedo sufrir tanto, si no fuese por mi ardiente deseo de salvar almas. No, yo no me arrepiento de haberme entregado al Amor".

         Eran las 19.00 h, y al postrero grito de "Dios mío, os amo", Teresa daba su último golpe en la vida, y lo daba al amor. Tras su muerte, vino la publicación de sus escritos, la lluvia de rosas, los milagros y gracias de todo género. Su beatificación fue en 1923, su canonización en 1925, y su patronato sobre todas las misiones en 1927.

 Act: 01/10/24     @santoral mercabá        E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A